CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
CAPULÍ ES PODER CHUCO
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VALLEJO, YO QUE SÓLO HE NACIDO
FOLIOS DE LA UTOPÍA
POETA DE FOGÓN
Danilo Sánchez Lihón
Y olvido por mis lágrimas
mis ojos.
César Vallejo
1. Pasos
de los seres amados
Emociona
profundamente identificar a César Vallejo como un poeta de hogar, de
familia y de fogón. Y comprobar en él como características de su vida y
obra la ligazón que establece con su tierra natal y el sentido
trascendente que a ello otorga, al decir:
¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo,
y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!
Poeta
de fogón, porque el fogón es vitalidad, fuerza y vigor. Porque el fogón
es centro, eje y núcleo. Porque el fogón es lumbre, calor y fe. Y como
tal en su esencia es esperanza y coraje, como es la vida común, cierta y
verdadera.
Es
llama votiva, es aliento que pervive. Es iluminar lo oscuro y alegrar
lo triste. Es resistencia valerosa. Porque el fogón lucha a brazo
partido con la muerte. Mientras haya fogón la muerte no avanzará, se
quedará en la puerta, o retrocederá amilanada.
Porque
la muerte es inerte y es fría, y el fogón es vida ardiente y
apasionada. Hasta quizá quiera pasar y abrigarse, dejar de estar sola y
ante la candela restallante probar a ser candorosa y hasta buena.
Porque
el fogón convoca, como la muerte disuelve, desarticula y despilfarra.
Porque fogón es llamado para luchar y hacerle frente a las adversidades.
El fogón es ruedo, conversación, círculo donde todos nos volvemos
hermanos.
2. Murió
mi eternidad
Esta
dimensión y esencia impresiona no solo en la poesía de su primer libro,
como es Los heraldos negros, sino en todo su proceso y transcurso de
consolidación de su vida y obra, porque el hogar y la familia
constituyen también fuentes e hitos fundamentales en Trilce y Poemas
Humanos.
Como
también en España, aparta de mí este cáliz, en donde la guerra está
confrontada con lo que es el hombre en el hogar y formando parte de la
familia, que es la sensibilidad que él supo tener para valorar al hombre
incluso enfrentado a retos como los que se dan en un campo de batalla,
por todo lo que es en la casa, el lar primordial, el muro humilde y
congénito.
En
Vallejo es conmovedora la ternura que transparenta hacia sus padres,
hermanos, parientes y vecinos de su lar natal. De allí que lacera su
alma constatar que todo ello haya sucumbido; que el hogar se haya
deshecho porque es inevitable que sea así. Le embarga el sentimiento de
orfandad constatar que los padres han muerto y los hermanos se han
dispersado, que la casa está deshabitada, donde se extrañan los pasos de
los seres amados y que ahora le hacen tanta falta:
Murió
mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto
cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la
honrosísima mujer…
Murió mi eternidad y estoy velándola.
3. No olvidó jamás
su terruño
Un
día, de regreso a Santiago de Chuco ha transpuesto el portón que se
abre de la calle al interior de la casa e ingresa por el zaguán. Avanza
hacia el corredor, luego el patio y entra a la cocina. El fogón yace
yerto, apagado. Mira desolado. El silencio dobla su cuerpo porque le
hincan en el alma las voces amadas y que ahora vuelve a escuchar en el
recuerdo.
Este
es el escenario donde él se estremece, el trasfondo perdido donde se
dieron los juegos, se repartieron los pedacitos de pan por la madre
amorosa, con la evocación de las hermanas mayores que le acarician.
Ahora el polvo cubre mesas y sillas y otros enseres, donde se empinan
ternuras, inquietudes y ruegos pasados. Los cuartos están vacíos. Todos
se han ido. Otros han muerto. El fogón yace apagado, es quieta ceniza, y
el fuego que alentaba se ha consumado.
La
infancia perdida, acabada y deshecha es la quebrazón en el alma de
Vallejo, que es una constante en la poesía y en los grandes poetas. Esa
clave está de manera indeleble e intensa en su manera de sentir y
pensar. Lo estuvo permanentemente en su vida y hasta en el mismo momento
de su muerte en que no olvidó jamás su terruño ni se apagaron en su
alma los recuerdos de su infancia.
Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.
4. Por
lo demás
La
infancia desgajada, desvanecida y ya ausente; destruida, aniquilada y
ya sepulta por el paso inexorable del tiempo, y el signo del destino
ineluctable; porque Dios no tiene cotidianeidad qué padecer, porque él
no tiene Marías que se van, es el motivo de su queja y la razón de su
desamparo. Se siente a gritos este desgarro. Y aquella grieta sigue
permanentemente abierta en la vida que continúa en nosotros como una
herida abierta de amor y añoranza.
Como
lo señalan y refieren sus biógrafos, hasta en los días finales de su
existencia, y hasta en el mismo momento de su muerte, Vallejo no olvidó
jamás su casa materna ni se apagaron en su alma los recuerdos de su
niñez.
Juan
Espejo Asturrizaga, que fue su amigo entrañable en Trujillo y Lima, nos
cuenta en su libro: César Vallejo: Itinerario del Hombre, que él era
fácil para las lágrimas, para la confidencia y para evocar su tierra
natal.
Lo
mismo atestigua Juan Domingo Córdova en su libro: César Vallejo del
Perú profundo y sacrificado. E igual, Juan Larrea, quien fue próximo a
él en los años de su vida en París y estuvo presente en su lecho de
muerte, refiere que él era muy inclinado a recordar su infancia y su
pueblo de origen, Santiago de Chuco.
Por lo demás, su poesía y su prosa estremecida así lo atestiguan palmariamente. Nos lo hacen sentir y nos lo ponen en evidencia.
5. Actitud
sincera
Acerca
de cómo César Vallejo llevó a Santiago de Chuco en el alma en todo
tiempo y en todo lugar, es prueba el pasaje que la mayoría de sus amigos
reproducen y que refiere que en París se quedó dormido en la banca de
un parque.
Y
pasó por allí ya muy de madrugada una patrulla de gendarmes que al
verlo en esa actitud de abandono le solicitaron sus documentos.
Al mismo tiempo que escrutan los papeles le preguntan:
– ¿Quién es usted?
– César Vallejo–. Les contesta apaciblemente.
– ¿Y de dónde es usted?
– De Santiago de Chuco, señor.
Responde con la mayor naturalidad.
Esto
sin querer burlarse de los custodios sino más bien como una actitud
auténtica, de lo más normal y sincera; pero mencionando para ellos un
nombre incomprensible, que a los gendarmes debió saberles como una
tomadura de pelo.
6. Volveré
alguna tarde
Pero
en todos sus libros, tanto de poesía como de narrativa y teatro, hay
evocaciones y recuerdos imborrables de cuando él era niño y en ellos
aparece nuestro pueblo siempre de manera intensa, honda y trémula:
Las pallas, aquenando hondos suspiros,
como en raras estampas seculares,
enrosarian un símbolo en sus giros.
Luce el Apóstol en su trono, luego;
y es, entre inciensos, cirios y cantares,
el moderno dios-sol para el labriego.
En
una carta dirigida a su hermano Manuel, el 2 de mayo de 1915, escrita
en Trujillo, ciudad ubicada a una distancia relativamente cercana,
veamos cómo es tan honda y lacerante su nostalgia:
Y
bajo la frente pensando que si es cierto que ya no estoy en mi
Santiago, en el seno de los míos.... volveré alguna tarde de enero,
caminito a mi tierra, mi querida tierra.
Este
modo de ser de César Vallejo era aquello que nos hacía tenerlo, a
quienes nacimos y estudiamos la educación primaria y secundaria en
nuestro pueblo, tan presente en nuestros gozos y penas de muchachos.
7. En
ese caso
Entusiasma
y emociona comprobar cómo un hombre de la dimensión de César Vallejo
estuvo constantemente trasladándose con la evocación y el cariño a las
calles y a los campos, a las paredes y techumbres, como al poyo y hasta
al sillón familiar de su infancia:
Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.
Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida. Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo…
Alguna
vez a César Vallejo se le propuso, a fin de solucionarle algunos
problemas, nacionalizarse francés. La respuesta de él fue enfática,
contundente y sin lugar a las ambigüedades:
En
ese caso, prefiero regresar al Perú, aunque apenas llegue me
encarcelen, (pues la causa por la cual sufrió prisión había sido
reabierta y permanecía latente la amenaza de su captura y penalidad
posterior). Sí algo tengo de ser humano y vuelo de cóndor, es porque
nací en la sierra del Perú y aunque no tuviera pasaporte o me lo
quitaran jamás dejaría de ser peruano. Repuso.
Ese es el César Vallejo que respetamos y al cual consagramos lo mejor de nuestras vidas.
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