sábado, 25 de junio de 2016

DÍA DEL CAMPESINO: FIAMBRE EN SU MORRAL - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
 
 
 


CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2016 AÑO
CONSTRUCCIÓN DE CONCIENCIA
Y CONCRECIÓN DE SOLUCIONES
 
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL
 

*****
 
O ERES SOLUCIÓN
O ERES PROBLEMA
El hombre solo, confinado y separado del mundo no existe, pero suponiendo que pudiera vivir aislado de los demás, eso lo haría desconocer una dimensión importante para ser íntegro y dichoso, que es la vida en común, en solidaridad con los demás seres humanos.
La vida en común se organiza a través de las instituciones y se traduce en un orden con principios y conductas que debemos asumir, estimando el bien común, el cual pertenece y sirve a todos.
Porque nadie es solamente por sí mismo sino en función del conjunto social y tanto nos afecta lo que somos individualmente como lo que es nuestro medio ambiente, el mundo que nos rodea y en el cual habitamos.
Razón por la cual debemos cuidarlo, reconociendo que la calidad y condición de los recursos materiales y económicos derivan y son una consecuencia de lo que es la persona humana en su interior y en su formación integral.
De allí que el valor de una nación no es otro que la calidad de los hombres que la componen. Y tú estás al centro de dicha situación, entonces en vez de sentirse espectador actúa.
Porque los problemas empiezan a solucionarse no cuando los condenamos, sino cuando decidimos hacer algo para resolverlos, y si no somos parte de la solución entonces somos parte del problema.
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 
*****
 

DÍA
DEL
CAMPESINO
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 

FIAMBRE
EN SU
MORRAL
 
 

Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Frutos
de la tierra
 
En la escuela de mi pueblo en donde curso la Educación Primaria hay compañeros de aula que venimos de la ciudad y otros del campo en donde viven y que traen en su morral su fiambre que les servirá de almuerzo en la pausa del mediodía, mientras esperan el horario de la tarde.
Fiambre que nos convidan y que frecuentemente lo canjeamos en parte con panes o bizcochos, algunos de yema o chancay, o con pasteles y empanadas que extraemos de nuestras casas y les llevamos.
Pero, ¿qué compone el fiambre de un estudiante del campo, aparte de algo especial que por timidez no nos muestran? Salvo que a un compañero se le atragante un huesillo en su garganta.
Entonces sabemos que han traído ¡truchas fritas! O un costillar de cordero, o una pierna con su cadera ¡de rico cuy chactado!
 
2. Presunción
y deleite
 
Pero además su yantar de mediodía, que despilfarran con nosotros, consiste en sabrosa cancha, escogida y tostada en callana con cuchara de palo. La misma que se pasa a puñados entre carpeta y carpeta, manjar que sabe a luz, a verdor, a viento, como a dulzura de lomas, quebradas y puquiales.
Otra bolsa es de trigo tostado, ¡Y no cualquier trigo sino el trigo centeno!, medio azulado y que antes –eso lo sabemos todos– ha sido leche y miel. ¿Cuándo? ¡Cómo que cuándo! ¡Cuando aún está reventón en las espigas! De allí que contenga ese sabor a ubre y a panal de miel cuando lo masticamos soberbios y ufanos y entrecerrando los ojos.
Desde chiquillos ya sabemos arrojar un puñado volando a la boca, sin que un solo grano golpee en los dientes o nos caiga en la cara. ¿Qué cómo lo hacemos? No sé. El puñado entra justo golpeando suavemente la lengua y el paladar para ser luego molido con presunción y deleite.
 
3. Ataviada
de amarillo
 
Una variante es la “pelona” que es un híbrido entre el trigo y la cebada y que tiene la cáscara medio abierta y desflorada, no como el trigo cuya envoltura es dura y lisa, con cáscara dorada, o de color cobre cuando se lo tuesta.
Ni es tampoco como la cebada blanda y que termina en puntas. La pelona es oblonga, con la camisa del pecho abierta, provocativa y generosa en la entrega para ser comida.
Otro manjar que traen son las habas, que las hay de diferentes clases. Constituyen un manjar aquellas provenientes de las chacras de mi compañero de carpeta Javier Mendocilla, quien vive por las pampas de Muycan.
Éstas son las “habas niñas”: redondas, pequeñas y con su cáscara bien pegada a su pulpa, tanto que hay  que romperla y luego pelarla con los dientes, pero que abierta se ofrece suave, ataviada de amarillo “yema de huevo”.
 
4. En panca
de choclo
 
Las “habas niñas” son del tamaño de la uña del dedo meñique, las que como su nombre lo indica nunca dejan de ser tiernas y suaves, las cuales saborearlas es como probar el manjar que degustan los dioses en su mesa.
Es decir: ¡una delicia! Es como coger los vestidos a una niña en el juego, el rozar de nuestras manos o como el primer beso.
De otro temple y espíritu son las “habas verdes” que las traen a veces envueltas en panca de choclo, porque éstas si son húmedas y mojan en el morral los cuadernos haciendo festones en sus letras azules y rojas y extendiendo afuera de sus bordes los colores de los mapas.
Comerlas es como engullirse un huerto con todos sus árboles, frutos, flores y hasta acequias: es decir una mezcolanza de hojas, greda, agua, y trinos.
 
5. Mantel
primoroso
 
¡Todo puede caber en el aroma y el sabor de las habas verdes, y es tarea imposible, incluso para la poesía misma, describirlas!
Y las traen empapadas, rezumando agua bien sea de la lluvia o bien sea de los manantiales y puquios.
De las otras, llamadas habas “tushas”, no hablaré aquí porque más de una encía me ha sangrado por no resistir la tentación de trozar su cáscara con los dientes  aunque sea a escondidas, con las cuales hay que padecer un poco por las aristas de su envoltura que nos hincan con sus mil cuchillos.
Más bien, recordaré la harina de cebada, de trigo y linaza –los tres productos del campo molidos juntos– que los traen envuelta en un mantel primoroso enjuagado en el agua cristalina de algún arroyo.
 
6. Al sol
en el tejado
 
Desde allí y a ciegas vamos sacando con las manos, haciendo de ella una cuchara impertinente que se hunde en esa gleba celestial.
El sabor de ambrosía de aquel compuesto lo da la sacarina, propia del trigo, por un lado.
Por el otro el vuelo astral de la cebada.
Pero la clave es el puntito de anís que le pone la linaza extraída del lino.
Este último a veces tostado y molido por separado después de secarlo al sol en el tejado.
Y en donde la mitad lo comen los jilgueros y la otra mitad se lo junta para, agarrado a dos manos, dejarlo en la callana y oír la reventazón de los más húmedos.
 
7. Con toda
mi alma
 
Por último, mencionaré que en el morral de los estudiantes del campo hay un manjar de los dioses del Olimpo que he dejado para el final.
Este preparado es el “cadul”. Más de uno se preguntará: ¿qué es él? Y yo responderé, con la boca anhelante, es el choclo tostado en callana, que es como leche tostada.
Que vale lo mismo a decir: maíz que todavía no está seco pero que nosotros, siempre hambrientos, pedimos que se lo tueste.
Es entonces como un choclo tostado. Choclo pero ya casi cancha. Que si hay dioses que gusten en el cielo de las comidas, yo les aseguro – ¡con toda mi alma!– que ellos deben de tener como manjar preferido ¡el “cadul”!
 
 
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