lunes, 13 de junio de 2016

DÍA MUNDIAL CONTRA EL TRABAJO INFANTIL - FOLIOS DE LA UTOPÍA: MATE DE CEDRÓN - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN



CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 
*****

DÍA MUNDIAL
CONTRA
EL TRABAJO
INFANTIL
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
MATE
DE
CEDRÓN

 
Danilo Sánchez Lihón
 
La infancia
es el porvenir
del hombre
 
1. Más
hacia arriba
 
– ¿Qué hora será?
– No sé. Mi celular está en mi bolso. Pero si desabrigo mis manos ¡siento que se van a congelar! Debe ser las cuatro de la mañana.
– Yo creía que venías dormida. Y, ¿dónde estaremos?
– No, no puedo dormir, pero estamos en plena jalca. Porque hace un frío horrendo.
Todos duermen arropados bajo mantas, ponchos, rebozos y frazadas.
– ¿Y por qué se habrá detenido el ómnibus?
– Parece que aquí se abastecen de agua. Seguro que el radiador se recalienta por la subida tan larga y empinada que acabamos de pasar. Y mira, ¡está nevando!
– Pero hay un letrero con una flecha. ¿Qué dice…? ¿Alcanzas a ver?
– Sí. Dice: Mina Buenaventura.
– Y, por ahí ¿parece que sube otra carretera?
– Sí. Es el desvío que sube a la mina.
– ¿Podrá la gente vivir más hacia arriba todavía?
 
2. Casa
valerosa
 
– ¡Sí, niña! ¡Vive y labora!
– ¿A qué altitud estaremos?
– Mira: Ahí dice un letrero: 4,800 metros sobre el nivel del mar.
– Y nieva, mira las piedras, todas tienen nieve.
– Y en el suelo escarcha. ¡A mí me gusta!
– ¡Estás loco! ¡Cómo va a gustarte!
– ¡Es fuerte! ¿Por qué para ustedes las mujeres todo tiene que ser bonito, ah?
– Y mira hacia allá esa casa vieja y torcida por los años. Con los techos cimbrados. ¡Debe ser una casa abandonada!
– ¿Por qué? Yo diría que es una casa valerosa.
– ¿Por estar sola en este páramo? Tiene que estar deshabitada.
– ¿Por qué crees eso?
– Porque, ¿quién va a vivir aquí? ¡Sería inhumano! En esta oscuridad, en este frío y en este silencio.
– ¡Yo sí viviría!
– ¡Pero no conmigo! Tendrías que buscar la campesina con quien siempre has soñado.
 
3. Para
el frío
 
El aire escasea. Los pasajeros se arrebujan y se hunden en los asientos. Y yo también te arropo. Por aquí ningún árbol crece, todo es roca, piedra y cascajo. Te siento asustada.
– ¡Es mejor que duermas!
– No puedo. Mira. La puerta de aquella casa se ha abierto. Y sale una débil luz.
– ¿Pero no decías que estaba deshabitada?
– Increíble. ¡Viven! ¡Debe ser la luz de algún candil, mechero o vela!
– O del fogón de una cocina.
Por la ventana empañada vemos que de repente de esa casa corren hacia el ómnibus donde estamos, dos niños trayendo algo en sus manos, apenas cubiertos por sus camisitas deshilachadas.
– ¡Cedrón! –Ofrecen con sus voces cristalinas–. ¡Mates de cedrón! ¡Calientitos, para el frío!
– ¡Oye, mates de cedrón! ¡Y mira la ropita de esos niños, en tanto frío!
 
4. Todos
duermen
 
– ¡Y con los pies descalzos!
– ¿Están descalzos?
– ¡Sí!
– ¿Y qué edad tendrán?
– Quizá ocho años, la mayorcita. Y el niño, seis.
– ¡Cedrón caliente! ¡Calientito, mate de cedrón!
Nadie los hace caso. Y poco a poco el entusiasmo con que han salido corriendo va cediendo a una voz menos animosa, más lenta y distante.
– ¡Cedrón!
– ¡Mates de cedrón!
Lo ofrecen por las ventanas.
– Pero, ¡ábranle la puerta!
– ¡Como van a abrirla, señor, en tanto frío!
Todos duermen, además.
– ¡Pero suban! –Les digo empinándome y haciéndoles señas desde mi asiento.
 
5. ¡Para
el corazón!
 
– No podemos subir. ¡No nos dejan, señor!
– ¡Suban! ¿Quién va a bajar a comprarles ahí? ¡Nadie!
– ¡El chofer no quiere abrir!
Avanzo pisando bultos de gente dormida en el pasadizo. Llego hasta la puerta y la abro de golpe.
Los niños abajo en la tierra tiritan de frío, y les castañetean los dientes.
– Suban. ¡Suban!
Una ráfaga de viento helado sopla y pasa bramando.
– ¡Cierren esa puerta! –Brama una voz.
– Ustedes pasen. Vengan, ¡vengan!
– ¡Gracias, señor!
– ¿Pasan muchos carros por aquí?
– Más volquetes que bajan de la mina.
– ¿Y para qué es bueno el cedrón?
– ¡Para el corazón!
 
6. ¿Y eso,
qué?
 
Es noche oscura. No se distingue el perfil de los cerros ni dónde empieza el cielo. Aquí no brilla ninguna estrella en el firmamento. Ya ha subido el chofer. Ya el ómnibus arranca.
– ¡Bajan! ¡Bajan!
– Pero denme una botella. ¿Cuánto es? Ahí está el sol. Bueno niños, adiós.
– Adiós.
– ¿Has comprado esa agua?
– Sí. ¿Por qué? No comprarles sería ser indiferentes.
– ¿Crees que es higiénico?
– ¿Y eso, qué? No comprarles ¿no los hará sentirse frustrados, defraudados de que en la vida nada hay, ni nada se consigue?
– ¿Y está caliente? A ver. ¡Está frío!
– Yo diría que está tibio.
– Pero dijeron caliente.
– Pero, ¡cómo vas a pedirles aquí que lo mantengan caliente! Mucho hacen con que esté tibio. Y no helado, como nuestros corazones.
 
7. Cerca
de la lumbre
 
– ¡Qué! ¿Y lo estás tomando? ¡Hombre, piensa! ¡Aquí no hay agua potable! ¿Con qué agua lo harán?
– Acabo de probar. ¿Quieres tú?
– ¡Ni que estuviera loca! ¿Qué tal si al llegar te enfermas? ¿Quién dictará el curso? Mira esa agua, es turbia y la estás tomando. Nadie ha comprado, ni siquiera la gente que es de este lugar. Y tú, en cambio, sí.
– Pero si vieras sus caritas de ilusión, el afán de hacerle frente a la dureza de la vida. ¡El poder de emprender algo! ¡Y son niños!
– A quienes seguro alguien los utiliza y los explota.
– ¡Quizá! Pero esa moneda que han recibido es un pago honrado. Ese único sol ellos sienten que es exacto. Y para ellos justifica muchas cosas.
– ¿Qué, por ejemplo?
– Levantarse a estas horas, al oír el rugido del ómnibus. De lo contrario, ¡nada!
– ¡Nada qué!
– Nada de su ilusión para poner las botellas cerca de la lumbre a fin de que estén calientes, ¡o tibias como a ti se te antoja decir!
 
8. Seguir
creyendo
 
– ¿Y sigues tomando esa agua?
– ¿Y qué crees? ¡Por supuesto que lo voy a tomar! Es mi homenaje a esos niños.
– A ver. Dame. ¡Y no tiene ni un grumo de azúcar!
– El dulce es el encanto con que lo tomas.
– ¿No crees que ya es suficiente con los sorbos que has tomado?
– No. ¡Voy a tomarlo todo!
– ¿Por qué lo haces? ¿Por fastidiarme?
– No, amor, nunca lo haría por eso, sino porque no hacerlo sería como despreciar a este mundo, que es además el mío. Y voy a tomarlo, así me muera.
– Eres terco.
– Pienso en su ilusión, pienso en sus manitas. En cómo se han despertado en tanto frío. Pienso en que esa moneda, que ese mísero sol en sus manos se convierte no en pan sino en su capacidad de seguir creyendo.
 
9. Dame
a probar
– Seguir tomando esa agua es no tener conciencia, ni instrucción, ni ser un capacitador responsable, porque: ¿qué será si al llegar adonde vamos tú te enfermas?
– No me voy a enfermar. Pero quiero confesarte lo que imagino: Estas botellas están tibias y no heladas como está una piedra, y frecuentemente ya nuestras almas, ¡porque las han abrigado con sus manos, y con sus cuerpos en sus camas!
– ¿Sí? Entonces es peor.
– Quizá. Pero pienso que se han dormido con ellas, abrigándolas. Y eso me conmueve. Y lo asumo como un pacto de latidos que entonces ellos y yo hacemos.
– Eres loco. Loco de remate. A ver, dame a probar. ¿Y si yo me enfermo tú me vas a cuidar?  ¿Vas a estar todo el tiempo al pie de mi cama?
– Sí.
– ¿Y si me muero me entierras por aquí?
– No te vas a morir. Al contrario, esto va a hacer que seamos eternos.
 
 
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El texto anterior puede ser
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