1. El germen
y la flor
¡Niños!
Hoy día 7 de junio revivo
en mi mente los momentos cuando de niño entonaba en el patio de mi escuela, el
Centro Viejo de Varones 271 de mi pueblo natal, Santiago de Chuco, el Himno
Nacional del Perú.
Junto a mis compañeros de
aula, lo hacíamos a pecho abierto, a pulmón lleno, gritando jubilosos y con nuestras almas henchidas.
Revivo en mi mente el sol
radiante en las tapias, y en su cumbre cactus, malvas y mostazas con flores
gualdas.
Y el sol que baja de los
aleros por los pilares. Y se descuelga de los pilares, colmados de macetas llenas
de geranios que hacen estallar sus flores rojas y blancas.
Y llega el sol hasta el
filo de las piedras del corredor adonde salimos a recitar un poema, a cantar
una canción, o a decir una proclama.
Y al entonar el Himno
Nacional del Perú con nuestras voces límpidas y esperanzadas, se abría el
germen y la flor, que es la misma que se abre hoy día en este espacio y tiempo
entrañables.
2. Campos
de honor
Cercanos al mes de junio, y
luego durante todo el mes mismo, contiguo a nuestro Himno Nacional entonamos
otra canción pero de tono lacerante, triste y atribulado; titulada “El día 7 de
junio” que dejaba en nuestras almas un hondo desgarramiento por su letra y su
melodía:
El día siete de junio
un día tan desdichado
a un parlamento confiado
le intimaron rendición.
Coro:
Ya resuenan los clarines
los tambores y el cañón
yo defiendo mi bandera
combatiendo en los campos
de honor.
Nuestra mano en el pecho y
nuestra mirada fulgurante al entonarla indagaba en nuestros corazones qué había
sucedido aquel día, y le prometíamos a nuestra patria defenderla, como aquellos
que se inmolaron en la batalla de Arica y en ese holocausto.
3. Valor
y coraje
Con nuestros ojos
entrecerrados por la emoción y evocando a los bravos que se batieron aquel día
de gloria, cantamos fervientes:
Tengo deberes sagrados
contestó el gobernador
los cumpliré con honor
como es deber de un soldado.
Coro:
Llora, llora, corazón
por los héroes más queridos
que entre nubes han subido
a la gloriosa y eterna mansión.
Dicha así, para celebrar a
quienes defendieron esta tierra; a quienes nos dieron dignidad; y a quienes con
su ejemplo, valor y coraje nos dieron una tierra para amar aún más. Y construir
aquí y ahora una patria hermosa.
Que se rubricaba con esta
frase de Francisco Bolognesi que escribió a su esposa al despedirse de ella, y
que nos lee el profesor:
“Nunca reclames nada, para que no se crea que mi
deber tiene precio”.
4. El deber
no tiene
precio
Pero, ya de mayor he
protestado: ¿Por qué ese tono compungido y lastimero? ¿Por qué tener ante
aquello tener el alma agostada y deprimida?
¿Por qué ese tono de
quejido? ¿Por qué lamentarnos? Cuando, ¡como nunca fuimos inmensos! ¡Como nunca
salió a relucir la fibra heroica de la cual estamos hechos!
El heroísmo de Arica fue
celebrado por el mundo entero. Hasta el Zar de Rusia tuvo frases de elogio, al
decir que ya quisiera tener las tropas peruanas que lucharon en Arica.
¡Y Arica es un himno al heroísmo!
Donde fuimos grandes, sacrificados, infinitos. Y sin perder el alma, sin
volvernos hienas, sabuesos, ni seres sin escrúpulos. ¡Y eso queda en lo que
después seamos!
Con tropas harapientas que cuatro
años después eran azotadas en las alturas por las ventiscas, la lluvia y las
nevascas. Y nunca nos rendimos, nunca arriamos banderas, que es lo que cuenta.
Entonces, ¿por qué ese tono de quejidos y esos lamentos?
“El deber no tiene precio”.
Escribió en aquel mismo
lugar donde iba a morir Francisco Bolognesi. Y se inmoló.
Entonces: ¿acaso allí se
coronó –como escucho decir– nuestra desgracia? ¡No!
5. Ser
solidarios
¡No! ¿No será más bien en
el fondo nuestra victoria si son los valores los que valen y cuentan en la
vida?
Y no los resultados de lo
acontecido que siempre son eventuales, antojadizos e inciertos.
Porque de ese modo y de
manera inviolable, dentro del espectro de la guerra, flamea inhiesta e invicta
la aureola de la dignidad humana, como en aquella frase que se rubrica con la
vida.
Porque mal llamamos
desastre a lo que en el fondo es gloria. ¡Porque demostramos ser un pueblo de
valores! ¡Y de honor!
Porque fue una guerra de
solidaridad para defender a un país hermano que estaba siendo ocupado y
agredido.
Allí fuimos a poner nuestro
brazo. Pudimos eximirnos, y como hicieron los otros: calcular negocios, con
frialdad, oportunismo y conveniencia.
Pero, pese a todas las
desventajas, asumimos ser solidarios. Por eso, el 7 de junio es un día ¡no
nefasto!, sino glorioso y sagrado.
5. Savia
ardiente
Porque pronto salió a
relucir el ejército de aquella honda humanidad que somos y tenemos.
Ya no el ejército de los
uniformes, galones y convenciones.
Sino el ejército en donde
las mujeres iban a los campos de batalla llevando en las espaldas envueltos en
la manta multicolor y en el rebozo aldeano, al hijo o a la hijita tiernos, no
para matar sino para asistir y consolar.
Llevando las ollas para
preparar la comida y el fósforo para encender el fuego, para cocinar, preparar
la comida y sentarse a conversar y a departir en medio de la guerra.
Y el varón desenfundando la
guitarra para entonar canciones en la noche y en el alba. Lo que prueba que
somos un país grandioso y sublime.
En la superficie y en la
apariencia aparece confuso, pero en la esencia es un país excelso y asombroso,
de mucho fondo y mucho lastre.
Es un cuerpo cargado de
poderosa savia ardiente de vida, impaciente por realizarse, porque es un
gigante dormido que se agita por despertar.