Danilo
Sánchez Lihón
1.
Honda
fragancia
Hay días en que las lluvias
incesantes repentinamente acaban. El cielo encapotado se despeja y la mañana se
torna radiante.
– ¡Qué hermoso ha amanecido
el día! ¡Hoy no va a llover! ¡Ya vengan, que el desayuno está servido! ¡Llamen
a su papá!
De huertas y corrales, de
muros y tejados estalla una algarabía de seres que pían, graznan y maúllan.
Hasta las orugas se deslizan extasiadas. Revolotean las mariposas y los
polluelos de las aves se revuelven y se empinan con sus bocas abiertas en sus
nidos. Los gallos cantan y se escuchan rebuznos lejanos.
Asomados desde el mirador a
contemplar la hondonada vemos al sol posarse en el agua esmeralda de los
chubascos de días anteriores detenida entre algunas tejas, o que aún permanece
en las hojas de las plantas, o en los huecos de las piedras, o jaspeando en el
ichu con que se enlucen las paredes de las casas. Es un brillo extasiante que invade los
ojos y estalla en el alma. La humedad se desprende y se eleva hecha neblina
sobre los verdes alfalfares.
– ¡Hijos! ¡Pronto tomen su
desayuno que nos vamos a lavar la ropa en el río!
En la cocina ya ha hervido
la leche que desprende su honda fragancia.
2.
El excelso
firmamento
Luego de hervir, y cuando enfría
un poco, forma una nata que si somos golosos y los padres se distraen untamos
con un pedazo de pan, sacándola de la misma olla, quedando prendida en el pan que
lo elevamos un poco para dejarlo caer con un mordisco en plena boca.
Nata que sorbemos
transportándonos al séptimo cielo, porque es como si devorásemos los campos
sembrados y el torrente cristalino de los ríos hasta en sus lechos. Es como si
sorbiéramos el excelso firmamento o el rezumar de las espigas. Pero ahora más
bien hemos establecido turnos para comérnosla, a fin de evitar peleas y que se
desperdicie la nata cayéndosenos al suelo
– ¿A quién le toca hoy
servirse la nata de la leche? –pregunta la madre en el desayuno.
– ¡A mí, mamá! –Es el grito
lleno de entusiasmo de uno de nosotros, acumulado en la espera a que dé vuelta,
alrededor de la mesa, el turno de servirnos nuevamente la nata de leche en el
desayuno.
Al mirarnos todos los
hermanos reconocemos que es ciertamente, a mí a quien le corresponde esta vez
tenerla en el plato de filo azul, separado de su taza.
3.
La deja
caer
Y así la saboreamos,
entrecerrando los ojos como si un manjar, elixir o un néctar divino nos correspondieran
en suerte la delicia de degustar esta mañana de invierno en la serranía no sé
por qué designio de los dioses.
Eso hacíamos a escondidas,
pero ahora se ha establecido un orden en el reparto de la nata.
– ¡A mí me toca, mamá!
–Reitero impaciente y ufano mirando desprenderse las volutas de humo de leña
que suben del fogón y se pierden convertidas en humos por entre los carrizos y
magueyes de que está entretejido el techo.
– Mamá, a mí me toca. –Sigo
reclamando.
– Ya, ya, ¡espera un
momento! –Dice en tono de parecer acosada por mi impaciencia, pero sabe que
nadie hará nada concentrados como estamos en verla caer en el plato empujada
con el cucharón desde la olla en cuyo borde se queda una parte prendida.
Al servir taza por taza va
apartando la nata inmensa con el cucharón, mientras ella se revuelve y trata de
deslizarse hacia una de ellas.
4.
En esta
existencia
Todos estamos con los ojos
y hasta con la boca pendiente de cómo avanza o retrocede la nata, separándose
de la superficie blanca y humeante de la leche.
Por fin, dirigiéndose a mí
sitio, y ayudada siempre con el cucharón, la deja caer.
– ¡Ásu! ¡Qué grandaza que
te ha tocado!
Pero su blanca estela en
partes azulada y en partes amarillenta se queda en parte colgada, cuán grande y
consistente es, en el borde de la olla de fierro.
Mi madre allí trata de
cortarla presionando el cucharón al
borde de la olla para que ella caiga definitivamente.
– ¡Pero sin cortarla, por
favor, mamá!
– ¡No sean golosos en esta
vida! –Dice sin distraerse, mientras levanto los ojos a mirar sus mejillas, sus
sienes y su cabello castaño sobre su frente sonrosada que yo adoro.
– ¡Ásu! –Corean otra vez mis
hermanos– ¡Qué grande le ha tocado!
5.
Miro
a
cada uno
– ¡Qué suertudo! ¡A mí siempre
me toca chiquita, mamá! –Reclama o se queja uno.
– A mí también. –Aduce
otro.
– ¡Cuando no les toca a
ustedes la ven gigantesca! –Sentencia nuestra madre.
Los ojos están puestos en
mi plato y hay en todas las bocas un trago al vacío en la ilusión por comerse
parte de este manjar.
– Yo compartí contigo la
vez pasada, ¿te acuerdas Fredy? –Reclama uno de mis hermanos.
– ¡Yo también te convidé de
la mía!
– Cuando a mí me tocó
también me pediste y te di bastante. –Reitera otro.
– ¡Invita pues a todos! –Es
el pedido general.
Miro a cada uno y es tanta
la ilusión que reconozco que ciertamente me dieron un buen trozo de nata de
leche cuando a ellos les había tocado su turno.
6.
El dulzor
de
los amaneceres
– Entonces hay que
repartirla.
– ¡Ya pues!, hay que
compartirla.
Y en algunos platos que me
extienden, y que reflejan en su brillo la claridad de la mañana, cogiendo una
cuchara grande, secciono la nata que la voy poniendo en sus panes. Y que
algunas pasan inmediatamente a las bocas de mis hermanos.
Pero la mayoría han
estirado sus cuerpos, los que están cerca, y otros han dado la vuelta abriendo
casi toda la mandíbula para recibirla directa en sus bocas.
Cuando así lo hacen sus
ojos se cierran, iluminados por dentro o enceguecidos por el placer de saborear
esa delicia, exprimiéndola entre el paladar y la lengua para extraer de ella el
jugo dulce de las flores y los panales de mieles, el agua de las fuentes y el
dulzor de los amaneceres fragantes que en ella están contenidos.
Mientras, la revuelven y
finalmente la pasan. Recién en este momento abren los ojos en donde el negro de
las pupilas se hace brillante.
7.
Inmenso
prodigio
Pero, ¿es sólo la evocación
de lo que nos viene del campo lo que hace tan sabrosa la nata de leche en los
desayunos de la casa pueblerina?
No solo es eso. Es también
la luminosidad radiante de la hora, el sol en las paredes de la casa, el
concierto de las aves, los graznidos, aullidos y maullidos de cada animal. Es
el ser pleno de todas las cosas que nos rodean.
Pero al ver los rostros
rozagantes, las miradas de los ojos de mis hermanos, el oír sus risas y
estallidos de alegría, es allí cuando creo que la nata de leche es sabrosa.
Son ellos mismos, mis
hermanos, con su naturaleza pura y esperanzada, la verdadera nata de leche. O
es la vida misma que aflora siempre como un regalo inesperado que intenta tomar
la delantera en servir y prodigarse.
Todo ello es o hace la
verdadera nata de leche que creo que solo aquí tenemos el privilegio de
saborearla, en esta vida y en este mundo terrenal, en donde se da este inmenso
prodigio.
*****
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
Teléfonos Capulí:
420-3343 y 602-3988
99773-9575
capulivallejoysutierra@gmail.com
Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.