Canta,
lluvia, en la costa
aún sin mar!
César Vallejo
Danilo
Sánchez Lihón
1.
Muriendo
en
playas ignotas
Juan Ojeda fue poeta del
mar y oceánico en su único libro: Arte de
navegar, quien escribió poemas subido a la proa de la nave que es la vida,
que contienen todas las preguntas que le decimos al mar y, como la vida o el
mar, ocultan todas las respuestas a todos los interrogantes esenciales. Poemas
sombríos los suyos, espeluznantes, bajo el designio de algo que no nos
corresponde cuestionar, ni siquiera interrogar; pero que reconocemos como
inevitables en el sentido que siquiera uno en el mundo tenía que formularlos y
pugnara por obtener respuestas, aunque sucumbiera ante ellas.
Poesía del alma, que
ingresa al mundo íntimo y raigal de la condición singular que tiene el hombre
sobre la faz de la tierra y el lomo del mar, donde hay un paisaje de fondo
adusto y lato: unas ribas, una arcada y una fuente; una edificación antigua y
el mar insomne, de lenguaje y talante oceánicos, siempre insondable.
Poesía de vocablos densos,
con herrumbre de siglos y en vigilia constante, como de arrancadas y destejidas
lonas de mástiles expuestos al misterio, con el idioma del mar ciego y
compasivo, que tiene el ritmo del oleaje golpeando las rocas y muriendo en
playas ignotas, pensándose y amándose a sí misma.
Al leer los poemas de Juan
vamos configurando una pregunta sencilla y a la vez solemne: ¿Hay, en el
contexto de la poesía actual, poesía de la calidad, de la magnitud, de la
profundidad y de la estatura de la poesía que él formula? No. Entonces, ¿por
qué la marginalidad y el anquilosamiento en que se le tuvo y se le tiene?
2.
Itinerario
de
una locura
El proceso y el estilo de
elaboración y expresión de Arte de
navegar reflejan inexorablemente la compleja dinámica del proceso creador
de parte de su autor, en donde se evidencia la tormentosa interacción entre los
ámbitos de lo afectivo, lo racional y la energía vital.
Donde se convocan elementos
todos en pugna; del medio ambiente, del contexto histórico y del azar jugando
el rol de implacables compositores y directores de orquesta que al mismo tiempo
que ejecutar la partitura la van destruyendo, que al mismo tiempo que edificar
la obra maestra la van dinamitando.
Tan es así que quizá con el
mismo derecho a titularse como se titula, más propia y honestamente debería
llamarse “Arte de naufragar”... como
que fue, real y magistralmente a la vez, el preludio y el réquiem y auto
responso perfectos para el suicidio de Juan, como realmente aconteció.
Y así como hay testimonios
innegables de la genialidad de su autor –con aciertos que hemos tratado de
señalar en estas páginas–, es doloroso comprobar también que hay pruebas de la
pérdida del sentido, del vértigo y desquiciamiento de que él fue siendo víctima
cada día.
3.
Queriendo
hacer
escarnio
Y la razón es que fue un
hombre que se consustanció hasta arder, consumirse y explosionar con la poesía,
con la que sostenía una relación ígnea, que no podía ser sino fuego al rojo
vivo e incendio inabarcable.
Él todo lo miraba a través
de esas llamas u hogueras que alzaba con un delirio implacable. La poesía fue
su destino, su martirio y su inmolación, habitando en ella como en su propia
casa.
Al punto que en su obra hay
momentos en que se burla del lector, en que es caprichoso y hasta juega a
hacernos perder en su laberinto.
Hay otros instantes en que
se le siente pedante, soberbio y autosuficiente:
Eternidad exacta para armar
un pito.
En otros pasajes cambia de
ritmo, golpea con algo insólito, como cuando tiraba la bandeja de escabeches a
la mesa donde conversaban otros amigos; ensayando un paso inusitado, queriendo
hacer escarnio, sorna y expiación.
Otras veces quiere ostentar
y hasta rompe las patas de la mesa o la silla en que el lector revisa anonadado
sus versos, destrozando bruscamente para el efecto un esquema rítmico.
4.
El mar
que
lo obsede
Hay, en Arte de navegar, chanza, bellaquería,
crueldad; así como poemas de un sentido poderoso y acrisolado. Y otros
absolutamente sin sentido. O, más aún, poemas sintomáticos de un desequilibrio
y de un desmoronamiento anímico; poemas incoherentes e insensatos.
Pura acumulación de
enunciados sin lógica, como cuando un demente junta latas, cartones, retazos de
tela, vestigios del mundo, e intenta jugando a solas hacernos perder la
paciencia, prueba de la turbación y del
horror en que ya ha caído, y es que:
Es un hombre hastiado de
soportar el mundo.
Hay poemas que dan círculos
concéntricos sobre sí mismos, repetitivos, pavorosos por el mareo, la oquedad y
la sensación de derrumbamiento que producen, como si toda el agua del océano
hubiera caído en un remolino.
Lo que de allí se recoge es
sensorialmente apabullante y absurdo. El libro, en cierto momento, es el propio
infierno de Juan. La tierra monda, arrasada y yerma que él tanto invoca.
¡Y atrozmente quieta! ¡Es
el hastío! El paisaje de ruinas, neblinoso y desértico, con la sequedad donde
la respiración es dura y a la vez agitada. Polvo derruido, síntesis de ruinas;
estableciendo la relación con el mar que lo obsede, de esta manera:
Quien se ahoga en un océano
se despierta en un
desierto.
5.
Sacra
ceniza
Juan va nombrando los
asuntos con indolencia y desidia, como si ya nada le importara. Dice en
“Portrait of a Blind Poet”:
En el lucro de la umbría –venático río de oro:
Nave sin ojos, oh Noche, diamante signado al origen–
Ebrios labios de pórfido en una estatua inútil,
Crecer fardos de liquen plateado: bruma insigne.
Y del reposo que, tremante, calcina al Abismo–
Inerte fuego, los designios– canta el polvo hirsuto.
Descanso terrenal, huesos hurgados por el Tiempo;
Párpados sin retorno, ardidos, numerosa joya de mundo
¿Qué alegría horada insensiblemente ojos desnudos?
¿Qué brillo eleve, ahora cóncavo, el festín horrendo?
Sólo hastío de mármol fatiga, coronado, vano Ritual
Donde patio sonoro –mediodía negro– ofende el júbilo,
Tras fronda de neblí. Ojos de oro de un pliego azul;
Sacra ceniza, árido en
ebrio abismo, el mago pútrido.
6.
Obcecación
del
espíritu
Y en “Confesión de Mencio”,
y en otros poemas, se repiten como en una máquina enloquecida verso tras verso,
como si fuesen los barrotes de una cárcel inicua, estos sones:
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ruidos y silencios.
Obcecación del espíritu pudriéndose hacia adentro
Lamentaciones que ahora escuchas disipándose
Lamentaciones en medio de un cuarto cerrado
Gritos pétreos retumbando en una mente sellada.
Ya sin nadie que remueva un rastro en la vida
La repercusión de sonidos emitidos por nadie
El camino de las palabras que nada nombran
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ritmos y silencios.
Obcecación del espíritu muriéndose hacia adentro
Pensamientos en medio de un cuarto cerrado
Gritos muertos retumbando en una mente estropeada.
La vida es como el parloteo de un enajenado
El camino de las palabras que nada nombran
Pensamientos en medio de una mente estropeada
Obcecación del espíritu...
7.
El mundo
cayendo
¡Y tú, Arthur Rimbaud, que
has llegado hasta donde él yace inerte, no estás eximido de culpa en esta
catástrofe! ¡Tanto habíamos repetido este fragmento tuyo!:
El poeta se hace vidente
por medio de un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos. Busca
todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; exprime en él todos sus
venenos, para no guardar sino su quintaesencia. Inefable tortura, en que
necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana en que se vuelve entre todos el
gran doliente, el gran criminal, el gran maldito... Imagínense un hombre
injertándose y cultivándose verrugas en la cara. Digo que es preciso ser
vidente, hacerse vidente.
El libro mismo, Arte de navegar, en su proceso como
escritura, es la quiebra de sentido, es el absurdo y el caos, en donde el
lenguaje deja de tener cuerpo orgánico y se torna delirio; deja lo que salva y
redime y –quizá como en la mente de Juan–sólo se vuelve conflagración y abismo
de las cosas, de los seres, y al final el vacío. En él se confronta al lector
con la atroz ruptura, con el mundo cayendo en la aberración y la quimera.
Arte de navegar es, también, el itinerario de una locura, siempre con majestad y
tragicismo, como la de Friedrich Nietzsche, y también con vehemencia y
conmiseración, como la de Vicent Van Gogh.
8.
Hacia la esquina
fatídica
Y ya para finalizar, quiero
celebrar el hecho muy significativo de haber sido jóvenes estudiantes de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos quienes han mantenido siempre viva y
presente su memoria.
Pues al final fue el
claustro de esa universidad el lar que lo cobijara, ¡que nos cobijara!
Y fueron sus aulas,
corredores y patios, ¡y el soplo del espíritu que en ellos mora!, aquello que
alentó su gran poesía.
Fue, además, el San Marcos
de la década del 60, que enalteció la bandera del pueblo, del Perú irredento,
de la aspiración de un orden social con justicia y dignidad.
Quien fuera la que le dio
siquiera un grumo de esperanzas, ¡todo lo que su alma podía soportar!
En San Marcos consolida su
vida y su obra poética y horas antes de morir estuvo en su campus.
En realidad, desde San
Marcos enrumbó hacia la esquina fatídica de la cuadra 23 de la Av. Arequipa en
donde se inmolara, una madrugada neblinosa y estupefacta del 11 de noviembre
del año 1974.
9.
Mi emoción
atribulada
Y, de otro lado, el hecho
también significativo de que hayan sido estudiantes de la Pontificia
Universidad Católica del Perú quienes impulsaran la edición de su obra póstuma,
Arte de navegar.
Estos hechos nos
testimonian en concreto una clave de la trascendencia de su obra, que hace esta
parábola de unión y enlace entre las dos principales casas de estudios
superiores y de consagración al espíritu en nuestro país.
Arco tendido también con la
vida que renace en el corazón de la juventud que discierne entre lo estéril y
lo vivo, reivindicando para la cultura humana la trayectoria y el mensaje de
Juan Ojeda.
En homenaje a todo ello
pongo el ramo de rosas que llevábamos con Juan ¡a no sabemos quién! en el
cementerio de Surco, donde gustábamos pasear.
A esos esfuerzos generosos
me adhiero, entregando este modesto y fervoroso aporte espiritual, con mi
emoción atribulada por la añoranza.
Y así como Juan era
candoroso en el amor –pues le hacía vibrar el amor núbil, ingenuo y virginal–,
así creo que son las alas de la esperanza que él avizorara como rasgo final de
su obra memorable.
10.
Hacia
los
montes fértiles
Este hecho que se grafica
en el orden que ocupa en la obra el poema “Elogio de la Infancia”.
En esto Ojeda quiso seguir
la pauta del Dante, quien inicia la Divina Comedia con el Infierno y concluye
con la redención y la aspiración de una vita
nuova, que en el caso de Juan es representada por la infancia de una nueva
humanidad.
“Elogio de la Infancia” es,
en el fondo, un poema de fe, de promisión, y un llamado a la acción
revolucionaria. A que busquemos las raíces del bien y fundemos una nueva tierra
y una nueva historia: la tierra del anhelo, la infancia del mundo, el día en
que desayunemos todos de César Vallejo, la morada del bien a la que todos
estamos convocados, al decir:
¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha
la humana muchedumbre, se insinúan
los tiempos de un orden nuevo!
Porque la tierra, niño, te cobijará
en sus dones eternos, porque ya se avecina
la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas.
Luego caminemos hacia los
montes fértiles!
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