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UN POEMA DE HERNÁNDEZ
CON (INTENSO) SABOR VALLEJIANO
Escribe Ángel Gavidia Ruiz
El poema se
titula “Me sobra el corazón” y dice: Hoy estoy sin saber yo no sé
cómo,/ hoy estoy para penas solamente,/ hoy no tengo amistad,/ hoy solo tengo
ansias/ de arrancarme de cuajo el corazón/ y ponerlo debajo de un zapato.// Hoy
reverdece aquella espina seca,/ hoy es día de llantos de mi reino,/ hoy
descarga en mi pecho el desaliento/ plomo desalentado.// No puedo con mi estrella./ Y me busco la muerte por las manos/
mirando con cariño las navajas,/ y recuerdo aquel hacha compañera,/ y pienso en
los más altos campanarios/ para un salto mortal serenamente.// Si no fuera ¿por
qué?... no sé por qué,/ mi corazón escribiría una postrera carta,/ una carta
que llevo allí metida,/ haría un tintero de mi corazón,/ una fuente de sílabas,
de adioses y relatos,/ y ahí te quedas,
al mundo le diría.// Yo nací en mala luna./ Tengo la pena de una sola pena/ que
vale más que toda la alegría.// Un amor me ha dejado con los brazos caídos/ y
no puedo tenderlos hacia más./ ¿No veis
mi boca qué desengañada,/ qué inconformes mis ojos.// Cuánto más me contemplo
más me aflijo:/ cortar este dolor ¿con qué tijeras?// Ayer, mañana, hoy/
padeciendo por todo/ mi corazón, pecera melancólica,/ penal de ruiseñores
moribundos.// Me sobra corazón.// Hoy descorazonarme,/ yo el más corazonado de
los hombres,/ y por el más, también el más amargo.// No sé por qué, no sé por
qué ni cómo/ me perdono la vida cada día (1).
Este es el poema, que al escucharlo,
porque así fue la primera vez que llegó a mí, me dejó un intenso sabor a Vallejo. Sin embargo,
reflexionando, no tiene un estilo, digamos, notoriamente vallejiano; aun cuando
hay algunas palabras que anidan en la poesía del santiaguino con relativa
frecuencia: Corazón, zapato, esas
interrogantes: no sé por qué, “yo no sé”,
dolor, “yo nací”, tintero, muerte. Y, claro, ese dolor en esencia, ese
sufrimiento tan vallejiano y esa consistente porción de ternura a pesar de todo.
Corazón es
una palabra, en general, grata para los
poetas (y hasta me atrevería a decir que ellos lo hicieron fábrica de lo más humanos sentimientos). Quizá por
eso Vallejo en Los
heraldos negros imagina en un poema
a su corazón como horno para elaborar pedacitos de pan fresco para
repartir a todos (2), y ve también, su corazón, humildemente, como un niño, yendo por un camino (blanco y curvo) a pie
(3). Y sospecha que Dios, que como un
enamorado es bueno y triste, debe dolerle mucho el corazón (4). Y, claro, santiaguino como es, habla, en “Poemas humanos” de una dulzura
“corazona”, adjetivo, este, frecuente en
el habla de su tierra (5,6).
Yo nací en
mala luna dice el poeta de Orihuela (1). Yo nací un día que Dios estuvo enfermo
dice el poeta de Santiago de Chuco (7).
La
intensidad del dolor que trasunta el autor de Perito en lunas me traslada a “ Voy a hablar de la esperanza”, de
Poemas en prosa de Vallejo: Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como
artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera (…) Hoy sufro desde más
abajo. Hoy sufro solamente. (…) Si
hubiera muerto mi novia, mi dolor sería
igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si
la vida fuese, en fin, de otro modo, mi
dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente (8).
La muerte también es aludida por Vallejo reiterativamente a lo largo de
toda su obra poética.
No tengo información de un encuentro entre César Vallejo y Miguel
Hernández aunque es muy posible que se haya dado y hasta que se hayan leído mutuamente
(Antonio Moreno Ayora dice que debieron conocerse a finales de 1936). No hay
duda, sin embargo, de la gran amistad de Hernández con Neruda. En “Llamo a los
poetas”, poema del El hombre acecha, libro escrito entre 1937- 1938, dedicado al chileno, enumera a un grupo extenso de poetas: Neruda, Aleixander, Alberti, Machado, Juan Ramón, León Felipe, Lorca. Etc.;
pero no está Vallejo. “Me sobre el
corazón” fue escrito entre 1935 y 1936.
Por otra parte, aun cuando César Vallejo
era 18 años mayor que Miguel Hernández,
tiene con él cosas comunes: La infancia y adolescencia pueblerina del poeta
peruano transcurrió en una ciudad serrana de gran influencia española y
fuertemente vinculada a la vida rural, a la naturaleza. Esto explica sus versos
poblados de alfalfares, cebadales, álamos, bueyes, viejos pastores, en fin de frases como “balarán mis versos en
tu predio”, en especial en su primer libro, Los heraldos negros; también Vallejo sufrió carcelería ( Y otro dijo:/ -El momento más grave de mi
vida fue en una cárcel del Perú ) (8) y, finalmente, terminó militando en el bando de los
partidarios de la República española y tomando parte de la guerra civil ( si la
madre/ España cae –digo, es un decir-/ salid
niños del mundo; id a buscarla!...)(9). Pero lo más saltante de ambas obras
es el dolor que las inunda. Dolor que no es dolor de un solo hombre, es el dolor de la especie, frente al que no cabría,
sino, repetir los versos de “A la noche” del enorme Salvatore
Quasimodo: De tu matriz/ emerjo
desmemoriado/ y lloro // (…) Tu primer hombre/ no sabe, pero sufre. (10).
Nada más.