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LA POLÍTICA:
TRIBULACIONES DE UN ELECTOR
DESCONCERTADO
Escribe Ángel Gavidia Ruiz
Existe casi un consenso en señalar que el más grave error de Mario Vargas Llosa en la campaña política del 90 fue decir que, tan pronto se haría cargo de la Presidencia de la República, daría un shock. El nobel se había preparado para ello. Es decir había pensado en instituciones y fórmulas con miras a atenuar el sufrimiento de los peruanos más pobres ante esta medida extrema; pero frente a la cual, al parecer, no había alternativa: teníamos la inflación más alta del mundo, se subsidiaba productos indiscriminadamente beneficiando tanto o más a quienes podían comprar sin ayuda del estado, se habían vaciado las reservas y el crédito internacional nos había cerrado todos sus caños. La economía, distorsionada al máximo, hacía, para economistas ortodoxos, inevitable un ajuste, de veras, ciclópeo. La historia es conocida, Vargas Llosa perdió las elecciones que fueron ganadas por quién prometió soluciones distintas al shock, el mismo que tuvo que dar al poco tiempo de tomar el poder, con el agravante de la irresponsable improvisación con la cual había llegado a él. El shock, entonces, se sintió con toda su terrible dureza con el consiguiente correlato de desocupación, desnutrición, migración y muerte entre otras tragedias.
Este ejemplo ilustra la principal característica de la política peruana: su viejo pleito con la verdad. Sin embargo, hipócrita o cazurramente, nuestros políticos exigen “transparencia” a sus adversarios. Y cuando estos acceden a esa solicitud, les cae el mundo encima. El ministro del interior, hace poco, dijo lo que todos conocemos: que la delincuencia es un fenómeno que viene de atrás, que es multifactorial, pero que tiene su fuente más importante en la desintegración familiar , dijo también que combatirlo es un proceso que toma su tiempo y que la derrota de la delincuencia no será inmediata. Bastó para que los analistas políticos se regodearan apaleando al iluso doctor Albán.
Manifestaban que estas declaraciones (para mí, verdades obvias), son impropias en la boca de un funcionario de su investidura, que significan reconocer una derrota y mucho más. Me pregunto, qué hubieran dicho del célebre discurso de Winston Churchill, a la sazón primer ministro de Inglaterra en horas cruciales: “No tengo más que ofrecer que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. ¡Lo hubieran defenestrado irremediablemente!
Desde Platón y quizás más atrás, la política tiene como razón de ser la búsqueda del bien común. Ese es su Norte. En jerga biomédica, ese es el quimiotropismo positivo que lo guía. Una dirección distinta lo hiere de muerte o lo mata por inanición. Como las tortugas marinas. Ellas nacen en la playa. Tan pronto eclosionan los huevos las recién nacidas deben correr al mar, que (al contrario de Manrique) es, para ellas, la vida. Algunas, en su intento, son atrapadas por los depredadores y no llegan, pero otras por una avería en su sentido de orientación corren en sentido contrario…
Hacer política, decía Rudolf Virchow, médico y político alemán del siglo XIX, es hacer salud en basta escala. Y esta búsqueda del bien común supone enfrentamientos con grupos que lucran justamente por estar afincados en el lado contrario, el del bien particular y, con frecuencia, mezquino y abusivo. El transporte limeño (y trujillano), por ejemplo. Antanas Mockus, el exitoso ex alcalde de Bogotá, sostenía que el problema del transporte era un problema de autoestima. Quiere decir, entonces, que diariamente, la autoestima de millones de peruanos vuelve a ser maltratada por la anomia y el caos. La depredación del mar es otro buen ejemplo en donde el poder político tiene que contener al enorme poder económico de los empresarios pesqueros (con todos los medios de presión que estos possen) en su pretensión de seguir pescando sin importar el delicado equilibrio que impone una extracción racional del recurso marino. Quiero decir con esto que ejercer la política no es fácil. Desgraciadamente para hacer tortillas se deben romper huevos. Esa es la razón porqué algunos “políticos” pusilánimes u oportunistas evaden la solución de los problemas y estos se van embalsando hasta explotarnos en la cara como sucede ahora con la delincuencia, pero también con la deplorable educación.
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Este ejemplo ilustra la principal característica de la política peruana: su viejo pleito con la verdad. Sin embargo, hipócrita o cazurramente, nuestros políticos exigen “transparencia” a sus adversarios. Y cuando estos acceden a esa solicitud, les cae el mundo encima. El ministro del interior, hace poco, dijo lo que todos conocemos: que la delincuencia es un fenómeno que viene de atrás, que es multifactorial, pero que tiene su fuente más importante en la desintegración familiar , dijo también que combatirlo es un proceso que toma su tiempo y que la derrota de la delincuencia no será inmediata. Bastó para que los analistas políticos se regodearan apaleando al iluso doctor Albán.
Manifestaban que estas declaraciones (para mí, verdades obvias), son impropias en la boca de un funcionario de su investidura, que significan reconocer una derrota y mucho más. Me pregunto, qué hubieran dicho del célebre discurso de Winston Churchill, a la sazón primer ministro de Inglaterra en horas cruciales: “No tengo más que ofrecer que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. ¡Lo hubieran defenestrado irremediablemente!
Desde Platón y quizás más atrás, la política tiene como razón de ser la búsqueda del bien común. Ese es su Norte. En jerga biomédica, ese es el quimiotropismo positivo que lo guía. Una dirección distinta lo hiere de muerte o lo mata por inanición. Como las tortugas marinas. Ellas nacen en la playa. Tan pronto eclosionan los huevos las recién nacidas deben correr al mar, que (al contrario de Manrique) es, para ellas, la vida. Algunas, en su intento, son atrapadas por los depredadores y no llegan, pero otras por una avería en su sentido de orientación corren en sentido contrario…
Hacer política, decía Rudolf Virchow, médico y político alemán del siglo XIX, es hacer salud en basta escala. Y esta búsqueda del bien común supone enfrentamientos con grupos que lucran justamente por estar afincados en el lado contrario, el del bien particular y, con frecuencia, mezquino y abusivo. El transporte limeño (y trujillano), por ejemplo. Antanas Mockus, el exitoso ex alcalde de Bogotá, sostenía que el problema del transporte era un problema de autoestima. Quiere decir, entonces, que diariamente, la autoestima de millones de peruanos vuelve a ser maltratada por la anomia y el caos. La depredación del mar es otro buen ejemplo en donde el poder político tiene que contener al enorme poder económico de los empresarios pesqueros (con todos los medios de presión que estos possen) en su pretensión de seguir pescando sin importar el delicado equilibrio que impone una extracción racional del recurso marino. Quiero decir con esto que ejercer la política no es fácil. Desgraciadamente para hacer tortillas se deben romper huevos. Esa es la razón porqué algunos “políticos” pusilánimes u oportunistas evaden la solución de los problemas y estos se van embalsando hasta explotarnos en la cara como sucede ahora con la delincuencia, pero también con la deplorable educación.
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