Danilo Sánchez Lihón
1.
El
día sábado 28 de mayo del año 2017 en la Iglesia Matriz de Santiago de
Chuco, pueblo en el cual nació el poeta universal César Vallejo, situado
en la serranía al norte del Perú, en Sudamérica, mientras esperábamos
que empiece una misa de ofrenda en el marco del XVIII Encuentro
Internacional Capulí, Vallejo y su Tierra, delante de la efigie del
Apóstol Santiago el Mayor, que nos contemplaba con los ojos llorosos y
enternecidos de gratitud desde su trono de oro en el Altar Mayor, por la
presencia de las delegaciones internacionales asistentes.
Pero
muy especialmente por la presencia de la delegación de Taiwán en el 18
Capulí, compuesta por seis poetas bajo la conducción del poeta Lee Kuei-shien, quienes habían viajando
diez mil millas alrededor del mundo, a fin de estar presentes, el poeta
Lee al frente de su delegación, y atendiendo a mis preguntas nos
explicaba a primera hora de la mañana la historia de Taiwán de las
últimas décadas y centurias, bajo la mirada atenta de toda la
concurrencia.
Tiene
significación esta clase de historia de Taiwán, porque se daba en el
atrio de un templo católico aldeano, es decir en un lugar sagrado, y
frente a la imagen del Apóstol Santiago peregrino, de báculo y bastón,
símbolo de la hispanidad triunfante, de lo que es la expansión de la fe
cristiana, de la palabra como compromiso con Dios, y con el hombre, de
redención y salvación de las almas, y mientras aún no empezaba la
ceremonia religiosa.
2.
Yo
preguntaba a Nuria, quien habla dulcemente el idioma español, quien
traducía mis preguntas, y el poeta Lee, con su rostro sereno y asombrado
el mismo tiempo, nos explicaba algo que cada vez nos conmovía más y más
porque la historia de su país venía asociada a recuerdos de su infancia
y de su pueblo natal. El sol de afuera en ese amanecer ya se pintaba en
los altos ventanales. En el frío de las bancas se sentía el lento paso
de las horas. Hasta que ingresó el sacerdote y su séquito de acólitos
con sus trajes ceremoniales y se detuvo la conversación.
Pero
allí pude escuchar a grandes rasgos, y en prosa didáctica, lo que ahora
yo leo en poesía en la obra: “Voces desde Taiwán”, Antología de poesía
taiwanesa contemporánea, edición trilingüe: español, mandarín e inglés,
compilada precisamente por Lee Kuei-shien, obra suya que comentamos en
esta oportunidad, traducida por Khédija Gadhoum y editada por Cuadernos
del Laberinto en Madrid, en su colección: Anaquel de Poesía. Obra en la
cual se han escogido a 19 poetas, de los cuales 12 son varones y 7 son
mujeres. Pero, ¿por qué no redondear –digo yo– y poner un número
completo, como es 20? Creo que para constar que hay alguien que falta;
que hay una silla vacía en el banquete pascual de la poesía, que alguien
aún no ha llegado a la mesa familiar, que hay el hueco de un ausente. Y
eso es bueno considerarlo y hacerlo notar.
3.
Los poetas seleccionados son: Lee Kuei‐shien, Lin Wu‐hsien, Chuang Chin‐kuo, Mo Yu, Kuo Cheng‐Yi, Tsai Jing‐jung, Catherine Yen, Li Yu‐fang, Lin Lu, Jeff Tân Chhiu Pek, Yang Chi‐chu, Tu Miao‐yi, Chen Hsiu‐chen, Tân‐īn, Lin Sheng‐bin, Hsieh Pi‐hsiu, Chen Ming‐keh, Lee Chang‐hsien, y Chang Te‐pen. Y he aquí el primero de los poemas:
LA ISLA DE TAIWÁN
Emerges como una isla
desde las olas del blanco satinado.
El espeso bosque de cabello negro a la deriva
se aleja añorando nostalgias
de nívea y suave arenas
de una playa surcada por besos de caracoles.
A vista de pájaro contemplo, desde el cielo,
la belleza de tu seductora textura;
y como un sediento voy aterrizando sobre tu cuerpo.
Eres una sirena en el océano Pacífico,
el vestigio de mi eterna tierra.
4.
Ahora
bien, no hay nada que represente mejor a una cultura como es una buena
muestra de su propia poesía, de aquella que mejor ha pergeñado y más
siente dicho pueblo; y mucho mejor si se tiene el acierto de haber
seleccionado bien, como en este caso, no solo poemas de calidad, sino
aquellos que precisamente nos muestran la esencia de dicha cultura. Y
esto, a veces, en un mínimo detalle; en unas hojas sueltas que arranca
de los árboles el otoño y que echa a volar el viento, y que pese a ser
hojas portan claves de las entrañas del árbol de la vida que advierte
sus más íntimos temblores, impulsos y rubores, como en el siguiente
caso:
MENSAJE DE OTOÑO
El otoño está escribiendo cartas,
y las hojas, en su caída, le sirven de papel.
El viento las traslada,
pero es un portador muy descuidado
y en cada parada
arroja el correo.
Alguna carta cae encima de la ardilla,
alguna carta cae encima de la rana.
E incluso, los gansos se llevan algunas.
En el estanque, entre arbustos, en todas partes
vemos el mensaje del otoño:
“Apúrense, animales, prepárense para el invierno.”
LIN WU-HSIEN
Y
es que Taiwán, país al cual más propiamente deberíamos reconocerlo como
la Isla de Formosa, está hecho para el arte, puesto que ya en su nombre
lo conlleva, puesto que en portugués quiere decir Isla hermosa, como es
su denominación original. Y siendo hermosa entonces nada es más
propicio e inherente a su ser que la poesía si es que queremos regresar a
lo básico de los conceptos. Porque la poesía es la que se ocupa de la
belleza, como de todo lo que hay de encanto, de ensueño y embeleso.
5.
En
la poesía antologada el primer rasgo que sobresale y que quisiéramos
destacar es la oralidad; es que predomina el sonido sobre lo visual, el
habla más que la imagen, el oído, más que la vista, la oreja más que el
ojo. O, dicho de otro modo, entre los elementos fundamentales de la
poesía, el lenguaje como ritmo, compás y acentos, como respiración. El
lenguaje como conversación, materia sonora y voz.
Y
es que la poesía es oída, es más compás y es melodía. Son tambores en
la sangre, en el día y en la noche; son badajos de campana que sin
comprenderlas por su tañido nos convocan. Y es que en el alma de su
gente pareciera que lo que más ha calado es el sonido del mar. Por eso
es poesía oral, hablada. Es voz que se dice, que se confiesa, que se
susurra. O más aún: conversada, dicha al oído, susurrada, donde
predomina lo bucal, el diafragma humano. Donde todo se dice, no se
compone ni estructura, sino que se erige libre en las alas de aquello
que se canta.
El
mismo título del libro alude al sonido, contenido que se vincula al
oído, cual es “voces”. Es decir, la apelación más grande y notoria es a
lo sonoro de la palabra, y del lenguaje. En el término “Voces” también
está el drama de las lenguas nativas y el desafío de asumir las lenguas
modernas para mejor comunicarnos.
6.
ESCUCHANDO EL MAR
Siempre he amado el sonido del mar,
y lo buscaba en mis viajes alrededor del mundo:
en distintas costas, ríos y lagos.
Pero a la que amo sobre las demás es a la costa de Tamsui
donde miles de acacias taiwanesas respiran juntas.
Cuando se desdibuja el sol, o cuando la luz de luna atenúe
bajo la indistinta lluvia, o los rayos del triste sol,
toda mi intención es escuchar el mar,
mirar las acacias disfrazándose de mar,
agarradas a miles de manos que ansían bailar.
Vehemente al resonar, noble al gorjear,
el mar apuesta por estados de ánimo y latidos.
Cuando, a orillas del Tamsui, venga el silencio sobre mí,
volveré a palpar los gélidos sonidos del mar.
7.
La
principal significación de este título es que recae en aquello que es
el lenguaje. Y en adoptar la poesía como atalaya, ventana o tabla de
navegación en el mar ora proceloso, ora liberador de la palabra hecha
compromiso como impone serlo la poesía. Recae en la voz humana que es
mucho más que la palabra, porque la palabra solo es parte de la voz. Y
no es lo esencial de ella. La voz queda más al fondo, o más adentro, o
más abajo o detrás de todo, voy que no se impone por ser altisonante
sino porque se hace leve, como cuando se posee la gentileza asiática del
medio tono, y del hablar al oído, y en tono dulce.
Por
eso esta es poesía sosegada, reflexiva, que refleja que saben oír. Y es
porque cabe presentir que la mayoría de poetas aquí espigados tienen
como maestro al mar o a la mar. Donde el sentido predominante es el
oído, y el sentido kinestésico. De sentir el interior de sí mismos.
Voces desde Taiwán, que suena también a reclamo, porque voces son
protestas, reclamos y gritos, como son arrullos. Es aliento. Es la
palabra, pero insuflada de nuestro vaho y nuestros soplidos, empapada de
nuestro pulso y latido. Pero voces también tiene una connotación de
urgencia, de auxilio y hasta de puente de sonidos que trasponen de uno a
otro mundo. Voces, suena a reivindicación, son llamados en verdad
urgentes, porque casi siempre se usa este vocablo para lo que está en
otro plano, lejos, distante y reclama que se le escuche.
8.
Pero,
otra constante trascendental en este libro es la propia Isla de Taiwán
como tema, asunto y desvelo, siendo este el eje mayor, es la parte
esencial de esta nave, como el mástil mayor, sea que queramos estar más
cerca del agua, o sea que queramos volar hacia las estrellas.
Aspecto
que se menciona desde el título: Taiwán, donde se lo pone como
referente principal y por delante del sujeto directo, completamente
concreto e inapelable.
Donde Taiwán resulta imperativo, ineludible y en esta obra victorioso.
La
mentalidad de ser islas, de sentirse flotando en las aguas, de cómo
sentido de lo móvil y eterno, de lo permanente y efímero, de lo fugaz y
constante.
Sobresale el canto a la tierra natal.
Es una muestra de cómo cantan a su pueblo, y a su destino de país.
Se
siente que tienen a Taiwán como una lanza clavada en el pecho, o como
una flecha con la cual cada quien ha nacido incrustada en el alma.
9.
TAIWÁN NO ES UN NOMBRE
Taiwán no es un nombre
a quién tú invitas
y acude a tus señales.
Taiwán es mi madre.
Taiwán es un verbo
que laboriosamente creas
para que sincero se esmere.
Taiwán es mi madre.
Taiwán no es un adjetivo.
Si nombras a la República de China,
te contesta Taiwán.
Taiwán es mi madre.
Taiwán es una oración eterna;
una epístola del agradecido corazón.
Taiwán es mi madre.
TSAI JING-JUNG
10.
Taiwán
los desvela, los oprime, los hace suspirar. Y al final les da fuerzas
para buscar a su país en el más mínimo detalle; o cerca o lejos. O en el
mismo sitio, en donde estén parados, sentado e incluso durmiendo. Están
buscándolo con todo el espíritu alerta y atento, como si se les hubiera
perdido, o como si pese a tenerlo se les fuera a esfumar.
Queriendo
encontrarlo más al fondo, más adentro de donde está; contemplándolo de
cerca o de lejos, amándolo entrañablemente. O queriendo tenerlo de
múltiples maneras, como el Taiwán que edifican y construyen en esta
obra. Cantan a Taiwán. Se preocupan por él. Y es que cuando lo quieren
tener contra su pecho, encuentran que sus brazos están vacíos.
En
el último Capulí, eran los únicos que no tenían distintivo. Todos los
demás la portaban y la hacían flamear al viento. De allí que sea su
desvelo. Están inquietos por su esencia, pero más todavía: por su empeño
en resguardar sus costas, de vigilar sus orillas y de preguntarle a sus
olas.
En
todos, su preocupación es Taiwán, sea en el plano de lo ideal y
doctrinario, sea en el plano de lo social e histórico, sea en el plano
de lo eventual y cotidiano. Sea en el sentir y pensar simple o complejo,
sea en el acto inmediato, en lo proyectivo o utópico. Taiwán es su
herida, su vida y su muerte. Es la parte de su corazón que la tienen
abierta y sangrando. Pero de toda sangre derramada y caída en el suelo
es que la tierra se hace fecunda y nace la rosa verdadera.
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CONVOCATORIA