Danilo Sánchez Lihón
Introducción
En
esa precariedad de la naturaleza nació, felizmente amparado y protegido
de inmediato por lo mejor que tenemos en la vida: la madre. Pero ella
también lo abandonó muy pronto, cuando aún no había cumplido los ocho
años de edad, al morir de tifus exantemático, dejándolo huérfano y como
expósito en la vida. Este nacimiento y su infancia truncada, ilustra su
vida en donde tuvo que afrontar adversidades, debiendo trabajar desde
muy pequeño. Se debatía en esta situación cuando su progenitor le dice
un día: que a su edad también murió su padre, defendiendo al Perú en la
Guerra con Chile, que él de niño tuvo que mantener incluso a su abuela. Y
terminó diciéndole, confiesa él:
“Que
me fuera de casa en busca de mi sostenimiento. Aquella actitud de mi
padre me hirió profundamente. Esa mañana deambulé por las calles
atormentado y sumido en el desconcierto”.
Y
no encontró apoyo ni estímulo ni en Akora, en donde nació, ni en Puno,
adonde huyó. Y eso es muy grave, porque se puede caer en el cieno y en
el fango de a verdad, no de lluvia sino de vicio y de maldad para ya
nunca más levantarse. Porque lo difícil es que tu madre muera y estés
indefenso. Y lo terrible es que tu padre termine botándote de casa. Y lo
grandioso de esta vida es haberse erigido en luz y antorcha en la
educación del Perú de aquí para siempre.
1. Ante la expectativa
general
Tuvo
que trabajar desde niño y recibir el maltrato y discriminación por ser
hijo del pueblo: cobrizo, con los pómulos salientes y los labios
abultados, sin hogar ni padres que siquiera con su voz te defiendan,
porque no están contigo.
Él
por eso es producto de su empeño, de su esfuerzo y de su anhelo de
superación. Quizá lo grafique así el siguiente pasaje de su vida:
Luego
que ingresara a la Escuela Normal de Puno en 1928, con la nota mínima
de once, y después de muchos avatares, se festejó el Día del Árbol y
salió sorteado para hacer la composición alusiva y leerla en el acto
público.
Escribe
el texto que revisa y aprueba su profesor, don Julián Palacios. Lo
repasa una y otra vez y ensaya esmeradamente para decirlo en el
escenario, en la actuación de aquel día.
Ante
la expectativa general del público salió al frente, pero no pudo
articular palabra alguna. Lo intentó una y otra vez. Tenía un nudo en la
garganta y los nervios lo traicionaron. Y terminó bajando la
escalinata, sintiendo vergüenza y humillación, entre silbatinas y
abucheos del público en general.
2. Día
del Árbol
Este
hecho para la Escuela Normal fue un momento deshonroso y una afrenta.
Sus propios compañeros no terminaban de pifiarlo y hacer escarnio de su
ineptitud.
Se acercó uno de los profesores y sin cuidar que los demás lo oyeran, le dijo con dureza:
– No sirves para maestro. Un maestro tiene que hablar en público. Tendrás que retírate de la Escuela Normal.
A
partir de entonces no podía conciliar el sueño. Ese día se levantó a
media noche, en plena oscuridad, cundía el frío y el silencio. Y fue al
sitio donde habían ocurrido los sucesos.
Era
un amanecer lóbrego. El viento silbaba y todo le parecía amargo y
atroz. Pero en esa desolación y vastedad, en esa situación despiadada y
horrenda encontró al arbolito que había plantado con motivo de la
ceremonia de festejo y en homenaje por el Día del Árbol.
3. Su pulso
y su temblor
El
viento en esos momentos lo sacudía feroz e inclemente. Le pareció una
infamia que se lo hubiera indicado plantarlo en ese lugar frío y
desolado. Y pensó que la plantita en cualquier momento iba a ser
arrancada de cuajo y morir antes que la luz del alba se pintara en el
horizonte por efecto de la ventisca y de la helada.
No
fue así. La siguiente noche que se levantó a deambular por ese mismo
sitio el arbolito estaba en pie, luchando por sobrevivir y hacerse un
lugar en el mundo, no importando que él fuera un paraje cruel e
inclemente.
Y
cada noche se levantaba pensando que esa débil planta en la cual él
había puesto su temblor y su pulso al dejarla puesta en tierra, de
repente había fenecido entre tanto desamparo, alarido del cierzo, y
vendaval.
Pensaba
y temía en cada ventarrón que su arbolito ya estaría tumbado y yerto
hacia un costado, y si es posible no habría ni rastro de que hubiera
existido. Y no podía estarse tranquilo ni dormir, hasta levantarse,
verlo y estar a su lado. Era apenas un tallo y unas cuantas hojas
mustias y renegridas.
4. Como
nunca
Le
parecía increíble que estuviera y siguiera en pie, que hubiera
sobrevivido a la primera noche y a las siguientes, entre tanto viento
frígido y helada. Era menos que cualquier desecho mínimo y raquítico,
afrontando tremendo frío, oscuridad y abandono.
Sin
ninguna otra planta cerca que lo aliente ni menos cobije; sin madre que
lo abrigue igual que él en el mundo; ¡solo! ¡Sin nada ni nadie! Sin
embargo, y en gran medida, él era responsable de que esa plantita
estuviera allí. ¡Y ella luchaba! ¿No era un mensaje dirigido a su propia
vida?
Acercó
su mano, lo acarició y abrazó diciéndole que por él juraba, a partir de
ese instante, superar su miedo de hablar en público; y le prometió
hacerse un orador de multitudes. Y esbozó estas palabras que apenas las
susurró en el viento frío:
– ¡Niños! ¡Niños! El Perú es un país hermoso, que debemos descubrir, rescatar y amar con toda nuestra alma.
Pero
luego las mismas palabras las pronunció de pie, en el escenario vacío
que había sido su humillación y su vergüenza, aplomado como nunca, pero
en plena oscuridad y silencio.
5. Aprendió
a elevar su voz
Sintió que su voz era cálida, que resonaba bien en esa oscuridad, en esa soledad y en ese vacío.
Recién
allí sintió que su voz tenía profundidad, eco y matices escondidos.
Recién allí constató que su voz tenía compás, cadencia y entonación; que
se había hecho honda, densa y cálida.
Y
todas las noches empezó a salir y ensayar a hablar en público. Se
figuraba que allí estaba íntegro el auditorio de aquella vez en la cual
terminó fracasando.
Se
levantaba a medianoche y en el inmenso patio, teniendo como referente,
tribuna y cómplice la plantita que parecía atenderlo aquietando sus
hojas, practicó a decir su palabra en público. Aprendió a elevar su voz,
a dejar que sus ideas fluyeran libres en la ventisca y en la helada.
Y todos sus ensayos terminaban diciendo:
– ¡Niños! ¡Niños! El Perú es un país hermoso, que debemos descubrir, rescatar y amar con toda nuestra alma.
6. Un silencio
absoluto
Y
cada noche que salía a practicar oratoria en ese campo eriazo al lado
del arbusto que cada día cobraba mayor robustez, le sorprendía que el
árbol cada día estuviera más fuerte y hasta más alto.
Y tuviera más hojas. Y esto lo alentaba a ensayar y a ejercitarse en el arte de la oratoria.
Para
el Día de Aniversario de la Escuela Normal, el animador de la
ceremonia, matizando el programa oficial, preguntó si alguien quería
expresar algún saludo o decir algunas palabras alusivas a la fecha.
Él
se puso de pie, con el asombro de sus compañeros y profesores,
presentes en la anterior vez. Y salió al escenario. Se produjo un
silencio absoluto. No creían en lo que veían y escuchaban.
Un
aplomo, una voz resonante, expresiones precisas y cabales. Y una
estructura de ideas extraordinariamente bien proclamadas por aquel joven
que había sido abucheado semanas antes, siendo aquella vez objeto de
burlas, insultos y mofas.
7. Un público
fervoroso
En
cambio, esta vez era ovacionado con entusiasmo y su profesor Julián
Palacios y algunos de sus compañeros, aplaudiendo efusivos, se ponían de
pie.
Miles
de discursos se sucedieron después. Por el modo de impactar con su
oratoria de multitudes. Incluso fue calificado por un periódico de Puno
como el Víctor Raúl Haya de la Torre del Sur del Perú.
Y
en el auditorio del Instituto Pedagógico de México después de la
sustentación de su conferencia fue aplaudido durante 180 segundos, tres
minutos, por un público enfervorizado.
El
prestigio que había ganado irradió tanto que cuando el gran historiador
Jorge Basadre asumió la cartera de educación lo hizo llamar para que,
viniendo desde su provincia, en el año 1958, se hiciera cargo de la
dirección técnica de la Educación Primaria, a nivel nacional.
Este
es un pasaje de la vida del maestro José Portugal Catacora, quien
surgió desde el abandono y es ejemplo de resiliencia, quien, siendo un
niño ya integrado a los desadaptados y a las bandas de pájaros fruteros,
sin padre ni madre que lo protegieran, se hizo Amauta del Perú eterno.
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CONVOCATORIA