Danilo Sánchez Lihón
Homenaje a don Manuel Vásquez Olivares
con quién nos juntábamos a recordar
este y otros caminos de Santiago de Chuco.
1. Ululan
soñolientos
En
octubre solemos ir a Pasabalda porque es fiesta en el fundo que fue de
la familia de mi padre y que perdieron cuando murió mi abuelo, pero
donde quedan diseminadas otras casas haciendas de mis tíos abuelos, y de
otros familiares.
Acostumbramos
ir a la casa de mi tío Manuel José, que tiene un patio empedrado que
parece una plaza adonde entra directamente el camino bordeado de
naranjos en flor, con pabellones de puertas parejas que dan a aquel
patio donde hay una fila de álamos con un inmenso ciprés al centro bajo
el cual se esconde entre el ramaje un pozo de agua que es un manantial.
A
esos árboles vienen de noche los tucos a entonar su canto lastimero,
que ni los candiles ni las voces ni los acordes de las guitarras logran
espantar; ni siquiera los cascabeles de los danzantes que zapatean
delante de la capilla. Ni tampoco los espantan los cohetes que a ratos
se revientan no para que se vayan sino para alegrarnos nosotros.
– Tucuuuuuú, tucuuuuuú. –Ululan soñolientos.
2. fucsia
y escarlata
Pero
el camino al fundo de Pasabalda en verdad es recreado cada noche en la
sobremesa y en la conversación familiar de nuestra casa donde mi padre
evoca pasajes que ya lo sabemos de memoria pero que le pedimos
suplicantes que nos lo vuelva a contar:
Así,
de cómo una tarde se erigió la gallina negra y lanzó al aire un
estruendoso quiquiriquí, hecho que es de mal agüero, y que fue justo
para que en ese camino se asustara el caballo en donde venía montado el
muchacho que ayudaba en el cuidado de la hacienda.
El
corcoveo lo arrojó por los suelos, pero quedó uno de sus pies ensartado
en el estribo desde donde fue arrastrado por entre las piedras muriendo
por los golpes recibidos en la cabeza.
O
cuando mi padre trata de explicar por qué y cuál es la razón de que las
mujeres del campo usen sus trajes de bayeta de colores estallantes,
como el anaranjado, el grosella, el rojo escarlata o el amarillo limón.
Y
cuenta entonces que viniendo en plena neblina por ese mismo camino solo
pudo ver en toda la tarde a la otra banda del río la falda de una mujer
que arreaba su ganado al redil, porque su falda era fucsia y mostaza.
3. Atrás
nada
O
cuando en ese mismo camino aparecía en sus relatos que lo siguió el
alma de la tía Dorila que ya muerta lo siguió desde su casa que queda al
inicio de las lajas hasta el bosque de molles en donde desapareció.
Camino
adusto, atroz, amargo, que yo lo recuerdo hasta con las brisas y los
aromas que tiene. Camino en el cual uno no sabe si las personas que uno
encuentra en el trayecto son seres vivos con aliento o solo almas y
fantasmas que penan.
Porque
siempre pasan envuelta la cara. Y siempre en mis insomnios me pregunto:
¿Por qué? ¿Será porque acaso corre allí el viento cargado de arenisca o
piedrecillas? O porque ya no tienen rostro y son solo de aire.
Porque,
con quienes nos encontramos apenas nos saludamos gangoseando, sin
averiguar más. Y en el saludo la respuesta nunca es clara, siendo
atentos, pero quedándonos la duda de quiénes eran, y qué nos dijimos.
Camino
que tiene una particularidad: hay sitios en donde se ve hacia abajo
todo el camino de adelante, y de atrás nada. O a la inversa, se ve todo
lo recorrido, pero hacia adelante nada.
4. ¿Qué
puede ser?
Siendo
la fiesta de Pasabalda en el patio de aquella casa bailan las
comparsas; y después se alzan los rezos y los cánticos. Y se sirve la
comida. Fiesta honda, estallante de alegría o insufrible de tristeza, en
la quebrada encajonada.
Porque
Pasabalda es una profunda cañada, con los cerros inhiestos a nuestras
espaldas, delante de nuestros ojos, y cercándonos a nuestros costados;
como si hubiéramos caído en una fosa y no hubiese hacia dónde huir.
Con
las llamas parpadeantes de los fogones en una y otra esquina, y bajo
una y otra pared. En donde se dan justamente los amores más hondos y
lacerantes, por la belleza increíble y por los adioses conmovedores.
Y
también se dan los miedos y las penas más lacerantes. Y eso ocurrió
conmigo siendo muy niño, que al despertar después de haber estado
jugando y haberme quedado dormido, resulté con la nariz que la tenía
hinchada como si tuviera una picazón. ¿Qué puede ser? ¿Qué es? Se
dijeron mis padres.
5. El río
con sus tumbos
– Puede ser uta. –Fue una de las respuestas–. ¡Uta!
Y
es que Pasabalda es zona de temple, en donde campea la uta que flagela a
hombres, mujeres y niños. Y en donde el trasmisor es un zancudo que
pica y deja una hinchazón. Mis padres se estremecieron. Y en plena noche
ensillaron las dos mulas en que habíamos venido y nos regresamos. Tengo
entonces la vivencia de haber venido por ese camino no solo a pie sino
cargado por mi madre sobre una acémila.
Tengo
la sensación de cada jadeo y de cada detalle no solo en mis ojos cuando
lo he visto de día sino en mis oídos cuando he escuchado cada paso que
se daba. Porque por él me trajeron a oscuras.
– Si el médico dice que es Uta mañana nos vamos a Lima. –Oí decir a mi padre.
– Ahora solo recemos. –Le contestó mi madre llorando.
Sentir
la lobreguez de ese camino con los ojos dentro del pañolón de mi mamá,
pero despierto. Oyéndoles caminar callados por largo trecho, porque no
saben qué tiene su hijo. Y callan, pero su silencio es grito entre esos
cerros. Y donde solo se escucha el paso y el resoplido de las acémilas,
los grillos y el río con sus tumbos y su agua sorda y sonora, es atroz.
6. ¿Qué es
esto?
Y,
cuando entramos al pueblo, no llegamos a la casa, sino que directo
fuimos a don Luis Médico, a tocar la aldaba de su puerta en la tensa
madrugada.
– ¡Quién es!
–
Don Luis. Soy Danilo, el maestro de la escuela. Algo tiene mi hijito.
Hemos caminado toda la noche desde Pasabalda. Queremos que lo vea, por
favor.
– Esperen un momento.
– ¿Qué edad tiene?
– Cuatro añitos, don Luis. Lo hemos llevado a Pasabalda y se le ha hinchado la nariz.
– No lloren. Estense tranquilos. Voy a ver qué es.
Me tienden en una camilla. Enciende una lámpara muy fuerte y me examina la hinchazón.
– A ver, levanta otra vez la carita. ¿Qué es esto? Sujeten que no se mueva. A ver, voy a extraer algo.
7. Camino
prodigioso
Don
Luis mira mis fosas nasales, saca unas pinzas, e introduce un gancho. Y
extrae una alverja verde, abultada por la humedad, que deposita en un
algodón que tiene en la mesa.
–
No es uta. Es una alverja que al haber estado jugando el niño ha
sorbido por la nariz. Denle agua fresca, y déjenlo ahora dormir. Y
ustedes descansen que pareciera que se van a caer.
Por
ese camino cruzamos la noche más intrincada del universo los cuatro
miembros de una familia, que nos vinimos dejando la fiesta en su mejor
punto, cuando se lanzaban los cohetes, se quemaban las avellanas y se
servía el dulce de chiclayo en mates de calabaza, y se tomaba asiento al
borde de los corredores, viendo chisporrotear los fogones y desatarse
la alegría candorosa de la gente: mi padre, mi madre y Juvenal, mi
hermano mayor que tendría seis años.
Camino
que mi padre hizo a pie y a oscuras, sin tropezarse ni una sola vez,
porque yo iba pendiente de sus pasos. Y es porque lo conocía como la
palma de su mano. Cuatro en un camino es una clave suprema. Es una
flecha, una espada, una piedra retumbando en el aire. Camino prodigioso
donde se rasga y se abre el tiempo, el mundo y la vida.
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