Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Y son
dulces!
– ¡Quita! –Le dice su madrastra–. ¡Ésta es la comida de mis perros!
La
niña se agacha y sale corriendo. Desaparece entre las piedras del
corral de ovejas. Y en un rincón se sienta a llorar su pena y su
amargura.
Su
madrastra la odia. Quiere desaparecerla, hacerla morir de hambre, para
que su esposo no se acuerde de lo linda y buena que era su madre, tal
como había nacido la niña.
– ¡La tengo que ver retorcerse de hambre! –Jura, en sus adentros.
– ¡Fuera! –La bota cuando la ve acercarse a la cocina.
Ella desaparece.
Pero sabe encontrar muchas frutas y yerbas del campo, tallos y raíces que escogen las ovejas. Y que ella prueba para comerlas.
Sí. ¡Y son dulces!
2. Hilada
toda esta lana
Pero hasta ahí la persigue la madrastra:
– ¡Solo tragando andas! ¡Como los chanchos!
Otras veces la empuja contra las piedras, diciéndole:
– ¡Quitas la comida del campo a mis ovejas; tragona maldecida!
Este día, cuando ella ha regresado con el ganado, ya es tarde.
Como siempre, no le ha guardado comida.
Entra al cuarto que comparte con los animales, pues había que guarecerlos a ellos del frío.
Hasta
allí entra la madrastra arrastrando unos fardos de lana bien apretada y
puesta en varios bultos pesados, que al rasgarlos inundan gran parte de
la pocilga, diciéndole:
– Al amanecer tendrás hilada toda esta lana. ¡Si no lo haces te mataré a palos!
3. ¿Por qué
lloras?
Ahí mismo se pone a hilar la niña, pero de tanto apuro el hilo se le enreda, se le hace nudos y se le rompe.
Pese
a la rapidez que pone, a medianoche no ha avanzado sino una porción muy
pequeña, de tanta lana que se alza en el centro del cuarto.
El sueño la vence. Tan acongojada se siente que las lágrimas le brotan abundantes y resbalan copiosas por sus mejillas.
En
eso, como por encanto, se presenta una oveja blanca como la nieve, que
le da unas coces suaves en su costado. Voltea la niña y le dice:
– Tú anda juega por otro lado. ¡No te acerques a esta huerfanita desdichada!
– ¡Pero entonces no llores! ¿Por qué lloras? –Le responde la oveja, parándose delante de ella.
– ¡Mi madrastra me matará a palos si no entrego hilada toda esta lana en la madrugada!
4. Finamente
trenzados
– ¡No llores! –La consuela–. ¡Yo te ayudaré!
Y
empieza a comerse rápidamente la lana. Y por el huequito del ano le va
saliendo bien hilada una linda madeja alba y refinada como la nieve.
Y pronto acaban.
–
¡Gracias ovejita! –Dice la niña, abrazándola fuertemente. Es tan tibio
el cuerpecito del animal que se consuela, durmiendo plácidamente esa
noche.
Cuando ya despunta la madrugada, entra la madrastra llevando en la mano un palo de membrillo lleno de espinas para pegarla.
– ¿Dónde está la lana que has debido hilar anoche? –Grita.
Pero
no tiene que esperar respuesta alguna, porque voltea los ojos
maravillada de ver los ovillos finamente trenzados que están al frente
suyo.
5. Grandes
suspiros
–
¡Anda, saca el ganado y llévalo a pastar al campo! –Le dice, sin poder
ocultar su rencor, y a la vez su asombro por la magnífica hebra de lana y
la cantidad de ovillos que tiene delante de su mirada.
Pero
la madrastra no anda contenta. De todos modos, quiere hacerle daño a la
niña. Espera a que otra vez ella llegue por la noche. Y entrando a la
habitación que comparte con los animales, bota una batea de quinua
entreverada con arena. Y le dice:
– Para la madrugada la quiero escogida, limpia y bien pareja esta quinua en las bateas. Si no, ¡ya sabes que te mataré a palos!
Rápido se pone a escoger la niña con sus manos, ya diestras en el trabajo.
Pero
a la medianoche no ha avanzado mucho. Y otra vez la aflicción la
domina, hasta hacerla dar grandes suspiros, que, junto al cansancio, ya
casi la vencen.
6. Llena
de espinas
Nuevamente la oveja se aparece dándole suaves golpes con su frente en sus rodillas, diciéndole:
– Y ahora, ¿qué trabajo o castigo te han mandado hacer?
– ¡Recoger la quinua y separarla de la arena! Y si no la entrego bien escogida mañana mi madrastra me matará a palos.
Le dice entonces la oveja:
– ¡Yo te ayudaré!
Y
soplando con sus narices va separando para un lado la quinua y para el
otro la arena. Y la niña se apura en ir juntando el grano de comida y
llenándolo a la batea.
Al otro día entra la madrastra:
– ¡Maldita! ¿Dónde está la quinua que tenías que recoger y limpiar para entregarme esta madrugada?
Y la amenaza batiendo la vara llena de espinas.
7. En un pedazo
de teja
Y antes que la niña conteste ve la batea con la quinua reluciente, por lo amarilla, graneada y exuberante.
– ¡Vete llevando el ganado al campo! –Le dice estupefacta y sorprendida por este portento.
–
¡Tengo que matarla! ¡Tengo que matarla! Y tiene que ser pronto, antes
que su padre se dé cuenta de las maravillas que hace esta chola, porque
entonces la preferirá a ella, y a mí, ¿dónde ha de botarme?
Así la madrastra anda imaginando una forma de deshacerse de ella.
Este
día la espera con varias latas de manteca de chancho que ha mezclado
con linaza, diciéndose: ¡Esto qué va a poder hacer! Y la amenaza:
– Para esta madrugada me separas la manteca de la linaza. Y cuidado con comerla..., ¡tragona!
Aparte ha puesto, en un pedazo de teja, trozos de chicharrón untados con veneno.
8. Nada extraño
sucede
Pero la madrastra se devana preguntándose:
–
¿Cómo hace este guiñapo humano para hilar tanta lana y para recoger y
limpiar tanta quinua? ¡Y ahora, de repente me entrega separada la
manteca de chancho de la linaza! ¿Qué hago? ¡Aquí tiene que haber algo
raro!
Esto piensa antes de levantarse a cada momento a espiar por el cerrojo de la puerta.
– ¡Alguien entra a ayudarla, o tiene maleficio esta chola! –Se dice a sí misma.
Pero nada extraño sucede ante sus ojos. La pequeña está afanándose en separar la manteca de la linaza.
Hasta que ya casi vencida por el sueño, va por última vez a ojear lo que hace la niña.
Y
allí justamente descubre el secreto, al ver cómo la oveja, con una
rapidez increíble, ¡la ayuda con la lengua a separar a un lado la
manteca y a otro lado la linaza!
9. Niña
y oveja
Corriendo
va la madrastra por un cuchillo y entra bruscamente, justo en el
momento en que la oveja se distrae en ayudarla, y la coge fuertemente
para degollarla.
La niña da un grito y se abalanza a quitársela, logrando que la suelte.
Corren a la puerta y detrás de ellos la malvada. Felizmente, la empujan y salen, echándose a correr por el campo.
Detrás de ellas va la cruel madrastra.
Todavía sonríe cuando ve que toman el camino que los lleva al barranco.
– ¡No se escaparán, malditas! –Grita.
Y ciertamente, llegando al filo de la pendiente, caen niña y la oveja hacia el vacío.
Al borde se detiene la malvada para verlas estrellarse y quedar aplastadas en el abismo.
10. En plena luz
radiante
Pero,
¡cuál no será su sorpresa al ver que, en vez de ir cayendo hacia el
fondo, se levantan a esa hora del alba dos palomas blancas, que van
suspendiéndose como cogidas de las manos!
Así
nacieron las huachuas palomas que vuelan en este paraje de Santiago de
Chuco, como dejándose caer y luego levantando su vuelo por los aires.
Son la huerfanita y su compañera, la amorosa oveja blanca.
La
madrastra no pudo soportar tanto rencor que todavía siente. Y ella
misma se arroja al barranco, donde sobrevuelan hacia el fondo con vuelo
rasante y quejumbroso los murciélagos.
En
esos seres se convirtió la madrastra al chocar contra las rocas, sin
salir y nunca alcanzar a volar por el inmenso cielo azul, ni en plena
luz radiante de la mañana, como sí lo hacen las blancas y hermosas
palomas blancas.
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