Danilo Sánchez Lihón
El que no cree en la magia
nunca la encontrará.
Roald Dahl
1. Afición
desaforada
Tan
entretenido anduvo en estos menesteres el niño, y después el muchacho,
que nació para ser alguien muy raro y curioso que, sin darse cuenta,
llegó a ser un joven alto y lozano.
Y
a quien un día se le acercó una maga que le propuso, a cambio que él le
enseñase el arte de los oficios raros, instruirlo en los secretos de
ser un mago consumado. Aceptó complacido y sin plazo de espera.
Y
fue tanta y tanta la magia que alcanzó a dominar que no podía ver nada
sin que no le entraran ganas irresistibles de convertirlo en otra cosa.
Y así todo se trocó en distinto, alterado, combinándolo todo en un vértigo espantoso.
Veía
un gato y lo transformaba en canario. Un conejo lo convertía en un palo
peludo. Un poste de luz lo transformaba en la banca de un parque.
Contemplaba
alzarse un avión y lo transmutaba al instante en zapato. Una
motocicleta en plena carrera la tornaba en una veleta giratoria que
viajaba al revés.
2. Actos
de magia
Y, a su vez, tenía lamentablemente, un defecto terrible, que se sumaba al apuro y al atolondramiento, cuál era ser olvidadizo.
Además, que todo lo hacía a medias.
El canario tenía orejas y rabo de gato, y se olvidaba de ello.
El pato tenía el pelo y los saltos del conejo, y se olvidaba de ello.
La banca del parque tenía el foco de luz vuelto al revés y debajo del asiento, y se olvidaba de ello.
El zapato tenía alas y las ruedas colgantes del avión, y se olvidaba de ello.
A la veleta le sobresalía el timón y el sonido lacerante de la moto en la más alta velocidad, y se olvidaba de ello.
Felizmente que hacía y deshacía rápidamente estos entuertos, confusos e imprudentes actos de magia.
3. Al final
de la calle
En
estas distracciones andaba cuando pasó delante de él una muchacha con
el cabello suelto que al flotar al viento cobraba varios colores con el
fulgor del sol.
Ella tenía los ojos almendrados y el rostro con la suavidad del mar cuando se duerme en las playas más bellas del universo.
El corazón del joven mago se detuvo un buen rato y después empezó a dar unos buenos golpes acelerando su pulso.
Era como si una orquesta arrancase a tocar loca y desaforada al borde de un acantilado y sin ton ni son aparente.
Sus ojos se quedaron fijos y su cuerpo completamente rígido hasta que ella desapareció lentamente detrás de la gente.
Era gente que se arremolinaba al final de la calle, en la esquina de la avenida centelleante, pero por otra cosa.
El joven mago resulto siendo esta vez el hechizado.
4. Delante
de sus ojos
Los
párpados del joven dejaron de obedecerle después de un momento en que
viera pasar a la muchacha alta, con el cabello ensortijado, batido a
propósito por el viento.
Fue
después de ver a aquella muchacha que llevaba impresa en sus mejillas
la suavidad de todas las playas del mundo donde el mar se había quedado
adormilado, que él quedó estático, y solo el corazón le palpitaba.
Entonces
ya no pudo articular ninguno de los músculos de la cara. Para colmo de
males: se olvidó de toda la magia que había aprendido.
Por
eso, al frente tenía los animales y las cosas que en esa hora tremenda
se habían quedado en sus formas ambiguas de ser mitad esto y mitad
aquello inesperado, esperando que él los rehaga.
Así: de pie delante de sus ojos había un perro que pasaba de casualidad y que resultó con pico y alas de pelícano.
5. Allí
estaba
La mesa de una vendedora de frutas ahora tenía la mitad convertida en la trompa de una carcocha.
El monumento de un militar ahora no montaba caballo, sino que estaba a horcajadas sobre una cama desvencijada.
Y,
como no quiso solucionar nada porque no le interesaban los problemas
que había creado sino el palpitar enloquecido de su corazón, fue llevado
a la comisaría de enfrente y encerrado en una celda.
Allí,
estaba con los párpados abiertos y sin cambiar de postura, tal cual se
quedara al pasar la muchacha de los cabellos desgreñados.
Si
los guardias lo sentaban, permanecía sentado; si lo ponían de pie, en
esa postura estaba el resto de las horas de todo el santo día sumergido
en su propio encantamiento.
Era extraordinario el efecto con que el mago había sido embrujado por algo aparentemente de este mundo común y corriente.
6. Estaba
embrujado
No
probaba bocado de comida y su semblante era como si estuviera arrobado o
embelesado con algo muy bello y muy tierno por dentro.
No sabiendo qué hacer, al cabo de algunos días, los policías lo sacaron al patio de la cárcel.
Pero
¡en vano!, no atinaba a dar con ninguna respuesta que fuera coherente
ni veían una solución al problema. ¡No se movía lo dejaran en donde lo
dejaran!
Luego lo pusieron en la puerta de la comisaría para ver si se escapaba y así se despejaba este insoluble dilema.
Nada, todo era inútil. Parecía encantado. Y no es que lo parecía, sino que realmente estaba embrujado.
Al
día siguiente lo sentaron en la plaza que estaba al frente del penal,
en donde por la mañana correteaban los niños y daban vueltas una que
otra persona desorientada.
7. y, por fin,
¡dichoso!
Allí permanecía impávido, inútil, inservible.
Pero,
de repente, apareció, otra vez la muchacha alta con el cabello
ensortijado de siempre, batido por el viento de la tarde, y que llevaba
impresa en su cara la suavidad de todas las playas del universo donde el
mar se había quedado adormilado.
Al
joven se le agrandaron las pupilas, le empezó un batir incontrolable de
los párpados como si fueran mariposas atrapadas salvo sus alas, y el
corazón empezó a acelerársele como la vez primera, hasta querer
salírsele por la boca.
Pero
esta vez ella se detuvo. Lo miró alegre y sonriente al fondo de los
ojos arremolinados. Le tendió la mano y, cogidos del brazo,
desaparecieron los dos a la vuelta de la esquina interminable.
Justo
en el momento en que volvían a su lugar el orden de las cosas que había
transformado el joven que antes fuera un niño que nació para ser
alguien muy raro, curioso y, por fin, extraordinariamente ¡dichoso!
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