Danilo Sánchez Lihón
1. Con pico, lampa
y martillo
– ¿Serían sus maestros, don Santiago Antúnez, quienes le inculcaron todos estos valores, principios y propósitos?
–
Sí. Yo creo que sí, Marcel. Pero déjeme que le cuente algo muy personal
e íntimo, que no lo he referido antes y primera vez que lo cuento, cuál
es que hay un referente que sostiene mi vida. Y que es mi acicate y un
símbolo para mí trabajo. Y ese es mi padre.
– Cuénteme, don Santiago, pues venero mucho el rol de los padres para con los hijos.
–
Mi padre abrió un camino desde Aija, mi pueblo natal, hasta el mar,
hacia la costa, en donde están los puertos. Y ese camino lo construyó
haciendo una cornisa en las rocas más duras y en las peñas más
empinadas. Es un camino entre los riscos, en la pura roca inaccesible,
sobre abismos de pavor y de miedo, porque están cortados verticalmente
como el tajo de un cuchillo en un queso. Y, ¿cómo lo hizo?
Principalmente con pico, lampa y martillo. ¡Y, eso es lo que a mí me
inspira!
– ¿Eso hizo su padre? ¡Increíble!
–
Sí. Eso mismo. ¡Un camino por el centro de la roca y sobre los
precipicios! ¡Salud! Y ese hecho, esa gesta está en mi sangre, en mis
nervios, en mi piel. ¡Y en cada partícula que me conforma!
2. ¡Voluntarios
del alba!
–
Esa gesta está en mi conciencia e inconciencia, inspirando mis
trabajos. Está en mi sueño y en mi vigilia. Saber que mi padre hizo ese
camino sobre abismos es como si me hubiera puesto en los pies hacer
otros caminos, pero ya en las estrellas.
– ¡Salud, don Santiago! Y, entonces refiérame, ¿cómo lo hizo? ¿Dice que con pico, lampa y martillo?
–
Así es. Lo hizo capitaneando a toda la gente humilde, a los
desarrapados y a los hundidos en la miseria, pero de inmenso y generoso
corazón como es mi gente.
– Y, ¿quién los pagaba?
–
Nadie. ¡Eran voluntarios! Todos eran voluntarios. ¡Voluntarios del
alba!, yo los llamo así. ¡Porque es la gente más sufrida los voluntarios
para toda acción heroica en mí pueblo! Ahí están, ¡para todo lo que es
grande!
– Pero, ¿al menos apoyaron los ricos? ¿Dieron algo?
–
¡Nada! Los ricos hicieron mil reparos y al final no aportaron nada. Y,
es más: se opusieron. Pero los pobres sí dieron todo, si es posible
hubieran dado sus vidas. Dieron hasta la última moneda y lo inmenso de
su adhesión y de su fervor sin condiciones. Y así se abrió el camino.
– Pero, ¡no llore, don Santiago!
3. El mejor día
de mi vida
–
Disculpe, Marcel, mi amigo. Lloro de regocijo. Lloro, en el fondo, de
sufrida alegría, si se lo podría llamar así. Porque, ¿sabe qué?, es lo
que más me emociona y conmueve. El coraje de mis paisanos. Y otro hecho:
¡que nadie murió!, siendo aproximadamente mil voluntarios para hacer
dicha obra, nadie murió, pese a que tuvimos que cavar la peña –¡porque
yo he estado ahí, aunque todavía no nacía!– colgados de cuerdas, a veces
cabeza abajo, hacia el vacío, y teniendo que martillar en la roca
misma, encontrando la línea imaginaria y después el sendero real de esa
tremenda aventura y de esa obra ciclópea. ¿Se imagina qué tremenda
responsabilidad? Por eso, yo adoro a mi padre.
– Y él, ¿dónde vive ahora don Santiago?
–
Murió. Y aún era joven. Y me dejó siendo yo niño. Pero caminé los
primeros años con él, que es lo que más me fortalece. Sufrió mucha
pobreza de chico, pero era laborioso e hizo una fortuna que legó a mi
madre. Y antes de morir le dijo, le encargó esto que ahora ve. Le dijo:
Vendes la mejor hacienda que tenemos para que nuestro hijo estudie en
Francia. ¡Júrame! ¡Júrame! Le hizo jurar, tomándola de las manos y
empinándose en la cama. Y mi madre juró, como podía jurarle todo lo que
él quisiera en ese momento. Y hubiera vendido hasta el último terrón con
tal de salvarlo, pero ya nada se podía hacer. Por eso, aquí estoy.
–
Don Santiago. Este otro vino es suizo. Juré que lo abriría en el mejor
día de mi vida. Y que sin ninguna duda es este. ¡Salud! Y, acerca del
camino, cuénteme: ¿con qué recursos se hizo?
4. Llenos
de asombro
–
Sin ningún recurso. Pero salud, Marcel. ¡Y qué lejos me siento de mi
tierra! Pero le seguiré contando, porque ahí está la respuesta a su
reflexión de hace un momento, cuando usted decía que no entendía cómo es
que yo pago para trabajar. ¿Quién pagó el costo de hacer ese camino?
– Para mí, eso sería interesante saberlo.
–
Pagaron los mismos que trabajaban, Marcel. ¡Ellos pagaban! Ese es mi
pueblo. Ellos erogaban y además trabajaban. ¿Quiénes? ¿Acaso los ricos?
¡No! Los desarrapados, los pongos, los yanaconas; ¡los más pobres del
mundo! A ellos mi padre les habló del modo que le voy a contar:
– ¡Qué portento! ¡A usted no lo olvidaré nunca, don Santiago Antúnez de Mayolo! ¡Salud!
–
Les habló así, Les arengó diciéndoles: ¡Aijinos! ¡Comuneros! ¡Hermanos
de mi corazón! Así les hablaba porque es gente muy sensitiva–. ¡Aijinos!
¡Tanto he caminado por estos y otros lugares, que he logrado entrever
una vía más directa para llegar a la costa y vender nuestros productos!
– ¿Cuál, don Fermín? ¿Por dónde? –Preguntó la gente.
Cuando mi padre les explicó por dónde se abriría la ruta, se miraron llenos de asombro.
5. Yo,
cinco
–
¿Por esas peñas? ¿Por esos abismos? Abrieron un rato la boca y después
se echaron a reír. Rieron mucho, lo cual era buen signo.
–
¡Sí! ¡Por ahí mismo! –Exclamó mi padre. Eso sí, Marcel, aún lo escucho
nítido, contundente, imperioso a mi padre; y, sobre todo, urgente. Y
esto, no porque lo cuenta mi familia, sino cualquier gente de Aija le
contará a usted cuando vaya, porque indudablemente usted va a conocer mi
tierra. Pero, no cuestionaron acerca de la ruta, porque creían en mi
padre, sino que le dijeron:
–
Don Fermín, está bien. Nos suspenderemos como gatos o cernícalos. O
volaremos como golondrinas. Y martillaremos como pájaros carpinteros,
por esos abismos que son pura roca. Pero ¿vamos hacerlo solo con picos y
combas?
– También usaremos, en los tramos muy necesarios, dinamita. –Les respondió mi padre.
– Pero esa poquita dinamita ¿cómo vamos a comprarla? ¿De dónde vamos a conseguir la plata?
–
¡Erogando aijinos, comuneros, hermanos! ¡Erogando! Yo, por ejemplo, voy
a dar en estos momentos, mil soles, de entrada. Aquí están. –Replicó. Y
puso el dinero en fajos de billetes arrugados. Y ahí otros dijeron: Yo,
cien. Yo, diez. Yo, cinco, yo dos, yo uno, yo una peseta.
6. Desde
lo alto
–
¡Venga la peseta! –Y así fueron contribuyendo. Todos esos pobres del
mundo. Además de trabajo aportaron dinero para construir el camino.
–
¡Qué historia formidable la de su pueblo, don Santiago! ¡Qué vamos a
tener aquí en Europa hechos así! ¡Ni siquiera podremos entenderlos!
Aquí, donde todo tiene su precio, ¡sencillamente no entran hechos así en
nuestras cabezas!
–
Y de ahí viene, Marcel, ese rasgo que a usted le llama tanto la
atención, de que tengamos que pagar para trabajar. ¡Así es! A mí ya me
parece tan natural concebirlo. Quizá entonces sea por provenir del sitio
de donde yo provengo.
– ¡Debe ser! Porque a mí me causa asombro y estupor.
–
Y, bueno. De toda esa erogación de los comuneros se reunieron tres mil
soles, que ya era algo. Y se compró la dinamita solo para los tramos en
que la roca se volvía granito muy duro.
– Y, ¿así se hizo?
–
Tal como le cuento, se hizo el camino que ahora se ha ensanchado, que
ya es despejado y florido, pero antes uno tenía que caminar por allí
encogido y agachado.
7. ¿No
es cierto?
– ¡Un camino por la roca viva!
–
Sí, como una cornisa sobre los abismos. Que lo he recorrido muchas
veces, sintiendo los latidos, los pasos de mi padre y hasta su
respiración y su aliento. Y estoy seguro que después se hará por ahí la
carretera.
– ¡Impresionante!
–
Los obreros que trabajaban eran colgados en sogas desde lo alto de las
peñas, como ya le he dicho. Pero la proeza es que nadie cayó.
– ¿Nadie?
–
No hubo ninguna pérdida en vidas humanas en esa obra prodigiosa. Y es
por esto último que yo más orgullo tengo y lo abrazo a mi padre lleno de
lágrimas.
– ¡Pagar para trabajar! ¡Claro! Ahí encuentro el antecedente de lo que a mí me sorprende tanto. ¡Pagar para trabajar!
–
Esos ciudadanos no solo abrían el camino, sino que cada uno sacaba de
su bolsillo lo que tenía para erogar en dinero, ¿no es cierto?
– Así es, Marcel.
– Lo encuentro no solo fascinante sino moral.
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