Danilo Sánchez Lihón
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
más cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Jorge Manrique
1. Estos
caminos
Ya muy avanzado el camino en la tarde lóbrega y en la hora abismal es cuando los caballos jadeantes se detienen sobrecogidos.
Después
de dar la vuelta al cerro y bajar la pendiente, escuchamos el sonido
bronco y furioso del río que atruena en la hondonada.
Ya
la luz del día apenas parpadea, dejando ver solo la orilla de enfrente y
entre las ramas de los árboles el fragor de la corriente.
– Oye, ¿cuánto ha cargado el río, no?
– ¡Trae en sus aguas la tempestad!
– Turbio, bravo y desbocado.
– Y suena así porque cada chorro es una torrentera de piedras que carga.
– Y que arrastra desde la jalca.
– Esas peñas como bocados las arranca.
– ¡Arriba en los pajonales donde llueve a cántaros!
– ¡Y desde allí viene bramando!
Es
la conversación preocupada de los hombres baqueanos que recorren estos
caminos. A la cual prosigue un largo silencio mirando la avalancha.
2. ¿De dónde
vienen?
– Y ha cargado tanto que ya no se ven y ha sepultado a las rocas de su cauce.
– Y solo se ven chorreras y cataratas que dan espanto.
– ¡En invierno todo río es atroz, temible e infernal!
– Que convierte la vida en poña, en brizna, o migaja insignificante.
– ¡En nada!
– O quizá en milagro.
– ¡Creo que más es milagro!
– ¿A dónde van?
– Y, ¿de dónde vienen?
¿Qué significado tiene esta conflagración que estremece el universo que apenas nos sostiene, pasmados y temblorosos?
Se
acaba el atardecer y las sombras de la noche avanzan con un viento
húmedo y frío, salpicando sus gotas hasta nuestros rostros sudorosos.
Mientras las aguas se precipitan y golpean; se revuelven y pasan.
3. El nido
minúsculo
De
pronto en el monte de lianas y bejucos que penden de la orilla
escarpada una avecilla indefensa ha rodado desde su nido suspendido
sobre este cataclismo.
¡Y pía en el borde de la roca. Y luego cogida a un bejuco bajo el cual el torrente se retuerce!
Pero,
¡oh prodigio! Ahí está ahora sobre el estruendo chillando su madre que
se arriesga a interponerse entre ella y la muerte, la luz y la sombra
sobre las aguas que se agitan.
Entre el turbión que se revuelve en cataratas, espuma y neblina y los piidos desesperados que apenas se oyen.
Ahora por lo menos es un corazón latiendo junto a otro corazón en el espanto de las sombras.
Dos
motitas de plumas iridiscentes que se crispan y palpitan juntas y
coinciden en una misma ilusión: ¡la vida!; con un sentido distinto al
bronco resonar de las aguas.
Y
pendiendo de la rama hacia la catarata el nido minúsculo y sobrecogido.
La ternura y el candor encima del horror y del destino aciago y
proceloso.
4. Cómo existe
un nido
– Cuí, cuí, cuí.
Llama
a su madre la avecilla como último amparo. Y tiembla la desamparada,
mientras la madre revolotea y tienta la delgadez de una rama que pende
sobre el abismo.
El bejuco en que está amparada la avecilla se inclina más y más y parece romperse.
– Coorrr. Coorrr. Coorrr. –La alienta la madre y le extiende primero un ala, a la cual no puede sujetarse.
Y
cae. Ya en el momento de llegar al turbión la madre que se ha lanzado
en picada la levanta y sostiene con sus alas y vuela batiendo
desesperada las alas, y la empuja dentro del nido, exhausta.
Es
así la vida que lucha contra lo aciago. Pero, ¿cómo es que existe una
presencia tan frágil e indefensa entre tanta hosquedad, atrocidad y
muerte, como es un nido?
¿Cómo es que la vida tan minúscula, desvalida y efímera desafía tanta inmensidad? ¿Dónde el río es eterno y el piido es fugaz?
Y las aguas pasan sin importarle ni el piido de una avecilla, ni la mirada que lo contempla, ¿ni el alma que reza compungida?
5. La clave
del universo
No se conduele el río de la orilla que lo contiene ni del nido que está a su vera, lleno o vacío.
Tampoco se aflige del hombre, a quien se le ha hecho tarde en el camino. De aquel, a quien le oprime la angustia de la hora y el trance que es cruzar este istmo, vado o atajo.
Ni de lo que ocurre bajo el alero de la casa lejana donde la esposa y los hijos esperan a que el arriero regrese.
El río hace estallar su torrente en las moles de piedra de los acantilados, tornándose en espuma y furor puro.
Y así nos da a entender, que somos temblor y somos latidos, que es nada ante el absoluto, la indiferencia y la nada.
Que
el agua que se despeña niega a la vida que pende llevando inscrita una
cifra indeleble pero incierta, cual es el destino misterioso porque
pertenece a lo divino.
Que
la corriente que se precipita y la peña que resiste sintetizan la clave
del universo hecha del fragor de los contrarios y opuestos.
6. Del piido
que clama
Es
un riesgo de lo que tiene un sentido primigenio frente a lo eterno que
es el río que se precipita cruel, implacable y despiadado.
Pero en verdad, no sabemos qué será. Estamos rodeados de lo ignoto, misterioso e indescifrable.
¿Somos el arcano o somos parte del turbión que pasa inexorable allá abajo y que golpea desalmado en lo inerte de las rocas?
¿Y
del piido del pajarillo descarriado? ¿Y de la madre que lucha por
salvarlo y protegerlo? ¿Estamos hechos del principio y fin del mundo o
solo de un retazo de su piedra?
Aunque, nos conmoverá siempre el piido que clama, el nido sobre los abrojos y las alas y brazos que se abren y se extienden.
La
vida no tiene muerte, es una línea indefinida, que se pierde allá en el
horizonte, en el infinito junto a las aguas luctuosas que se
precipitan.
Que
es lo que se piensa ya muy avanzado el sendero en la noche tupida y en
la hora abismal, cuando los caballos jadeantes se detienen sobrecogidos:
7. Un dios
implacable
Que es cuando sentimos:
Que debajo de esta lucha está lo eterno que yace al fondo de la creación del mundo.
Que la vida es así, tan leve y tan tenue. ¡Y tan expuesta frente a aquello que aparentemente la abarca, afirma y la niega!
Que este rumor que asorda es el latido del mundo. Que hay una morada definitiva: el mar adonde el río se dirige.
Que
el misterio al cual se arroja es la verdad y el equívoco de nuestras
vidas, hecha de ausencias, sortilegios y retardos, de presencias y
vacíos; de hallazgos y a la vez de extravíos.
Y así es como por ensalmo, todos nos hemos sumido en un silencio reverente sobre los caballos que jadean.
Como si estuviéramos ante un padre, ante un demiurgo o delante de un dios implacable, una de cuyas venas es el río.
Que esta orla que se tiende es el encaje del manto de un dios cuyo nombre se pierde en el infinito.
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