Danilo Sánchez Lihón
1. Mensaje
recibido
–
Pierda cuidado, señor, lo encontraremos. Vamos a buscar inmediatamente,
señor, por toda la zona. ¿Pero díganos, cómo es su hijito?
–
Es chiquito, señor. Gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes
cachetes, que viste una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que
se le cae, señor. ¡Por favor, encuéntrenlo!
– Lo encontraremos pronto. Hasta ahora nunca se nos ha perdido un niño. –Repite el capitán. Y llama por la radio:
– Patrulleros, unidades motorizadas de toda la zona. ¡Atención! ¡Urgente! Un niño: chiquito,
gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes cachetes, que viste
una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que se le cae,
... ha salido de su casa y sus padres están desesperados. Hay que
encontrarlo pronto. ¡Apresúrense! Esperamos respuesta. Cambio.
– ¡Atención! ¡Atención! Mensaje recibido. Movilizaremos las unidades de inmediato, capitán.
Hablan los policías desde sus aparatos.
2. Revisen
todo
– Pronto le tendremos con nosotros, señor, tenga calma, relájense.
Dicen sonrientes los policías.
Encienden sus autos, otros sus motocicletas y parten veloces, haciendo sonar sus sirenas.
Y dejando que fulguren sus luces intermitentes: amarillas, rojas, verdes y azules.
Al cabo de un rato los policías regresan con rostros desencajados.
– ¡Nada! ¡No lo encontramos!
– ¡Por Dios, señor!
– ¡Queremos inspeccionar la casa, señor, señora, si nos permiten!
– ¡Adelante! ¡Pasen amigos! ¡Revisen todo, por favor!
¡Nada! Es como si se lo hubiera tragado la tierra. Llega otra patrulla en sus motocicletas:
– ¡Nada!
3. Entran y salen
de sus puertas
– Ya hemos recorrido y peinado toda la zona, capitán. Y no hay rastros de él por ningún lado.
– Aquí tampoco. ¡Es rarísimo! Acabamos de revisar toda la casa. Y no está.
– Hay que avisar a la radio y a la televisión.
– Sí, de inmediato.
Marcan el teléfono y dan lectura al parte respectivo. Se interrumpe la programación de la televisión. La locutora anuncia:
– ¡Aviso!, ¡Aviso de servicio público! Se ha perdido un niño de tres añitos: chiquito,
gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes cachetes, que viste
una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que se le cae, ... ¡Si
alguien lo ubica den aviso a los teléfonos 393-5196 o al 99773-9575! O
bien llamen a esta emisora. ¡Como comprenderán, sus padres están
desesperados!
Pero
nada. Hasta los vecinos entran y salen de sus puertas y por sus
ventanas registrando cada palmo de suelo. Nadie encuentra a Fredy.
4. Y llega
la oscuridad
Avisan entonces al helicóptero que día y noche da vueltas prestando servicio encima de la ciudad.
El
piloto baja hasta rozar las copas de los árboles y los techos de las
casas vecinas, observando a través de unos potentes larga vistas.
Van
mirando metro a metro, por las calles y plazas adyacentes buscando al
niñito chiquito, gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes
cachetes, que viste una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que
se le cae, ...
¡Nada!
¡Es increíble! Ya las sombras, al principio tenues de la tarde, se
hacen más densas en el horizonte y se avecina la noche.
Y llega la oscuridad.
Y
entonces avisan a los barcos para que con sus potentes luces y sus
catalejos de aumento enfoquen el malecón y avisen si ven a un niño
chiquito, gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes cachetes,
que viste una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que se le cae,
...
5. ¿Dónde
está?
La mamá llora desconsolada. Y las tías Carmen y Miguelina que se han reunido en la casa le dan ánimo diciéndole:
– No te desesperes, Elvira. Ya aparecerá. El ejército ha salido a las calles.
Los
soldados lo buscan por todos los rincones. Todos los canales de
televisión y las emisoras radiales están pidiendo que toda la población
lo busque hasta encontrarlo. Se ha paralizado el tráfico en las calles y
avenidas.
– Ya aparecerá. ¡Es lógico!
– ¡Dónde está mi hijo! ¡Quiero ver a mi hijo! ¡Dios mío! ¡Devuélvemelo con vida! –Suplica dando chillidos.
– ¡Cálmate, por favor!
– ¡Hijito de mi alma! ¡Hijito de mi vida! ¡Hijo de mis entrañas! ¿Dónde estás? –Repite llorando a gritos la madre.
– Te prepararé un mate de panisara, para los nervios. –Le dice la tía Carmen.
Y entonces se pone a buscar el frasco de azúcar para endulzar el agua de la taza que ha servido.
6. ¡Mi
hijo!
– Pero, ¿dónde guardas el azúcar? –Pregunta ya impaciente, abriendo y rebuscando los cajones.
Y
al abrir la puerta inferior de la alacena y mirar hacia adentro
descubre a Fredy, acurrucado, doblado en dos por la cintura y
completamente dormido.
– ¡Elvira! –Grita.
– ¡Elvira! –Vuelve a gritar–. ¡Mira! ¡Aquí está tu hijo!
Fredy se ha quedado inerme dentro del mueble, envuelto como un ovillo.
Está abrazado al azucarero que ha dejado completamente vacío, embadurnada la cara hasta las orejas de azúcar.
Pero eso sí, con un rostro feliz de haber comido a sus anchas y a su antojo, hasta dejar limpio el recipiente.
– ¡Mi hijo! –Se abalanza la madre–. ¡Hijito!
– ¡Mira a tu hijo! –Le dice la tía Carmen al papá–. ¡Qué bien duerme este mozo!
7. ¡Felizmente
apareció!
Ya lo tiene alzado la madre en sus brazos llenándole de besos y caricias, que por nada del mundo despiertan al pequeño.
Han ido y lo han acostado, durmiendo a pierna suelta en su cama, abrazado aún al frasco de azúcar que lo tiene bien sujetado.
Entonces
han salido y avisado a la policía, que inmediatamente ha avisado al
helicóptero que da vueltas sobre la ciudad; que ha avisado a los barcos
que han apagado sus reflectores; que han avisado al ejército que rastrea
en las calles; que ha avisado a los coches, camiones y autobuses
paralizados en las avenidas; que han avisado a los satélites; que han
avisado a la radio; que han avisado a la televisión, de donde han
lanzaron la noticia al mundo entero:
– ¡Flash! ¡Flash! ¡Flash! El
niñito chiquito, gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes
cachetes, que viste una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que
se le cae, ... y que se había perdido, ¡felizmente apareció! Estaba
dormido en la alacena de la cocina de su casa después de comerse un
pocillo lleno de azúcar. En estos momentos duerme, sin peligro alguno.
¡Y tan feliz que por nada del mundo quiere despertar!
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