Y
era solo un estudiante, sin que pertenezca a un bando contrario al cual
se odie por alguna razón aparente, y que la conciencia humana pueda al
menos entender.
¿Cómo
es posible que a algunas personas se les haya podido inocular un
desprecio tan inmenso, de tal modo que por nada del mundo puedan hacer
sufrir a un ser humano sin que se le impute algo ni sea un enemigo?
Es inconcebible siquiera imaginar este infierno. El alma humana se espanta y se crispa.
Mucho peor es aún pensar que exista una mano y una voz que ordene ejecutar un acto criminal como este.
2. Pero,
antes
Y
pensar que todo ello va a tener éxito y quedar impune. Pero lo atroz y
monstruoso es saber que esa mente y esa mano existen. Que las ha habido.
¡Y que se compruebe que las hay, estremece!
¡Estremece!
Que se maten a seres humanos indefensos, oprimidos en camiones del
servicio de basura de la ciudad. Hacinados, compactados como si fueran
desechos.
Y
eran jóvenes estudiantes normalistas que se formaban para ser maestros
cuyo único delito era preparar una protesta. Y que no tienen que ver
nada con el delito.
¡Asfixiarlos!
Y a los que lograron sobrevivir, a los que aún se retorcían, llevarlos
al barranco donde se arrojan desperdicios y allí acribillarlos y
despeñarlos luego.
Pero
antes, a golpes hacerlos que se agachen con las manos en las nucas para
asestarles el balazo final, ultimándolos. Y con el pie hacerlos que
rueden y caigan junto a los residuos.
3. ¿Qué
manos?
Y
a otros hamacarlos vivos y arrojarlos al abismo cayendo a pique
envueltos en sus ruegos, en sus ayes y alaridos. ¿En nombre de qué lo
hacen? Del poder instituido
Para
abajo alinearlos en una pira, atravesados unos con otros como leños
quemados, juntando llantas, plásticos, maderas, cartones y todo tipo de
material inflamable de los que se arrojan en los estercoleros.
Rociarles
encima gasolina, y empaparlos en combustible diésel, por manos que uno
se resiste a creer que sean de seres humanos y prenderles fuego sin que
sean enemigos.
Sin que constituyan un bando contrario ni una amenaza para una facción, ni para nadie.
Sin
que nos hayan hecho nada personal, o hayan actuado contra alguien salvo
el estado de cosas favorable para aquellos que medran con la corrupción
incrustada ya en todo lo instituido.
4. Jóvenes
normalistas
Una
pira que arde desde la medianoche hasta la tarde del día siguiente,
produciendo un calor y olor sofocantes junto a la basura maloliente.
Pira alisada diligentemente con 43 cuerpos jóvenes antes bullentes de sueños y ahora inertes allí dentro.
Con los dientes calcinados que aún resisten, aunque ya lejos de sus maxilares el chisporroteo del fuego.
Con los huesos separados de sus ubicaciones, y las pupilas que observaban la vida lejos de sus cuencas ahora vacías
Después mezclados con tierra y arena. Y machacados los huesos, llenados en bolsas y arrojados al río para que desaparezcan.
Víctimas que no eran culpables de nada, eran jóvenes normalistas sin ningún vínculo con el crimen ni el delito.
5. Tanto que
he pensado
¿Por
qué uno de estos jóvenes, uno de los 43 asesinados, aunque son mucho
más los muertos, no va a ser un hijo mío? ¡Cualquiera! ¡Cada uno de
todos ellos!
A
quien he cuidado con amoroso esmero a que no se lastime ni la punta de
un dedito, ni se le hunda un alfiler o una arenisca. ¿Y ahora así lo
hieren y lo matan?
¿Cuándo puse todo mi arrojo en que no vaya a tropezarse en algo y se haga una herida en el codo o la rodilla?
¿Por
qué no ha de ser mi hijo cualquiera de ellos a quien le he comprado
devoto un tarro de leche vendiendo libros en la plaza pública, aunque yo
me haya quedado de hambre?
¡Un
hijo a quien para verlo sonreír no he tenido ningún problema de
quitarme yo mismo un pan de la boca! Tanto que he pensado que hasta de
muerto he de correr para auxiliarlo
6. Este
hoyo
Un hijo de quién conozco sus ilusiones de que todo sea para bien, con su clara sonrisa en el viento.
Y su ternura, aunque sea a lo nimio, a lo trivial o a lo común y corriente.
¿Quién perpetró este crimen?
Sin duda hay culpables directos. Lo atroz es que hay culpables institucionalizados en los gobiernos locales.
Pero
el culpable mayor es este sistema de oprobio y de horror que ha
colocado el dinero y los bienes materiales por sobre todas las cosas.
¿Hemos llegado así a este hoyo? ¿Hemos sido capaces como civilización de descender a este infierno y nivel macabro?
La conciencia humana está herida. Nunca el hombre como especie ha podido rebajarse tanto.
7. Y cambiar
nosotros
Y
hay todas las evidencias que esas mentes y esas manos están vinculadas
al gobierno a quien se ha elegido para velar por nuestra seguridad. Si
es así, ¿entonces a qué punto hemos llegado?
¡Tanto
dolor! ¡Tanto odio! No existen palabras para describir lo sucedido.
Dolor, rabia e impotencia siente cada madre, padre, hermano; cada
familia y cada ser humano.
Y todos nos aferramos a un grito salvaje pero imposible: “¡Vivos los llevaron, y vivos los queremos!"
¿Qué creen los inicuos y malvados? ¿Qué algún día no se conocerán sus fechorías?
El signo del mundo es el bien. El eje de la creación humana es la conciencia moral.
A
las autoridades corresponde castigar a los culpables. A todos los seres
humanos de la tierra cambiar este modelo social. Y cambiar nosotros.
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