UNA MANO, ESA MANO
Por Fransiles Gallardo Plasencia
Por Fransiles Gallardo Plasencia
Una huesuda mano resbala de abajo hacia arriba, debajo de la minifalda; una violenta mano de arriba hacia abajo, rasga el aire.
Cimbreando sus ampulosas caderas y luciendo sus impresionantes muslos, Rosabell Monasterio detiene su paso en la esquina del banco, antes de cruzar la avenida.
Alrededor de la carreta de emoliente, cinco madrugadores se disputan vasos de maca, quáquer, manzana y otros menjurjes. Desayunan a las seis y media de la mañana, esperando a los buses que los llevarán a sus centros de trabajo.
Mueve su húmeda cabellera y gotas de agua caen sobre la desnudez del escote de su polo manga cero. Mira a la izquierda y a la derecha, avistando que no pasara algún vehículo; pero el semáforo, aún está en rojo. Se detiene.
Una huesuda mano asciende intrépida, entre sus recién jabonados muslos deslizándose impúdica, entre sus exuberantes nalgas tras la huella del hilo dental, perdiéndose cuesta arriba por sus ampulosas caderas, levantando al viento su minifalda negra; mostrando la hermosura de sus largas piernas y la majestuosidad de sus glúteos poderosos.
¡¡¡ …Oooohhhh…! de los parroquianos y una carcajada general. Ojos de asombro, excitación y lujuria ante tan inusual espectáculo visual.
Rosabell Monasterio gira sobre sus tacones 10, sorprendida al sentir su intimidad violentada.
Babeante, lujurioso, sus ojos desorbitados, cadavérico, su calva incipiente y un vaso de emoliente en la mano izquierda don Belisario Benites, con su dentadura postiza sonríe por su atrevimiento. Lo había intentado antes, pero le faltaba valor para hacerlo…hoy por fin.
Su mano derecha, violentamente resbala de arriba hacia abajo, rasgando el aire, estrellándose sobre el rostro arrugado del violentador.
Cae sobre la vereda con banco y todo, golpeándose la cabeza. El vaso vuela. El espeso líquido ensucia las camisas de los presentes.
Su boca sangra. Su dentadura atragantada. La estupidez marcada en su rostro.
-Párate, viejo de mierda- gritó Rosabell Monasterio- quiero ver que tan hombre eres … párate mierda.
Don Belisario ni se mueve. Nadie dice nada. Otros madrugadores se acercan, a chismear lo qué está pasando.
Se agacha y cogiéndolo del pecho, lo levanta como a un estropajo. Don Belisario Benites, con mujer, cuatro hijos, seis nietos y jubilado de las empresas eléctricas; con la boca rota y la vergüenza en sus ojos, no dice nada. No puede hablar.
-Ya déjelo señorita- se escucha una voz entre la multitud -Ya está bien, señorita, déjelo ya.
Está furiosa.
- Que lo deje dices, viejo de mierda… si fuera tu mujer, tu hija o tu nieta a quien le metieran la mano, dirías lo mismo…ah dirías lo mismo… dime… dirías lo mismo.
Silencio total.
Mirando a don Belisario le grita:
- Que quieres conmigo…¡acostarte…que sea tu mujer!... eso quieres… ¡demuéstrame que tan macho eres, viejo de mierda…!.
Don Belisario Benites está paralizado. No calculó una reacción así. No sabía con quien se metía. Otros madrugadores se acercan.
- Bájate el pantalón viejo de mierda y demuéstrame que tan hombre eres…¡aquí y ahora!…demuéstrale a tus amigos que tan macho eres…
El terror se apodera de don Belisario Benites. Su mirada lo traiciona. Nadie puede salvarlo.
Desabrocha el cinturón, baja el cierre, los pantalones hasta las rodillas y los calzoncillos también.
Lo balancea de un lado a otro, mostrando sus desnudeces.
- Con esta cojudez quieres que sea tu mujer…con esto no me haces ni cosquillas, viejo de mierda…
Mira el esmirriado trasero blanco de don Belisario Benites.
Levanta su zapato y le da una patada, estrellándolo boca abajo.
Dejándolo tirado contra la vereda de la calle. Culo al aire.
Se sacude las manos, revisa su cartera y moviendo su cabellera alborotada se acomoda el polo rosado y la minifalda negra.
Gira en redondo, haciendo que el vuelo de su minifalda se eleve, exhibiendo sus preciosas piernas.
Se abre paso hasta la esquina. Cimbreando sus treintaidós años y su uno setentaicinco de belleza ambulante, sube a un taxi y se pierde por la avenida, rumbo a su trabajo.
Llegará a tiempo. Don Belisario Benites, no se sabe.
Cimbreando sus ampulosas caderas y luciendo sus impresionantes muslos, Rosabell Monasterio detiene su paso en la esquina del banco, antes de cruzar la avenida.
Alrededor de la carreta de emoliente, cinco madrugadores se disputan vasos de maca, quáquer, manzana y otros menjurjes. Desayunan a las seis y media de la mañana, esperando a los buses que los llevarán a sus centros de trabajo.
Mueve su húmeda cabellera y gotas de agua caen sobre la desnudez del escote de su polo manga cero. Mira a la izquierda y a la derecha, avistando que no pasara algún vehículo; pero el semáforo, aún está en rojo. Se detiene.
Una huesuda mano asciende intrépida, entre sus recién jabonados muslos deslizándose impúdica, entre sus exuberantes nalgas tras la huella del hilo dental, perdiéndose cuesta arriba por sus ampulosas caderas, levantando al viento su minifalda negra; mostrando la hermosura de sus largas piernas y la majestuosidad de sus glúteos poderosos.
¡¡¡ …Oooohhhh…! de los parroquianos y una carcajada general. Ojos de asombro, excitación y lujuria ante tan inusual espectáculo visual.
Rosabell Monasterio gira sobre sus tacones 10, sorprendida al sentir su intimidad violentada.
Babeante, lujurioso, sus ojos desorbitados, cadavérico, su calva incipiente y un vaso de emoliente en la mano izquierda don Belisario Benites, con su dentadura postiza sonríe por su atrevimiento. Lo había intentado antes, pero le faltaba valor para hacerlo…hoy por fin.
Su mano derecha, violentamente resbala de arriba hacia abajo, rasgando el aire, estrellándose sobre el rostro arrugado del violentador.
Cae sobre la vereda con banco y todo, golpeándose la cabeza. El vaso vuela. El espeso líquido ensucia las camisas de los presentes.
Su boca sangra. Su dentadura atragantada. La estupidez marcada en su rostro.
-Párate, viejo de mierda- gritó Rosabell Monasterio- quiero ver que tan hombre eres … párate mierda.
Don Belisario ni se mueve. Nadie dice nada. Otros madrugadores se acercan, a chismear lo qué está pasando.
Se agacha y cogiéndolo del pecho, lo levanta como a un estropajo. Don Belisario Benites, con mujer, cuatro hijos, seis nietos y jubilado de las empresas eléctricas; con la boca rota y la vergüenza en sus ojos, no dice nada. No puede hablar.
-Ya déjelo señorita- se escucha una voz entre la multitud -Ya está bien, señorita, déjelo ya.
Está furiosa.
- Que lo deje dices, viejo de mierda… si fuera tu mujer, tu hija o tu nieta a quien le metieran la mano, dirías lo mismo…ah dirías lo mismo… dime… dirías lo mismo.
Silencio total.
Mirando a don Belisario le grita:
- Que quieres conmigo…¡acostarte…que sea tu mujer!... eso quieres… ¡demuéstrame que tan macho eres, viejo de mierda…!.
Don Belisario Benites está paralizado. No calculó una reacción así. No sabía con quien se metía. Otros madrugadores se acercan.
- Bájate el pantalón viejo de mierda y demuéstrame que tan hombre eres…¡aquí y ahora!…demuéstrale a tus amigos que tan macho eres…
El terror se apodera de don Belisario Benites. Su mirada lo traiciona. Nadie puede salvarlo.
Desabrocha el cinturón, baja el cierre, los pantalones hasta las rodillas y los calzoncillos también.
Lo balancea de un lado a otro, mostrando sus desnudeces.
- Con esta cojudez quieres que sea tu mujer…con esto no me haces ni cosquillas, viejo de mierda…
Mira el esmirriado trasero blanco de don Belisario Benites.
Levanta su zapato y le da una patada, estrellándolo boca abajo.
Dejándolo tirado contra la vereda de la calle. Culo al aire.
Se sacude las manos, revisa su cartera y moviendo su cabellera alborotada se acomoda el polo rosado y la minifalda negra.
Gira en redondo, haciendo que el vuelo de su minifalda se eleve, exhibiendo sus preciosas piernas.
Se abre paso hasta la esquina. Cimbreando sus treintaidós años y su uno setentaicinco de belleza ambulante, sube a un taxi y se pierde por la avenida, rumbo a su trabajo.
Llegará a tiempo. Don Belisario Benites, no se sabe.
SOY
De mi pie su callo lacerante
De mi mano su dedo siempre mal herido
El que no aparece en el diario de su vida
El que sus silencios digan lo que quieran libremente
Soy
El que eligió un lápiz a un pincel
El que se escapa de la foto
El que no quiere ser parte del paisaje
El que en las cuentas no paga las facturas
Soy
El que sonríe tristemente
El que espera al amor en dos alas de mujer
El que ama las marquesinas de la ilusión
El que lloró insomnios sin que nadie lo consuele
Quien cree que mientras mas abrigado está el amor menos frío tiene
Soy
Quien te dio su ternura para encender tu pasión
Erupcionó tu pasión para fertilizar tu ternura
Quien ama tus silencios y en silencio te ama
Soy
Un vacío en tu olvido o un olvido en tu vacío