Danilo
Sánchez Lihón
1. Estrella
matutina
Hoy seis
de enero ya hemos visitado varios nacimientos que tienen cada uno un detalle
qué resaltar. Como este que ocupa la mitad de la sala, de pared a pared. Y
destaca en él el rito de la Anunciación de la Virgen María hecha por el Arcángel
San Gabriel.
Donde
yace ella inclinada y bendecida entre todas las mujeres de la tierra, con su
belleza sencilla, con su pureza y virtud intacta, que conmueven y nos llenan de
fervor.
Elegida
entre todas las mujeres para ser madre dolorida de un ser que la llenó de
grandeza y eternidad. Pero a costa ¿de qué? De dolores y quebrantos sin
límites. De angustias y dolores sin par.
¡Y cómo
duele reconocerla así, señalada por un destino de sacrificio y holocausto!
Siendo Rosa Mística, Torre de David, Paloma Nívea, Casa de oro, Puerta del
Cielo, Estrella Matutina, como hemos escuchado decir en la misa.
2. Día
de adoración
En
este nacimiento está el arcángel con las alas abiertas y ella recibiendo ese
destino singular y ese cáliz de dolor en sus entrañas.
¡Ahí
está el destino que toca a cada quién, en el caso de la Virgen María, ser
arrobo, sosiego y sumisión.
Aceptando
dar cobija al ser más excelso que ha existido sobre la faz de la tierra!
¿No
es este otro sublime misterio?
Ser
raíz de aquel niño que le brotó en su vientre con el signo de lo sagrado y el
poder de ser luz inmarcesible hasta el infinito.
Ser
el soporte terrenal de un ser puro que por las verdades que encarna ha de morir
clavado en una cruz!
Nos
abruma tanta razón y sinrazón, tanta gracia e infortunio, tanta pequeñez e
inmensidad.
Además
sobre un promontorio en que sobresale el verde de los sembríos, se arremolinan
las nubes blancas sobre el cielo azulino, y bajo él las calles de Santiago de
Chuco convertida hoy día en paseo de niños que es otro misterio superpuesto en este
día de adoración.
3. Se baten
al viento
Pero
he aquí otro portento de nacimiento que es el del Club Progreso, casi en el
centro de la ciudad. Destaca en él la representación de los Reyes Magos que
vienen galopando por la aridez de un desierto y hacia el fondo aparecen las
cuevas de la campiña de Belén en una de las cuales ha nacido Jesús.
Cada
pliegue de los atuendos pareciera flamear y moverse con el compás de las
cabalgaduras, apurados en llegar a tiempo; con el semblante absorto y embelesado
en cada Rey Mago.
Subidos
en sus camellos trotan por el arenal con sus vestimentas que relumbran de
colores verdes, rojos, amarillos, azules y dorados, sumidos en escuchar el
retumbar de los cascos de los camélidos al galope.
Con
sus luengas barbas que bate el viento. Uno de ellos negro, Baltazar, quemado
por los soles del páramo, porta oro. El otro de piel cobriza, Gaspar, lleva
incienso. Y el otro, blanco y rubicundo, Melchor, le ofrendará al Niño Dios la mirra.
Hacia
una colina y al fondo se perfila el palacio de Herodes el infame quien ha
mandado degollar inocentes por el temor a que el Rey de Reyes lo destrone.
4. Un
camino
Al
salir de esta casa vetusta, luego de contemplar extasiados este nacimiento, encontramos
en la calle grupos de niños que ya retornan a sus hogares.
Pero
nosotros entramos a ver un último pesebre, que más que montañas tiene una
inmensa llanura por donde corren majadas de ovejas, chivillos y vacas
seguramente convocadas por el cuerno de un pastor divino.
¡Qué
precioso! Y en él nos alzan al Niño para que lo adoremos en su túnica y en sus
pies. Me ha dado ganas también de alzarlo, de acurrucarlo en mis brazos, de
rozar mis labios en su piel de lirio de sus hombros y sus mejillas, hechas de
arcilla.
Total,
todos somos de arcilla, de barro y hasta de lodo. Y eso nos ha llenado de una
sensación muy honda y de un gozo supremo.
Después,
ya caminando de subida hacia la casa me he preguntado: ¿qué es lo opuesto a
llorar? ¿Qué es lo inverso a la pena, y más bien como sensación de alegría?
¿Reír?
No. Y pienso que no hay una expresión cabal y espontánea para la felicidad como
es llorar para la tristeza. Porque reír no es estar alegre.
5. Sus trenzas
indefensas
Pero
ocurre algo imprevisto, de pasmo y embeleso: que al voltear la esquina, ¡Oh,
Dios! está aquí. ¡Y es ella! Viene con sus hermanos, también de visitar
nacimientos.
Con
su falda de niña, pero también de madre profunda. Todo en ella es candor. Todo
en ella es arrobamiento y pudor.
¿Es también
ella el arcángel que anuncia a la virgen transida? ¿Toda timidez, toda hundimiento
y recato?
No,
el arcángel es resuelto, confiado y vivaz en anunciar el prodigio.
En
cambio ella es escondida y vuelta hacia adentro.
¡Es
la virgen misma! Lo prueba su vestido de organza de color blanco estampado de
pequeñas hojas verdes y flores multicolores combinado con su blusa de color
celeste, como es el cielo de mi pueblo.
Con su
rostro armonioso y sus trenzas indefensas.
Yo
volteo y ella está allí. En la calle, translúcida. Una espiga donde se
resumiera el sol, la luna, las estrellas.
Límpida
y sensitiva.
6. Cada paso
es verdad
Así
debió ser la virgen bella. Y Dios la escogió entre todas las mujeres de la
tierra para ser madre de su hijo, que había de ser luz del mundo.
Que
había de sacrificarse en la cruz para ser nosotros seres salvados, redimidos y
trascendentes.
Para
ser nosotros personas que también portan en el alma la flecha de lo divino y
con ello alumbran el camino de nuestras vidas.
¿Por
qué la escogió? Por su lealtad, por su virtud, por su ternura.
E
igual como entonces, he aquí, qué bella es. Cada gesto, cada pliegue de su traje,
cada paso en el sendero por donde ella va es verdad. Y yo tiemblo.
Subimos
la cuesta de nuestra calle. Agobiados de tanto misterio Y de tanta gravedad en
el alma.
Es el
mundo que ha rodado. Es la vida que ha cobrado el máximo sentido.
7. Todas
sus lámparas
Hemos
vuelto, cuando el sol ya desaparece en el cielo de la tarde.
Y a
él, al Niño Dios, lo he tenido entre mis brazos. Y me he enternecido con él. Lo
he tenido cerca de mis labios. Y lo he besado.
Tal y
como cuando nos nace un hermanito en nuestra casa. ¿Qué más pedir? ¿Qué más
extrañar en esta vida a veces zarandeada por lo mísero y precario?
Ya
nos recogemos bajo los aleros de la casa y también bajo el misterio de la noche
con la luz extinta en el firmamento que se llena de luceros.
Y nos
sentimos buenos e iluminados, como si hubiera nacido algo en nuestras vidas,
algo maravilloso, una sensación de dicha, que justifica todo lo duro que pueda
ser una misión y un camino.
Anoche
hubo tempestad y ahora el infinito luce tachonando la bóveda sideral con todas
sus lámparas y teas encendidas.
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