Danilo Sánchez Lihón
1. Cristalinos
y profundos
Aún es noche oscura y profunda, pero ya la hora avanza rodando inatajable por las cimas de la cordillera andina.
De
pronto el silbo agudo de un pajarillo perfora el hueco de las tinieblas
con un piído penetrante que se desprende desde algún nido recóndito
oculto entre el ramaje.
O que se abriga entre los carrizos y el barco reseco de algún alero bajo el tejado.
A partir de esa dulce espina se expande un tenue claror de nardo, de azafrán y rosas. Con aquel trino se anuncia un nuevo día.
Esa avecilla ha despertado al universo entero, hecho de tierra, agua, aire y fuego.
Desde
su pico y desde su leve temblor la vasta extensión de la vida se tensa y
se estremece; dejando su letargo. Desde su tenue aleteo la creación
mínima y cósmica se remueve y despierta.
2. Cómo
es que
Todo parece haber sido hincado por ese canto milagroso.
Los cerros se desperezan entre cristalinos y soñolientos.
Y todo, poco a poco, recobra el frenesí a partir de aquel tenue gorjeo.
Y todo palpita, se inquieta y extasía ante el nuevo día
Pero, ¿cómo es que una señal tan diminuta ha dado inicio al portento de esta explosión?
¿Cómo
es que la hilacha de un silbido haya desencadenado esta orquesta
atronadora de sones, zumbidos y el fragor de la creación?
¿Cómo es que desde este minúsculo gesto el mundo entero otra vez revive y se agiten gozos y pesares?
También han despertado las voces candorosas de la gente que se revuelve turbados y ya conscientes en sus lechos:
3. Aquí
hay
– ¡Ya es de madrugada! Ya llegó la alborada
– ¡Ya amaneció!
Ya
se oyen las otras voces de la gente que avanzan por los caminos,
trayendo de los campos romero, cebolla, cilantro y hierbabuena.
Y ofrecen sus atados en la calle repentinamente develada.
– ¿A cómo están las clavelinas?
– A real el ramo, señora.
– Pero ni una de color blanco has traído. ¿Por qué?
– Aquí hay una, mamita.
– Pero, ¡qué es una entre tantas flores rojas, amarillas, granates y azules!
– Las avispas pican a las blancas, por eso no hay más. Pero una sola basta para hacer un ramillete.
4. Humean
en el horizonte
– Y, ¿por qué las pican?
– ¡Por su pureza los persiguen los moscardones! Por su blancura. De ella sorben y se alimentan los picaflores.
Amaneceres que hacen sentirnos al principio cavilantes, pálidos y ojerosos. Y después radiantes, mirando la tierra humedecida.
Los muros llenos de malvas. Y los rastrojos del alba temblando en los dinteles de las ventanas.
¡Ya se astilla el espejo del sol en los bordes de los cerros, deshaciéndose en brillos multicolores!
Pronto, el ruido de las hachas llega acompasado con su retumbo, volviendo a caer sobre la leña para avivar los fogones.
Y empieza el rezongar de las cocinas que restallan y humean entre las paredes y las tejas de las cumbreras.
5. El brillo
del sol
Ya
en los caminos, y de un momento a otro, explosiona el sol en nuestros
ojos y nos hace llevar el brazo y la mano abierta sobre la frente, y en
visera.
Estalla también debajo de nuestros pasos y en lo hondo de nuestros corazones.
Pero primero ha despuntado coronando la cresta de los cerros.
Luego se extiende dorando las colinas y esparciendo mixtura en las copas de los árboles y en los bosques lejanos.
Hasta estallar de un momento a otro en nuestra frente y en nuestros pies.
El
sol hace nítidas en las cercas las azucenas, los capullos de las
mostazas y del mastuerzo las campanillas violáceas, como las margaritas
de las acequias.
Y esas flores blancas y pequeñas que llamamos “lágrimas de novia”, que crecen en lo alto de los muros.
6. Hada
vivaz
En
las mañanas el brillo del sol es de oro en los adobes de tierra de las
casas humildes que se extienden al centro de los campos sembrados y al
borde de los senderos.
Y
es que cada pajita, cada brizna de hierba del ichu trozada en las
alturas, cada minúsculo grumo de cuarzo, pedernal o arenisca, unida a la
arcilla de la pared, producen ese efecto de aureola que irradia el
adobe honesto de la casa pobre.
Y he aquí que sobre ese muro se alza el canto del huanchaco pecho colorado. Y el vuelo de la queruquenga blanca y negra.
Cruza de sombra a sombra la flecha en el suelo del zorzal ufano.
Bajo el sol se hace nítido el cerco de flores amarillas y las lilas de los árboles absortos.
Bajo
el sol se reconocen unidos al pie de su manto y brillo fulgurantes los
desfiladeros, los barrancos y las nieves inmarcesibles.
Bajo el sol se dilatan las hondonadas, los barrancos y los desfiladeros, Los potreros por donde se deslizan los ríos impetuosos.
7. Allá
el morado
Retazos
de colores se esparcen por lomas y planicies, por bajíos y altozanos.
Todos los campos están sembrados con diversidad y variedad de cultivos:
Donde relumbran y hasta brillan el blanco perla de la cebada, el esmeralda tropical de los maíces y el amarillo oro del trigo.
Hacia
aquel lado se extiende el anaranjado traslúcido de una chacra de
ollucos. Allá el morado y blanco de una parcela de habas, ya en flor.
Aquel cerco amarillo es de mostazas. Y el otro escarlata es de plantas de sugán.
Esto ocurre en el terreno de llanura o secano.
También
bajo el sol de la mañana se abriga la lagartija verde, madre de las
tunas. ¡Hada vivaz de las pencas! Y diosa de las grietas, de los
agujeros y de los escondrijos.
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