NECESARIA DECLARACIÓN TESTIMONIAL - POR CARLOS GARRIDO CHALÉN, PREMIO MUNDIAL DE POESÍA
NECESARIA DECLARACIÓN TESTIMONIAL
.
(Del Poemario "El Sol nunca se pone en mis dominios,
Ganador de la I Bienal Nacional
"Casa del Poeta Peruano" 1992)
Carlos Garrido Chalén
Aunque a nadie le interese yo nací en el Norte mágico de un país llamado Perú: viajero incógnito en todos los mapas del planeta: pero confieso que no me dolieron en aquel entonces los dolores de parto de mi madre como ahora que intento sobrepujar con sabiduría los recelos y de gozar lo que es mío en esperanza.
Nací en forma individual y por primera vez al final de un arco iris, justo el día en que se inventó el incendio y fui tea para encarrujar la vieja oscuridad de los cerezos.
Y siempre digo: qué tal grandeza de mi madre que pudo con tanto nacimientos sucesivos. Y fui el primero en llegar a su tierra de promisión y conmigo vino Dios a pasar sus vacaciones en mi tienda y subidos en los botes anclados en los muelles nos íbamos en oración hacia alta mar para pedirle explicaciones a la brisa; y los pescadores nos imaginaban sus colegas y compartían nuestro júbilo gitano. Por eso de ese parto no me voy a olvidar jamás, ni de los grillos que a las 8.30 de la noche orquestaban mi arribo, mientras mi Padre, todo él, con sus ojos vidriados por el llanto le decía a mi Madre que la amaba.
De todo, lo aseguro, yo me daba cuenta, y sabía en mis adentro que no estaba solo, que venía, es cierto, a un mundo trágico y hostil, pero que ese era acaso mi designio. No me puedo entonces haber rebelado por eso contra Dios porque he bebido la gota de su cisterna y lo raudales de su pozo.
Me tocó venir, y mi venida la he aceptado sin enfados con la suerte de haber merodeado la nada y el todo al mismo tiempo, de saber que Dios vive en el nardo y el azafrán pero también en el aire sin mácula de todas las colinas.
Por eso repito que aunque a nadie le interese yo nací en un pueblo pequeño de gente huraña pero buena, y supo la casa de mi tía Targelia de historias benditas que el viento nos contaba.
Mi hermano Hugo, el último de todos mis hermano, no estaba ni siquiera en el proyecto austero de mi Padre, pero ya lo conocía desde ante de mi arribo y sabía de su genio de gruñón y su escondida ternura de calandria; pero él entendía que vendríamos a pulular en el dolor y entonces se nos dio por complotar contra la muerte. Pudo él haber sido el primero, pero fue el décimo: Vino cuando ya América había sido descubierta y mi Madre definitivamente conquistada por mi Padre. Yo entonces fui el primero y me tocó venir a la hora del grito, llegar aquí a la hora del relámpago y del trueno sin testigo numerosos que prealumbraran la mano santa de la Comadrona; y cuentan que un alacrán le puso misterio a aquella noche: magia de procesión y de suspenso. Pero supe que en el mundo hay venenos más mortales que los de aquel arácnido de aguijones curvos que nadaba regodeándose en mi cuerpo.
Y sobreviví a la muerte siendo un recién nacido - como para no morirme jamás – y disfruté escuchando los parecidos que me encontraban: unos decían que era igualito a mi Padre y otros que a mi Madre; algunos me encontraban semejanzas con mi Abuela (la mía por si acaso). Yo sabía que me parecía a mí mismo y que era distancia de mi propia distancia. Pero de qué sirve a la vida que uno se parezca a alguien si el parecido no vale de nada cuando se está solo, cuando la tristeza llega al corazón y nos muere la zozobra.
Por eso no asisto ni a mi propio cumpleaños para no parecerme ni a mi sombra. Soy hijo de quien soy y punto. Estoy buscando un nombre bíblico para el perro que tendré algún día y quiero que mi molino muela para mí y para mi vecino.
He venido a este mundo cargado de regalos y de viejas consignas y aunque Dios no necesita de slogans ni de discursos políticos para ser un líder en la Gloria, me he traído de sus muchas moradas sus gritos de insurrección para incendiar las praderas.
Y heme aquí Corsario en un buque que contrató el cuchitril para navegar la noche de mi pueblo; de ese pueblo lindo pegado al mar de cerros encantados y nereidas. Allí aprendí a saludar y respetar a mis mayores y bajo el runrún belicoso de las olas espumosas me convertí en héroe de mis propias batallas.
Muerto y vivo. Caído y levantado. derrotado y triunfador al mismo tiempo, soy a veces una luz intermitente que se extingue pero también una metralla disparada al dolor y una canción de cuna cuando me enternezco. Galardonado aquí y allá, nadie no obstante distingue mis medallas ni me sale a recibir cuando yo llego. Y allí están mis diplomas despintados hablándome soberbios de mis triunfos pasados que al mundo no interesan y están también mis blancos escarpines de niño pintados con cauchín con los que marchaba en los desfiles de mi escuela; están mis cartas de amor que nunca llegué a remitir por falta de destino, mi cerda de pescador, mi caballo de totora y mis colores Faber con los que pintaba a Dios subido en una nube.
Todo está allí como reserva de mis buenos tiempos: como una atalaya desde cuya altura un clarividente deletrea frases proverbiales para el tiempo, mientras yo, abajo del talud, con mis ojos triste profetizo.
Me hago a la mar sin mar de fondo que contenga mis iras y sin secretos posibles que ocultar cuando me muero.
Adónde estará la casa donde nací adónde sus cerezos. Adónde morará insomne mi primer grito de libertad sino tengo ahora voz que repita en eco palabras importantes; si ahora voy mí mismo y encuentro que ya me he ido, solo, cabizbajo, buscando en la heredad del espino una palabra amiga que acaso me comprenda.
Adónde andarán Señor mis sueños de trovador ahora que necesito cantar y no hay manera posible de sobrevivir al canto, ahora que necesito vivir y no hay quien comprenda que para vivir se necesitan dos y yo estoy solo.
Pero la aurora canta ahora el idioma de la restauración y hay un Dios monologando con el viento que en la mitad del discurso se percata que existimos y voltea la mirada para vernos. De modo que no todo está perdido (aunque parezca que estoy aquí como si saliera un poco movido en la fotografía y con mi corazón en huelga de hambre).
Allí está para demostrarlo mi Madre que a sus 50 y tantos años sabe de la ilusión y la comparte con nosotros, mi Padre que registra en sus ojos verdes el paisaje de esa tierra inmarcesible que forjaron nuestros viejos pioneros en la bruma; está ella, con su voz de acero, buscando un horizonte de amor en mi ternura.
Y yo que no quería nacer estoy jugando con la sombra de mis caídos abuelos que se fueron, y porque tras de ahora vine lo que fue antes (y antes fue lo que será ahora) sé que es dulce el tañer, dulce el cantar, dulce el escuchar; y no me importa que contra mi agucen sus ojos pájaros extraños, se junten para entregarme si pena a los impíos, me rodeen sus flecheros o cubran de polvo sus escudos.
No rebusco rencores ni recojo agravios ni blando mi espada vengadora por que aún los moradores de mi casa no me tienen por extraño ni la hiel de las áspides penetra en mi torrente.
Lo único que sé es que el sol nunca se pone en mis dominios.
Voy a mi pueblo, antes que lo devoren los años transcurridos y la saeta traspase su corredor y consuman su fuego los fantasmas y le pido a dios que tolere el temblor que estremece a mis manadas, que aquí está, escuchen, el tamboril, la cítara y la flauta, los huesos regados de tuétano y las vasijas repletas de miel para las viudas; que no me turbe el espanto repentino poniendo palabras innecesarias en mi corazón.
Yo quiero que ahora me llamen por mi nombre para tener cobertura contra el frío hoy que en la ciudad dicen que gimen los moribundos y claman las almas de los heridos de muerte en la batalla.
Sólo soy un viento que aviva el fuego tembloroso de mi exilio y ante los demás pongo por testigo a mis obras concluidas. Y aunque hasta ahora no sé para qué sirve una ventana y todo me preocupa no bebo cerveza al final de algún combate en el cráneo de mis vencidos enemigos.
Estoy repleto de hasta luegos que invaden el crucero. Por eso busco en los sábados en que me abate la tristeza el territorio conquistado de mi infancia para ser más bueno; y porque en cada tumba hay un adiós que se repite con el escudo de mi fe avanzo a favor del viento o contra el viento y me anticipo a aquel despido que se acuna en las grupas de la muerte, y me voy por las aguas de la normalidad en mi barca invisible para encantarme en sus oleaje, a como de lugar, seguro de ser un trovador de puerto y un cantor de puna. Si mi prójimo me deja confuso, soy sabio: consulto el caso con mi corazón y entonces pienso que lo peor que me puede pasar es sentirme ausente.
Viajo porque soy un viajero sin pasaje comprado que transcurro a dedo los recodos ignotos pero si me preocupan que un día los diarios anuncien la blasfemia de que Dios ha muerto. Y digo: primero yo Señor, para no ver a tus enemigos con su risa a lo Perro Pulgoso diciendo:”Ya ven que el hombre no era inmortal”. Y si así sucediera, prepara todo Señor para que la noticia no trascienda y no caigan los dogmas ni tantas dignidades, para que el que planta y el que riega sigan siendo una misma cosa a la semilla. Porque tus enemigos son también mis enemigos: a ellos – que los traspasarás con tus saetas – los supongo, pero gracias a ti no los conozco ni me interesa conocerlos. Sé que diariamente complotan para llevarme al cadalso, hablan de mí, me inventan cuentos y en su fanático delirio sueñan con verme metido en un destartalado ataúd extinto para siempre pero jamás les hice nada y como no conozco el odio los ignoro. Los míos sin embargo me salvan de la muerte diariamente, se enfrentan por su propio riesgo al enemigo, me llaman a la reflexión y prueban que me aman y me nutro del amor de todas sus edades, y salgo a la calle convencido que no encontraré al diablo hurgando en mi futuro; cruzo las veredas pensando que el mundo es mucha más que un lodazal y me enternezco y porque soy poeta y entonces hombre me conmueven las calandrias que vuelan mi ciudad limpiando el Cielo.
Por eso, a mis enemigos los supongo, pero gracias a Dios no los conozco. No vale la pena conocerlos. Dicen que vienen a mí con sus armas en ristre con un yugo de hierro sobre el cuello dispuestos a vencerme pero tengo la espada de mi amigo de arriba debajo de mi almohada. Como el trillador, bieldo en mano, separo la paja del trigo cuando quiero, y la gracia del que habitó en la zarza me defiende. Jamás contraté guardaespaldas porque guardianes invisibles - con su fuerza de búfalo – me cuidan el camino pero puedo enfrentarlo sin su ayuda en el día y hora en que me reten y embriagar con la sangre de los muertos mis saetas. Porque el viento y las olas siempre fueron a favor del que sabía navegar.
Soy pacífico en tiempos de paz, pero guerrero comprobado - gente de guerra – en tiempos de combate y no le tengo miedo al polvo del desierto ni a la bruma renegona del ocaso.
Yo conozco el amor y eso me basta. Ninguna puerta entonces debe estar cerrada Y cada vez me convenzo más que existe un Dios saliendo de la cárcel en la que todos pernoctamos y que vendrá mañana vestido de púrpura encendida a ver dónde nacimos. Y yo le enseñaré el cerezo de Tucillal, la escalera de mi casa; y convocaré sin prisa a mis abuelos muertos para arreglar con ellos todos los entuertos. Y entonces me olvidaré que esta piel que habito me la prestó el invierno para no morirme de fantasma e iré a mi designio con todos los vivos y los muertos que me invocan para consignar tu nombre, en el libro de la eternidad y del silencio.
No me he aprendido de memoria a Dios para ufanarme soberbio que es mi amigo.
Su nombre me lo dio la tarde una mañana oscura de cansancio y supe de su vivir cuando aún el arco no era iris y yo era un simple nonato vagando en el espacio exiliado en el runrún del trueno quejumbroso.
Conozco la playa de mi pueblo como si la hubiera pintado de memoria y a ella voy diariamente, con mi disfraz de buzo para buscar en el interior de sus brumosas olas sus tesoros.
Nadie podrá por eso decir que me he olvidado de amarlo intensamente. Mi pueblo es mi pueblo, y yo lo amo con mi mejor amor. Subo a sus cerros, me deleito en sus caminos, reto sin enfado el tracto sucesivo de sus ecos y de noche hago un aquelarre en su viejo cementerio y todos mis paisanos muertos salen a mi encuentro y me entero sin querer de sus secretos.
Sé entonces que la muerte es una ficción y la vida una locura.
Por eso he prometido que mañana, pasado y todos los días de mi vida (y de mi muerte) iré a visitar a mi vieja Magdalena, y merodearé su tumba para contarle cuánto la he amado. Me subiré a mi monte y contemplaré su tierra prometida desde mi tribulación para encontrarla Y seguro estará allí – toda ella – con su belleza serrana recuperada la vista y sin sus males congénitos, sin quejas ni melindres con ganas de vencer su anticuada tristeza. Yo iré con mis mejores olores para hacer mis pagos por la vida; y ella sabrá por fin que la muerte no existe que se fue a otro lugar a cumplir un designio y que aunque las posibilidades de regresar son muy remotas lo que importa no es venir sino saber que uno marcha a otro destino; iré a su podio para contarle de nuestros avatares del dolor de la alondra y del júbilo del río. Porque el corazón esperanzado lo tiene todo en su esperanza; y como seguro me preguntará cómo está mi Madre, le diré que por decisión mía, exclusiva, ella no morirá jamás, que vivirá por siempre en la fragancia interminable de la rosa, tierna como no hay otra, venciendo el ocaso de los años transcurridos militando sin prisa, con su constancia a cuestas, en ese amor tan suyo, sin edad, ni tiempo y sin distancias.
Por eso el sol nunca se pondrá jamás en mis dominios. Yo vine de un pueblo que me enseñó que siete veces cae el justo Y si lo es, otras siete se levanta Y quiero ser resplandor en la luz y calor en el fuego de todos los instantes.
Hoy ya no me platean las retinas las olas ondulantes de mi lugar natal ni los cerros que legraban el amor de mi mocedad perfilan sus siluetas en mi alma pero me he traído el murmullo de sus caracolas en mi alforja y las lanzaderas de sus telares para tejer la tela de mi prójimo afligido Carlos Garrido ChalénPresidente ejecutivo Fundador de la UHE Premio Mundial de Literatura “Andrés Bello” de la SVAI
Carlos Garrido Chalén
yo nací en el Norte mágico de un país llamado Perú:
viajero incógnito en todos los mapas del planeta:
pero confieso que no me dolieron en aquel entonces
los dolores de parto de mi madre como ahora
que intento sobrepujar con sabiduría los recelos
y de gozar lo que es mío en esperanza.
Nací en forma individual y por primera vez
al final de un arco iris,
justo el día en que se inventó el incendio
y fui tea para encarrujar
la vieja oscuridad de los cerezos.
Y siempre digo:
qué tal grandeza de mi madre
que pudo con tanto nacimientos sucesivos.
Y fui el primero en llegar a su tierra de promisión
y conmigo vino Dios a pasar sus vacaciones en mi tienda
y subidos en los botes anclados en los muelles
nos íbamos en oración hacia alta mar
para pedirle explicaciones a la brisa;
y los pescadores nos imaginaban sus colegas
y compartían nuestro júbilo gitano.
Por eso de ese parto no me voy a olvidar jamás,
ni de los grillos que a las 8.30 de la noche orquestaban mi arribo,
mientras mi Padre, todo él,
con sus ojos vidriados por el llanto
le decía a mi Madre que la amaba.
De todo, lo aseguro, yo me daba cuenta,
y sabía en mis adentro que no estaba solo,
que venía, es cierto, a un mundo trágico y hostil,
pero que ese era acaso mi designio.
No me puedo entonces haber rebelado por eso contra Dios
porque he bebido la gota de su cisterna
y lo raudales de su pozo.
Me tocó venir, y mi venida la he aceptado sin enfados
con la suerte de haber merodeado la nada y el todo
al mismo tiempo,
de saber que Dios vive en el nardo y el azafrán
pero también en el aire sin mácula
de todas las colinas.
Por eso repito que aunque a nadie le interese
yo nací en un pueblo pequeño de gente huraña pero buena,
y supo la casa de mi tía Targelia de historias benditas
que el viento nos contaba.
Mi hermano Hugo, el último de todos mis hermano,
no estaba ni siquiera en el proyecto austero de mi Padre,
pero ya lo conocía desde ante de mi arribo
y sabía de su genio de gruñón y su escondida ternura
de calandria;
pero él entendía que vendríamos a pulular en el dolor
y entonces se nos dio por complotar contra la muerte.
Pudo él haber sido el primero, pero fue el décimo:
Vino cuando ya América había sido descubierta
y mi Madre definitivamente conquistada por mi Padre.
Yo entonces fui el primero
y me tocó venir a la hora del grito, llegar aquí
a la hora del relámpago y del trueno
sin testigo numerosos que prealumbraran la mano santa
de la Comadrona;
y cuentan que un alacrán le puso misterio a aquella noche:
magia de procesión y de suspenso. Pero supe que en el mundo
hay venenos más mortales que los de aquel arácnido
de aguijones curvos
que nadaba regodeándose en mi cuerpo.
Y sobreviví a la muerte siendo un recién nacido
- como para no morirme jamás –
y disfruté escuchando los parecidos que me encontraban:
unos decían que era igualito a mi Padre y otros que a mi Madre;
algunos me encontraban semejanzas con mi Abuela
(la mía por si acaso).
Yo sabía que me parecía a mí mismo
y que era distancia
de mi propia distancia.
Pero de qué sirve a la vida que uno se parezca a alguien
si el parecido no vale de nada cuando se está solo,
cuando la tristeza llega al corazón y nos muere la zozobra.
Por eso no asisto ni a mi propio cumpleaños
para no parecerme ni a mi sombra.
Soy hijo de quien soy y punto. Estoy
buscando un nombre bíblico
para el perro que tendré algún día
y quiero que mi molino muela para mí y para mi vecino.
He venido a este mundo cargado de regalos y de viejas consignas
y aunque Dios no necesita de slogans ni de discursos políticos
para ser un líder en la Gloria,
me he traído de sus muchas moradas sus gritos de insurrección
para incendiar las praderas.
Y heme aquí
Corsario en un buque que contrató el cuchitril
para navegar la noche de mi pueblo;
de ese pueblo lindo pegado al mar
de cerros encantados y nereidas.
Allí aprendí a saludar y respetar a mis mayores
y bajo el runrún belicoso de las olas espumosas
me convertí en héroe de mis propias batallas.
Muerto y vivo. Caído y levantado.
derrotado y triunfador al mismo tiempo,
soy a veces una luz intermitente que se extingue
pero también una metralla disparada al dolor
y una canción de cuna cuando me enternezco.
Galardonado aquí y allá, nadie no obstante
distingue mis medallas
ni me sale a recibir cuando yo llego.
Y allí están mis diplomas despintados
hablándome soberbios de mis triunfos pasados
que al mundo no interesan
y están también
mis blancos escarpines de niño
pintados con cauchín
con los que marchaba en los desfiles de mi escuela;
están mis cartas de amor que nunca llegué a remitir
por falta de destino,
mi cerda de pescador, mi caballo de totora y mis colores Faber
con los que pintaba a Dios subido en una nube.
Todo está allí como reserva de mis buenos tiempos:
como una atalaya desde cuya altura un clarividente
deletrea frases proverbiales para el tiempo,
mientras yo, abajo del talud,
con mis ojos triste profetizo.
Me hago a la mar sin mar de fondo que contenga mis iras
y sin secretos posibles que ocultar cuando me muero.
Adónde estará la casa donde nací
adónde sus cerezos.
Adónde morará insomne mi primer grito de libertad
sino tengo ahora voz que repita en eco
palabras importantes;
si ahora voy mí mismo y encuentro que ya me he ido,
solo, cabizbajo, buscando en la heredad del espino
una palabra amiga que acaso me comprenda.
Adónde andarán Señor mis sueños de trovador
ahora que necesito cantar
y no hay manera posible de sobrevivir al canto,
ahora que necesito vivir y no hay quien comprenda
que para vivir se necesitan dos
y yo estoy solo.
Pero la aurora canta ahora el idioma de la restauración
y hay un Dios monologando con el viento
que en la mitad del discurso se percata que existimos
y voltea la mirada para vernos.
De modo que no todo está perdido
(aunque parezca que estoy aquí como si saliera
un poco movido en la fotografía
y con mi corazón en huelga de hambre).
Allí está para demostrarlo mi Madre que a sus 50 y tantos años
sabe de la ilusión y la comparte con nosotros,
mi Padre que registra en sus ojos verdes el paisaje
de esa tierra inmarcesible que forjaron
nuestros viejos pioneros en la bruma;
está ella, con su voz de acero,
buscando un horizonte de amor en mi ternura.
Y yo que no quería nacer
estoy jugando con la sombra
de mis caídos abuelos que se fueron,
y porque tras de ahora vine lo que fue antes
(y antes fue lo que será ahora)
sé que es dulce el tañer, dulce el cantar, dulce el escuchar;
y no me importa que contra mi agucen sus ojos pájaros extraños,
se junten para entregarme si pena a los impíos,
me rodeen sus flecheros o cubran de polvo sus escudos.
No rebusco rencores ni recojo agravios
ni blando mi espada vengadora
por que aún los moradores de mi casa no me tienen
por extraño
ni la hiel de las áspides penetra en mi torrente.
Lo único que sé
es que el sol nunca se pone en mis dominios.
Voy a mi pueblo, antes que lo devoren los años
transcurridos
y la saeta traspase su corredor y consuman su fuego
los fantasmas
y le pido a dios que tolere el temblor
que estremece a mis manadas,
que aquí está, escuchen, el tamboril, la cítara y la flauta,
los huesos regados de tuétano y las vasijas repletas de miel
para las viudas;
que no me turbe el espanto repentino poniendo palabras
innecesarias en mi corazón.
Yo quiero que ahora me llamen por mi nombre
para tener cobertura contra el frío
hoy que en la ciudad dicen que gimen los moribundos
y claman las almas de los heridos de muerte en la batalla.
Sólo soy un viento
que aviva el fuego tembloroso de mi exilio
y ante los demás pongo por testigo a mis obras concluidas.
Y aunque hasta ahora no sé para qué sirve una ventana
y todo me preocupa
no bebo cerveza al final de algún combate
en el cráneo de mis vencidos enemigos.
Estoy repleto de hasta luegos que invaden el crucero.
Por eso busco en los sábados en que me abate la tristeza
el territorio conquistado de mi infancia
para ser más bueno;
y porque en cada tumba hay un adiós que se repite
con el escudo de mi fe avanzo
a favor del viento
o contra el viento
y me anticipo a aquel despido que se acuna en las grupas
de la muerte,
y me voy por las aguas de la normalidad
en mi barca invisible
para encantarme en sus oleaje, a como de lugar,
seguro de ser un trovador de puerto y un cantor de puna.
Si mi prójimo me deja confuso, soy sabio:
consulto el caso con mi corazón
y entonces pienso que lo peor que me puede pasar
es sentirme ausente.
Viajo porque soy un viajero sin pasaje comprado
que transcurro a dedo los recodos ignotos
pero si me preocupan que un día los diarios anuncien
la blasfemia de que Dios ha muerto.
Y digo: primero yo Señor, para no ver a tus enemigos
con su risa a lo Perro Pulgoso diciendo:”Ya ven
que el hombre no era inmortal”.
Y si así sucediera, prepara todo Señor
para que la noticia no trascienda
y no caigan los dogmas ni tantas dignidades,
para que el que planta y el que riega
sigan siendo una misma cosa a la semilla.
Porque tus enemigos son también mis enemigos:
a ellos – que los traspasarás con tus saetas –
los supongo, pero gracias a ti no los conozco
ni me interesa conocerlos.
Sé que diariamente complotan para llevarme al cadalso,
hablan de mí, me inventan cuentos y en su fanático delirio
sueñan con verme metido en un destartalado ataúd
extinto para siempre
pero jamás les hice nada
y como no conozco el odio los ignoro.
Los míos sin embargo me salvan de la muerte diariamente,
se enfrentan por su propio riesgo al enemigo,
me llaman a la reflexión y prueban que me aman
y me nutro del amor de todas sus edades,
y salgo a la calle convencido
que no encontraré al diablo
hurgando en mi futuro;
cruzo las veredas pensando que el mundo es mucha más
que un lodazal y me enternezco
y porque soy poeta y entonces hombre
me conmueven las calandrias
que vuelan mi ciudad
limpiando el Cielo.
Por eso, a mis enemigos los supongo,
pero gracias a Dios no los conozco.
No vale la pena conocerlos.
Dicen que vienen a mí con sus armas en ristre
con un yugo de hierro sobre el cuello
dispuestos a vencerme
pero tengo la espada de mi amigo de arriba
debajo de mi almohada.
Como el trillador, bieldo en mano, separo la paja del trigo
cuando quiero,
y la gracia del que habitó en la zarza me defiende.
Jamás contraté guardaespaldas porque guardianes invisibles
- con su fuerza de búfalo –
me cuidan el camino
pero puedo enfrentarlo sin su ayuda
en el día y hora en que me reten
y embriagar con la sangre de los muertos mis saetas.
Porque el viento y las olas siempre fueron
a favor del que sabía navegar.
Soy pacífico en tiempos de paz, pero guerrero comprobado
- gente de guerra – en tiempos de combate
y no le tengo miedo al polvo del desierto
ni a la bruma renegona del ocaso.
Yo conozco el amor y eso me basta.
Ninguna puerta entonces debe estar cerrada
Y cada vez me convenzo más que existe un Dios
saliendo de la cárcel en la que todos pernoctamos
y que vendrá mañana vestido de púrpura encendida
a ver dónde nacimos.
Y yo le enseñaré el cerezo de Tucillal, la escalera de mi casa;
y convocaré sin prisa a mis abuelos muertos
para arreglar con ellos todos los entuertos.
Y entonces me olvidaré que esta piel que habito
me la prestó el invierno para no morirme de fantasma
e iré a mi designio con todos los vivos y los muertos que me invocan
para consignar tu nombre,
en el libro de la eternidad y del silencio.
No me he aprendido de memoria a Dios
para ufanarme soberbio que es mi amigo.
Su nombre me lo dio la tarde una mañana oscura de cansancio
y supe de su vivir cuando aún el arco no era iris
y yo era un simple nonato vagando en el espacio
exiliado en el runrún del trueno quejumbroso.
Conozco la playa de mi pueblo
como si la hubiera pintado de memoria
y a ella voy diariamente, con mi disfraz de buzo
para buscar en el interior de sus brumosas olas
sus tesoros.
Nadie podrá por eso decir que me he olvidado de amarlo
intensamente.
Mi pueblo es mi pueblo, y yo lo amo con mi mejor amor.
Subo a sus cerros, me deleito en sus caminos, reto sin enfado
el tracto sucesivo de sus ecos y de noche
hago un aquelarre en su viejo cementerio
y todos mis paisanos muertos salen a mi encuentro
y me entero sin querer de sus secretos.
Sé entonces que la muerte es una ficción
y la vida una locura.
Por eso he prometido que mañana, pasado y todos los días
de mi vida (y de mi muerte)
iré a visitar a mi vieja Magdalena,
y merodearé su tumba para contarle cuánto la he amado.
Me subiré a mi monte y contemplaré su tierra prometida
desde mi tribulación para encontrarla
Y seguro estará allí – toda ella – con su belleza serrana
recuperada la vista y sin sus males congénitos,
sin quejas ni melindres
con ganas de vencer su anticuada tristeza.
Yo iré con mis mejores olores
para hacer mis pagos por la vida;
y ella sabrá por fin que la muerte no existe
que se fue a otro lugar a cumplir un designio
y que aunque las posibilidades de regresar
son muy remotas
lo que importa no es venir
sino saber que uno marcha a otro destino;
iré a su podio para contarle de nuestros avatares
del dolor de la alondra y del júbilo del río.
Porque el corazón esperanzado
lo tiene todo en su esperanza;
y como seguro me preguntará cómo está mi Madre,
le diré que por decisión mía, exclusiva,
ella no morirá jamás,
que vivirá por siempre en la fragancia interminable
de la rosa,
tierna como no hay otra,
venciendo el ocaso de los años transcurridos
militando sin prisa, con su constancia a cuestas,
en ese amor tan suyo, sin edad, ni tiempo
y sin distancias.
Por eso el sol nunca se pondrá jamás en mis dominios.
Yo vine de un pueblo que me enseñó
que siete veces cae el justo
Y si lo es, otras siete se levanta
Y quiero ser resplandor en la luz y calor en el fuego
de todos los instantes.
Hoy ya no me platean las retinas
las olas ondulantes de mi lugar natal
ni los cerros que legraban el amor de mi mocedad
perfilan sus siluetas en mi alma
pero me he traído el murmullo de sus caracolas
en mi alforja
y las lanzaderas de sus telares
para tejer la tela de mi prójimo afligido
Carlos Garrido ChalénPresidente ejecutivo Fundador de la UHE
Premio Mundial de Literatura “Andrés Bello” de la SVAI