jueves, 9 de mayo de 2013

JAVIER DIEZ CANSECO... ¡PRESENTE! - POR CALOS M. CASTILLO MENDOZA


JAVIER DIEZ CANSECO...

¡PRESENTE!

Por Carlos M. Castillo Mendoza 

Miembro del Colectivo Capulí, Vallejo y su tierra

Ha muerto Javier Diez Canseco y ya está enterrado. Sin duda muchos se han alegrado de tan inmerecida desaparición. La derecha peruana y sus camareros, siempre borrachos de lujuria económica, deben estar celebrando verse libres, no de una piedra incómoda en el zapato, sino en su conciencia y su bolsillo. Porque Javier era de los que no tranzaba con lo injusto, y no hay en su hoja de vida un ápice de iniquidad ni concesión a los que iba en contra de los intereses del país, de los pobres y de los valores que representó. 

A veces pienso que si yo fuera Dios administraría mejor el cáncer, (en el supuesto negado que él es un repartidor de males). Porque hay cada ladino que goza de buena salud y sigue tentando volver al Estado para seguir cortando el jamón, a ver si de esa manera añade más volumen a su cuerpo y a su bolsillo. Hay cada personaje que calla, omite, soslaya, encubre y solapa aquello que debe denunciar, señalar y calificar como injusto a los ojos de Dios y de la patria. Hay cada político que ve la llegada a un puesto público no como medio de servir al bien común, sino de servirse él mismos y los suyos, sean parientes, correligionarios, camaradas, compañeros, colegas o amigos y no les interesa seguir minando este pobre país que no se cansa de repetir el mismos saqueo y despojo inaugurados en la época del guano y del salitre. 

Javier era un hombre de los que ya no quedan, pertenecía a una especie en extinción pues habiendo sido educado en uno de los colegios religiosos más emblemáticos de Lima, supo ver claro lo que era contrario al mandato de Jesús que conoció en la escuela, el mismo que no hizo otra cosa que mostrar su “opción preferencial por el pobre” y que prescribía practicar la justicia y la caridad para ganar el cielo. 

Javier era de aquellos al que no le fue ajeno lo que nuestro poeta de Santiago de Chuco vio y denunció como perverso cuando dijo: “Ya nos hemos sentado mucho a la mesa, con la amargura de un niño que a media noche, llora de hambre, desvelado...” Como César Vallejo, no vio al marxismo como un arma ideológica para dinamitar, destruir y matar, sino un medio ideado por el hombre para edificar y crear una nueva sociedad donde “nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos!” (Vallejo). 

Y como a muchos que han sabido hablar claro, su palabra le trajo enemigos, acusadores y opositores; su opción social suscitó la revancha y la agresión de quienes se sintieron tocados en sus intereses pues no tienen patria sino cajones donde depositan “la plusvalía”  expoliando a los que se acercan a sus bancos, tiendas, fábricas o “servicios” y acumulan incansablemente para luego ostentar como retribución lo mal habido sin importar el costo moral de sus actos y acrecentando la diferencia con el otro.  

Cuán vigente resulta hoy la pregunta del poeta, filósofo y maestro Francés Gustave Thibon cuando se interrogaba: “Desde cuando la verdad y el éxito se dan la mano” Tal parece que esta inquietud no es extraña a nuestro acontecer, pues constatamos, en vivo y en directo, a los forjadores de injusticias florecer y gozar de buena salud, mientras que los condotiero de causas nobles, los quijotes del siglo XXI, los ilusionados por un Perú sin pobreza, los cruzados de la razón y la justicia van cayendo uno a uno y se van en la soledad de su vida o con el dolor de sus males para tranquilidad de los que aquí quedan a cortar el pastel sin que nadie diga o señale como maquinan injusticias y traiciones. 

Causa hilaridad ver cómo en un safari los cazadores deben esperar a que muera el león para tomarse la foto junto a él. Solo así es posible demostrar superioridad y poder ante el felino caído, y es que de esa manea el animalito no puede responder ni constituye una amenaza a su depredador. Ese es, creo yo, el marco de las voces oficiales y las otras en la prensa hablada, televisiva y escrita que han salido a decirnos que Javier Diez Canseco era bueno, consecuente, luchador y que tenía razón en esto o aquello, o que su vida valía la pena pues era un político ejemplar, etc. etc., después que lo ignoraron e hicieron de él objeto de burla, sarcasmo y venganza. Y no han faltado los radicales que lo juzgan por no haber acudido, junto a ellos, con la tea encendida para incendiar el país, a sabiendas que en medio están los que nada tienen que ver con el problema que buscan resolver.   
 
Lo que no podrán callar es su coherencia, su carácter y la contundencia de su palabra para señalar y denunciar como injusto lo que era tal; lo que no podrán decir es que acumuló bienes aquí o en el extranjero, y menos podrán señalar que llegó a la infamia con la madre de sus hijos, pese a  haber tenido problemas conyugales.  

La tarea está pendiente para quienes todavía piensan en un Perú diferente, un país encontrado consigo mismo, un suelo donde sea posible la felicidad personal y colectiva. Javier es un peruano presente en la conciencia de los que tienen utopías, vivo entre los que aún no se dejan contaminar por el mercado y el consumo desenfrenado; latente entre los que, como José Carlos Mariátegui, creen que el Perú es un país irredento; vigente entre los que, como José María Arguedas, señalan el llanto y la marginación de los pobres del mundo andino; actuante al lado de los que, como César Vallejo, convocan a la acción porque… “hay hermanos, muchísimo que hacer”.    

Lima, 06 de mayo del 2013 



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