jueves, 23 de mayo de 2013

CÉSAR VALLEJO: DIGNIDAD–DERECHOS HUMANOS–COMPORTAMIENTO UNIVERSAL - POR LIDIA IRENE VÁSQUEZ RUIZ

 
 
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CÉSAR VALLEJO:
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DIGNIDAD–DERECHOS HUMANOS–COMPORTAMIENTO UNIVERSAL
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Lidia Irene Vásquez Ruiz
  
César Vallejo-Dignidad 
 
César Vallejo, poeta Universal peruano (Santiago de Chuco, 1892-París, 1938), voz fundamental en la poesía hispánica del siglo XX.  
 
La creación literaria en Hispanoamérica, desde las tempranas crónicas de Bartolomé de las Casas, Alvar Núñez Cabeza de Vaca o Cristóbal de Molina, fue incluyendo una conciencia social que acabo siendo configurada en el siglo XX en términos de lo que podemos denominar como poética de la solidaridad. La adhesión a la causa o la empresa del «otro» ha sido contemporáneamente uno de los signos caracterizadores del espectro literario en las diversas regiones culturales hispanoamericanas. Si aceptamos que tal poética de la solidaridad tuvo una de sus concreciones en la poesía, nuestro acercamiento a la lírica vallejiana se engloba en un corpus más amplio de poesía ligada a la cuestión de los derechos humanos. Vallejo representa uno de los paradigmas líricos más importantes de dicha poética de la solidaridad, como adelanto y anuncio de posteriores reivindicaciones sociales y humanas por vía de la poesía y al margen de dogmatismos.  
 
Su poesía refleja un sentimiento trágico, torturado, de tristeza y desesperación. Se vuelca en la solidaridad con el hombre. Encuentra su auténtica voz en el seno de la Vanguardia, penetrando en las oscuras simas del subconsciente. 
 
Siempre defendió el valor del hombre como ser entrañable y cuya libertad supera el sacrificio a cualquier doctrina o ideología. Por eso, la poesía de Vallejo se apoya en la idea de la solidaridad y la fraternidad. 
 
Vallejo,  fue un poeta humano, metafísico y religioso (hasta existencial y cristiano) pero también, fue en todo lo demás –especialmente en toda su obra no poética. Su ingenua adhesión parte de la noble voluntad de edificar una nueva sociedad como remedio del dolor y el sufrimiento de la humanidad.  
 
 
César Vallejo y los Derechos Humanos 
 
El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en París la Declaración Universal de Derechos Humanos, documento de treinta artículos que aspiraba a la defensa de la libertad, la justicia y la paz. El caso hispanoamericano es, en este sentido, muy significativo y buena parte de los hechos políticos del siglo XX en esa zona apuntan justamente a las violaciones de tales derechos dentro de un marco de total impunidad. Resulta, interesante comentar que el estudio de la poesía hispanoamericana contemporánea ofrece un inagotable campo para iniciar esa labor de hermanamiento entre ética, literatura y humanidad. 
 
Entonces, al leer al poeta dogmático y mucho más humano, Vallejo, demuestra el más noble ideal de fraternidad que constituye toda una poética de la solidaridad en conexión directa con una sentida defensa de los derechos humanos. 
 
Es por ello, que en los poemas de Vallejo, siempre existe  el rechazo de la injusticia social, y es a partir de ese momento en que esta generosa idea surge como un sentimiento de fraternidad universal y humana. En que todos los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. 
 
De igual modo,  si hacemos un recorrido por el mundo poético vallejiano podemos detectar esa visión solidaria. Manuel Mantero ya dedicó unas páginas a la ternura humana de Vallejo, donde señaló que «en todos sus libros, y en más o menos grado, esta ternura, a veces diluida y otras saltante, resplandece y nos agarra» (Mantero, 1971: 122). Dar cuenta aquí de todos y cada uno de los poemas vallejianos en los que se aborda el tema de los derechos humanos es tarea que rebasa los límites de este trabajo por lo que nos centraremos en algunos textos paradigmáticos.  
 
Así vemos, como Vallejo adelanta ya una de las claves de toda la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que a la letra dice:  
Como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción. 
  • Asimismo, en su primer libro, Los Heraldos Negros (1918), Vallejo muestra su interés por el tema de la pobreza y el hambre. El acto de comer, el ayuno, el pan son motivos y constantes de toda su poesía, como muestra «El pan nuestro», poema en el que el autor desea compartir su pan con todos los hambrientos. El sujeto poemático considera que en su propio acto de alimentarse está quitándole el pan a su prójimo, quien no tiene para comer: «Yo vine a darme lo que acaso estuvo / asignado para otro» (vv. 19-20). Por vía del hermanamiento con todos los pobres, Vallejo llega a considerarse una especie de mal ladrón que le lleva a compartir.  
Artículo 25.1 
Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. 
  • También, Poemas humanos ofrece varios poemas representativos del tema de la fraternidad, como el que se inicia «Me viene, hay días, una gana ubérrima...», fechado en noviembre de 1937. Se trata de un canto a la hermandad con el prójimo, cualquiera que sea su condición. Es un deseo de amar a todos: «al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito / a la que llora por el que lloraba» (vv. 5-6). Es un querer universal, «mundial / interhumano y parroquial» (vv. 24-25) escribe Vallejo, en un ansia de fraternidad absoluta. La insistente repetición del verbo «querer» a lo largo del poema contribuye a entender el texto en términos de una purificación universal y personal por la que Vallejo se solidariza con todo y con todos.  

 
Artículo 1. 
 
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. 
Artículo 2 
1.- Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. 
2. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se  
trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía. 
  • Desde sus afanes de solidaridad Vallejo estuvo profundamente preocupado también por las cuestiones laborales y su poesía puede considerarse también precursora de algunos de los artículos de la Declaración Universal, que tratan de cuestiones del derecho al trabajo. Víctor Mazzi situó a Vallejo como el gran representante de una llamada poesía proletaria peruana compuesta, además, por otros poetas como Augusto Mateu, Luis Nieto, Leoncio Bueno o José Guerra. 
Artículo 23.1 
Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. 
Artículo 24 
Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. 
  • Basta leer para comprobarlo los textos vallejianos de crítica artística y literaria, como el titulado «Los artistas ante la política», publicado el 31 de diciembre de 1927 en la revista Mundial de Lima. Allí Vallejo declara que pese a que todo artista tiene también una parte de sujeto político, su acción específica no consiste en propagar un catecismo dogmático. Para Vallejo, el artista no debe hacer propaganda doctrinaria, ni en conducir a las multitudes, orientar su voto o asumir funciones pedagógicas.  

 
Artículo 27.1 
Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. 
  • En el ámbito de la pobreza, es interesante iniciar nuestro análisis con el poema «La cólera que quiebra al hombre en niños...», fechado el 26 de octubre de 1937. Vallejo organiza un poema en el que del elemento de la violencia, la cólera, se torna un elemento de paz. En el fondo, lo que el poeta plantea es que ninguna cólera es tan grande como la del pobre. La cólera del pobre, nos dice Vallejo, «tiene un aceite contra dos vinagres», «tiene dos ríos contra muchos mares», «tiene un acero contra dos puñales», «tiene un fuego central contra dos cráteres» (vv. 5, 10, 15 y 20). En este juego de contrarios el primero de los elementos es de signo positivo (la paz) frente a la negatividad de los segundos (la violencia).  

Artículo 7 
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación. 
  • «Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza / ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?» (vv. 13-14). En otros casos dentro del mismo poema, Vallejo recurre al humor de frases y expresiones populares como en la novena estrofa: «¿Con qué cara llorar en el teatro?» (v. 18). Pero detrás de la ironía y el humor, lo que se plantea es la crítica a una sociedad más preocupada por las cosas secundarias que por lo realmente importante: las necesidades básicas y primarias de todo ser humano. En ese conflicto del hombre moderno que plantea eficazmente Vallejo hay una confesión del poeta en cuanto a que resulta más importante dar de comer a un hambriento que discutir en materia de filosofía y otros particulares. Por eso, insistimos, en la poesía de Vallejo hay siempre una voluntad de dar mayor importancia al hombre como ser entrañable que a cualquier dogma ideológico concreto. Las necesidades básicas son imperantes necesidades del ser humano. Todo lo demás viene como consecuencia de haber podido sobrevivir. Vallejo, por consiguiente, exige en este poema la mayor ocupación de todos en cubrir las necesidades básicas de la humanidad. El acierto de este texto no sólo radica en la idea expresada, sino en la habilidad de poetizar y enlazar rítmicamente unos contenidos aparentemente prosaicos.  

Vallejo escribió otro poema de parecida temática fraternal: el titulado «Traspié entre dos estrellas», en el que planteó compasivamente la idea de la desgracia humana y el destino fatal del ser humano. Tras una primera parte que incluye la explicación de la existencia trágica del hombre desde su nacimiento hasta la muerte, el poema adquiere ya en la segunda parte un tono compasivo que favorece la sucesión de ideas. Esto es así gracias al uso de la fórmula, a veces variable, «Amado sea el que...», dentro de la tradición de las bienaventuranzas bíblicas manifestadas por Cristo a sus discípulos. Por este camino, Vallejo expresa todo un sentimiento de solidaridad cristiana, con la humanidad entera, reforzado por el empleo constante de tal anáfora y el uso del humor que roza por oposición, como en otros muchos poemas de Vallejo, la amargura, la tristeza y el sufrimiento del hombre en el mundo. En realidad, la habilidad de Vallejo para incorporar fórmulas y esquemas pertenecientes a otros campos y disciplinas al margen de la poesía se observa en el poema que se inicia «Considerando en frío, imparcialmente...», de Poemas humanos, estudiado ya por Alonso Zamora Vicente. Si en el texto anterior Vallejo recurría a la fórmula bíblica, aquí el poeta construye sus versos con el esquema de un documento jurídico: «Considerando...», «Examinando...», «Comprendiendo...». Vallejo destaca en este poema la pequeñez del hombre en un mundo angustioso y burocrático donde se plantea otra vez una universal fraternidad con el hombre anónimo. 
 
Artículo 28 
Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos. 
  • Resulta muy curioso señalar, además, que una década después el «Preámbulo» de la Declaración Universal de Derechos Humanos se iniciaría con un total de siete repeticiones de la fórmula: «Considerando...», precisamente el mismo número de veces que Vallejo emplea tal gerundio en su poema. Por este camino, la frialdad e imparcialidad con que aparentemente se aborda el poema es un recurso consciente y habilísimo de Vallejo para reforzar y poner más de relieve un sentimiento de fraternidad. Es una solidaridad que en cada estrofa se corresponde respectivamente con las categorías del hombre-triste, el hombre-masa, el hombre-laboral, el hombre-desesperado, el hombre-animal, el hombre-indiferente y el hombre-burocrático. Tras estas siete premisas o «considerandos» referidos a cada categorización, y tras la aparente indiferencia de la sexta estrofa, llegamos a la estrofa final. En ella se percibe una desgarrada emoción de hermandad que es sentida, verdadera y auténtica, como cierre final a un poema formulado en términos asépticos. Vallejo se dirige a ese hombre universal y ante él confiesa: «viene, / y le doy un abrazo emocionado. / ¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...» (vv. 33-36).  

Al mismo libro pertenece también el poema «Los nueve monstruos», comentado por Ignacio López-Calvo y André Coyné, en el que se expresa el dolor universal a través de una ética y una estética de la desesperación. Este sufrimiento humano aparece conectado con la idea cristiana de fraternidad total: «Crece la desdicha, hermanos hombres» (v. 23) o «El dolor nos agarra, hermanos hombres» (v. 39). Es una hermandad que abarca elementos cotidianos y básicos alejados de cualquier ideología que no sea la del cristiano y hasta franciscano amor al prójimo. Vallejo lanza una llamada fraternal que se mezcla con un sentido existencial de verdadera angustia, cuya plasmación poemática deriva también en una acentuación sorprendente y un final de esperanza: «¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, / hay, hermanos muchísimo que hacer» (vv. 69-70).   
 
Artículo 30 
Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendentes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración. 
  • Póstumamente, en 1939 su libro Poemas humanos,  es más personal y representativo, en el que cultiva un surrealismo instrumental. Responde a un momento de su trayectoria en que quiere ponerse al servicio de la revolución. Su angustia y sufrimiento se plasman a través de sugerentes imágenes surrealistas. Estamos ante el César Vallejo agónico y solidario, que contempla la muerte frente a frente. Una de las secciones más interesantes es la titulada España, aparta de mí este cáliz, con 15 poemas inspirados en la guerra civil. Sus horrores quedan vivísimamente patentes y se ponen en paralelo con la Pasión de Cristo. El problema bélico se convierte en una angustiosa obsesión. Las víctimas inocentes encarnan un heroísmo sencillo, sin alharacas; el poeta profundiza en la realidad humana de esos seres sacrificados. 
Artículo 26.2 
La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz. 
  • El último poema, «Parado en una piedra...», apareció también incluido en Poemas humanos y abarca el tema del desempleo. Este mismo primer verso identifica la condición permanente e inactiva de una piedra con la situación del hombre parado, es decir en su sentido de estar de pie y, a la vez, de estar sin empleo. Este personaje poemático tiene hambre y ve en su entorno la injusticia. El hombre se convierte casi en una máquina de trabajo que aunque en ese momento está parada, siente todavía las consecuencias de su anterior experiencia laboral. También aquí Vallejo desgarra el lenguaje al presentar la historia interior de un desocupado a la orilla del río Sena en París y que bien pudiéramos entender como su propia historia vital en los años parisinos. El poema puede estructurarse tripartitamente a modo de presentación inicial del personaje (vv. 1-16), dimensión individual de su historia (vv. 17-30) y universalización colectiva de su situación (vv. 31-51). En la primera parte, la percepción detallista de Vallejo alcanza hasta el sonido del estómago que gruñe de hambre, «su pequeño sonido, el de su pelvis» (v. 12). Es un desocupado piojoso que pasa sus horas fumando como puede. La presentación individual del parado toma paulatinamente el tono de injusticia social en la segunda parte: «¡Este es, trabajadores, aquel / que en la labor sudaba para afuera, / que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada!» (vv. 17-19). Antiguo fundidor, tejedor, albañil y constructor, su historia pasada es hoy la de un triste desempleado, «parado individual entre treinta millones de parados» (v. 25). Vallejo nos describe su cuerpo entero como si fuera una máquina mecanizada que necesita trabajar, hombre deshumanizado a fuerza de un trabajo que ahora no tiene. Del paro concreto del personaje de este poema, Vallejo toma una dimensión colectiva ya en la tercera parte. Todo en su entorno queda inmóvil y a ello ayuda la repetición paralelística y el juego de anáforas y aliteraciones. Parece como si su cuerpo entero, desde el talón al pómulo, sufriera como una máquina la necesidad de funcionar. Sus pasos se conectan con transmisiones, el motor chilla en su tobillo y el reloj gruñe a sus espaldas. Y al final, de nuevo la imagen del desempleado preparándose a fumar su cigarrillo hecho de papel con el sonido de su estómago y el piojo que en la pobreza le acompaña: «el papelucho, el clavo, la cerilla / el pequeño sonido, el piojo padre» (vv. 50-51). Este poema, que ha sido objeto de análisis como el de Alberto Sacido, resulta un texto impresionante al mostrar otra vez la constante preocupación de Vallejo por la solidaridad laboral. Esta poética solidaria en Vallejo abarca a los desvalidos y hambrientos, los combatientes y los arriesgados, los mineros y aun los desocupados. En realidad, el tema de los derechos humanos no se agota en Vallejo pero no se aprecia nunca la dogmática que sí es posible hallar en otras obras no poéticas. 

Artículo 23.3 
Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social. 
 
 
César Vallejo: Comportamiento Universal 
 
Curiosamente, Vallejo tuvo siempre presente en sus poemas y  en su vida, establecer una hermenéutica cultural que favorece el entendimiento de la literatura y de la crítica literaria como componente y anuncio de una ética universal basada en la defensa de la libertad humana y de los derechos humanos como piedra clave de toda sociedad liberal y democrática. 
 
Con Los Heraldos Negros (1918), donde muestra el poeta el sufrimiento de los hombres, que se transforma en un grito de rebelión contra la humanidad. En Trilce (1922), refleja su rebeldía, nace de la mezcla de triste y dulce, que es la base misma de la vida. Rompe por completo con las fórmulas literarias precedentes para buscar nuevas formas de expresión, puramente experimental. Dicha ruptura se da en todos los planos: léxico, sintaxis, métrica, imágenes, puntuación, ortografía... Supone una renovación del ritmo del verso libre. En su acumulación de irregularidades gramaticales, de sonidos onomatopéyicos y difíciles neologismos, llega a veces al hermetismo. Pero en medio de esa complicada red formal, se advierte su visión personal sobre temas como la soledad. Recurre a una curiosa simbología de números: el uno es la soledad individual; el dos, la pareja; el tres, la trinidad, la perfección; el cuatro, las paredes de la celda... Intenta reflejar las violentas antítesis que componen la realidad. Expresa el sufrimiento y angustia del ser humano, que son los suyos propios. En sus versos planea la sombra de la muerte. 
 
Desde luego, Vallejo está del lado republicano, pero su poesía trasciende la cuestión ideológica y se eleva como una de las creaciones líricas más humanas y universales. Es una poesía que junto a los logros formales adquiere un valor universal que traspasa su tiempo y la ceguera ideológica y dogmática de sus obras no poéticas.  
 
Su testimonio poético cifra una honda meditación sobre la angustia de existir cuyo único consuelo provisional y efímero radica en la solidaridad humana. 
 
Algunos de los pasajes de Rusia en 1931 hablan de Moscú como el paradigma de ciudad avanzada en las relaciones colectivas y como estructura política y económica justa y libre. Por el contrario, Vallejo contempla Nueva York como el centro de la injusticia y de la explotación de la mayoría de trabajadores indefensos por parte de una minoría de patronos inhumanos. 
 
Bajo el sustrato modernista, pero con la quebrazón que supuso la vanguardia poética, la poesía de Vallejo rompió formalmente con las estructuras tradicionales de la lengua, desbordó la ortografía, violó la sintaxis y encontró en el léxico una nueva veta de impensables neologismos e inusuales adjetivaciones. Los mejores años de su producción artística coincidieron con el florecimiento de las vanguardias europeas e hispanoamericanas, con la moda ultraísta, creacionista y surrealista que Vallejo conoció de primera mano. Mucho más allá, sin embargo, del mero intento formal y reaccionario de otros poetas vanguardistas, la poesía de Vallejo estuvo apoyada siempre en una honda emoción humana y, sobre todo, en una solidaridad universal con el hombre de la que Vallejo dejó testimonio literario en sus poemas.  
 
Nunca antes la poesía hispanoamericana había adquirido un carácter tan coloquial y conversacional, pero a la vez tan líricamente humano. En el acierto de conjugar esta doble faceta humana y poética es donde la poesía de Vallejo alcanzó su más alto vuelo y lo que explica, entre otras razones, el interés de su poesía. En este sentido, el número de libros, monografías, artículos y números especiales dedicados a Vallejo es muy extenso y su obra, que traspasa el género poético, mantiene viva la atención del investigador. El valor de la poesía de Vallejo no sólo radica en su capacidad de innovación lírica, sino también en su dimensión humanamente solidaria que testimonia el conflicto del hombre moderno. El canto de Vallejo es grito por la dignidad humana, por la fraternidad y la libertad individual. 
 
Sin embargo, vale la pena detenerse en tres poemas que verifican tal universalidad. En los tres casos: las figuras del herrero, del minero y del desempleado trascienden, como se mostrará, lo meramente peruano y encarnan el sentimiento solidario del trabajador universal. El primero de estos poemas es el titulado «Oscura», texto perteneciente a los poemas juveniles de Vallejo y que permite comprobar su temprana preocupación por la solidaridad laboral. Se trata de un enternecedor cuadro de tono modernista de un herrero pobre que es exaltado por Vallejo. El elogio del herrero Juan viene a subrayar la pobreza y humildad de éste al tiempo que el caso concreto puede colectivizarse. Vallejo, con astucia, presenta primero al personaje central frente a su yunque: «¡Nervuda faz de cobre / del pobre / que anochece caldeado de esfuerzo...!» (vv. 7-9). Desde ahí, Vallejo pasa al cuadro familiar, con los hijos sufriendo de hambre en torno al humilde padre. El elogio del herrero Juan supone, por un lado, la solidaridad con los más humildes trabajadores y, de otra parte, la crítica a una sociedad impasible ante el descaro de un trabajo manual indignamente remunerado.  
 
El segundo de los poemas lleva por título «Los mineros salieron de la mina...», incluido en Poemas humanos, y se centra en la figura del minero, pluralizado aquí desde el principio. Dentro del tema laboral, el trabajador de la piedra es uno de los tipos más recurrentes en la tradición literaria hispanoamericana. En Vallejo, que conoció de cerca ese trabajo, queda clara su protesta ante la explotación laboral de los mineros. El poema incluye un tono exclamativo de alabanza que alterna con un lenguaje atrevido y hasta sorprendente. La clave consiste en atribuir a los mineros una especie de naturaleza portentosa, casi heroica. El mismo lenguaje desgarrado de Vallejo fundamenta una visión personalísima de estos mineros, cuya descripción física les emparenta con el mismo objeto de su trabajo. Son «cuñas de boca, yunques de boca, aparatos...» (v. 9); y también están «craneados de labor, / y calzados de cuero de vizcacha» (vv. 16-17). Junto al magnífico adjetivo «craneados», la voz de origen quechua «vizcacha», referida a un roedor parecido a la liebre, incide en la doble condición peruana y también universal del poema. Estos mineros de Vallejo parecen hombres semidivinos capaces de crear naturaleza y, sobre todo, hábiles al abrir y cerrar sólo con sus voces el hueco de la mina. Ambos verbos, «cerraron» (v. 5) y «abriendo» (v. 34), dan circularidad al poema con esa idea de ida-vuelta planteada también en forma de quiasmo bajo los términos de subir y bajar: «saben a cielo intermitente de escalera / bajar mirando para arriba / saben subir mirando para abajo» (vv. 22-24).  
 
Al final, se reitera la alabanza, con ecos de la vanguardia vallejiana, donde el adjetivo «formidable», repetido al principio y al final del poema (vv. 9 y 42), es irónico porque adquiere su sentido negativo originario, como algo muy temible, lo que infunde asombro y miedo. De este modo, Vallejo establece su solidaridad a través de un homenaje a los mineros como hombres superiores cuya labor debe reconocerse y valorarse más allá de su marginalidad.        
 
Otra composición de genuina solidaridad humana, y que también entre otras cosas apunta el tema del pobre y su necesidad, es el titulado «Los desgraciados», incluido en Poemas humanos, y del que se ocupó Sicard. Se trata aquí de un cuadro de los marginados, a quienes Vallejo anima a la esperanza de la llegada de un nuevo día. Así se explica la constante repetición en cada estrofa, una o dos veces, del «ya va a venir el día...» (vv. 1, 5, 6, 17, 18, 26, 27, 34, 35 y 45). En cada estrofa se encuentra un consejo o advertencia del poeta al desvalido. Es un lenguaje retorcido, despedazado, hermético y sorprendente. Vallejo viene a mostrar con ternura la escandalosa y mezquina vida de los marginados al tiempo que se insinúa de modo ambiguo un canto de esperanza para esos seres: «Necesitas comer, pero, me digo, / no tengas pena, que no es de pobres / la pena, el sollozar junto a su tumba» (vv. 11-13). Ese desgraciado es «amada víctima» (v. 33) con la que Vallejo se solidariza y a quien ofrece su calor aunque la sociedad entera se vuelque contra esos marginados. Al final, la llegada del día se hace ya presente y el poeta anima con esperanza al marginado que debe guardar su dignidad y orgullo para intentar sentirse vivo en el futuro. También de Poemas humanos es «La rueda del hambriento», donde el poeta da el turno, la vez, la rueda a un ser famélico para expresarse. Vallejo apunta la sordidez vital de un hambriento arquetípico, desesperado y postrado. Para ello se incluye un vocabulario y una acentuación sorprendente: «Váca mi estómago, váca mi yeyuno, / la miseria me saca por entre mis propios dientes» (vv. 4-5). El hambriento reclama primero una piedra, la que sea, para sentarse. Como por asociación, la dureza de la piedra le lleva al pan de los pobres, pasado en días e igualmente duro si es que les alcanza. Pide un pedazo de pan pero al final, y en forma de gavilla con repeticiones paralelísticas, encontramos el grito dolorido del hambriento que pide «una piedra en que sentarme» (v. 29) y que reclama por favor para poder marcharse «un pedazo de pan en que sentarme» (v. 30). Constatamos con Vallejo la nada del pobre, su vuelta al inicio porque se halla –como al principio– lleno de miseria. También en este poema Vallejo fue capaz de elevar las expresiones populares a categoría artística. Véase, en este sentido, cómo empieza: «Por entre mis propios dientes salgo humeando, / dando voces, pujando, / bajándome los pantalones...» (vv. 1-3). La idea de «bajarse los pantalones» constituye la poetización de una expresión figurada y popular que confirma la postración y la supeditación de los desvalidos y prueba la apuesta vallejiana a favor de la solidaridad y contra la pobreza. Pero obsérvese que es un ataque contra la pobreza sino desde una dimensión humanamente universal. 
 
En definitiva, la poesía de Vallejo es una manera profundamente personal de establecer una lucha por la solidaridad humana. La lucha de Vallejo es con las palabras: las que mejor expresan el dolor de un hombre noble que lucho por el hombre y buscó una defensa de los más inalienables derechos del individuo 
  
Muchas gracias
 
 

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