miércoles, 22 de mayo de 2013

22 DE MAYO, DÍA INTERNACIONAL DE LA DIVERDIDAD BIOLÓGICA - PLAN LECTOR: LA CHACRA DE MAÍZ - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN



 CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina

CALENDARIO DE EFEMÉRIDES

22 DE MAYO

DÍA INTERNACIONAL DE LA DIVERDIDAD BIOLÓGICA


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
 
 

 
LA CHACRA DE MAÍZ
 
 
Danilo Sánchez Lihón

 “Un picaflor dorado  juega en el aire”  José María Arguedas

1. Esto ocurre

en el mes de mayo

– Mañana vamos a Chacomas.

– ¿Sí, mamá? –Preguntamos ansiosos e ilusionados.

– Sí. Alisten sus cosas.

– ¡Nos vamos a Chacomas! –Gritamos de entusiasmo.

– ¡A Chacomas! ¡A Chacomas!

Eso ocurre en el mes de mayo, cuando ya el maíz alcanzó su altura, cuando ha echado hojas fuertes y tiene choclos.

Desollada la panca aparece aquel fruto albo, graneado y espléndido, verdadero milagro de la creación, donde se contienen los manantiales, las flores, los ríos y el sol. Donde se condensa la savia de la tierra y las nieves eternas.

Para nosotros es motivo de algarabía preparar los atuendos. Juntamos la ropa de campo, frazadas para las camas, pañales y biberón de la hermanita tierna. Hacemos atados de arroz, azúcar, fideos y sal.

Y yo voy a pedir prestado el burro del tío Pablo para que nos alivie con la carga de las alforjas. Y monte sobre él alguien que se haya cansado en el camino.

No olvido mis anzuelos para pescar truchas en el río, mi trompo y mi talega de bolitas y uno que otro cachivache de niño. Y nos dormimos con la ilusión del día venidero.

2. Amanecer

en los caminos

Al amanecer ya escucho el restallar del fuego en la cocina de leña. Y el chasquido de alguna fritura en la casuela.

Entonces me tiro de la cama y aparezco en la cocina intentando mirar a través del humo y el sol que ingresa por la puerta, la ventana y los agujeros de la pared y el tejado.

– ¿Haces relleno y chorizo con papas sancochadas, mamá?

– Sí; como a ti te gusta.

– ¿Si vamos al cielo, mamá, allá se podrá cocinar lo mismo?

– Anda saca el pan de la canasta y también haces un atado para llevar. También pones roscas y bizcochos.

Ya en el camino el aire es diáfano y bajo el cielo de un azul primordial se abre la hondonada con los campos sembrados de confín a confín hasta la lejanía.

Las hojas y flores aún están perladas de rocío. Y hasta las pencas y se vienen a revolotear las mariposas y los moscardones negros con su zumbar lastimero.

Y en los magueyes se posan las aves ataviadas de pedrería entonando su canto actual y primitivo.

3. En el telón

oscuro

Todo se despierta: el río lejano, las piedras, los nevados con su luz diamantina.

La permanencia en la chacra será de algunos días, tiempo en el cual para mí todo es nuevo, distinto y hasta mágico.

Desde la madrugada ya hay voces en el corredor: de mi madre, de la abuela que ha venido con nosotros y de la gente del campo que se afanan en una y otra tarea.

– ¡Adelaida, anda y trae agua del pozo!

– ¡Anselmo, espanta esas gallinas!

– ¡Lucinda, pone a cocinar esos choclos!

Despunta aún el sol en los cerros y yo tirito de frío. Afuera en la explanada contemplamos a las aves revolotear por el campo. Al borrego masticar un poco de ramas. Al pollino sacudirse las orejas.

El sol amarillento del amanecer alumbra, dorando apenas la cumbre de los cerros, cuando bajo a jugarle ñuñas al Anselmo.

Con nuestras manos amoratadas las hacemos rodar hacia unos pocitos.

Y otras se pierden irremediablemente por las ranuras de la tierra resquebrajada del patio.

4. Cada quien

con su compás

Cerca hay un poyo, en donde sentados por las noches nos entretenemos viendo las luces de las casas lejanas que se encienden en el telón oscuro de la banda de enfrente.

Y de los faros de algún camión que viene o va a Angasmarca, regando sus haces de luz por lomas, quebradas y cerros.

De esas excursiones de familia lo que más recuerdo, impresionado, es lo que se encuentra, observa y vive en una chacra de maíz.

Queda al frente de la casa.

Prácticamente empieza a unos pasos al borde de la grada donde jugamos. Dejamos todo y allí entramos.

La chacra de maíz es un universo fastuoso, o varios universos, o muchos universos juntos.

Es lo más fantástico y fascinante que puede haber sobre la faz de la tierra.

Al ingresar, hay un ruido y zumbido atronador de insectos y abejorros. Cruzan mosquitos, libélulas, moscardones; cada quien con su sonido, compás y propósito.

5. El rumor

del torrente

Hilos de arañas penden de uno a otro tallo.

Las arañas se columpian, negras o marrones, en el aire.

O corren presurosas haciendo o deshaciendo su tejido espeluznante. Se balanceas en una hebra de plata, fina e impoluta, como un rayo de luz, poniendo aquí y allá una filigrana de oro, diamante y esmeraldas.

Pero he aquí el saltamontes que cruza, trisando el vidrio de nuestros ojos y luego se queda quieto, inexistente, como una rama seca y quebrada sobre la caña jugosa.

– ¡Mira aquí! –me dice Adelaida, la hija del alpartidario, con sus ojos transparentes.

Revolotean las mariposas rojinegras que hacen sus arabescos, ora bajando a ras del suelo, ora escabulléndose entre uno y otro tallo.

Pero dejemos por un momento el rumor del torrente y cascada de los abejorros y cojamos un maíz tierno.

Al mover la caña ha caído una pelusilla nacarada que, como comprobamos luego, son minúsculos animalillos que vuelan.

Son pólipos en millares de grumos.

6. Y su flor

cristalina

Pero aquí está:

Hemos cogido el bulbo feraz del maíz que derrama su barba de perla sobre las hojas de panca, como si estallara de gozo.

Al coger las puntas y rasgarlo, aparece la ubre de oro y plata de los granos, como si naciera a la luz del sol una criatura divina.

¿Qué ángel no envidiaría el cabello que lo corona?

¿Y, qué hija de rey no anhelaría los dientes translúcidos de su mazorca?

La envoltura es tibia, tersa, entrañable.

Pruebo a rozarlo por mi mejilla, mirando a la Adelaida que estalla de risa y se burla de mi asombro.

Pero en una chacra de maíz no solo hay frutos de maíz.

En ella crecen también las arvejas, que se enredan en torno a los tallos y dejan colgar sus hojas amarillo-suaves, sus vainas agraciadas.

Y su flor cristalina.

7. Los gorgojos

sonámbulos

¡Y la variedad de ñuñas para nuestros juegos!

Las hay blancas, que cuando abren sus vainas parecen derramarse como gotas de leche; las vaquitas, que son redondas y jaspeadas de negro y blanco.

Las canastitas, rociadas de nácares albos y naranjas; las que llamamos pintadas y que son de todos los colores.

En las chacras de maíz abundan también los zapallos que se enlazan unos con otros.

Con tallos velludos que parecen largos gusanos, cuyas hojas alfombran el suelo, en donde alguien puede esconderse y...

– ¡Zas!..., –nos asustan cuando pasamos a su lado, como hace conmigo la Adelaida, riéndose y corriendo a que yo la alcance entre las cañas.

Emociona encontrar las calabazas rebosantes, abrazarlas y alzarlas lisas, pulidas y fragantes como son, hasta traerlas a los pies de la mamá que cocina.

Si hay una piedra y la levantamos, debajo pululan las hormigas, las gusarapas, larvas de diverso tipo.

¡Y los gorgojos sonámbulos y alucinados!

8. Nidos

de torcazas

Pero hay también unas plantitas pegadas al suelo, que se alzan de a pocos y tienen una raíz transparente y jugosa que se hunde en la tierra.

Es una especie de tubérculo que, ayudados por un palo o estaca, se levanta y sale como si fuera una zanahoria blanca y transparente.

En Santiago de Chuco los llamamos con un nombre injusto: “culos fríos”.

Son sabrosos al paladar, jugosos para la sed, dejan un sabor dulce en la lengua y una sensación diáfana de aire y agua en todo el cuerpo.

Pero la sorpresa mayor son los nidos de chistelos.

Y de toda clase de gorriones que chillan desesperados mientras la madre se empina encrespada en la rama de un árbol, lanzándonos terribles piídos y amenazas.

A cada paso hallamos nidos de torcazas, algunos con dos o más huevos extasiados.

Otros con la paloma ovando y que sale aturdida y se posa en la rama más próxima a decirnos:

– ¡Qué diablos pasa aquí! ¿Por qué perturban nuestro reino?

9. Pura

miel

Otros con los polluelos que abren los picos enrojecidos.

Hay nidos también con huevos de perdices, pichones de tordos.

Huevitos de colibrí, que son mínimos. ¡Y de santarrositas!

¡Abundan también los nidos de pericotes, de ratas y hasta de hurones!

En una chacra de maíz se cosechan además habas, las que vamos juntando en sus vainas y llenando con ellas en la alforja que llevamos colgada al hombre.

A recogerlas en el borde de su pollera, han enviado a la Adelaida, que ahora se demora por reírse conmigo.

Las habas verdes son dulces en la boca y sus flores blanco–azuladas son hermosas.

– ¿Son lindas las flores, no? –me dice al prenderlas en su negra trenza.

– Más linda eres tú. –Le digo y se ruboriza.

Pero ahí una planta de maíz nos tienta con su caña azucarada. La partimos y la pelamos con los dientes. La caña es jugosa. Pura miel.

10. Y le haces

caso

Avanzamos masticándola, sacudiéndonos los sombreros de la pelusa que intenta metérsenos en los ojos.

Ella, tan preciosa como es, tiene las mejillas coloradas por la luz del sol.

Y yo, ¡no saber cómo hundir en ellas mis dientes!

Y morderla como a la caña o al maíz tierno.

Rodeando la chacra florece la quinua, que la siembran para engañar al zorro, que al probarla se convence que lo que hay ahí es amargo.

Y entonces ya no entrará, de lo contrario destrozaría el plantío, que por ser de maíz es dulce.

¡Mira! –Dice mi acompañante– ¡Éste es el hueco de la culebra!

– ¿Hay también culebras aquí? –Pregunto asombrado.

– ¡Hay!

– ¿Si?

– ¡Sí! Pero en realidad es el demonio que sale y toma la forma de una mujer que tú, niño, no sabes quién es. Y le haces caso. Y le sigues.

11. ¡Ah, el maíz,

padre tutelar!

– ¿Así?

– ¡Sí!

– ¿Y qué me hace?

– Termina por robarte y llevarte al infierno de donde nunca más sales ni te suelta.

Yo la miro.

Y me acerco. Cierra sus ojos y nuestros labios se rozan. Hasta convencerme que ella más bien es un ángel.

Una mariposa dorada revolotea en el aire. Y la luna es apenas un retazo de nube blanca y redonda en la cúpula azul del firmamento.

En la noche busco sus ojos en un rincón de la cocina donde se hierve dulce de calabaza, se asan los choclos en la brasa, se sancochan las humitas.

Y sus ojos lentos y hermosos se empozan para siempre en mi alma junto al sabor del maíz.

Y se sirven las habas verdes que ella y yo hemos desgajado de sus tallos y traído en la falda arremangada de su pollera de niña.

¡Ah, el maíz! ¡Padre tutelar de nuestra cultura y presencia amada de mi infancia. 

Texto que puede ser reproducido
citando autor y fuente


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