MARIPOSILLAS
Fransiles
Gallardo
La
noticia desató la ira del Murciélago. De cinco balazos habían matado a su
hermano.
—¡Suban
a la camioneta, carajo! —gritó fuera de sí y cinco de sus guardaespaldas,
armados con fusiles AKM y pistolas de varios calibres, saltaron sobre la tolva
de la camioneta del año, doble cabina y lunas polarizadas.
Doblaron por la
Plaza de Armas, enrumbaron contra el tráfico por el costado del colegio 412,
parándose a cuadra y media más allá.
Disparando en todas
direcciones, ingresaron a PK2, la discoteca bar del momento, en donde las
meseras hacían servicio de todo tipo.
El Tigrillo,
hermano menor del Murciélago, había estado con su gente, tomando, bailando, coqueándose
y teniendo sexo con las chicas de la disco, desde las ocho de la noche.
A las once llegó un
grupo de colochos y trajo a su mesa a Sussy, «la mariposilla de la noche» más
requerida del local.
Allí comenzó el lío
y la lucha de poderes.
Tigrillo sacó su
arma y disparó. Cinco balazos, acabaron con su vida.
Los parroquianos se
tiraron al suelo y las meseras, entre gritos, se refugiaron en sus cuartos.
Pateando la puerta,
Murciélago y su gente ingresó al local. Vio a los parroquianos tirados en el piso
y gritó:
—¡Lárguense, perros
de mierda!. Aterrorizados, nadie se movió.
—¡Son hombres o
maricas, carajo! —volvió a gritar, con ira desatada en su voz—.
¡Apúrense que no tengo tiempo!
Sabían de todo lo
que era capaz Murciélago.
—¡Corran
por sus vidas, malparidos de mierda! ¡Uno…dos… tres! ¡Disparen…!
Ráfagas de
metralleta, disparos de fusiles de largo alcance y de pistolas, llenaron de
muerte a las veredas y calles colindantes.
Nadie sabe cuántos
murieron esa noche, ni cuántos de puro milagro «y porque Dios es grande» se
salvaron.
Reunió a las
chicas, incluida a Karlynda, la mami del puti club y las hizo subir en dos
combis, de vuelta a la ciudad.
—¡Será
una fiesta inolvidable! —ordenó, sin esperar réplica alguna.
Contentas y
entusiasmadas, «las chicas» se acomodaron como pudieron. No era la primera vez
que asistían a las recordadas fiestas de don Murciélago.
Ya conocían cómo
eran esas celebraciones, en especial cuando eran ocasiones importantes; y esta
era una de ellas: mucha coca, mucho trago, muchos dólares por su poco tiempo y
su menor esfuerzo.
Murciélago les
tenía reservada otra fiesta.
Las llevó hasta el
puente de Tocache y las formó en fila. Con su mini uzi, una a una las asesinó
disparándoles a la cabeza. Chillaban, gritaban, querían correr, escapar; pero
el terror las paralizaba.
Los guardaespaldas
las arrojaban al río.
Eran siete
indocumentadas, entre catorce y veintiún años.
Nadie reclamó sus
jóvenes cuerpos, nadie protestó, nadie dijo nada.
De las barrosas aguas del Wallaga emergían sus jóvenes
anatomías, aguas abajo, flotando.
Lobos de río,
pirañas y gallinazos, de a pocos, las iban devorando.
De: Puka Yaku, Río de Sangre
Puente sobre el río Tocache