Danilo
Sánchez Lihón
A su sombra
las ovejas
se congregan
en tropel,
en sus ramas
las abejas
cuelgan panales de miel.
Día del árbol
1.
Afuera
todas
las flores
Es el primer día de clases.
Estoy yo aquí, atento, tembloroso y alerta; con el alma en un hilo y de pie
frente a la carpeta, como todos mis demás compañeros.
Cuando ingresa un profesor
joven, espigado, con el rostro noble y luminoso. Viste temo azul con una
corbata floreada en donde destacan con vivacidad los colores rojo, amarillo,
anaranjado, haciendo un conjunto elegante y armonioso.
Sus zapatos desde el suelo
de tierra apisonada relumbran reflejando la claridad del sol que entra por los
ventanales. Tiene profundos ojos negros y su cabello hace suaves ondulaciones a
partir de su frente. Nuestros ojos están puestos en él. Y todos automáticamente
decimos a una voz, y sin dejar de mirarlo:
– ¡Buenos días, profesor!
– ¡Buenos días, niños!
Tomen asiento. –Dice, esbozando una sonrisa franca y mirándonos a todos.
Y luego se queda mirando la
luz radiante que entra desde el patio por la ventana que empieza apenas más
arriba del suelo por donde se ven hacia afuera todas las flores.
2.
Fragancia
a
vegetal
Nos sentamos, sin dejar de
mirar esa figura que avanza hacia una mesa muy amplia cerca del otro ángulo del
salón por donde la luz invade blanca de otra ventana que da a otro jardín
irradiando su estela bruñida de plata.
La mesa está forrada en
toda su superficie con papel de bolsa color crema, con los ángulos de las
esquinas bien delineados y exactos, denotando cuidado y precisión.
Sobre ella lucen libros y
cuadernos. Un tintero de vidrio, un lapicero de madera con su pluma de metal y
un estuche rosado de papel secante.
El olor a tierra de las
paredes es profundo. Aroma de árbol con sus ramas verdes el de nuestras
carpetas, igual al latido hondo de nuestros corazones que lo sentimos intenso,
brioso, con un impulso hacia lo alto, hacia lo nuevo y distante ese primer día
de clases.
La hora tiene la sensación
de cosas insólitas, de páginas de un libro que recién se van a abrir. De
fragancia a vegetal en primavera que deja brotar el primer hálito de la vida y
la creación.
3.
Un jinete
en
su caballo
La pizarra está limpia. El
profesor avanza y con tiza amarilla traza una letra grande y perfecta que
sombrea de color azul. ¡Qué hermosa! Es una letra mayúscula galana y
exuberante. Es la letra A, con hojuelas y volutas que el profesor se complace
en dibujar. Y dentro de ella delinea un águila con igual facilidad.
Nosotros tratamos de
imitarlo en nuestros cuadernos que abrimos e inauguramos con lápices de colores
esa mañana refulgente. Y después de la A escribe el resto de letras ligadas y
en cursiva que hacen una palabra que más parecen un estandarte: Aritmética.
– ¿Por qué dentro de la
letra hay un águila? –Preguntamos.
– Porque la Aritmética nos
hace volar tan alto como vuela el águila. –Es su respuesta. Y a continuación
comienza a escribir este problema matemático que nosotros empezamos a copiar
con nuestros lápices flamantes, y que dice así:
Un jinete en su caballo
demora una hora y 30 minutos en galopar desde Santiago de Chuco hasta el pueblo
de Angasmarca. Pero, de aquí a Cachicadán, que está en el trayecto, lo hace en
40 minutos. ¿Cuánto tiempo usa de Cachicadán a Angasmarca, descontando veinte
minutos que demoró en dar pasto y agua a su caballo sediento?
4.
A partir
de
ese día
Luego mirándonos a los ojos
calmadamente nos explica, introduciendo en cada mente este razonamiento:
Si demora 40 minutos desde
Santiago de Chuco hasta Cachicadán, más veinte minutos en dar de beber y comer
a su caballo, hay que sumar estos dos factores y el total restarlo de la hora y
treinta minutos utilizados en llegar a Angasmarca. ¡Pero para eso hay que saber
cómo se divide el tiempo en horas y minutos!
Y mientras copiamos el
problema planteado dibuja un hermoso reloj a un costado de la pizarra tan
preciso y primoroso que solo faltó que sonara, marcando líneas como si fueran
sesenta minutos, utilizando para ello tizas de diversos colores. Igual hizo
para escribir la operación, aplicando el amarillo para las letras y resaltando
las cantidades con rojo y remarcando con azul los hitos en el galopara del
jinete.
A partir de ese día, ese
joven maestro, al empezar las mañanas durante todo el año, nos planteaba un
dilema de cálculo cada vez más complejo, el mismo que copia en la pizarra con
letra pareja, problema al cual volvíamos en cualquier momento del día y que él,
siempre sereno y con impecable didáctica.
5.
Por
eso
Desde entonces yo quería
ser como él. Y fue quien me inspiró para ser también maestro de aula. Años
después al estudiar la especialidad de Educación en la Universidad Nacional de
Trujillo recordaba cada clase suya como un modelo y un paradigma infalible de
didáctica.
Y ya como profesor de
escuela me llenaba de admiración el miedo y hasta el terror que los niños y
jóvenes tienen por la aritmética. Y la verdadera impotencia que mis colegas
profesores sufren por enseñar estas materias en cualquier nivel educativo.
Es curioso, porque para mí
los números resultan fáciles, atractivos y fascinantes. Es más, siempre los
tomé como juego y distracción. Y más aún: como hechizo de la imaginación; y
finalmente como causa de orgullo, de expansión y fortaleza.
Todo eso le debo a aquel
profesor que tuve la suerte de encontrar el día en que se iniciaba un nuevo año
lectivo en el Centro Viejo 271. Por eso es el profesor y es la escuela a la
cual debo gratitud eterna.
Pero, además porque en ella
nos enseñaron virtudes. Y a respetar, a valorar y amar al prójimo, a la
naturaleza, a nuestro pueblo y a nuestra querida patria, el Perú.
6.
Maestro
de
los niños
Este profesor, a quien yo
admiré y quise como a nadie en la escuela de mi infancia es quien ahora reposa
dentro de este ataúd y a quien daremos ahora cristiana sepultura.
Su nombre es Danilo Sánchez
Gamboa, quien jamás dejó de ser maestro. Y a quien Santiago de Chuco recordará
siempre con orgullo, respeto y veneración.
A quien nunca escuché decir
una palabra disonante, ni jamás pronunciar una lisura. Ni mucho menos una burla
ni un sarcasmo referido ni al más favorecido de los personajes ni mucho menos
de los seres humildes con quien él se identificó tanto.
A quien no le oí decir una
mentira, por más comprometida y difícil que fuera decir la verdad. Ni referirse
a un colega con palabras ingratas, sino resaltando a veces lo poco de valioso
que tenemos los seres mortales.
Quien después llegó a ser
mi amigo y mi colega entrañable en el trabajo. Con quien compartimos tantas
inquietudes a favor de nuestro pueblo.
Y ahora me desgarra
decirle: ¡Adiós colega, amigo entrañable! Y sobre todo querido, admirable y
venerado maestro de los niños de nuestro querido Perú.
7.
Epílogo
tenaz
El profesor Wagner La Portilla habló más o menos
así en la evocación tan sentida y tierna que hiciera en la ceremonia de
despedida que el magisterio de Santiago de Chuco, capital de la provincia del
mismo nombre del departamento de La Libertad en el Perú, dedicara al maestro
Danilo Sánchez Gamboa.
Hubo además otros discursos
en la ceremonia que se realizó en el local de la Casa del Maestro, el día 20 de
Mayo del año 1981, momentos antes que el cortejo acompañado de delegaciones de
los centros educativos saliera rumbo al cementerio de esta localidad:
El profesor Wagner La
Portilla Escobedo cursó en 1941 el cuarto año de Educación Primaria teniendo
como maestro a Danilo Sánchez Gamboa. Posteriormente, laboró como docente de
Educación Primaria en localidades como Chambuc y, años después, como profesor
en el Colegio Nacional "César Vallejo", de Santiago de Chuco.
Danilo Sánchez Gamboa
laboró 44 años de servicios continuos en la escuela pública como docente de
aula, siempre en el Centro Viejo 271 que es la escuela donde estudió César
Vallejo. Se negó siempre a abandonar su pueblo, a renunciar a la escuela y murió en plena labor educativa.
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