Angasmarca - Foto: Hermes Torres Pereda
JULIO RAMÓN RIBEYRO Y SANTIAGO DE CHUCO
Escribe Ángel Gavidia
“En
cada una de las letras que escribo está enhebrado el tiempo, mi tiempo,
la trama de mi vida, que otros descifrarán como el dibujo en la
alfombra” (1)
“Si alguien quiere honrarme cuando desaparezca que me lea o me comente. Nada de flores o discursos delante de lo que no existe” (2)
J.R.R
1. INTRODUCCIÓN
La
provincia de Santiago de Chuco, como ámbito geográfico y humano, ha
sido campo de influencias y escenario de trascendentes obras literarias.
La obra vallejiana, por ejemplo,
alberga en sus células, genes fácilmente reconocibles en lugares,
personas, animales y sobretodo expresiones del hablar santiaguino, a tal
punto que provoca decir de ella lo que Maupassant escribiera en un cuento de trama ajena a lo que estamos desarrollando pero que tiene un párrafo absolutamente pertinente. “…
aquí tengo mis raíces, esas profundas y delicadas raíces que ligan a un
hombre a la tierra donde sus abuelos han nacido y han muerto; que lo
ligan a lo que allí se piensa y se come, lo mismo a las costumbres que a
los alimentos, a las locuciones locales, las entonaciones, los olores
del suelo, de los pueblos y del propio aire”
(3). Los hermanos Arias Larreta, por su parte, hunden también, las
raíces de un segmento de su obra en las canteras de esta provincia liberteña.
Actitud entendible si tomamos en cuenta que estos creadores, al igual
que Vallejo, nacieron aquí, sus infancias y adolescencias
transcurrieron en lo físico y espiritual de estos parajes. Ciro Alegría es de la provincia vecina, de Sánchez Carrión, y, sin embargo, en El mundo es ancho y ajeno hace pasar a Benito Castro, el hijo adoptivo de Rosendo Maqui, por la cuesta Salesipuedes (que une al pueblo de Santiago con el río Huaychaca) y por el distrito de Mollepata (que constituye el límite sur de la provincia de Santiago de Chuco con la provincia ancashina de Pallasca): “Sí, recordaba una cuesta larga, muy escarpada, muy dura, llamada Salisipuedes. Él (Benito Castro) y Lucero (su caballo) creían saber mucho de cuestas, pero fue en ésa donde lo aprendieron de verdad. También recordaba un pequeño, pueblo llamado Mollepata, edificado en zona de muy buena arcilla donde todos los habitantes eran olleros” (4). Más tarde, ya en Ancash, marchando siempre “al sur contra el viento y el destino”, Benito Castro fue encarcelado y al preguntarle el subprefecto por su origen, el comunero del Rumi miente y dice sin titubear: “Soy de Mollepata”.
Ciro alegría probablemente conocía estos lugares “de oídas”, pero allí
están: cuesta endiabladamente escarpada la una, laborioso pueblo de
alfareros el otro; sólo que es imposible que yendo de norte a sur como
iba Benito, pueda haber trepado Salesipuedes, tendría que haber hecho este camino cuesta abajo. Claro que, en literatura, este detalle carece de importancia.
Pero,
¿qué tiene que hacer Julio Ramón Ribeyro con estos escritores de
indudable cepa andina?, ¿qué, con Santiago de Chuco y su cuesta Salisipuedes? Y es que a fuerza de consustanciarnos con la literatura ribeyriana
acabamos olvidando que este narrador limeño afinca parte de su obra en
esta provincia. Él mismo parece sorprendido por este hecho y en el
prólogo de su primera novela, Crónica de San Gabriel, cuyo escenario es íntegramente rural, dice: “…había siempre predicado la necesidad de escribir sobre Lima y fundar una narrativa urbana prácticamente inexistente en el Perú” (5). Pero, Santiago de Chuco figurará no sólo en esta novela, sino también en dos de sus Prosas apátridas,
en un intenso párrafo de uno de sus últimos cuentos, en una que otra
página de su diario y en alguna de las cartas a su hermano Juan Antonio.
2. CRÓNICA DE SAN GABRIEL O CRÓNICA DE LA HACIENDA TULPO
Julio Ramón Ribeyro conoce Santiago de Chuco en los primeros años de su adolescencia. Viajó en un verano entre 1941 y 1944 (6) (7). Fue a pasar vacaciones a la hacienda Tulpo o, más precisamente, en la casa-hacienda ubicada en el pueblo del mismo nombre, comprensión, este, del actual distrito de Mollebamba.
Para llegar hasta allí tuvo que hacer las rutar Lima-Trujillo,
Trujillo-Santiago de Chuco, ambas en carro y, finalmente, Santiago de
Chuco- Tulpo a lomo de caballo. Las peripecias de esta travesía están descritas con lujo de detalles en el primer capítulo de la novela Crónica de San Gabriel titulado “El viaje”
Recordemos
que es la experiencia de un muchacho de clase media limeña que asoma
sus pupilas por primera vez a una realidad geográfica y cultural
radicalmente distinta. Así mismo, es oportuno precisar qué, no obstante el testimonio de Ribeyro señalando cómo escribió la novela “Abrí entonces un cuaderno y empecé a escribir lo primero que me vino a la cabeza, el recuerdo de las vacaciones que pasé en una hacienda andina cuando tenía catorce o quince años” (7), no obstante esto, digo, estamos recogiendo un relato depositado en una obra de ficción y el narrador “es siempre un personaje inventado”
como sostiene Mario Vargas Llosa (8). Lo dicho no quita que el narrador
esté frondosamente nutrido de realidad como parece estarlo el de Crónica de San Gabriel. Con esta salvedad, consideramos razonablemente extrapolables las vivencias de “Lucho”, el adolescente que protagoniza y cuenta la historia y Julio Ramón Ribeyro, el muchacho limeño que por primera vez llega a un lejano rincón de la provincia de Santiago de Chuco.
“La primera jornada de viaje fue memorablemente aburrida. Nunca imaginé que la costa de mi país fuera un desierto. Hasta entonces sólo había conocido el valle de Lima rico en huertas y jardines”, dice el narrador. Y cuando habla del viaje de Trujillo a Santiago, dice “me
encontré en la caseta de un camión, rumbo a la sierra. Íbamos apiñados
entre una población de indígenas que regresaban a su tierra llevando a
cuestas todo su patrimonio: atados de ropa, gallinas encerradas en
costales, manojos de hierba que apestaban” (9). En otra parte, dice: “A mediodía comenzó la tormenta. De las vertientes caían piedras y barro. El camión sobrecargado podía a penas remontar la cordillera. Yo vigilaba con la cara pegada a los cristales, al desplazamiento de los abismos” (10)
La estadía en el pueblo de Santiago no fue grata: “Al
descender del camión frente al hotel me desmayé. Más tarde abrí los
ojos en una habitación extraña, sucia, con las paredes tapizadas de
papel periódico”. Más allá dice de la ciudad “que,
a la sazón, estaba infestada de moscas, y donde se comía tan mal como
en ese mercado sin manteles, entre gente tosca que bebía y eructaba”.
El camino de Santiago a Tulpo está descrito con sorprendente precisión: relata el descenso por “una amplia quebrada” que coincide con la famosa Salesipuedes; el río; el ascenso por la vertiente opuesta; la meseta de Algallama, en ella el camino que se desvía a Cachicadán y el que continúa a Angasmarca; luego Angasmarca, lugar en donde almorzaban los viajeros, y al final, Tulpo. Dice: “el caserío de Angasmarca nacido a la sombra de una roca piramidal” y menciona unos cactus achatados en Algallama a los que compara con “excrementos d algún animal mitológico”, exótica comparación entendible, seguramente, desde la perspectiva de un adolescente que venía de la capital.
En Tulpo, Julio Ramón Ribeyro, encuentra lo que, según él, “se limita” a presentar en Crónica de san Gabriel: “la vida de los patrones o señores de una hacienda serrana y las relaciones ambiguas, y tensas y a menudo secretas que agitan ese microcosmos”.
En realidad, la hacienda Tulpo
había sido propiedad durante la Colonia de doña Florencia de Mora, ella
en un gesto filantrópico lo cedió al colegio San Nicolás de Huamachuco;
este, a su vez, lo arrendaba a terceros. Cuando Ribeyro llega, la
hacienda estaba en mano de los señores Larco quienes contrataron como administrador de la misma a don Abelardo Rabines Espinoza, familiar por línea materna del célebre autor de La palabra del mudo. Ribeyro estaba emparentado, también, con los Málaga Santolalla que sucedieron a los Larco en la explotación de la hacienda. Estos eran, además, dueños de las minas de Consuzo asentadas en Pallasca. Clorinda, hija de Fermín Málaga y segunda esposa del presidente Manuel Prado, era tía del escritor (11).
Pero Tulpo no sólo le brindó la oportunidad de conocer a “los señores”, también le mostró, al menos de lejos, el sufrimiento de los desposeídos de la sierra, sean campesinos o mineros, además de los caminos, los ríos, los venados y los pájaros. Le dio la oportunidad, como sostiene en Prosas apátridas, de penetrar en el corazón del Perú, de acceder a la realidad sin intermediarios.
Cuando “Lucho” retorna a Lima repara los mismos paisajes que contempló en su ida. Dice de Angasmarca: “Al llegar a Angasmarca nos apeamos para tomar café con agua. Esa gran roca piramidal que hacía contrafuerte a la pampa de Algallama y que parecía una mitra descomunal me recordó mi pasaje por ese mismo lugar, hacía apenas un año”. Y continuando la ruta, dice: “Al otro lado del valle se veía una especie de galaxia triste y derramada: las luces de Santiago. Poco antes de medianoche entrábamos por la calle central de la ciudad y nos detuvimos en el Hotel Santa María para reservar un cuarto” (12) “Lucho” (¿Julio Ramón?) termina
teniendo un discurso más conciliador con este pueblo, acaso porque
había aprendido, porque había madurado, porque retornaba mejor.
Santiago de Chuco - Foto: Goring Segura Vásquez
3. DOS PROSAS APÁTRIDAS CON ALGO DE NACIMIENTO EN TULPO
El texto número 139 de este libro de reflexiones que es Prosas apátridas, dice: Veo pasar por la place Falguiere a un muchacho barbudo que lleva
a una adolescente en una moto y me digo: ¡esa es una de las cosas que
ya no podré hacer! Pero hay otras también que serán mis sueños
incumplidos: recorrer parte de Francia, Italia y España a pie, conocer
el Cusco, hacer nuevamente el viaje a caballo entre Santiago de Chuco y
la hacienda Tulpo,
vivir un tiempo en metrópolis como Nueva York o Moscú, aprender a
tocar piano, navegar en velero hacia una isla o playa desierta, tener
otro hijo, terminar mi vida en un viejo rancho del malecón miraflorino. ¡Y hubiera bastado
tan poco para que esto fuera posible! Por ejemplo, que mi plegaria de
esta tarde se cumpliera, cuando vi pasar un fornido obrero por la plaza y
rogué: su estómago por cuarenta años de lecturas (13). La repetición del viaje a caballo, de Santiago de Chuco a Tulpo adquiere en esa “prosa” el alta jerarquía de uno de los sueños incumplidos de Ribeyro. Su precaria salud:
repetidas hemorragias digestivas, dos intervenciones quirúrgicas entre
ellas una gastrectomía total, le hacían envidiar el estómago del obrero
con el cual, según él, hubiera podido realizar este anhelado viaje. La
anécdota del obrero está registrada también en su diario personal.
El texto 143 dice: “De pronto el cielo de París se cubre, la tarde se oscurece y en el interior de la casa se instala un espesor de penumbra que sólo he visto en las viejas haciendas de la sierra anegadas de lluvia ¡Qué invencible nostalgia al recordar entonces Tulpo, El Tambo, Conococha,
las casonas andinas donde anduve de niño y adolescente! Abrir la puerta
al descampado era penetrar al corazón del país y al corazón de la
aventura, sin que nada me separara de la realidad, ni la memoria, ni las ideas,
ni los libros. Todo era natural, directo, nuevo e inmediato. Ahora, en
cambio, no hay puerta que abra que no me deje algo y me hunda
profundamente en mi mismo (13). Sin comentarios.
Panorámica de la localidad de Santa clara de Tulpo, La Libertad - Perú
Foto: Latimax - 23 DIC 2013
4. EL DIARIO
En el primer tomo de La tentación del fracaso, en la parte que corresponde a “Diario ateurpense”, el día 23 de mayo de 1957, escribe: “Recuerdo también otro incidente curioso cuyas consecuencias fueron gravísimas en la formación de mi carácter. Fue cuando regresé a Lima luego de haber pasado unas largas y extraordinarias vacaciones en Tulpo. Yo tenía doce a trece años. La misma tarde de mi llegada me encuentro con un amigo y me pregunta: ‘¿Y qué tal te ha ido?’. Y
no supe qué responderle. Desde aquel día perdí toda confianza en mis
condiciones de narrador oral, creo que nunca en mi vida conté más una
historia” (14).
¿Qué factores psicológicos bloquearon, como un derrumbe, el cauce de la narración de su reciente experiencia andina hacia los oídos de su amigo de barrio? ¿La exuberancia de los datos? ¿El tipo de experiencias, acaso traumáticas, que vivió? Ribeyro califica estas vacaciones de “extraordinarias”. Y evalúa las consecuencias de su entrabamiento para referirlas de “gravísimas” en la formación de su carácter. Sin duda una beta interesante para la psicología.
Esta es la referencia más directa de su periplo santiaguino. Hay también numerosas notas en relación a Crónica de San Gabriel: su primer nombre fue Crónica de un reino perdido.
Se gestó y escribió en la lejana Alemania en 1956, en uno de los más
crudos inviernos teutones. Allí fluyeron copiosamente los recuerdos de
esas vacaciones al sur de Santiago de Chuco, llegando a escribir más de la mitad de la novela de un solo tirón en contra de su costumbre (refiriéndose meses atrás a otra novela en ciernes, dice “va creciendo con una paciencia vegetal”).
Hay, en el Diario, además, contadas líneas sobre dos santiaguinos ilustres: César Vallejo Mendoza y Luis de la Puente Uceda.
5. LA PALABRA DEL MUDO
“De
uno de estos tíos maternos, el mayor, guardo el primer y más
impresionante recuerdo de la pasión por el tabaco. Estábamos de
vacaciones en la hacienda Tulpo, a ocho horas a caballo de Santiago de Chuco, en los andes septentrionales. A causa del mal tiempo no vino el arriero que traía semanalmente provisiones a la hacienda y los fumadores quedaron sin cigarrillos. Tío Paco pasó dos o tres días paseándose desesperado por las arcadas de la casa, subiendo a cada momento al mirador para otear el camino de Santiago. Al fin no pudo más y a pesar de la oposición de todos (para que no ensillara
un caballo escondimos las llaves del cuarto de monturas), se lanzó a
pie rumbo a Santiago, en plena noche y bajo un aguacero atroz. Apareció al día siguiente, cuando terminábamos de almorzar. Por fortuna se había encontrado a medio camino con el arriero. Entró al comedor empapado, embarrado, calado de frío hasta los huesos, pero sonriente, con un cigarro humeando entre los labios” (16).
Este
párrafo que pertenece al cuento “Solo para fumadores” es parte del
rastreo que el narrador hace de una posible base genética de su adicción
al tabaco. El “tío Paco”
existió. Se llamó Francisco Zúñiga Rabines. Era fumador empedernido y
compartía, además, muchas características con “Felipe”, ese audaz
personaje de Crónica de San Gabriel. Por otra parte, Angasmarca, Tulpo, Mollebamba y Mollepata recibían cada lunes la visita de un hombre tuerto y su pollino que iban de pueblo en pueblo dejando una valija de cartas y encomiendas, y lo siguieron recibiendo hasta muy entrada la década de los 60. La hacienda contaba con un arriero exclusivo.
6. DOS CARTAS A SU HERMANO JUAN ANTONIO CON UNA “PARADA” OBLIGATORIA EN VALLEJO.
En una carta dirigida desde Múnich con fecha 1º de junio de 1956, Julio Ramón Ribeyro le agradece a su hermano Juan Antonio por los datos que le alcanza sobre “la cosecha ha de papas”
En varios capítulos de Crónica de San Gabriel hace presencia una hermosa plantación de papas cuya cosecha es planeada largamente. La cosecha termina en un total fracaso.
En esta misma carta le cuenta que, esperando el informe de las papas, ha leído Agua
de José María Arguedas: “Estoy admirado, abochornado. Arguedas no
escribe mejor que yo, pero ¿cómo te diré? Escribir bien es una cosa y
ser buen escritor es otra. Él ha vivido plenamente los problemas de la tierra (…) Él ve la tierra desde la ‘situación’ del indígena, del oprimido. Yo lo veo, no diré desde la situación del ‘opresor’ pero sí desde una indiferente complicidad” (17).
A continuación le da invalorables datos sobre las personas que le sirven de base para construir su ficción: “Si yo he escogido una hacienda serrana –Tulpo- es porque me parecía el lugar más propicio para encontrar una docena de caracteres interesantes: Paco, Ena, Abelardo, Fechi, etc”. Algunos de ellos aún viven y los otros han dejado huella en los viejos habitantes de estas tierras.
Dos meses antes, en una carta escrita también en Múnich, le cuenta a Juan Antonio que está preparando un artículo sobre Vallejo por lo cual le pide algunos “materiales” incluyendo el libro de Samaniego. El artículo lo piensa “substancioso” y le confiesa el deseo de iniciar la desmitificación del poeta santiaguino. “Vallejo
es casi intocable y cualquier objeción tiene el carácter de un atentado
contra la dignidad nacional. Hay cosas que yo no lo perdono a Vallejo. Por ejemplo Trilce ¿Por qué no (sic) callarlo)?. Trilce es una tomadura de pelo. En ese libro Vallejo escribe como un provinciano que quiere provocar a la capital” (18). No sé si se publicó este artículo. La caza sutil, su selección de ensayos y artículos de crítica literaria no lo incluye. No sé, igualmente, si Ribeyro tuvo acceso a la carta que César Vallejo escribiera a Antenor Orrego a propósito de Trilce donde se adelanta a juicios parecidos a los del autor de “Gallinazos sin plumas”: “Los vagidos y ansias vitales de la criatura (se refiere a Trilce)
en el trance de su alumbramiento han rebotado en la costra vegetal, en
la piel de reseca yesca de la sensibilidad literaria de Lima. No han
comprendido nada. Para los más no se trata si no del desvarío de una
esquizofrenia poética o de un dislate literario que solo busca la
estridencia callejera” (19). De la lectura completa de la carta de Orrego se deduce que Trilce es para Vallejo el más palpitante testimonio de libertad arrancada dolorosamente cumpliendo la obligación “sacratísima de hombre y artista: ¡La de ser libre!”.
Continuando con la misiva, Rebeyro le dice a Juan Antonio: “Lo mejor de Vallejo para mí – a pesar de que muchos prefieren España aparta de mi este cáliz- es Poemas humanos. Me lo sé casi de memoria”. Más adelante le pregunta: “¿Tú no crees que Vallejo escribiera borracho? Yo alimento la duda. El verso reiterativo y cierto surrealismo en las imágenes es típico del estado etílico. Esto, sin embargo, es indemostrable”. Seguidamente analiza la elegía a Alfonso de Silva y el poema que comienza con “¡Oh botella de vino! ¡Oh vino que enviudó de esta botella!” . Curiosamente “enviudó”
está, en la carta, sin tilde lo que cambiaría el significado de la
frase atribuyéndosele, entonces, erróneamente, la acción de enviudar (de vaciar la botella) al poeta.
El párrafo dedicado a Vallejo termina así: “En
el fondo ¿sabes cuál es el drama de Vallejo? Es el de la gente del Ande
que se establece en París: su vida interior no está a la altura de su
soledad. Esto produce una forma particular de angustia que no hay que
confundirla con el spleen de Baudeliere, ni el ennui
de los románticos. Es la angustia del ser enfrentado a su propia
vacuidad interior. Esto, como podrás observar, no podré nunca decirlo en
un artículo”.
¡Vacuidad interior la del hombre del Ande instalado en París! ¿Cómo
llegó a esta conclusión, a mi juicio, falsa? Sostengo que el hombre del
Ande se defiende de la soledad en las grandes urbes precisamente por la nutrida población que habita
su vida interior. Por lo demás, la actividad política de Vallejo, su
producción artística e intelectual, sus constantes viajes, contradicen
al espleen o ennui o paralizante depresión o aburrimiento.
Julio Ramón Ribeyro, el más grande cuentista peruano, hasta el 30 de marzo de 1956, cuando tenía 27 años, aún no había entendido a
César Vallejo Mendoza. Los años, las lecturas, la sabiduría de la cual
hizo gala después, probablemente hicieron que, andando el tiempo,
modificara su opinión. Pues el 26 de octubre de 1976 escribe comparando a
Vallejo con Moro: “Vallejo
en cambio creó, él solo, todo un movimiento, removió y sacudió la
poesía en lengua española y la modificó, no diré para siempre, pero al
menos por un largo período, sin el apoyo de ninguna doctrina preestablecida, sin otro recurso que su propio poder de invención” (20) y un año después preguntándose qué libros llevaría consigo a “una isla desierta”, elige, en poesía, a Vallejo junto con Horacio, Dante, Quevedo, Baudeliere y Withman.
7. EPÍLOGO
He tratado de demostrar, abusando conscientemente de las extensas citas textuales, la presencia de la provincia de Santiago de Chuco (o lo que quedó del encuentro de nuestro narrador con esta porción de tierra andina) en su creación literaria y, porqué no, en su vida. He tomado de la revisión de sus escritos sólo lo evidente. Queda una pregunta quemando el tintero. ¿Sólo en lo evidente influyó su experiencia santiaguina? Creo que no. El hombre es la suma de todo lo vivido, pero su obra es mucho más.
8. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
1. Ribeyro JR. Prosas apátridas aumentadas. Editorial Milla Batres. 1ra Ed. Perú, 1978, p 123.
2. Ribeyro JR. La tentación del fracaso. Tomo III. Diario personal. 175-1987. Jaime Campodónico Editor. 1ra Ed. Lima, 1992, p 202.
3. Maupassant G. El Horla. Ed. Casr: Alianza Editorial S.A. Madrid. 1994, p 5.
4. Alegría C. El mundo es ancho y ajeno. Editorial Varona. Lima, 1978, p.170-177.
5. Ribeyro JR. Crónica de San Gabriel. Tusquets Editores S.A. “da Ed. Barcelona, 1991,p11.
6. Ribeyro JR. La tentación del Fracaso. Tomo I. Diario Personal. 1950-1960. Jaime Campodónico Editor. 1ra Ed. Lima., 1992,p156.
7. Ribeyro JR.Crónica de San Gabriel. Tusquetes Editores S.A. 2da Ed. Barcelona,p 11.
8. Vargas Llosa M. Cartasa a un novelista. Editorial Ariel S.A. Barcelona, 1997, p63.
9. Ribeyro JR. Crónica de San Gabriel. Tusquets Editores S.A. 2da. Ed. Barcelona, 1991, p. 17.
10. Ribeyro JR. Op cit p17-18.
11. Ribeyro JR. La tentación del fracaso. Tomo I. Diario personal. 1950-1960. Jaime Campodónico Editor. 1ra. Ed.Lima 1992, p. 69.
12. Ribeyro JR. Crónica de San Gabriel. Tusquets Editores S.A. 2da Ed. Barcelona, 1991, p.211.
13. Ribeyro JR. Prosas apátridas aumentadas. Editorial Milla Batres. 1ra. Ed. Lima 1978, p. 144.
14. Ribeyro JR. Op. cit, p 148.
15. Ribeyro JR. La tentación del fracaso. Tomo I. Diario Personal. 1950-1960. Jaime Campodónico Editor, Lima 1992, p. 156-157.
16. Ribeyro JR. La palabra del mudo. Tomo IV. Jaime Campodónico Editor. ¡ra Ed. Lima 1994, p 16-17.
17. Ribeyro JR. Cartas a Juan Antonio. Tomo I. Jaime Campodónico Editor. 1ra Ed. Lima 1996, p108-109.
18. Ribeyro Op. cit. 103-104.
19. Orrego A. Mi encuentro con vallejo. Tercer Mundo Editores. 1ra ed. Colombia, p. 81.
20. Ribeyro J.R. La tentación del Fracaso. Tomo III. Diario personal. 1975-1978. Jaime Campodónico Editor, lima 1992, p 88-89.