Danilo Sánchez Lihón
Escrivillo
es llorar.
Guamán Poma
1. Bien sé
que te hago agravio
Fray
Buenaventura de Salinas y Córdoba, nacido en Lima nieto de
conquistadores españoles, fue Calificador del Santo Oficio en 1630 y
escribió un “Memorial de las Historia del Nuevo Mundo”.
Era
un sacerdote que no acostumbraba a exagerar, quien refiere en su obra
que era muy frecuente que las madres indígenas, que daban a luz a sus
hijos varones, los ahogaran en el momento de nacer.
Y
esto a fin de librarlos de ser enrolados años más tarde para trabajar
en las minas de azogue. Este mismo fraile relata un triste suceso en
palabras literales, cuales son las siguientes:
"Habiendo
llegado al valle de Jauja un indio que volvía de la mina de
Huancavelica para ver a su mujer y a sus hijos y descansar en su tierra,
halló muerta a su mujer. Y a sus hijos de 4 y 6 años los encontró en la
casa de una tía suya.
Llegó detrás de él el Curaca y queriéndole llevar otra vez a la mina le dijo:
–
Bien sé que te hago agravio, pues acabas de salir del socavón y te
hallas viudo y con dos hijos que sustentar, flaco y consumido del
trabajo que has pasado.
2. Opresión
de las minas
– Así estoy.
–
Pero no puedo más; no hallo más indios para completar la mita. Y si no
cumplo el número me quemarán, azotarán y beberán mi sangre. – Duélete de
mí y volvamos a la mina. –Le ruega.
Le respondió el indio a su Curaca:
–
Tú eres el que no te dueles de tu sangre pues viéndome tocado del
polvillo de la mina y que hallo muerta a mi mujer y con estos dos
hijuelos que sustentar, sin tierras que sembrar, ni ropa que vestirles,
me haces tal agravio.
Y
al ver que el Curaca no aceptaba la razón y la justicia de este indio,
este cogió a sus hijuelos, los sacó a una legua del pueblo y
abrazándolos y besándolos tiernamente, diciéndoles que los quería librar
de los trabajos que él pasaba, sacando dos cordeles se los puso a sus
gargantas y, hecho verdugo de sus propios hijos, los ahorcó de un árbol.
Y
sacando, luego que llegó el cura y el Curaca, un cuchillo de carnicero
se lo clavó en su propia garganta, entregando el alma a los demonios,
por verse libre de la opresión de las minas".
3. Para escalar
el cielo
Hace
pocos días estuve nuevamente en Huancavelica invitado por la Unidad de
Gestión Educativa de esa capital departamental para participar en un
curso de capacitación de maestros y nuevamente he tenido la ocasión de
visitar otra vez las entradas al socavón de la mina de Santa Bárbara en
esa localidad, llamada también Villa de Oropesa.
Allí
se ubica la famosa mina de azogue que se remonta a principios de la
colonia española, donde luce su sombra fatídica encima del pueblo, como
un emblema de luto y dolor. Mina en donde la gente era enterrada en
vida. Porque dentro de ella vivían personas que nunca pudieron ver la
luz del sol. Y no porque era grato estar sepultados allí, sino porque
eran esclavos.
Mina
en cuyo interior existía incluso una plaza de toros, de acuerdo al
imaginario de la gente, contándose con dibujos y grabados que recrean
esta leyenda. Para mantener presos a estos siervos ya no era necesario
utilizar cadenas porque en donde se los enterraba eran fosos para salir
de los cuales se hubiera necesitado construir escaleras equiparables a
aquellas que nosotros necesitaríamos construir para escalar el cielo.
4. ¿De qué
valían?
Mina
envenenada en donde nacían y morían indígenas en condiciones
paupérrimas e infrahumanas. Con túneles y galerías tóxicas sin sistemas
de ventilación, que sólo se implementaron siglos después de su intensa
explotación.
Mina sin seguridad en donde se registra el dato de que en uno solo de sus derrumbes murieron centenares de indios.
Está
escrita la crónica por la cual un visitador de la corona española que
tenía que hacer una inspección descendió unos cuantos metros y se sintió
asfixiado.
Delante
de él sacaron varios cadáveres de indios muertos en ese mismo instante.
Sin embargo, no hizo figurar estos hechos en el Informe al Rey que hizo
dicho visitador.
Entonces:
¿de qué valían delegados, informes y atestados? La estructura de
explotación se basaba también en la supervivencia de los funcionarios en
los cargos públicos y en la burocracia del Estado que hacía todo por
impedir escándalos y puniciones.
Y,
de otro lado, era impensable que desde lejos hubiera podido el Rey o
cualquiera que lo suplantara corregir siquiera una pizca de estos
hechos.
5. El
“icha carami”
Ir
hacia ella era pues una autodestrucción voluntaria. Y se lo hacía
porque era preferible esa suerte a seguir viendo morir de hambre y
miseria a la mujer y a los hijos. Situación en la cual encontrar la
muerte era laborando y estando ocupados. Porque se buscaba la
inmolación, pero trabajando para darle un pan a la familia, despedida y
adiós con cantos de tristeza y de dolor.
En
toda esta explotación no se usaron mayormente llamas o animales de
carga para extraer el mineral, porque esos animales valían mucho más que
la vida de un indígena en el mercado de trabajo de aquella época. Para
intentar bestializarlos, ¡y eso lo cobraban!, se repartía a los indios o
peones ya como una costumbre y tradición, sin dejar la significación de
estar aplicando una droga, el compuesto denominado el “icha carami”.
¿En
qué consistía ese alimento del mediodía que los españoles daban a los
indígenas para mejor explotarlos y mantenerlos sumisos? Es un costalillo
de coca para repartir entre el grupo que trabaja. Es una talega grande
de cal con la cual se arma el "bolo". Y, además, el cañazo, o el coñac o
el pisco. Y todo ello entregado o repartido al mediodía, como almuerzo.
Con lo cual se los droga e idiotiza. También a fin de que el trabajo
sea rudo y ciego, sin medir fuerzas ni peligros en minas y obrajes.
6. Leña
del árbol derribado
Esto
era y esto es, porque todas estas prácticas siguen todavía vigentes. La
porción diaria del “icha carami” que se daba, o da, al indio peón o
trabajador de la mina ni siquiera era o es gratuito. Porque al final se
le descuenta de su jornal, deuda que nunca alcanzaba a ser pagada porque
no se reduce, sino que siempre va en aumento.
Paga
aparente para azuelar la madera a fin de tener vigas de refuerzo para
los aleros del corredor, antes de la Casa Hacienda, ahora del Municipio o
de la Casa Comunal. O ya sea para aporcar, que es sacar la tierra de
adentro para afuera a fin de airear la raíz de la planta.
O
ya sea para remover la chacra de papa. O bien para el deshierbe de la
chacra de trigo o de maíz. En todas estas faenas no se les da comida
sino el “icha carami”.
Ahora
también se les da a los trabajadores del campo para hacer leña del
árbol derribado, o para hacer el cerco de alambres de púas de la
compañía minera o la guardia nocturna de los linderos usurpados en los
pajonales.
7. Deuda
no saldada
Pero,
¿y qué es lo que significa aquella expresión del "Icha Carami"? Al
final algo tierno, pleno de dolencia y resignación, significa: "dame lo
que quieras".
Esa es la actitud aún dulce del runa, dentro del oprobio.
En cambio, a la bestia de carga, sea caballo, buey o pollino, se le da un buen forraje, agua limpia y descanso.
Al indio no, a él se lo droga.
De
allí que Guamán Poma de Ayala cuando escribía de todos estos
sufrimientos de los indios de su época, en la colonia, decía “Escrivillo
es llorar”.
El
promedio de vida de un joven indígena sano y fuerte que era enganchado y
entraba a trabajar al socavón de la mina, hasta el momento en que
moría, era de solo apenas cinco a seis meses.
Por
eso, todo este oprobio se ha descargado contra lo mejor de nuestra
identidad. Y es todavía la deuda no saldada con el Perú profundo, con el
Perú de todos y el Perú de siempre.
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