Danilo Sánchez Lihón
1. Huella
que traspasa
Alfonso
Ugarte Vernal había nacido en Tarapacá entonces territorio peruano el 2
de agosto del año 1847 y tenía 32 años cuando Chile declaró la guerra
al Perú. Era persona alegre, vital y campechano. Se lo describe franco,
generoso, de puertas y brazos abiertos. Pero, ¿de qué es símbolo? ¿Por
qué es un referente de valor contemporáneo?
Es
el representante de lo que es el compromiso y de lo que significa
involucrarse en la defensa de una causa de honor cívico, y de los
derechos humanos que son inalienables para las personas y los pueblos.
Era un empresario de éxito en Iquique, consagrado al comercio y en donde
en 1876 fue elegido alcalde de esa ciudad. Le gustaba el deleite de la
vida.
Y
la declaración de guerra de Chile al Perú el 5 de abril del año 1879,
le sorprendió casi ya embarcado en un proyecto de vacaciones en Europa,
que canceló inmediatamente. Y dejó todo lo que antes era su desvelo: sus
empresas, sus propiedades, su familia, y asumió la defensa de valores
de una causa que era enfrentar a un ejército de una potencia extranjera
que utilizaba a un país aparentemente hermano. Y se abocó en cuerpo y
alma a defender dicha causa.
No dijo, al declararse la guerra: ya estoy lejos y me salvo.
2. De valor
inextinguible
Antes
de la Batalla de Arica en donde se inmoló arrojándose al mar desde El
Morro portando la bandera peruana, participó el 19 de noviembre de 1879
en la Batalla de San Francisco. Estuvo en la agobiante retirada por el
desierto de parte del Ejército Peruano.
Peleó en la Batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879, donde fue herido de bala en el occipital izquierdo.
No
dijo: ¡Basta! Esto no me implica, no es mi responsabilidad. La cosa no
es conmigo. Además, no se excluyó diciendo: no soy soldado. No. No buscó
subterfugios ni justificaciones, ni ninguna argumentación de esa
índole.
Al
contrario, con sus arengas infundía entusiasmo a su gente, diciéndoles
que nos había tocado, como destino, defender una causa honesta, honrada y
como tal gloriosa.
Por
eso su imagen y la aureola de su vida es la de un bólido, la de un
cometa o meteoro, el de una estrella brillante, espléndida y de valor inextinguible.
3. Antorcha
inapagable
No
fue derrotista ni pusilánime; ni dubitativo ni acobardado; pese a que
en ese momento todo tambaleaba y se desmoronaba, todo hacía crisis y se
volvía ceniza. Al contrario, fue cuando más se lo vio pujante, confiado y
victorioso.
Formó
su propio batallón de cerca de 500 hombres al cual sostenía con su
propio peculio. El vínculo con sus soldados era simple: fraternidad y un
gran cariño y hasta ternura por la vida en esos momentos aciagos.
Al fin y al cabo, era un hombre práctico, que sabía comunicarse directamente con la gente.
Porque solo en las grandes pruebas sobresale el fuego sagrado de que estamos hechos. Y sobresale a manos llenas.
Por
eso: ¡Honor a quien convirtiera su paz en venerable antorcha inapagable
de lucha y en defensor de los derechos fundamentales del hombre en esos
momentos de prueba para el Perú como nación!
4. Las estrellas
estupefactas
Se
afanó, buscó, reclamó participar. Pugnó por unirse, afiliarse
involucrarse en ese asunto de honor. Y esa es la clave que quisiéramos
resaltar para nuestras vidas. El no ser indiferentes.
El
de militar, el sentir el llamado de la conciencia, de lo puro y
auténtico, de lo noble y sublime, como de lo inaplazable. Y eso hizo él
hasta morir, el 7 de junio de 1980 en El Morro de Arica.
Pero
es aquella iniciativa de formar él mismo un batallón la que debemos
seguirla en otros campos porque en el fondo y con ella nos da una
lección y una consigna.
Que
cada organización, que cada empresa, que cada entidad en el Perú sea
una milicia y una legión. Porque la horda diez años antes había planeado
con premeditación, alevosía y ventaja esta agresión.
Y es que quienes tienen fuego sagrado en el alma hacen lo indecible para estar allí donde las papas queman.
¡Por eso, honor al héroe insigne!
5. El Morro es
su monumento
De
allí que emprendió la penosa marcha hasta Arica a unirse al bastión de
guerreros incólumes que dieron al mundo un ejemplo de heroicidad sin
límites al mundo y a las estrellas estupefactas.
Porque
Alfonso Ugarte era un joven empresario de quien dependían muchos
empleados y trabajadores. No dijo: debo tener sentido común y ser
realista.
No dijo: si otro fuera mi caso pelearía, pero de mí depende el destino de mucha gente.
No se le ocurrió una justificación de ese tipo. O decir: haré mejor si me pongo a buen recaudo.
¡No!, esa lógica furtiva, calculadora y escapista no era su lógica. ¡No! Había deberes sagrados qué cumplir.
Y
él los cumplió a costa de su propia vida. Y eso es ser colosal,
grandioso y gigantesco, de allí que el Morro de Arica sea su monumento.
¡Por eso, honor al héroe insigne!
6. Esa lógica
furtiva
Tampoco dijo: mudo de oficina, me voy a otro puerto, bajo la sombra de algún país amigo de América o de cualquier continente.
No pensó: mañana despacho desde Buenos Aires o en el apacible Río de Janeiro.
No
adujo ser sensato, susurrando: ¡debemos pactar! Es nuestro deber cuidar
nuestros negocios, la bolsa o el movimiento bursátil.
No
calculó fríamente: puedo escoger cualquier patria que yo quiera. Para
eso ¡soy ciudadano del mundo!, moderno y universal. No, no dijo tal
cosa, y eso es tener fuego sagrado en el alma.
El ardor de aquellos combatientes no era creer tanto en los triunfos sino en las grandes causas que es ineludible defender.
Porque
de lo contrario, y de no ser así, lesionamos la estatura del hombre
frente a lo siniestro y lo bestial y lo cobarde y abyecto.
Por eso, ¡honor al héroe insigne!
7. huella
que traspasa
Así
Alfonso Ugarte abrazó a Arica en el alma, y quiso quedarse en ella. Y
es la insignia imperecedera en el costado izquierdo de su pecho, lo más
cerca de su inflamado corazón.
Aquello
que defendía era ya un imposible. Era una utopía vencer en el momento
en que más ardor le puso a la causa de la patria amada.
Era
el momento en que vencer era simplemente entregar la vida luchando. Y
él, como muchos otros, estuvo dispuesto a entregar su vida por aquello
que resultaba sacrosanto defender.
Pero
de imposibles está hecho el canto y el himno triunfal a la vida y a la
permanencia honrosa del hombre sobre la faz de la tierra.
De
allí que su abrazo a Arica sea imperecedero. Y Arica, más que una
referencia geográfica es un símbolo de intrepidez y de bravura, como de
fe en las utopías que es ineludible defender.
Por eso: ¡Honor a quien convirtiera su paz en huella que traspasa el infinito!
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