Danilo Sánchez Lihón
“Hay cosas conocidas
y cosas desconocidas.
Y en el medio están las puertas”.
Jim Morrison
1. En
Santiago de Chuco
Así, mi abuelo Benigno, padre de mi madre, siendo muy joven llegó a tener una gran fortuna.
Según él mismo contaba, descubrió las vetas de oro de las minas de Huayllapón.
Allí
trabajaba desde muy joven como proveedor de herramientas, dinamita,
alcohol, alimentos y todo producto que los peones de pico, lampa y
barreno necesitaban.
Allí conoció a mi abuela Rosa Paredes, natural de Pallasca, que llegó también muy jovencita y huérfana de madre desde niña.
Ella amasaba pan y lo vendía a los peones en la boca de la mina
En
Huayllapón nació mi tía Zarela, la primera hija de la pareja, antes de
venirse a radicar en el pueblo donde yo después nací, que es Santiago de
Chuco, hijo de mi mamá Elvira.
2. Se hallaba
perdido
Contaba mi abuelo, en días de lluvia, que localizó la veta de oro de la mina gracias a una duenda que se enamoró de él
Y
que iba siguiéndolo descalza por el camino pedregoso, a ratos detrás y a
ratos delante de la mula por los rijosos caminos, en sus mejores tramos
de cascajo y arenisca.
Venía
de visitar a sus hermanos Manuel y Miguel Lihón, que vivían ya
radicados en el pueblo de Santiago de Chuco. Había galopado todo el día y
se encontraba ya cerca de Huayllapón.
Faltaba quizá una hora de camino a lomo de mula para llegar al campamento, cuando se percató de que se hallaba perdido.
Iba por un camino que no había transitado nunca.
Era un sendero por demás extraño.
3. Las ramas
crujían
– ¿Dónde estoy? –Se preguntó.
Había calculado que iba a llegar con la claridad del día y se dio cuenta que ya era de noche.
Y lo peor es que no estaba yendo por el camino que seguía siempre, al costado del cerro pelado y pedregoso.
Esta vez corría de bajada y estaba entrando a un valle feraz y de extraordinaria belleza.
Era un naranjal donde la luz de pronto se hizo radiante. Y donde el aroma de la vegetación se tornó embriagador.
Siguiendo ese sendero la mula entró a un bosque.
Allí era tupida la penumbra debajo de los árboles inmensos de saúco. Y de higueras, en donde las ramas crujían.
4. Todo era
muy extraño
La vegetación era exuberante y se escuchaba cerca el sonido fragoroso de un río.
– ¿Dónde estoy? –Se volvió a preguntar don Benigno.
El clima, los rumores y hasta la fragancia del bosque entretejido eran de una belleza extraña y singular.
Era como si hubiera ingresado por un túnel a un ámbito que tenía otro aire, otro tiempo, otro aroma y otra luz.
Picó levemente las espuelas a la bestia para avanzar y divisar algún claro dentro de la penumbra que tejían los árboles.
Buscó alguna cabecera de playa a fin de poder orientarse mejor.
5. El fragor
de unas cascadas
Después dejó que la mula se guiara por su propio instinto. ¡No vaya a ser que fuera éste un lugar peligroso!
Sintió
el ruido de una corriente. Y luego el fragor fuerte de unas cascadas.
Siguió avanzando despacio. Pronto reinó una calma profunda.
Ahí estaba por fin el río abierto y el caudal turbulento de las aguas fragorosas.
Pero ¿qué lugar era ese? ¿En dónde se encontraba? Todo era extraño.
Al asomarse un poco más a ver al río corriente arriba fue sorprendente para él divisar algo extraordinario.
El río estaba poblado de duendes. Unos que entran y otros que salen de las aguas azuladas y, seguramente frías.
6. Ojos claros
y pelo rubio
Algunos se zambullen desde las piedras y otros se cogen de ellas relumbrando con su piel de oro.
Cuando
divisó mejor vio que eran como niñitos de unos seis a ocho años, todos
desnudos, de un cuerpo bruñido, de ojos transparentes y de pelo rubio.
Eran parvadas que se bañaban con la piel desnuda y brillante que fulgía a la luz del sol.
Algunos en las piedras como soleándose y otros zambulléndose en el agua.
Lo extraño es que aquí era mediodía con sol relumbrante, y afuera ya las sombras se habían tendido sobre el techo del mundo.
– Suá. Suá. Suá.
Se lanzaban y desaparecían bajo la corriente. Pero después salían atesados a solearse.
7. Tambores
y flautines
Son pequeños, de unos 60 centímetros de estatura
Y eran cientos.
Daban gritos y se hablaban con voces agudas, pero de suaves y armoniosos acordes.
Desde las piedras se zambullían con diversas piruetas en el agua, con sus rostros rozagantes y hermosos.
– Juí. Juí. Juí.
– Way. Way. Way. –Era su conversación
Otros se entretenían entre las altas piedras tocando tambores, pequeñas cornetas y flautines.
¡Era hermoso contemplarlos chapotear en las aguas ora cristalinas y ora tornasoladas del río!
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