Danilo Sánchez Lihón
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café.
César Vallejo
Servidme un café,
pero lleno de Vallejo.
Grafiti en Quito
1. Un
enigma
–
Joven, deje ya de tomar tanto café. ¡El café hace daño! Yo veo que
usted toma café tras café. ¡Eso no es bueno señor, para la salud!
–
Ya me acostumbré. Yo en verdad no tomaba café, pero mi madre un día me
cogió del brazo, me sentó a la mesa y me enseñó a prepararlo paso por
paso. Y me explicó cómo se prueba y degusta. Hasta que empecé a
saborearlo y, poco a poco, se me ha hecho un hábito.
– ¡Pero eso le hace daño!
– ¡No sé! Moriré pues tomando café. La culpa es de mi mamá.
– Pero, ¿qué es el café para usted?
– Un enigma, un misterio, cierta sombra inextricable en nuestros destinos.
Y
toda esta conversación sostenida con la señora que abre y cierra las
puertas de la oficina les cuento y refiero a mi madre y a mi padre que
están sentados alrededor mío mientras meriendo.
– ¿Así le has dicho?
2. Y
además
–
Sí, tal y como lo escuchan. Así exactamente ha sido la conversación con
la señora que se conmueve tanto, y con tanta sinceridad y condolencia,
por verme tomar tanto café.
– Ya ves, –Le reprocha mi papá a mi madre–. Tú le has enseñado eso a nuestro hijo.
– ¡Claro que yo he sido! ¿Y quién más va a ser? ¡Tiene que ser su madre! Y estoy orgullosa de que sea así.
– ¿Aún te ufanas, mujer?
–
¡Cómo no me voy a ufanar! ¡Es mi hijo! ¡Y yo le he enseñado así, tal y
como él dice! ¡Y sigue tomando tu café, hijito! Y no le hagas caso a
quienes dicen que hace daño.
– Los médicos advierten que es nocivo. –Acota papá.
–
No hace daño. ¡Nada hace daño cuando se lo toma con gusto! Ya ven yo.
¿Cuántas tazas de café tomo al día? Y, además, bien cargado. Así que ¡no
les hagas caso, hijito, y sigue tomando tu café!
3. ¿Dónde
estás?
Esta escena ocurre en Lima, hacia donde emigramos toda mi familia.
Pero
de chicos en nuestra casa de Santiago de Chuco mi familia tanto del
lado de mi madre, como del lado de mi papá, compartimos frecuentemente
momentos juntos cuando de tomar el café se trata.
Y
ocurre cuando ya al atardecer mi abuela Rosa con algunas de mis tías,
sus hijas, preguntan desde la sala de nuestra casa hasta donde han
entrado:
– ¿Elvi? ¿Dónde estás? ¡Hemos traído bizcochos y roscas para tomar café! ¿Hay alguien en la casa?
– ¡Sí, mamá! ¡Aquí estoy! Aquí, arriba. Pero ahorita bajo a preparar el café.
Y baja también papá a saludar a mi abuela.
– Venimos antojadas de café, así que hemos dicho: no hay café como el que prepara Elvira y aquí hemos venido.
– Pasen, pasen. Qué bueno que hayan venido. Adelante señora. Pasen, pasen.
4. Pan
de yema
Y
junto a mi abuela y mis tías viene Mirtha, nuestra prima. Y ya nosotros
con Rosita y Jaime estamos mostrándole algún juguete nuevo, o alguna
cosa curiosa, mientras los adultos en la cocina acomodan la mesa con
voces alegres y dichosas que es lo que a nosotros nos pone contentos.
– ¿Hagamos una casa juntando las sillas?
– ¡Ya, pues! ¡Y una tienda! De unos que venden y otros que compran.
Y
pronto ya estamos llamando a Amelia y a Víctor y a otros primos. Y
hasta a niños que son vecinos. Y ya somos un grupo grande que
correteamos por el patio, mientras los mayores en la cocina Acomodan
tazas y cubiertos.
Cuando mamá sale y nos dice:
– Llamen a su abuela Sofía para tomar el café.
– ¿Ha venido la señora Rosa? –Nos responde la abuela.
– Sí, con mi tía Zarela y mi tía Bety. Están en la cocina preparando el café.
– Llevaré pan de yema. Díganle a su mamá que ya voy, hijitos.
5. Así es
el amor
Y mi abuela Sofía deja su rueca, se levanta a ponerse su vestido largo y a cuadros.
Y con el cual aparece con su canasta de pan de yema caminando despacio y con su rostro sonriente por el corredor.
Se
tiende el mantel, chisporrotean las llamas del fogón. Y se elevan las
voces alegres, jubilosas y las risas mientras nosotros ya jugamos a la
casita y a la tienda.
Tardes de café en
que los adultos se enzarzan en un tema mientras desde afuera vemos cómo
flota en el ambiente de la cocina el enigma, el misterio y la sombra
que gobierna nuestras vidas, mientras conversan:
– Pero así es el amor ahora de los muchachos.
– Sí, pero, ¡cómo es eso de estarse besando en plena calle! ¡Tienen que ser más cautelosos, prudentes y recatados!
– ¡Esas son conductas de otros tiempos! Nosotras qué íbamos a permitir que un enamorado nos diera un beso en un lugar público.
6. Aquel
enigma
– Pero, ¿dónde están los padres de esos chicos para no reprenderlos? ¡Seguro que no saben nada!
– Los últimos que se enteran de estas cosas son los padres.
Los
mayores en el comedor bajo el aroma del café revisan los temas de la
aldea, antes apacible. Los temas de la vida cotidiana que transcurre
como el agua bajo las adelfas siguiendo el curso de la acequia.
Mientras
tintinean las tazas, las cucharas y los platos. Y ya es de noche, tanto
que las llamas del fogón se transparentan en las paredes de adobe, y se
hace densa la penumbra bajo el techo, la sombra que es misterio y es
enigma en la casa que nos cobija.
– A mí sírveme otra tacita de café que está riquísimo.
Mientras
ha invadido la noche en el patio, el corredor, la sala y nosotros
jugamos a las escondidas, a perdernos y a encontrarnos unos a otros.
Y
se hace más evidente entre nosotros en las voces de quienes toman café
aquel enigma, ese misterio y aquella sombra que rige nuestras vidas y
coincide tanto con el rito del café que se sorbe.
7. Une la vida
con la muerte
Además, porque se han olvidado de prender la lámpara y solo proyecta sus sombras la luz del fogón.
Y
nosotros exploramos el mundo de otra manera, palpándolo en los grumos
de polvo con las yemas de nuestros dedos por los rincones donde nos
escondemos.
Y miramos desde el corredor el panteón y la colina lejana.
Y comparamos la muerte con la vida, esta que discurre tan llena de regocijo, de encanto, como de gracia de vivir.
Y
la otra lejana, tan fría de los muertos en sus tumbas, de quienes ya no
están en este mundo y han desaparecido por más que los busquemos y
queramos encontrarlos.
Y
en esta aparentemente vida amable del café y de las llamas del fogón
que chisporrotean, descubrimos que el café es lo que une la vida con la
muerte.
Por
eso será también que se toma café en los velorios para despedir a los
difuntos bajo la incógnita y el misterio que es esta vida, en la
penumbra y el crujido de la sombra en la cercha del techo vetusto y
polvoriento.
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