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31 DE
AGOSTO
HOY
DÍA NACE
MI
HERMANO
JUVENAL
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
LOS
PLATOS
DE LOZA
Qué me iba a servir
de tales
platos…
César
Vallejo
Danilo Sánchez Lihón
1. Ese
mismo día
Mi madre era la niña más linda y comedida del pueblo.
Su rostro incluso cuando yo era niño lo veía como el de la virgen, pero su
corazón es más todavía parecido al de una santa, mucho más cuando sonríe con
ademán tímido y compasivo.
Conmueve su delgadez aunque de joven había sido
rolliza porque procedía de un hogar donde todo lo había tenido, hija del señor
más rico de toda la comarca.
Pero se enamoró de mi padre que proviene de un hogar
modesto aunque digno y lleno de virtudes; que él acentúa más con su carácter
apacible, amante de las causas nobles y con su convicción a favor de lo
humilde, tanto que en su libreta militar en el rubro ocupación hizo anotar:
campesino.
Cuando mi padre investido de coraje ha ido a pedir la
mano de mi madre mi abuelo ha tenido que llenarse de paciencia para no
arrojarlo después de preguntarle cuáles son sus ingresos económicos.
Y las hermanas de mi madre se han reído en su cara
cuando salía. Pero mi madre ese mismo día ha renunciado a todas sus comodidades
para seguirlo a él por los caminos de este mundo
2. Hundiendo
sus labios
Cuando ha salido de su casa solo le han permitido
sacar cuatro cosas que reconocen que son regalos personales que le han hecho a
ella:
Un baulito en donde guarda anillos y collares que
poniéndolos en su falda al lado de nosotros sus hijos, vuelve a probarse en sus
dedos delgados y con ojos enternecidos.
También unos guantes de gamuza de color Azul Danubio
hecho de una maravilla de pequeñas piezas y costuras de hiladas parejas, y que
caben justo en nuestras manos pequeñas cuando nos lo enseña, confía y que
aprovechamos como un gozo supremo para palmearnos la cara.
Una chalina o bufanda de zorro por suya boca de
dientes lábiles introducimos la mano; y que mi madre suele volver a probarse en
su cuello dando unas vueltas por el cuarto y hundiendo sus labios en su suave
pelaje.
Y un juego de platos de loza de Bavaria traídos
especialmente para ella e importados a través del puerto de Hamburgo, que es
otro regalo hecho por mi abuelo quien murió pocas semanas después que ella
abandonara su casa para unirse con quien sería mi papá.
3. Y esto
compensa
Nosotros comemos en esos platos de loza fina y de
relumbre antiguo y que son unos
“hondos” para la sopa y otros “tendidos”, para el guiso o segundo sabroso y
humeante salido siempre de sus manos. Es un orgullo tenerlos porque son platos
muy primorosos que le dan un brillo, un fulgor y una distinción especial a
nuestra casa pobre.
Tanto es así que hemos tomado la mala costumbre de
reunión a la cual vamos inmediatamente y en silencio nos fijamos en los platos
en que se sirven los potajes y que evidentemente no tienen el estampado
profundo de verde jade que tienen los nuestros.
Y, ciertamente, no hay familia del contorno ni
distante que los tengan, porque a toda casa adónde vamos miramos la vajilla en
que se sirve la comida y nunca se igualan a los platos de loza de mamá lo que
para nosotros, nos parece ingenuamente nos da secretamente cierta categoría y
distinción.
Y esto compensa mucho todo lo que nos falta, o a la
inversa toda la dedicación que ponen ambos, papá y mamá en hacernos nuestros
ternos y abrigos de color azul marino con botones dorados y que papá ha tomado
como modelo para confeccionarlos a la Guardia Imperial del Palacio de
Buckingham.
4. Al
final
Pero mi hermano Juvenal y yo tenemos la tarea que
cumplimos a cabalidad después de la merienda de acomodar la cocina y lavar los
platos, para lo cual tenemos nuestros respectivos mandiles, mientras papá y
mamá se apuran en terminar con la confección de alguna prenda de vestir.
Nuestra cocina queda al borde del patio en la parte
alta del corredor empedrado con chungos de río.
Como es un espacio pequeño a la hora de comer sacamos
un poco la mesa para que entren las sillas pegadas a la pared y terminada la
jornada la arrimamos para tener mayor espacio con las sillas dentro.
Cada uno de nosotros lava por turno y en el enjuague
el otro echa el agua desde un balde con una jarra.
Y hay que tener un gran entendimiento al punto que se
tiene que estar adivinando la acción del otro, y saber cuándo echar más o menos
agua.
Y siempre con el cuidado de no golpearlos ni siquiera
levemente. Y al final de los finales hay que barrer y no dejar nada fuera de su
sitio.
5. Quizá
en nuestro afán
Lo último que nos falta hoy es coger la lámpara,
cerrar la puerta, entrar a la sala y subir el escalón hacia el cuarto de arriba
en donde están papá y mamá, empeñados en terminar con la costura urgente de
alguna prenda de vestir.
Pero antes tenemos que alzar la mesa y arrimarla a la
pared. Juvenal de un lado y yo del otro.
Cuando tenemos en alto el mueble vemos con espanto que
los platos que están encima se tambalean primero, empiezan a resbalarse después
y de un golpe van a estrellarse en el suelo.
Quizá en nuestro afán por evitar la tragedia hemos
bamboleado la mesa y toda la vajilla ha caído al empedrados con un horrendo estrépito.
Esto ha ido acompañado de un grito de mamá desde el
segundo piso, que ha dicho:
– ¡Mis platos!
Y el estupor nuestro de verlos todos caídos y rotos en
el suelo.
6. Ningún
reproche
Con las manos petrificadas y aún nosotros con la mesa
en alto aparece ella y cae de rodillas delante de los pedazos esparcidos como
si dependiera de la rapidez con la cual actúa el poder salvar a unos cuantos
Y así arrodillada va sacando pedazo tras pedazo.
Ninguno se ha salvado. Todos se han quebrado por el centro en dos, tres, o más
fragmentos.
Nosotros aún con nuestros mandiles puestos también
empezamos a llorar. Papá al ver la escena con palabras calmadas dice:
– Ha sido un accidente. Cuidado de cortarse con los
bordes de los pedazos rotos.
Ha traído una caja donde todos los pedazos han quedado
recogidos. Mamá ha estado sentada todavía largo rato en el suelo y nosotros
cogidos de la mano, llorando con ella.
No ha habido ningún resondro ni reproche. Al contrario
mamá nos ha juntado a su lado diciéndonos:
– No se asusten hijitos, ha sido un accidente.
–Repitiendo las mismas palabras que ha dicho papá.
7. La suavidad
de la vida
Entre nosotros Juvenal se siente culpable por ser el
mayor. Y además porque los platos estaban del lado que él ha alzado. Pero eso
nadie lo sabe.
Eso sí, la cocina me parece más triste y oscura que
nunca, las paredes más grises, la madera de la mesa más opaca, la luz más
tenue.
Los ojos enrojecidos de mamá al cubrirnos con las frazadas
para dormir me dicen cuánto de irreparable hay en la vida. ¡Y cómo los tiempos
se van y nunca más vuelven ni regresan!
No he tenido la experiencia hasta ahora de que se me
muriera un ser querido, un perro o un gato, pero esta vez ha sido mucho peor como
si hiciéramos que en el fondo del alma de mamá algo muriera.
Hoy en el almuerzo hemos tenido que ayudarla a
conseguir mates de calabaza que son disparejos y no asientan bien sobre la
mesa.
Que bambolean, porque tienen un muñón retorcido al
centro porque era enredadera y por dónde la calabaza se sostenía a la rama como
si fuera su ombligo.
Con cáscara bruna y pulida por fuera y por dentro con
la suavidad de la vida que allí ha florecido.
8. Decidida
y trascendente
La cuchara al servirnos rasca la superficie interna de
la calabaza con un sonido áspero al llevárnosla a la boca una cucharada de la
sopa y con él el sabor también de nuestras lágrimas.
No hemos podido comprar nuevos platos porque el sueldo
de maestro de papá casi siempre es para pagar deudas. Y además porque en las
tiendas en las cuales nos fían no venden platos de ninguna clase.
Tales son: la tienda del señor Máximo Urquiza, de doña
Livia Grados, de la señora Isabel Flores en la plaza de donde nos proveemos de
fruta. O de mi tía Rosa Lihón que nos fía telas para la ropa de mis hermanas
pequeñas.
Con todo este avatar que ha sido peor que un naufragio
se han terminado los recuerdos dorados de la época de infancia de mamá, y hemos
tenido que afrontar la vida con otros aires y de otro modo.
Mi madre ha dejado de conservar su baulito con incrustaciones de oro y nácar
que anda entre nuestros juegos, su bufanda de zorro que anda atada a nuestros
cuellos y sus guantes de gamuza que ruedan por la casa.
Igual que rodaron sus platos de loza y nuestras
lágrimas para afrontar la vida de otra manera, creo que más valerosa, decidida
y trascendente.
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