1. ¡Es
su suerte!
Aquí antes tenían su morada, en tiempos remotos, un dios y una diosa que se amaban con amor apacible y transparente.
Todo andaba bien, salvo un detalle, que hizo que el amor que se tenían, fuera arrebatado, y después se hiciera eterno.
Pasión
que ha quedado como un hecho inolvidable perpetuado en dos islas
pasmadas, en el viento que sopla; y en una ensenada que se proyecta al
mar como un brazo que anhelara asir algo inalcanzable.
¿Cuál
era ese detalle? Lo que motivó este drama es que azotaban antaño estos
parajes inclementes las marejadas, las borrascas y los maremotos.
–
¡Lucharé con ellos!, –dijo un día Chucuito–. Expulsaré a estos malvados
que asolan estas costas del mar océano. Los hundiré en los abismos y en
las cavernas donde nacen. ¡Guerrearé hasta vencerlos!
– ¡Déjalos!, –dijo Challa–. Nosotros somos dioses y nada podrán en contra nuestra.
– ¿Y los otros seres? ¿Las plantas, los animales y la raza humana que aquí mora?
–
¡Sabrán cómo defenderse! ¡O, si no, perecerán! ¡Es su suerte! ¡Esa es
la ley que determina quiénes deben perecer y quienes sobrevivir sobre la
tierra!
2. Es mi deber
hacerlo
– Y, ¿todo aquello que aquí se construya y erija, entonces que se arruine y que se arrase?
– ¡Si ese es su designio!
– ¡Eso, no! ¡Pensar así es cruento e inhumano!
– Pero, ¡tú no eres humano! ¿Por qué te preocupas?
– Porque si tenemos fuerzas y poder debemos protegerlos. ¡Eso es un imperativo moral!
– Entonces busquemos otros parajes.
– ¡No! ¡Debo corregir a esos perversos! ¡Si nos vamos se tornarán arrogantes, y asolarán otras riberas!
– Hay tantos lugares adonde ir.
– ¡Y hasta ahí llegarán! Y nada podrá edificarse por el antojo y el arbitrio de esos seres siniestros.
– Son muchos y feroces, y acabarán contigo.
3. Es mi destino
cumplir
–
¿Y qué tiempo te llevará combatirlos? –Preguntó Challa, ya inquieta por
la obstinación y la probable ausencia de quien era su esposo adorado. Y
padre de su única hija llamada Maranga.
– No sabría decir con precisión cuándo retorne. Solo en ir y volver de sus guaridas no es menos de diez años.
– ¿Demorarás diez años?
–
Después de ese lapso puedo regresar pronto si los venzo con soltura. O
puedo demorar un tiempo prolongado, si es que es duro someterlos a un
código, a una orden y a una ley, como intento hacerlo.
– ¿Y si te pasa algo? ¿Si sucumbes? –Dijo ella ya puesta en su delante y cogida a su cuello.
Él la apartó suavemente.
– Entonces habré cumplido con lo que es mi deber y la misión que es mi destino cumplir.
– ¿Y no te parece cruel dejarnos a mí y a tu hija desoladas?
4. Empeño
en volver
– Quedan seguras en tierra firme y he dado instrucciones para que nada les falte.
– ¡Eres cruel e ingrato conmigo que he consagrado toda mi vida a vivir a tu lado!
–
Volveré esposa mía. El recuerdo de ustedes me hará ser prudente. Pero
antes buscaré con mi embarcación a esos ladinos y arteros en el mismo
lugar donde nacen y se engendran, que es en lo más lejano y hondo del
océano.
– ¡Eso significa abandonarnos a mí y a tu hija, que es aún tierna!
–
¡Nada les faltará aquí!, pero es ineludible que yo aplaque la furia de
estos espectros brutales cuyas fechorías se ciernen sobre la gente y en
sobre estas tierras.
– ¡Te matarán o te quedarás por ahí, enfermo y loco! Para ti ya no habrá regreso.
–Yo pondré todo mi empeño en volver, aunque no todo depende solo de mí el que me vaya bien o mal en esta contienda.
– Entonces deja esa idea descabellada.
–
Tengo que cumplir esa misión que es insoslayable. Nada debe amenazar
estas costas. Esa es la obligación que se me encarga que yo cumpla.
5. Mi corazón
en tus manos
–
Lo que me extraña es que por una aventura así tengas que abandonar a tu
familia. Acaso también, ¿no tienes obligación con nosotras?
– No confundas deber con aventura. Y tampoco misión que cumplir con abandono de los seres a quienes más quiero, adoro y venero.
– ¡Pero nos dejas solas! ¡No te conmueve abandonarme aquí, a mí y a tu hija pequeña a quien no verás crecer ni podrás educar!
– Este trabajo en el fondo lo hago por ustedes.
– ¡Pero si hemos podido vivir así hasta ahora!
– ¿Y no te preocupa vivir con estas amenazas? ¿Acaso, no es bueno corregirlas?
– Si es por nosotras, te decimos ¡que no! ¡Que no lo hagas! ¡Que te necesitamos a ti, aquí!
– Lo hago por ustedes y por todos los demás.
– Ya te decimos con total claridad: ¡que no lo hagas!
– Lo haré. Ya te he explicado las razones, y con mi corazón puesto en tus manos.
6. Volveré,
por ti
–
Eso sí te digo lo siguiente, Chucuito. Y óyelo bien: que, si finalmente
te vas, ya no nos busques, porque no nos encontrarás. ¡Ni siquiera por
nosotras ya regreses! Olvídate de mí y de mi hija. Si es así me desuno
contigo.
– Me rompe el alma, lo juro, pero de todos modos es mi deber hacerlo, y todo debe ser cumplido.
–
Si así lo quieres ya no te pertenezco. En el fondo presentía que eras
así: presuntuoso, egoísta y traidor. Y puedes irte si quieres. ¡Vete!
Estas
palabras ofendieron a Chucuito, le llenaron el alma de amargura y
desilusión. No dijo nada y se alejó presuroso. Solo días después se
acercó para despedirse, sin detenerse a oír una respuesta:
–
He preparado mi nave y voy a partir. Yo volveré. Te buscaré solo aquí, y
en ningún otro sitio. ¡Solo aquí! Y no deambularé por otros parajes.
Pero volveré, por ti y por mi hija.
– Entonces no nos encontrarás.
– Nada depende de mí. Nuestro destino no depende de lo que tú y yo en verdad hagamos.
7. La tierra
que él amaba
Y Chucuito se hizo a la mar con su nave.
Era
hábil en todo. Principalmente en dirigir una embarcación, en reconocer
las corrientes marinas, en saber cualquier ubicación, orientándose por
las estrellas.
En acertar en saber la profundidad de los océanos, en conocer el temperamento y el capricho de los vientos.
Era
hábil en interpretar de la noche sus calmas y turbulencias. Y del día
sus esperas. Del oleaje tanto sus tersuras como sus sinuosidades. Y de
los monstruos también en vaticinar sus sueños y sus ansiedades.
Pero
las marejadas que azotaban las orillas de la tierra, lugar que él
amaba, se habían vuelto indómitas, atrevidas, sin orden ni concierto.
Y las borrascas cubrían de lluvia, neblina y oscuridad estas campiñas.
Y los maremotos destruían toda la vida que encontraban a su paso.
Y por más que Chucuito intentó persuadirlos estos endriagos lo desoían. Y hasta lo trataban con burlas, sorna y desprecio.
Es por eso que se embarcó a expulsarlos y a hundirlos en lo más distante y profundo del bruñido piélago.
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