viernes, 2 de noviembre de 2012

2 DE NOVIEMBRE: DÍA DE DE LOS FIELES DIFUNTOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 .
Construcción y forja de la utopía andina
 .
2012, AÑO
DE LA DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA
Y CONSTRUYENDO LOS ANDENES NUEVOS
.
NOVIEMBRE, MES DE LA GESTA
DE TUPAC AMARU; LOS DERECHOS
DEL NIÑO; VIDA Y EJEMPLO DE
J.M. ARGUEDAS Y MANUEL SCORZA
 .
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
POR LOS 120 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL POETA
Y 90 AÑOS DE LA EDICIÓN DEL POEMARIO TRILCE
.
SÁBADO 3 DE NOVIEMBRE
 .
CONFERENCIA
 .
EL RITO DE AYAMARCA
 .
RAMÓN NORIEGA TORERO
 .
RECITAL
VOCES FEMENINAS
DE LA POESÍA VENEZOLANA:
 .
OMIRA BELLIZZIO POYER
NIDDY CALDERON PLAZA
 .
HOMENAJE
Y DISTINCIÓN
AMAUTA DEL PERÚ ETERNO
A
 .
RODOLFO SÁNCHEZ GARRAFA
 .
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 y 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
.
VIERNES 9 DE NOVIEMBRE
.
HOMENAJE
 .
A JORGE PUCCINELLI
.
PATRIARCA DEL VALLEJISMO
.
PRESENTACIÓN
DEL LIBRO
 .
CIEN POEMAS A VALLEJO
OBRA PARA NIÑOS
SELECCIONADA DE LOS MIL
POEMAS A CÉSAR VALLEJO
DE LA CONVOCATORIA MUNDIAL
PROMOVIDA POR ALFRED ASÍS
POETA DE ISLA NEGRA, CHILE
.
CENTRO CULTURAL
DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL
MAYOR DE SAN MARCOS. 7 PM
.
VIERNES 16 DE NOVIEMBRE
.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO
DE POESÍA
 .
OTRO MUNDO ES POSIBLE
DE DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 .
ICPNA DE MIRAFLORES
Avenida Angamos
esquina con Av. Arequipa
Miraflores
.
PANEL DE PRESENTACIÓN:
.
OMAR ARAMAYO
EMILIO MORILLO
RÓGER RUMRRILL
.
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí:
420-3343, 420-3860
y 997-739-575
 .
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com
.
2 DE NOVIEMBRE
 .
 
 .
DÍA DE DE LOS FIELES DIFUNTOS
 .
MEMORIA
VIGENCIA Y
ESPERANZA
 .
BUSCANDO
ABRIGO
EN UN CAJÓN
 .
 
 .
Danilo Sánchez Lihón
 .
“ dos ases fúnebres
de lodo”
César Vallejo
 .
1. O es
porque
 .
En el camino de Cachicadán a Angasmarca en Santiago de Chuco, en la Curva del Diablo, hay una cruz plantada al borde de la carretera.
Y justo donde la curva da vuelta.
En dicha cruz está escrito un nombre, que dice: Alejo Alipio. Pero en realidad no se refiere a una sola persona, sino a dos que allí murieron.
Son en realidad dos nombres de pila. Uno es: Alejo, y el otro: Alipio.
Y esas dos personas no es que murieron juntas, como cabría suponerlo, sino que una murió antes y la otra después.
Lo extraño es que tengan una sola cruz. Esto no es frecuente y no ha ocurrido nunca que se ponga una sola cruz para dos personas distintas.
Entonces, ¿por qué ahora sí?
¿Acaso es que fueron, quizá, entrañables amigos?
¿O es porque se conocieron mucho y se depararon especial cariño?
.
2. ¿Cómo es,

no?
 .
No.
En realidad no tuvieron vínculo alguno el uno con el otro, ni se conocieron. Y siendo así no tuvieron oportunidad de estimarse.
Entonces, ¿en qué consiste este misterio? ¿En qué punto coincidieron en la vida?
Para ser más precisos diremos que coincidieron más bien en la muerte, pero en un acto insólito, fortuito e inesperado.
En sus destinos quedaron marcados en el último segundo de sus vidas, pero que les afectó a uno y a otro.
¿Cómo es, no? ¡La vida nos junta a los seres humanos de una manera tan extraña!
La historia vívida y real se inicia un poco antes del accidente, en una casa que nunca conocieron y en donde una persona había fallecido.
Los sucesos se desenvuelven así:
 .
3. Hemos ido
para rogarle
 .
– ¡Pobrecito! Al difunto ya es hora de ponerlo en su caja.
– Sí, pues. ¿Qué hace enfriándose más sobre la mesa?
Dice impaciente uno de los deudos
– ¡Fíjense! Ya tantas horas y es bueno que esté acostado en su ataúd.
– ¡Y todo por esperar al Crisho, que es el único carpintero de este lugar! ¡A ver si viene y le hace su cajón! Pero no ha llegado todavía. ¡Debe de estar por Trujillo, quizá!
– Pero felizmente doña Alicia Gálvez de Cachicadán nos pasó el dato que don Serapio ya había mandado hacer su ataúd y que podía prestarnos para esta ocasión.
– Porque, ¿a qué hora ya para hacerle su féretro a don Casimiro, que ha muerto sin que nadie lo prevea ni adivine?
– Y a don Serapio hemos ido para rogarle que nos ceda por esta vez su cajón.
.
4. Se había
encariñado
 .
– Le hemos convencido que para él, y con más tiempo le mandaremos hacer uno incluso más bonito, con más adornos.
– Porque usted va a durar mucho tiempo, señor, y usted se merece un cajón coy mayores talladuras. –Le hemos dicho, tratando de halagarlo.
– Y por tratarse de la señora Bertha, que ha quedado viuda y es su sobrina, y porque él también ha vivido aquí en Angasmarca, ha aceptado.
– En verdad nos está haciendo un gran servicio y concesión, ¿Por qué sino de dónde conseguíamos un cajón para enterrar a mi Casimiro?.
– Aunque ha manifestado ¡cuánto le cuesta desprenderse de su caja mortuoria!
– Y es que ya se había acostumbrado, puesto que la miraba todos los días al pasar por su corredor en donde la tenía bien protegida.
– Y ya se había encariñado con esas tablas y maderas de que está hecha la caja.
– ¿Cómo es la vida, no? Uno a todo se acostumbra.
.
5. Ha sido
un milagro
 .
Y es que en esa caja ya había ensayado entrar, para sentir cómo ella iba a albergar sus despojos. ¡Y ha probado que es cómodo y hasta agradable estar allí!
Pero, eso sí, hasta ahora no hemos podido traer el féretro hasta aquí. ¿Cómo traerlo si es tan difícil? ¡Si hombres para cargarlo no hay!
¿Y cuánto nos demoraríamos en venir por los caminos ora estrechos, ora pedregosos?
¡Y el difunto padeciendo aquí, congelado como está todavía sobre la mesa!
Tampoco se puede traer en mula ni caballo ni pollino, porque sobrepasa en tamaño. Y no pueden venir dos acémilas uncidas como si fueran bueyes.
¿Y camiones? ¡Hace meses que no pasan por aquí los camiones!
Por eso, ha sido un milagro que felizmente ha llegado don Sinforiano y hemos corrido a verlo.
¡Amigos han sido con el difunto! 
 .
6. Y,
sobre todo
 .
¡Qué se va a negar entonces, hemos dicho!
Y, ¡como que así ha sido!
Nos ha respondido:
– ¡Cómo no! ¡Ya me estaba yendo para Mollepata, pero es mí deber cumplir con él y traer su catafalco! ¿Cómo vamos a negarnos por un alma bendita que ya debe estar en el paraíso?
– ¡Su amigo también ha sido, don Sinforiano! –Le hemos hecho ver.
– ¡Claro! Y yo lo he apreciado mucho. ¡Muy buena persona ha sido don Casimiro! ¡Eso sí, un poco bromista, pero sano y, sobre todo, de buen juicio!
– ¡Tráiganos entonces su cajón, don Sinforiano!
– ¿Hay que recogerlo no más? ¿Ya está pagado? Arreglen bien para que no haya contratiempos.
– ¡Ya todo está arreglado!
 .
7. Todos
se apuran
 .
– Sí. Pero mejor vamos con algún familiar, no vaya a haber problemas. Y después, ¡otra vez para estar regresando! ¡Perdemos tiempo!
– Entonces, anda tú, Mauro. Tú ya estás cambiado y ¡de luto, como debe ser!
– Ya pues, ¡vamos!
– ¡De una vez!, para que me dé tiempo para irme a Mollepata, porque ya he quedado en recoger allí una mercadería.
– ¡Vayan! Ya está arreglado todo. Incluso el cajón ya está puesto en el corredor de la casa, esperando que se recoja.
– ¡Vayan, pues vayan! ¡Para que el difunto ya pueda descansar en paz!
Y así todos se apuran en que el camión parta.
– Y si llueve cuiden, por favor, que no se moje la caja.
 .
8. Subidas
y bajadas
 .
– Pierdan cuidado que yo lo voy a cuidar como si fuera para mí.
– ¡Cualquier día como a él nos recogerá el Señor! –Lloriquea doña Bertha, la mujer del difunto.
Y se restriega los ojos, mirando la sala donde yace tendido el cuerpo macilento de su esposo.
– ¡Siempre fue buenito conmigo y con todos, mi Casi!
El hermano de don Casimiro interviene:
– ¡Vayan! ¡Y traigan pronto el ataúd! –Dice impaciente don Pablo.
– Pero, ¿por qué demoran? No puede estar así mi hermano, tanto rato sobre la mesa.
– ¡Y con el frío que está haciendo!
– Confíe, don Pablo. Directo vamos a ir, sin detenernos.
El camión pronto sube la cuesta y bufa veloz por las subidas y las bajadas. 
 .
9. A la vera
del camino
.
Han llegado a Cachicadán sin contratiempos, cargan el catafalco y emprenden el viaje de regreso, intentando llegar todavía con la luz de la tarde.
Piensa don Sinforiano, en lo inexplicable de la vida y de la muerte. Y de cómo ésta se presenta en cualquier recodo del camino.
Al ver las gotas de lluvia, que caen y empañan el parabrisas, apura la marcha, aunque no mucho, porque son profundos los barrancos.
A la vera del camino le dice un hombrecito deteniendo el vehículo:
– Llevemiusté, por favor, hasta la Colpa.
– ¡Suba, suba atrás, pero rápido!
– Y arrime, por favor, esa carpa para que tape esa caja que estamos llevando para un difunto. ¡A que no se moje!
 .
10. ¿Cómo es
la vida, no?
 .
El hombre sube, jala el toldo todo lo que puede, cubriendo en parte el cajón que yace a lo largo del piso.
Pero las chirapas caen más fuertes todavía. Y el frío es tan intenso y penetrante que cala los huesos del hombrecito que tirita.
Allí se le ocurre que no debe haber mejor lugar para abrigarse que meterse en el cajón. Luego saldrá sin que nadie se dé cuenta.
Porque si no, ¿cómo soportar esta helada que entumece hasta la última astilla de los huesos?
Levanta la tapa y entra con sigilo, cerrando luego por dentro tratando de no hacer ningún ruido. Y se estira allí plácidamente.
– ¡Qué bueno se está aquí dentro! ¡Caray! ¿Cómo es la vida, no? ¿Qué hasta en la muerte también se goza!–Y se complace pensando:
– Así yo descanso un ratito, mientras la lluvia escampa y el frío cesa.
.
11. Más
allasita
 .
Se acurruca dentro, removiendo su coca entre los dos carrillos de su boca.
El calorcito lo hace pestañar un buen rato.
El chofer apura la marcha, avanzado por la trocha.
La lluvia ahora es fuerte. Pero por el cielo de nubes bajas don Sinforiano piensa que la lluvia es repentina y no lo atajará para ir a Mollepata.
No obstante el camino se ha puesto fangoso y se ha llenado de baches.
Divisando entre los ramalazos de agua que azotan en el parabrisas, divisa a otro hombrecito que agita su brazo.
Pide a un costado de la carretera y en medio de la lluvia que el camión lo auxilie, llevándole en la dirección en que el camión viaja:
– Lléveme patroncito que la lluvia ya no me deja avanzar.
– ¿Adónde va?
– Más allasita, no más. En Algallama me quedo. ¡Lléveme por favor, taitito!
 .
12. Absorto
y concentrado
 .
– ¡Suba! ¡Suba atrás!
Le gritan entre el ruido del motor que atruena a esas horas.
El hombre sube y lo primero que hace es persignarse, sacándose el sombrero, aunque llueve.
Y se santigua ante el ataúd, compungido y reverente.
– ¿Quién será este difunto? ¿Y adónde lo estarán llevando? –Piensa.
Y dedica tres Padre Nuestros y tres Ave Marías al occiso que según supone yace dentro del ataúd.
Y luego se sienta a un lado, envolviéndose en su poncho, absorto y concentrado en sus propios pensamientos acerca de la muerte.
Medita en la fugacidad de la existencia y en la desventura que resulta en ser la vida.
– ¡La muerte, la muerte! ¡Qué lo vamos a hacer!
 .
13. Tanteando
el aire
 .
– ¡Lo único que te pido, Dios, es que cuando llegue para mí, que la muerte sea rápida y no sufra tanto!
Se pone a chacchar, pensando acongojado en el muerto al cual llevan dentro de ese ataúd, a quien ojalá le valgan las oraciones que ha rezado, para aliviarle su tránsito por el purgatorio.
El camino se enrolla más y más apurado en las ruedas del camión en la tarde nublada.
Ya avanzado el tiempo el hombre que va dentro del cajón, y quien ha dormido un momento, quiere saber si sigue lloviendo o si el tiempo ha mejorado.
– ¿Habrá dejado de llover o seguirá cayendo la llovizna? – Se pregunta.
Y levemente levanta la tapa por un costado y saca la mano tanteando el aire.
Y al estirar su mano coge la cabeza del hombre que chaccha su coca, envuelto en su poncho y distraído, errando en el boscaje de sus pensamientos.
.
14. El
alarido
 .
Al sentir la mano, al voltear y ver que es el brazo del muerto quien lo palpa, da un grito de espanto.
Es un alarido quejumbroso y gutural, que se escucha en la tarde agobiante.
Rebota de peña en peña y de cerro en cerro.
– ¡Ayyyyyyy!
Y lleno de terror, creyendo que el muerto lo ha elegido, y que lo ha señalado, y que quiere llevarlo consigo, se lanza.
Pone un pie en el travesaño de la carrocería y se arroja hacia afuera. El resto es volar por el aire.
Se impulsa del camión en movimiento. Y al vacío. Justo cuando el vehículo da la vuelta en la Curva del Diablo, cayendo de frente al barranco y al río.
El chofer y su acompañante, quienes han escuchado el alarido, han sentido el movimiento y visto la sombra que se arroja. 
 .
15. Allá
abajo
.
Han parado en seco. Se tambalea el transporte al borde del precipicio. El chofer y el deudo se miran anonadados:
– ¿Qué fue, ah?
– No sé. ¡Oí un grito!
– Yo, igual.
– Pero también he visto que algo volaba.
– Sí. Como una sombra. ¡Y que después caía!
– ¿Qué habrá sido ese grito y ese reflejo por el aire?
– ¡Alguien que se arroja!
Han bajado. Y miran hacia el borde, estupefactos.
Allá abajo yace tendido el cuerpo de bruces sobre las piedras
El hombre que descansaba en el cajón ha salido.
 .
16. Y
llora
 .
Ya parapetado sobre el camión, lívido como la cera, trata de explicar lo sucedido.
– Yo apenas saqué mi mano, y ha saltado.
– Tenemos que bajar a recogerlo.
Han descendido y comprobado, anonadados, que el cuerpo de quien se ha arrojado ya es cadáver.
– ¡Está muerto!
Ha perecido. Eso sí, tal como lo había pedido a Dios, rápido y sin que sufriera.
– ¡Ay, Dios mío! ¡Es mi culpa! –Gime el otro.
– Pero, ¿cómo es eso de meterte tú en el cajón?
– ¡Y cómo te atreves a hacerlo, si no es suyo!
– Papacitos, ¡es que tenía mucho frío, taititos!
 .
Y llora.
17. ¿Por
qué?
 .
Después de rescatarlo, el que iba abrigadito ha tenido que dejar su lugar.
Y nuevamente tiritar de frío y esta vez, además, de miedo.
Y, ya calientito el cajón, lo han puesto dentro a quien recién acaba de morir. Y quien sigue enfriándose poco a poco.
– No te vayas a equivocar de nuevo. Ahora retírate un poco. No vaya a ser que también saque la mano el muerto. Y esta vez seas tú quien se mate. –Le han dicho.
Pero el hombre que causó el susto no pudo soportar el peso de la culpa.
Y un día deambulando por ese barranco, también se dejó caer al abismo.
Por eso, ahora son dos almas inseparables la que aquí penan.
Porque aparecen juntos. De pie y abrazados levantan la mano, intentando detener a los camiones. Y nunca a los ómnibus ni a los autos. 
.
18. Asediados
por la lluvia
 .
¿Por qué? ¿Porque recuerdan la desgracia que los uniera?
Los choferes cuentan que esto ocurre solo en la Curva del Diablo y en noches de lluvia.
Levantan la mano los dos abrazados, esperando que el camión pare.
¿Cómo somos los seres humanos, no? ¡Hasta la muerte nos junta y hace amigos, también entre quienes se causaron daño sin quererlo! Y fueron enemigos sin saberlo hasta quitarse ambos y mutuamente la vida.
Solo que ningún chofer los hace caso. Todo conductor sabe quiénes son esos dos hombres allí parados de esta historia luctuosa.
Pero han sido los dueños de esos vehículos quienes han erogado y mandado a poner una sola cruz, a fin de que sus almas descansen.
Porque, aunque no se conocieran, el destino unió sus dos vidas, o mejor dicho sus dos muertes. Siendo ellos quienes se juntaron, al lado de un catafalco, asediados por la lluvia. 
.
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