Por Ricardo Ayllón
Un mensaje a mi celular enviado por el artista Teófilo Villacorta Cahuide me comunica que el escritor ancashino Guido Vidal Rodríguez ha dejado de existir. “Estoy en el velorio de Guido Vidal”, reza, breve y contundente, su SMS. Y yo me quedo helado. Semanas atrás me había enterado por el mismo Cahuide que don Guido estaba grave, pero en lugar de ir a visitarlo tomé la decisión de viajar al Callejón de Huaylas donde me esperaban compromisos editoriales. Ahora es demasiado tarde, don Guido se ha ido y no puedo hacer menos que acompañarlo antes de que parta hacia su última morada.
Lo frecuenté seguido y creo que pude considerarme su amigo entre los años 2000 y 2005, cuando residí en el distrito limeño de San Miguel, donde Vidal vivía acompañado de uno de sus hijos y su nieta. Pese a que iba camino a los ochenta años y las fuerzas físicas empezaban a abandonarlo, en ese tiempo don Guido mostraba una gran vitalidad mental y anímica. Siempre que conversaba con él no dejaba de hacer planes para sus escritos inéditos, y esperaba poder ver reeditados sus tres libros de narrativa publicados hasta ese momento: El arriero, El juramento y Fin de semana en el Paraíso.
Yo pude apoyarlo solo con uno de ellos, El arriero, que conseguí que viera nuevamente la luz el año 2005 conformando la colección Biblioteca Ancashina editada por Ediciones Altazor. El arriero fue sin duda su libro más conocido debido a que desde fines de la década del 60 y casi la mitad de los 70 se convirtió en una suerte de pequeño best seller en varias localidades del ande y la costa de Ancash. El breve volumen, del que se editaron 10,000 ejemplares, contenía un cuento que le daba título al conjunto y en 1968 había recibido el primer puesto en el Concurso Bolivariano de Cuento “Rafael Arango Villegas”, de Colombia.
Acabo de retornar de la misa de cuerpo presente en la Parroquia San Miguel Arcángel de San Miguel, y luego de despedirme de él, de su cuerpo aquietado en la urna que lo llevará al crematorio, recuerdo que fue un gran enamorado de su tierra natal, el pueblo ancashino de Piscobamba, donde nació en 1924. De hecho, sus dos primeros libros fueron movidos temáticamente por un espíritu terrígeno pese a la larga y definitiva estancia de Vidal en la gran Lima. Contenidos sobrenaturales y costumbristas narrados con sencillez dan vida a esos dos conjuntos de relatos que, estoy seguro, si se volvieran a editar y distribuir en comarcas andinas, serían todo un éxito. Sin embargo, Fin de semana en el Paraíso –novela breve que en 1996 alcanzó el primer lugar del Premio Nacional de Educación “Horacio”– es más bien el resultado de su imaginario vinculado a la costa peruana.
Dentro de estos afanes literarios, pese a coronar los 70 años de edad y en su condición de Presidente de la Asociación de Escritores, Poetas y Artistas de Ancash - Zona Conchucos, organizó el VIII Encuentro de Escritores y Poetas de Ancash en las ciudades de Pomabamba y Piscobamba; luego de lo cual, durante sus últimos años de vida, conformó la filial Lima de la misma Asociación, trabajando junto a escritores cercanos a su raíces como el dramaturgo Áureo Sotelo Huerta y los poetas Danilo Barrón Pastor y Américo Portella Egúsquiza, entre otros.
Don Guido Vidal no debería ser recordado, sin embargo, solo por sus afanes literarios, sino también por su trayectoria en la docencia, donde fundó y dirigió por muchos años el Instituto Comercial “Amauta”, nombre que es el resultado de su filiación espiritual con la figura de José Carlos Mariátegui, de cuyos hijos fue amigo personal.
Pero una cosa que siempre me llamó la atención en él es que, no obstante el peso de los años, jamás se mantuvo inactivo y todo el tiempo conformó directivas o fundó instituciones en beneficio de sus socios. En esta tarea, fue presidente del Club Centro Cultural Deportivo Lima y fundador del Club de Los Grandes, una institución que se mantiene aún vigente y reúne a esa feligresía que ya pinta canas en la parroquia San Miguel Arcángel.
Cierro estas líneas rememorando su voz pausada las tardes en que buscaba su compañía sabiendo que me haría bien un consejo suyo, el de un docente y escritor que había vivido con estoicismo aquel tiempo tan convulso e incierto como fue el siglo XX. Sabía que alguien como él tendría para mí la exhortación justa, y jamás me equivoqué. Solo quienes lo conocieron de cerca saben a lo que me refiero. Por eso ahora dejo estas líneas en su memoria, con la esperanza de que sus libros publicados no sean olvidados y sus escritos inéditos vean la luz un día de estos.
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