JUSTINA
Por Fransiles Gallardo
-Quédeste a dormir ingiñero- nos dice con su sonrisa provinciana don Agustín Solórzano; el anciano alcalde de Viñac, debajo de su mostacho cano – mañana bien madrugao y tomando so caldito, si van.
El sol va desparramando sus últimos rayos sobre el lomo de los cerros de Madean y Viñac.
Anochece.
Justina la hija mayor de don Agustín se afana en prender la lámpara petromax a querosene “no lo aprende tuavía a encendelo, ingiñero” y apaciguar a su perro Pericote, que gruñendo y saltando nos enseña los dientes, queriéndonos morder.
-Le agradezco mucho don Agustín- le contesto palmeándole el hombro – pero mañana temprano debo estar en Alis y después en Carania donde estamos reforzando el dique de su represa y usted conoce, que desde aquí hasta Yauyos, hay un tramito bien largo, de unas cinco horas bien corridas.
Me mira como invitándonos a quedarnos.
-Además la trucha estuvo como para comerla con espinas y todo- le digo bromeando.
-Mi Justinita lo ha preparao- nos informa.
-Barriga llena, corazón de coche- reímos.
Hemos pasado la tarde inspeccionando los avances de la trocha carrozable, que estamos construyendo para unir a estos dos pueblos.
-Un anhelo de tantos años, ingiñero- nos dice emocionado- con su apoyo y el de la Corporación hamos de hacelo.
Nos enseña los partes diarios del tractor, la compresora y los martillos hidráulicos “dígaleste al ingeñero Alarco, que bien agradecidos estamos, pues” la entrada y salida de los cartuchos de dinamita, fulminantes, mecha y nitrato.
-Tengan cuidado con el polvorín- le recomiendo.
-No si preocupa ingiñero, premero muerto, antes qui mi roban una sola cosita- se que es un hombre bueno y honrado- usted sabe ingiñero, cuanto segnefica esta carritera pa nuestros pueblos y mas pa nuestros hijos y pa nuestros ñetitos- nos dice emocionado.
-En la nochecita tenemos una asamblea comunal- nos invita Justina con su cara chaposa y sus trenzas negras.
-Quisiera que estuviera para agradecele públicamente ingiñero, lo bueno que está haciendo por nosotros- insiste, sacándose el sombrero negro de tela, dejando ver su pelo hirsuto y mal peinado.
-Lueguito haremos una reunioncita por el santo patrón ¿qué dice, se quedan”- nos interroga Justina guiñándonos coqueta un ojo, como quien nos dice que la fiesta será a lo grande.
-Por mí encantado de quedarme don Agustín- me lamento- pero usted sabe que mañana a medio día me esperan y no quisiera quedar mal con ellos.
-Será nuestro invitado de honor- insiste, riendo Justina con la candidez de sus años adolescentes.
-Díganles que lo doy por bien recibido- les comento riendo-, y que esto no sea pretexto para que se emborrachen toda la semana y ya no chambeen- despidiéndonos con un abrazo.
–Gracias don Agustín, chau Justina.
La noche con su telar de oscuridad ha cubierto la hondonada, el valle y los cerros.
Al fondo de la quebrada grande, una inmensidad de luciérnagas en fiesta, inician un armonioso concierto de luces y movimiento.
-Vamos Víctor- le digo al chofer, subiéndonos a la camioneta roja Dodge power ram de doble tracción, que nos sirve de movilidad- que en Yauyos por lo menos estaremos a la medianoche.
-Cierto ingeniero, cierto- enciende el motor y las luces, pone primera y
comenzamos la bajada.
Desde la puerta de su casa, don Agustín Solórzano, con su sombrero
al aire y Justina con su chompa negra y su falda floreada, nos hacen adiós. Sus figuras se van empequeñeciendo por la oscuridad y el polvo que levantan las ruedas de la camioneta.
-Tenemos que llegar, lo más pronto al puente, compañero de correrías y aventuras- Víctor Manuel Valencia sonríe, se acomoda “de tanto estar sentado hasta la raya se me ha borrado ingeniero” pisa el acelerador para ganarle kilómetros al tiempo.
Es mi chofer desde hace dos años y con el salimos todas las semanas al tercer canto del gallo “mañanero es usted ingeniero” regresando a la medianoche “felizmente los baches me hacen bien, sino ya estaría lleno de almorranas” inspeccionando y llevando materiales para las obras “donde el señor gobierno no ha llegado”.
-¡¿Escuchó ingeniero?!- me dice alarmado, frenando la camioneta.
-¿Son cohetes o disparos?.
-¡Ráfagas de metralleta y explosiones!- me corrige.
-¡Acelera compadre o no vivimos para contarlo!.
Una columna senderista venida de Huancavelica ha atacado el pueblo,
pintarrajeado las paredes y destruido a dinamitazos el viejo local municipal; una hora después de nuestra salida.
Fueron a la casa de don Agustín Solórzano “onde has escondido al perro deAníbal Laurente Puente” dueño del tractor y la compresora que alquila para la carretera que estamos construyendo “capetalista explotador de la pueblo, que se inriquice con los deneros de los campesenos” que ha pedido en matrimonio a Justina “entón, pa la fiesta del Patrón San Juan, casarán pues” la hija de don Agustín.
-No hay venido don Aníbal- ha dicho el alcalde-, aquí nomás ha estado el ingiñero Callirgos; que hay venido a ver los avances de la carritera.
-Y onde está ese perro servil del gobierno.
Revolotearon la casa en busca del “ingiñero traidor del pueblo” han
matado al perro Pericote “por no coidar como es debedo los bienes de la revolución” han dejado mal herido a don Agustín Solórzano “cojo y todo hey lograo la tirminación de nuestra carritera” han asesinado a Casinaldo Rojas por no saber donde estaba su tayta Remberto, guardián del polvorín de la carretera “en la loma escondiu y asustadazo hey mirao todito, hasta cuando diun machetazo han degollao a me muchacho”
ingresaron a las casas decomisando plata, alimentos y animales “pa la lucha armada”.
Se llevaron también a Justina; colegiala del tercer año de media, que a sus quince años “es la camarada Rogelia, compañera del mando militar Romeo”.
-De la que nos libramos, ingeniero- dice Víctor Manuel Valencia haciéndonos salud con un calientito de hierbas; en la cantina de doña Marcelina Ríos de la calle principal de Yauyos, con el que abrigamos el congelante frío de esta madrugada,
-Si, pues, mala hierba nunca muere y cuando no te toca, no te toca.
Mi congratulación personal al ingeniero Fransiles Gallardo, por entregarnos un libro de por sí, muy interesante, ameno, poético y poco común.
Que como un taladro nos recuerda con pena e indignación, los tiempos del trágico episodio vivido por nuestra patria.
Es un testimonio viviente y vivido, que no debería suceder no más, nunca más: Las asonadas, las emboscadas, los coches bombas, la destrucción de torres de trasmisión eléctrica, los asesinatos de ambos bandos y el continuo sobresalto de una población entera.
Felicitaciones también; porque la lectura de su libro, es un sentido homenaje al ingeniero peruano; cuya labor y sacrificio diario son por lo general desconocidos en nuestro país, y que el ingeniero Gallardo extiende, con mucha razón, a los ingenieros del mundo, forjadores de sueños.
Ing. Luis Bustamante Pérez Rosas. Ingeniero Civil, Condecorado con la Orden de la Ingeniería en el año 2000.
Docente de la Universidad Nacional de Ingeniería - UNI y la Pontificia Universidad Católica del Perú –PUCP.
Ejerció la profesión de Ingeniero Civil en Nueva York (USA).
Ing. Luis Bustamante Pérez Rosas y Fransiles Gallardo