UNA NOVELA QUE SE MOFA DE LOS CONVENCIONALISMOS
Por: MARA L. GARCÍA (*)
Invocada la luz, se hizo presente con fuerza de relámpago. Sus destellos coparon la vista de ambas, mientras se escuchaba un último aliento al unísono. Cada una se entrega al eterno reposo. La luz permaneció igual a ella misma mientras rodeaba con su esplendor los cuerpos inertes de ambos entes. Ya en bello cuerpo humano el de la violencia con sus rasgos femeninos y una inacabable sonrisa. (La voz de la violencia)
La voz de la violencia (2012), es una novela que también tiene la estructura de “los cuentos en secuencia”, y cada sección puede leerse independientemente, sin afectar su totalidad. La división del libro en trece capítulos, adrede o no, está conectada con el simbolismo de la numerología. El número 13 representa el “emblema de la muerte”[1] y el paso a un recomienzo. El final abierto nos deja con el sabor del cambio y florecimiento del engendro con voz. Estamos ante una simbiosis literaria, escrita por dos preclaros escritores, a “cuatro manos”, con dos plumas llenas de tinta recogida del néctar del jardín de Atenea. El mutualismo de los autores peruano y colombiana ha dado origen a un texto literario que atrapa al lector desde el principio y no lo suelta hasta el final.
El lector entra en un espacio inquietante, donde la voz de la violencia toma el papel central de la obra. Éste presencia su nacimiento, escucha sus primeros sonidos hasta que el ente extraño modula sus frases feroces. El leedor es testigo del desarrollo, el sentir, los olores, estrategia, venganza, arrepentimiento y muerte de la voz espectral. El ser de la voz de la violencia, es una presencia etérea inadmisible que acarrea el caos y ocasiona daño donde se filtra. Es atrevida, irrespetuosa y como ella misma lo expone, no tiene escrúpulos y su esencia se fortalece y alimenta de la autodestrucción del individuo: “porque mi naturaleza se nutre de la misma naturaleza viral autodestructiva, que hace que el hombre sea enemigo del hombre” (179). Estamos ante una novela que nos inquieta y estremece, ya que somos testigos del daño que la agresión puede causar a la humanidad:”¡Siempre tuve buena chispa y desde chiquita! Es un don que me dieron para acercarme al sentimiento y transformarlo en odio– aseveró con risas”. (81)
Este ser invisible, es rebelde y se mofa de los convencionalismos. Ella se ríe de la autoridad, se vomita sobre los principios morales y se iguala al mismo Lucifer “¡Je, Je, je! Soy la Voz de la violencia, la mismísima presencia del diablooooohhhhh! Y como ustedes tengo nombre, me llaman Ira Violación” (149).
Magistralmente, ambos autores, incorporan en el texto técnicas y temas innovadores como: lo fantástico, el humor, unheimlich, la intertextualidad, búsqueda de la identidad, el folklore etc., entre otros, para mostrar un patrón de comportamiento negativo, que se ha dado desde la creación del mundo. Es una voz que se anida en niños, jóvenes, adultos, hombres, mujeres, parejas, presidentes, pueblos, religiosos etc. y no se detiene hasta sembrar el caos y la congoja. Esta presencia, tiene omnisciencia y el poder para afectar vidas y producir aflicción. El olor pestilente que emite es simbólico de la suciedad y crueldad que representa. Esta presencia incomprensible, se compara con una cloaca que emite olor fétido, infectando los espacios y los individuos; sólo cada vez que los seres humanos se unen, y “se habla del Bien, el hedor desaparece”.(66)
El receptor es guiado por la voz de la violencia, columna vertebral de la obra, a visitar los espacios y personajes en los que ella ha influenciado. Así se familiariza con Caín y Abel, Hortensia y Lina, Adrián Sinisterra, Antonio y Celina Pérez, Alcira y Frida, Florence Dupuis, la destrucción de Haití, las mafias y carteles de México, Bill en el manicomio, etc.; ambientes preñados de violencia física y verbal donde la brutalidad del lenguaje, tiñe los escenarios de ensañamiento. El encuentro de la voz de la violencia con Wendy –fusión cuerpo y alma--es crucial para la introspección que realiza este ser volátil. La enfermedad y su figura esperpéntica representa la materialización de la maldad e Ira Violación, se da cuenta cuando exclama: “soy tu misma”. Es el momento del despertar donde ésta, aprende de todo el daño que ha ocasionado al género humano y se estremece. Ira Violación recibe una iluminación como en todo despertar y escoge un cambio.
Ambos autores se valen de lo sobrenatural y lo extraño, para presentar una preocupación universal. Cada episodio, es una sinécdoque de toda la violencia engendrada en el texto. El humor manejado con pericia, es una herramienta clave para menguar la brutalidad fecundada en la trama de la obra. La sonrisa o carcajada del leyente ante la agudeza de los escritores, es una pausa para una reflexión profunda. El final. Magistralmente previsto, queda abierto para que el lector complete lo no dicho: “Un olor a anturios se plasmó en el aire, y un canto celestial cobijó la despedida. Afuera empezaban a brillar las estrellas en un diálogo entre sí sobre la polaridad que existe en todo, aún en la violencia que cuando se desnuda sale a relucir la paz, pulsando por existir bajo el atisbo de luna y sol”. (204). La paz y la música proviene de los coros celestiales y el olor no procede de cualquier planta. Éste emana de las espatas corazonadas de los anturios, realzando el amor en el fin de la obra. El desenlace invita a buscar un cambio y al igual que Antonin Artaud representaba la crueldad en el escenario para que no se cometiesen más actos crueles, La novela, La voz de la violencia deja temblando al lector para que después de ingerir este potaje literario, no le quede deseos de realizar ningún acto de violencia.
(*) Mara L. García, PhD.
Professor of Spanish American Literature
Department of Spanish & Portuguese
Brigham Young University
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(801)422-3106 E-mail Mara_Garcia@byu.edu
http://spanport.byu.edu/instituto_vallejiano/
http://spanport.byu.edu/faculty/GarciaM/new/entrar.html
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