Danilo Sánchez Lihón
1. Entre
mis manos
Yo
amo con amor hondo, pero a la vez sin anhelar que algún día hubiera
podido concretarse ni hacerse realidad en este mundo, a la niña que se
quedó cautiva en mi infancia y en mi pueblo, que es Santiago de Chuco. Y
siempre, como no hubo ni una palabra ni un encuentro, ni siquiera una
mirada que intercambiásemos, pensé que nunca había ocurrido lo
sustancial o supremo entre ella y yo en mi vida.
Pero,
sin embargo, me he preguntado con razón elemental y sencilla: Si marcó
tanto mi vida, si es el eje de mi existencia, y si hasta ahora me
estremece, ¿no significa entonces que sí ocurrió algo y que fue real, en
verdad y muy en serio? Si es a lo que más me aferro, y hacia donde
regreso sea dormido o despierto, ¿no es acaso que ocurrió lo más
decisivo e intenso sin que yo lo advierta ni presienta?
O
si no, ¿por qué Santiago de Chuco, el pueblo en que nací y alberga las
pocas imágenes que quedan de esta historia, es también tan fascinante y
profundo para mí en lo que al amor se refiere? ¿Más si sé, a ciencia
cierta, que en él no tuve entre mis manos ni una mano que de amor se
estremeciera? ¡Quizá equivocadamente pensamos que el amor es contacto
físico, vínculo y hasta sucesos que se cuentan, aunque a veces sean
hechos triviales solo válidos para uno mismo!
2. Todos
los paisajes
Ciertamente,
yo a este respecto no tendría nada qué contar, salvo la emoción
profunda que embarga mi espíritu y el sentimiento que inunda mi ser
íntegro.
Y
ello coincide con la referencia de que el amor es justamente flechazo,
efluvio, estallido. ¡O calma en el fondo del alma! Y no necesariamente
vínculos, o relaciones cotidianas, ni hechos que se entretejen.
Y
que es lo que yo realmente siento, y en lo cual hasta podría ser que
alguien ame lo que nunca haya visto y ni siquiera conocido. Y ello sea y
constituya un amor total.
Igual
a lo que me ocurre a mí con ella; con quien nunca fuimos ni conocidos,
ni mucho menos enamorados, ni novios; ni nada. Ni siquiera personas que
se saluden alguna vez en la calle o en cualquier sitio. Con quien no
cruzamos juntos ni siquiera una puerta, ni siquiera miradas a través de
una ventana.
¡Pero
que no era necesario para que mi corazón se exaltara y la busque
pensando encontrarla en todas las calles y las ventanas del mundo! Y en
todos los paisajes del planeta Tierra. Y de otros mundos cuando sueño.
Y
que no era necesario siquiera que hubiera habido un encuentro para que
hablemos tanto y por cualquier pretexto en todos los instantes y
circunstancias que nos depara la vida en que nos sentimos solos y somos
confidentes con nosotros mismos, de la noche hasta el alba y viceversa.
3. Ahí
está
¡No
hubo nada en la realidad objetiva que se registrase para bien ni para
mal, lo que no significa necesariamente vacío! Porque incluso toda
mirada que se encuentra con otra produce un estallido como de espadas y
nubes que chocan. Y se producen relámpagos y truenos. Y lluvia que
arrecia y se descarga. Entre nosotros dos, ¡eso no ocurrió!
Pero
eso sí, yo sabía dónde estaba. Porque en verdad yo sé dónde está en
todo momento. Cuando hay un desfile, por ejemplo, bajo qué alero de la
plaza se cobija, o bajo qué puerta permanece.
O
cuando avanza la procesión por las calles sinuosas y empinadas, sé en
qué agrupación ella va, y por qué calzada y vereda sube o baja. Sé el
vestido que lleva. Y si pasa cerca cómo me estremece que el amigo que me
acompaña diga:
– ¡Mira, ahí está ella!
¿Y
acaso todo lo que soy no tiembla y se estremece? En tales casos yo en
verdad tengo el corazón hecho una campana que repica. Porque, aunque no
me mire ni sepa quién soy en mí está posado su rostro de éxtasis y
arrobamiento.
4. Calles
de mi comarca
Y
yo cada vez la veo más en una calle de mi pueblo. ¡Y, qué bella que es!
Todo en ella es sublime. Todo en ella es pudor, y es pureza.
Es más, la belleza en la mujer es recato y timidez, yo así lo concibo. La belleza en la mujer es ser candorosa.
Y
es a partir de dicho amor que la imagen de la mujer la asocio y esté
ligada para mí a cada imagen de las santas que tienen su altar y su
trono en la iglesia.
Y
a las muchachas que caminan en las procesiones de Semana Santa. O
delante o detrás de cualquier anda en que se eleva el alma a Dios que
está en los cielos.
Está
ligada al olor a incienso y a las miradas seráficas de las niñas de mi
pueblo cuando siguen abstraídas en el humo que emerge desde sus
incensarios y sahumerios.
Cuando
avanzan delante o detrás de los estandartes alentados por los sones de
una banda de músicos extasiados detrás de sus instrumentos que emiten
sones casi siempre gemebundos.
Y que recorren así conmovidos y piadosos las calles empedradas de lo que es mi comarca.
5. Panal
de miel
Para
siempre imborrable en el momento en que muera quedan su falda, su blusa
y su trenza suelta sobre sus hombros. Para siempre imborrables su
rostro ungido y sagrado como de virgen.
¡Porque no hay nada más hermoso o profundo que la imagen de la mujer en su dimensión transida, mística y sagrada!
Su
boca que nunca pronunció mi nombre es mejor que sea así para que busque
que ella encuentre mi nombre en la eternidad adónde vamos.
Los besos que no nos dimos jamás, es mejor que haya sido así; porque los anhelaré para siempre hasta el infinito a donde vaya.
Y el anhelo de volver a verla sea igual al anhelo de volver a mi pueblo no importa roto a pedazos.
Y
como es en verdad el impulso indetenible de volver a mi teja, a mi
candil, a mi velador ya polvoriento y destartalado en la casa
abandonada.
Como
el impulso a volver a solo mirarla. A solo contemplarla. A los tejados
en donde ella mora y que es lo único que me queda para salvarme. Y que
es reconocerla allí con toda mi ansia, mi desvelo y mi alma. E
imaginarme de nuevo, inocente, con mi destino por delante.
6. Sobre
los abismos
Yo
la vi de niña y me es inconfundible. Quizá yo la he concebido. ¡Y es
ella! Imposible que en esto me confunda o equivoque. ¡Y eres tú! ¡Tú en
esencia, tú en presencia, tú en confidencia!
Quien
ha marcado mi casa, mi calle y cada esquina. Cada alero de las casas
son sus alas. Y su falda de niña y de madre profunda es el cielo que
cubre mi aldea. De madre prometedora. De protectora y abrigadora mía,
niña mía del alma. Es el olor del adobe cuando llueve, el de la soguilla
mojada de la escalera cuando queda a la intemperie; el de la tierra
cuando germina.
Es
la curvatura de los techos. El ángulo debajo de la cumbrera donde se
guardan los granos de las cosechas y los vestigios que quedan de todo lo
que fuimos, de lo vivido y no vivido. El rellano de la escalera cuando
nos detenemos a mirar en lontananza.
De
allí que sea su rostro el que se posa en lo alto de las tapias y de las
torres de los campanarios. su imagen más allá y más arriba de las copas
de los árboles y de las cumbres de los cerros. El ondular de las
espigas del trigo en las colinas en la tenue luz del alba y cuando el
viento las mueve suavemente.
La
mies que reboza en las parvas. El aire que vibra y sostiene sobre los
abismos el vuelo de las aves. El panal de miel en el árbol cuando a
solas lo encontramos. El reventar de los senos de una niña cuando crece y
se descubre mujer.
7. Por eso
vuelvo
Ella es una sombra dolorida.
El ladearse de la teja en la techumbre, el regazo de una puerta, se viva o no se viva tras ella.
Son las hierbas en lo alto de los muros cuando la tarde está quieta.
Yo la reclamaré a mi Dios cuando muera. A nadie más. Que me la devuelva. Porque no dejé de pensar un solo día en ella.
No
me quejo ante él, porque todo se lo cuento. ¡Y como nunca en esto soy
verdadero, porque tú has estado ahí viéndolo todo con tus ojos
transparentes!
Y donde ella es como un ángel, como una virgen transida.
Y él ha respondido:
–
Si crees en ella, entonces puedes esperar a verla algún día. Si
perseveras. Si buscas la pureza con ahínco y afán sin límites. Porque es
la mirada la que constituye el encuentro supremo.
De allí que tenga que pelear el mundo. Pelear la vida. Hasta saber que he vencido. Por eso vuelvo a mi tierra cada tarde.
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CONVOCATORIA