Nunca, sino ahora, supe que existía
una puerta, otra puerta
César Vallejo
1. Aleteando
en sus resquicios
¡Ah,
de aquellas puertas que dan a los segundos y terceros patios y por
donde la vida tanto ha pasado con sus alegrías y penas cotidianas, y con
las otras flechadas desde la lejanía! Oprimidas ahora por los adobes,
en estas casas ya deshabitadas ¡que se han ladeado y cedido hacia un
costado por la incuria, las lluvias invernales y el peso de los años!
Crecen
en los abobe resquebrajados y húmedos, porque no hay techo que las
proteja y la lluvia despiadada los alcanza, esas plantas sin nombre de
un verde intenso en sus hojas y de flores amarillas en donde el sol
pareciera que está naciendo.
Puertas
que ya nunca se abren, bien sea porque se ha rajado y vencido el
dintel, y han quedado definitivamente asustadas; o bien sea porque las
tempestades inclementes han abombado la madera de tal modo que han
quedado para siempre aprisionadas. Cerradas definitivamente no por el
artificio de una llave sino por el dictamen fatal del destiempo y del
destino. Del paso por sus umbrales y dinteles de los adioses y
despedidas. Y, en general, del olvido aleteando en sus vanos, ojeras y
resquicios.
2. Muerte
por mano propia
Pero,
¡ah capricho de la suerte!; son puertas en donde todo empieza a
florecer: donde la vida como nunca en otra parte se prodiga.
En
sus muros las mostazas y retamas. Y al pie de ellas mismas las quietas
siemprevivas, las clavelinas sumidas entre los abrojos.
Y
en sus rendijas unas flores pequeñas perfumadas como si quisieran
consolar con su aroma gratuito la tristeza y la vejez de este sitio
abandonado por quienes aquí nacieron, crecieron y habitaron desasidos
estos espacios ahora desolados.
El
morir de las puertas es el peor de los morires, porque con ellas no
solo mueren las personas que aquí vivieron, sino muere también una
época, una generación de seres humanos, y ¡hasta un modo de vivir!, como
también un retazo de historia.
Cuando
una puerta se sepulta, como es el caso de ésta que ahora miro, palpo
arrobado, es muerte por mano propia no de uno sino de muchos. Es una
muerte voluntaria y un suicidio colectivo.
3. Para
siempre
Y
es porque ella misma, la puerta, luego de esperar vanamente a que
regresen las manos del varón o la mujer de la casa, o del hijo que aquí
se criara, se van consumiendo y secando en vano.
Y
al ver que ninguno llega, empiezan a declinar en sus travesaños y
parantes. Y lo que antes era un paso de ida y vuelta definitivamente se
cerró como paso y se tornó final.
Ojalá
que alguna vez se asomara siquiera por delante o por detrás de ella
algún pariente persuasivo, sea que tenga la mano firme o trémula,
¡incluso sea que esté vivo o esté muerto!
Porque
se puede volver ya en alma o en espíritu, dejando que el tiempo en su
turbión la arrastre, que ocurre al no ver a nadie entrar por aquel vano
ni siquiera asomarse por el muro a alguien ya sin mirada, solo con
contemplación y ya en espíritu.
¡O de los niños ilusos que la rescaten del olvido!
4. Y deje
de llorar tanto
Nada
de eso hubo. Entonces ella misma dejó que cayese sobre sí el olvido.
Ella misma decide condenarse, clausurándose para siempre. Razón que fue
suficiente para que ella se ladeara, y aunque de pie así muriera.
Para
eso deja cimbrarse la viga que sostiene el dintel, ladearse los adobes
de encima y de los costados. Teniendo como cómplices de su decisión
absoluta a la lluvia, al sol y hasta a la luna nocturna que no quiere
que se sienta abandonada.
Y
la alumbra con su luz mortecina. Y la neblina disoluta la oculta para
que se desahogue y llore a sus anchas. Para que se deshaga si quiere en
suspiros.
Y
es la tierra la que la ayuda a morir. No la tierra como lar o terruño
sino como bola redonda hecha de agua y de continentes donde hay
cordilleras, montañas, ríos y desiertos. Quien con sus leves temblores
de achacosa y desvalida va haciendo que afloje sus junturas y se vaya
quedando quieta, pasiva y deje de llorar tanto.
5. Los gorriones
inconscientes
Y
que como cómplices tiene hasta a las flores que, con su presencia,
consuelo y su morir antes de ella, más la hieren y lastiman.
Allí
es cuando la puerta se olvida de sí misma. Y se entierra bajo
montículos de abrojos, zarcillos y lianas que cuelgan de los adobes aún
sacrificados y empeñosos.
Pero nada ya atiende ni quiere, bajo nubes, aguaceros y relámpagos, la puerta misma discreta y silenciosa.
Para
terminar pisoteada por los leves pasos de los gorriones inconscientes
que buscan hacer sus nidos en los lugares inhallables.
Puertas
que nos llevan a una región embargada por no sabemos qué misterios. Que
nos conducen, porque son puertas, a no sé qué claustros y obedeciendo
no sé a qué premoniciones.
6. La vida
por delante
Puertas
que conservan algunos grumos de pintura verde entre sus jambas
apolilladas. ¡Y el señuelo de algún amor inconfesado entre sus dos hojas
ahora desiguales!
¡Porque el mundo no pesa parejo, sino que siempre se inclina hacia un lado!
Puertas visitadas sólo por libélulas sonámbulas, que no piensan en otras realidades que no sean sino sus propios augurios.
Quedan así las puertas y sus traspatios en su mudez y en su autoimpuesto silencio y castigo.
Quedan
colgando sus armellas impenitentes y algún vago suspiro que escapa
eternamente entre las aberturas de sus tablones susurrantes.
¿Quién
lo propuso, lo propició o fue la razón por la cual se dio? O una niña
que tenía la vida por delante o un anciano que moría.
7. Ya no son
puertas
Puertas que ya no dan a nada, ni a un lugar abierto ni a otro que esté cerrado. Que están erigidas ya en el puro vacío.
Que
han quedado en el centro de dos eternidades, pero que probablemente
alguna vez dieron hacia un corredor o a una sala donde se cantaba, se
soñó y se amaba.
O
simplemente se vivía. ¡Y este es el reto de toda puerta: unir o separar
la vida! O simplemente, se dejaba transcurrir la vida, ¡lo cual ya es
bastante!
Un
lugar que abre paso ya no a un solar cotidiano hacia el cual se entra y
se sale, sino que nos lleva con su cerrazón definitiva: ¡a no sabemos
dónde!
¡Ni
a qué, ni por qué! ¡Ni cómo ni cuándo! Que son el misterio absoluto y
perfecto. Que están aquí muriendo como morimos nosotros.
Que entonces ya no son puertas. Porque tienen todavía resuello y suspiros que se ahogan en el infinito.
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CONVOCATORIA