RAÚL WIENER, UN HOMBRE
Por Eduardo González Viaña
No hay pensadores de derecha en el Perú. La derecha no existe
intelectualmente. Ello es obvio porque el capitalismo salvaje sólo puede ser
defendido con la bestialidad de la represión, con la pluma bajo salario o con
el aullido bestia de la llamada “derecha bruta achorada.”.
Parafraseo a Orson Welles, según quien, durante la era del macartismo en
Estados Unidos, solamente había izquierdas, y fueron ellas mismas- no Mac Carthy-
las que se autodemolieron por falta de unidad. Es doloroso pensar que lo mismo
puede pasar hoy en el Perú.
Raúl Wiener es un modelo de lo que un pensador social debe hacer para
vivir y morir aquí. En primer lugar, como él, hay que recordar que un hombre de
fe no está aquí para “hacer política” sino para hacer la revolución.
Se “hace política” cuando se busca una curul o una chamba futura en
cualquiera de los clubs de descerebrados que se reúnen en torno de un individuo
y jamás de una idea porque no tienen ni idea de lo que eso significa. Se hace
la revolución cuando se entrega la vida para combatir por un proyecto de
felicidad colectivo. Vale decir, cuando se asume que el socialismo, en vez de
ser un partido, es una ética, o sea una forma decente de vivir… y también de
morir.
A quienes pensamos como socialistas, la sociedad nos impone actas de
sujeción disimuladas o nos ofrece formas hipócritas de renegar. Si queremos
ganar algunas líneas en los periódicos, por ejemplo, debemos censurar, uno por
uno, a todos los gobiernos izquierdistas del continente, desconfiar de la
eficiencia de las empresas del estado, Petroperú, en primer lugar, brindar por el desarrollo de un “capitalismo
moderno”, asumir el socialismo como una amable utopía del pasado y declarar que
postulamos una izquierda “moderna”, o sea vacía, roma, cobarde.
Si Raúl Wiener hubiera abdicado
de sus ideas o las hubiera hecho más “potables” habría sido aceptado de
inmediato como un pensador moderno. En otro caso, más próximo, el candidato que
usufructuó sus servicios generosos y llegó a la presidencia le habría dado
un puesto en su lista de representantes
o, luego del triunfo, una silla en su gabinete de ministros, y no lo hubiera
maltratado como lo hizo para que sus nuevos amigos no supieran que tenía un
amigo comunista y “pobretón.”
El propio destino lo puso
en jaque, pero Raúl no cambió. Hace una década, se le anunció el cáncer
perverso que terminaría por matarlo, pero aquello no lo desvió ni un momento de
su perseverancia en las ideas del cambio social. Amaba entrañablemente a su
tierra y a su gente, y ello le hacía sentir, aún en los momentos más dolorosos,
que no hay paz sin justicia ni justicia sin amor.
Si no lo atemorizó la
proximidad de la muerte, menos pudo hacerlo un gobierno que elige ministros de
interior en la lista de los enjuiciados por crímenes de guerra o que pretendió
acallar a todo el mundo con una draconiana “ley del Negacionismo”, redundancia macartista
de ese otro mamarracho jurídico “contra la apología”, una creación fujimoresca
que continúa vigente. Me parece que es
su último artículo aquel en que lo señala con dolor:
“¿Cómo construir una
sociedad pacífica y en vías de reconciliarse, si el Estado, estimulado por los
medios y la derecha más recalcitrante, sigue con la política de quitarles la
voz a los perdedores y están proponiendo otras cosas…?”
A lo largo de los años, el capitalismo ha intentado hacer creer que su
bandera es la del cristianismo. Ahora, sin embargo, con las palabras de los
últimos papas, se hace evidente que no hay más perverso materialismo que el de los dueños del
mundo. Y, como lo he dicho una vez, ser socialista, por el contrario, equivale
hoy a levantar la cruz del martirio y las ideas del Maestro de Galilea.
Por todo eso, Raúl Wiener fue un hombre de izquierda. Baste con decir
que fue un hombre y que lo seguiremos leyendo. Quien ha encendido la luz, ha
prendido también la llama, y no se apagará.
Fuente:
Página web
www.elcorreodesalem.com
Eduardo Gozález Viaña