Danilo
Sánchez Lihón
1.
Tan grande
lo
pequeño
La paz en donde habita es
en el alma de los hombres. Y un hombre de paz es el Padre Fernando Rojas Morey
quien nos regala en un libro sus secretos, sus ratos a solas, sus confidencias
con Dios, ese altar que es su mundo íntimo, no para quejarse o pedir ser
comprendido haciéndose a propósito querer. Y esto lo hace escribiendo poemas en
obras como: “Caminos y esperanza”.
No escribe él poesía para
gustar, para realizarse a sí mismo o adornar la realidad, lo cual tampoco
estaría mal que él lo haga si así fuese su deseo. Y estaría bien porque
necesitamos que se viva más de acuerdo con los afectos y que las personas
realicen su destino como también que se embellezca el mundo.
Sólo que esta vez va más
allá. Va a esa agua pura, esa agua fresca que sana; agua de vida entre tanto
dolor, tanta pena y tanto sufrimiento, donde su poesía resulta sabiduría de la
vida y de las cosas.
Como, por ejemplo, de un
hecho sencillo, de un objeto o de un ser aparentemente anodino e
intrascendente, puede hacer un universo tan significativo, un símbolo de un
valor tan alto y permanente como puede ser la solidaridad, como ocurre en el
siguiente poema titulado “Librito de caja”.
Y en donde nos señala cómo,
cuándo se actúa con amor y con verdad, puede ser tan grande algo tan
insignificante y pequeño, como es un cuaderno, una libreta o un librito de
caja:
2.
Se conmueve
por
su rebaño
Librito de Caja,
no escondes tesoros:
sí guardas secretos
de los que donaron
su ayuda, su celo.
Silencio en tus manos,
sabiendo lo cierto,
alcanzas al pobre
exiguo remedio,
pronóstico incierto.
Leo en tus renglones
los números yertos
que cobraba la vida
del amor fraterno,
mandamiento nuevo.
Sabiendo el pasado
comprendes sincero
sin culpa al enfermo
a quien el sistema
fingió pordiosero.
Se conmueve Fernando Rojas
Morey por su rebaño, su pueblo y su grey, por su experiencia de pastor. Ama los
pueblos con fruición, tal cual si fuera un amor de adolescente. Y de Chepén
donde él trabaja, dice:
3.
Asumir
los
retos
Hace ya veinte años
que afinqué en tu suelo;
he vivido mucho,
me he cansado poco;
quien vive sin prisas, sí vive de veras;
quien echa raíces, sí puede dar frutos...”
Te vi crecer, Chepén,
botón, capullo en flor.
También él siente miedo.
Le angustia quedar
agostado, seco y desértico:
Tengo miedo de quedar
como el desierto...,
sin nada ya que dar
al pueblo que tanto amas;
si todo ya lo di:
mis yerros, mi aserción,
el brío de mi andar,
la plata de mis canas.
De allí que yo diga con
toda convicción que nos hace falta más hombres como él, que estén dispuestos a
asumir y encarar los retos que hay que superar, haciéndose cargo de formar el
ser humano integral, comprometiéndose con su vida, con su fe, con sus esperanzas
y su destino:
4.
Pedir
para
dar
Tal como lo dice en sus
versos:
Parroquia del pueblo,
historia de amor,
la casa del cura
es casa de todos,
hermano y pastor.
...Hace falta amar las
relaciones cordiales, afectuosas, tiernas, entre los seres humanos. Renunciar a
todo por defender una palabra cierta y cariñosa. Dejar cosas u objetos para
enaltecer la vida. Para no corromper nuestra alma, escogiendo el lugar más
desprovisto, incluso el castigo, porque siempre relumbre y florezca el bien.
Ser para dar, y eso es él;
en quien todo es luz, todo es diamante y verdad. De allí que sintamos como un
privilegio y un honor haberlo conocido. Ascendemos a un sitial sabiéndole un
amigo y un hermano, quien dice más adelante:
Que he vivido a la intemperie,
es verdad;
como el agua derramada,
sin piedad;
con las manos siempre abiertas,
sin cerrar,
del amor una limosna,
pedir para dar.
5.
Fuentes
primigenias
No es muy común que un
sacerdote escriba poesía. En las convenciones de la época pareciera incluso una
ligereza y hasta una debilidad.
Y es que un vicio de los
tiempos modernos es seccionar, habiéndose tornado drásticas las especialidades
y los campos de interés, siendo temerario y osado traspasarlos. Fernando Rojas
lo transpone y tiene toda la razón.
Pero hay, de otro lado,
temor acerca de todo lo que sean sentimientos y afectos, apareciendo la poesía
como sinónimo de vulnerabilidad frente al universo de la ciencia o en este caso
de la religión.
Pero la poesía no lo es
tal, al contrario: es muestra de la mayor fortaleza y hasta de
indestructibilidad, puesto que ella está hecha de la materia de la que están
hechos los sueños y la eternidad.
Primitivamente, sacerdote y
poeta eran roles y hasta nombres sinónimos. Con el devenir de la historia ambos
campos se distanciaron.
Sin embargo, el verdadero
poeta siguió siendo sacerdote y el auténtico y verdadero sacerdote es en el
fondo y esencialmente, un poeta. En esto como en todo, el Padre Fernando Rojas
Morey nos remite otra vez a las fuentes primigenias de todo arte, de toda
ciencia y de toda virtud.
6.
Clave
de
lo eterno
Él asume su misión de poeta
sin hacerse mayores trabas con lo formal, como debe ser siempre. No se hace
problemas mayormente ni con el metro ni con el acento, ni le hace mella la
encorsetada calidad literaria, por decirlo así. No es su desafío impresionar
bien o mal, ni pasar la prueba en cuanto a preceptiva, estilo o logros lingüísticos o estéticos.
Para él la poesía no es
forma sino fondo, dando una lección a quienes la han convertido más en un vicio
del lenguaje, creyendo que ella es buena y de calidad cuando en ese nivel
deslumbra, ostenta y se atreve a explorar lo curioso e inusitado.
Y hasta se cree que ya
alcanzó la poesía lo supremo cuando en el juego verbal hechiza o maravilla. Y
el fondo o el contenido no importan siendo secundario lo que se diga. Pero este
felizmente no es el caso del Padre Fernando Rojas Morey.
Tampoco le interesa que de
lo que se nutra mucho de la poesía actual sea el asco, la futilidad o el
descalabro, como lamentablemente es lo que campea en la tendencia dominante de
la poesía actual aquí y en otras partes del mundo.
Hay que reconocer con pesar
que en la moda vigente predomina lo escatológico y perverso; pero ante lo
pasajero, fútil y baladí está lo esencial que es el eje y la clave de lo
eterno.
7.
Cantos
del
alma
Fernando Rojas Morey con su
poesía nos remite felizmente a las fuentes, nos coloca en la situación de
volver a preguntarnos o cuestionarnos por la verdad, la razón y el fundamento
de las cosas.
La poesía, para él, es
parte de algo esencial, cual es amar; hecho casi olvidado por los escritores
actuales muy orondos en las pantallas mediáticas y que han convertido la poesía
en oficio de petulancia.
La raíz y el nervio de la
poesía es, pues: ¡amar!, a alguien o a algo muy entrañable; el de extasiarse,
subyugarse y encenderse amando, como cuando dice don Fernando:
Yo no me sabía
rimando unos versos,
diciendo las cosas
que guardo en secreto;
más puede el cariño...”
“Evoco memorias
del viejo colegio
do mal aprendiera
el metro, el acento.
Y miro el presente,
las mieses y el cieno;
no puedo callarme...
ensayo unos versos.
De allí que sus poemas son
cantos del alma, confesiones, plegarias, adoraciones; en donde él aunque confíe
está solo, aunque se aferre, se expone.
8.
La vida
es
canción
Y siempre con la mirada y
el corazón puesto en su Dios, en el bien y en las cosas sencillas.
Con él se siente la poesía
en la vida, en la fuerza y en la belleza que brota por doquier; en el niño, en
la risa del joven, en la promesa de un porvenir mejor.
Con él se vuelve a sentir
poesía en el ensueño y en el vivir con valor cada acto de lo que es la vida.
También es tejer un capullo, el del rezo y la oración:
Poema, muchachos,
es canto a la vida
cual trino del ave,
sonoro en el viento,
pulsando la luz.
Poema, me piden
arranque a mi lira,
con manos que el tiempo
pendula en silencio
palabras de amor.
Mas, veo sonrientes
sus rostros lozanos
con brillo en los ojos,
vigor en los cuerpos:
su vida es canción.
9.
Música
sin
fin
Lo verdadero, la bondad y
la belleza son los valores en los cuales se sostiene la preciosa y fresca
poesía de Fernando Rojas Morey.
Siempre hay en ella el
aroma de la flor que perfuma y la tensa energía del bien que se erige sobre lo
adverso, sobre el abismo o la muerte.
La suya es una poesía de
encanto y de virtud, de gracia y moral, de vuelo y libertad, como de lucha y
responsabilidad. Dice:
Margarita, la monjita,
flor del campo y del jardín,
albo pétalo engastado
en la entraña de un rubí.
Tu corola se estremece
tras la brisa de Yahvéh,
cuando transes por la ruta
de los pobres y del bien.
Es de seda tu palabra
y tus manos de jazmín,
cuando dices el mensaje,
cuando partes nuestro pan.
Como apóstol de trastienda
en los barrios se te ve;
y en la arena o empedrado
son de acero tus dos pies.
Por ti asoma una sonrisa,
por ti mira no sé quién,
que penetra nuestras almas
cual la música sin fin.
10.
Profundo
y
sagrado
Caminos y esperanza es el
libro de un enamorado. De un flechado de amor por Dios, el libro de un alma que
vive con su corazón en la mano, hechizado y encantado de vivir con amor y
cumpliendo una misión sobre la faz de la tierra.
De alguien que, en el fondo,
para cada acción se pregunta: “¿Es la voluntad de Dios?” Si la respuesta es
positiva la obra se realiza. De allí que sus amores son siempre justos,
exactos, trascendentes.
Leer Caminos y esperanza es
ver a Fernando Rojas por dentro, es intimar con él, es conversar con sus claves
de ser, con la parte esencial de aquello que lo anima, lo guía y lo define;
esto es: Dios, su pueblo, su grey, el paisaje, la gente, la juventud, los
niños, su familia, su casa, sus amigos, el Perú:
Cantarle a la vida
es lo que más quiero;
abrir mis ventanas,
que música hay dentro,
pulsando la lira
del amor primero.
Amor primero que no siempre
es el primero en el tiempo, sino el primero en intensidad, en elevarnos hasta
las estrellas: el primero en darnos un conocimiento del ser auténtico, profundo
y sagrado.
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