Danilo Sánchez Lihón
A Marilú Caycho
a quien escuché
contar este relato,
y le pedí permiso
para escribirlo.
1. Aquí
nomás
Por fin llegaron a Orcotuna en las vacaciones de medio
año. Era el pueblo de sus padres: sol radiante, aire fresco, cielo despejado y
el verde de los campos.
Las cabañas de paredes blancas y tejados rojos, los
senderos, la gente con su rostro amable, los animales con sus imágenes vivaces
e inocentes:
El perro juguetón, el gato que observa y se estira en
lo alto del alero, el cabrito retozón, las ovejas y las vacas que pastan
apacibles en los campos.
– ¿Vamos a ver qué hay por los contornos?
– ¡Ya pues! ¡Vamos!
– No vayan a ir muy lejos. Jueguen pero cerca.
– ¿Por qué no juegan aquí, nomás?
– Aquí jueguen niños, ¡Más tarde salimos todos!
– Para ir más lejos siempre tenemos que acompañarles
las personas mayores.
– Vamos a ir aquí nomás, cerca.
2.
Aguas
caudalosas
– Pero no cojan nada. Hay plantas que tienen espinas,
algunas son nidos de avispas, muchos frutos son venenosos.
– Hay senderos que llevan a barrancos o están mojados
y resbalan.
– ¿Está cerca el río, abuelita?
– Está lejos. Y es peligroso ir. No vayan. Para ir al
río tenemos que acompañarlos.
Al salir al campo Fabiola, Sara y Marco, quien era el
más pequeño, no pudieron resistir la aventura de ir al río.
El camino era tan grato y amable que sin quererlo ni
proponerse ya estaban camino al río.
Pero no se mojarían en sus aguas para que nadie se
entere ni se dé cuenta que han llegado hasta el río y no sea que los resondren
o castiguen.
Y ahí estaba el río majestuoso. Era el río Mantaro de
aguas caudalosas y turbulentas que solo de escuchar su fragor el alma se
estremece.
3. En lo alto
del muro
Por eso, no se acercarían ni bajarían a sus orillas.
Sus aguas verde azuladas hacían remolinos y
abultamientos, seguro porque debajo había rocas y pedrones.
Era mejor no desobedecer a la abuela.
¡Pero esas flores a la vera del sendero eran tan
bellas!, su amarillo intenso, era un fulgor tan estallante y arduo que Marco se
acercó a cogerlas.
– La abuela ha dicho que no cojamos nada.
– Pero, ¿acaso ella nos está viendo o mirando? ¿De qué
manera ella se va a enterar?
– No Marco, es mejor que no cojas nada.
Pero Marco las cogió y regresó con ellas.
Cuando llegaron a la casa antes de entrar las pusieron
en lo alto del muro que está a la entrada de la vivienda.
Apenas comieron el cansancio del viaje los derrumbó en
los sillones que había en la sala.
4. Todos
lloraban
Su madre al alzar a Marco para acostarlo en la cama
que habían preparado notó que volaba en fiebre.
Cuando le pusieron el termómetro inmediatamente marcó
más de cuarenta grados y retiró el medidor con espanto ya que pudiera ser que
subiera la marca hasta una cifra que no quería mirarla.
– ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tiene mi hijo! ¡Ay Dios!
¡Sálvalo! –Imploró la madre.
Inmediatamente le prepararon paños de agua, le
empaparon alcohol en la frente, lo desnudaron ante el frío serrano.
Cuando otra vez le tomaron la temperatura tenía 41.5
de fiebre. Marco deliraba.
– ¡Qué tiene mi hijo, Dios mío! ¡Qué tiene! –Clamaba
la madre.
La desesperación en la casa era tan grande que todos
lloraban, se tropezaban, gemían.
No había médico en el lugar y pensaron salir a la
carretera a esperar agitando un pañuelo blanco al primer vehículo que pasara
para regresar con urgencia a Lima.
5. Flores
amarillas
Lo único que atinaron a pensar antes de embarcarse fue
en correr a avisar a la abuela que ya se había retirado pero que vivía ahí no
más a la vuelta de la loma. Corrieron a avisarle que iban a salir a esperar un
vehículo y regresarse a Lima.
– ¿Qué ocurre? –Preguntó.
– ¡Marco vuela en fiebre y delira!
– ¡A ver, vamos a verlo!
– ¡Oh Dios mío! Este niño se muere. ¡Ya su pulso ni se
siente! ¿Dónde está Fabiola? ¿Dónde está Sara?
– Ahí están en el cuarto. Están más bien que tiritan
pero de frío o de miedo.
– Fabiola, ¿dónde fueron? ¿Qué han cogido?
– ¡Nada abuela! ¡Solo esas flores amarillas!
– ¡Cuáles! ¿Dónde están?
– Están en el muro de la entrada.
– ¿Y de dónde las han cogido?
6.
Te
lo
ruego
– Casi a la orilla del río, abuela, al pie de la
ladera.
– ¡Pronto! ¡Vamos a devolverlas! –Dijo la abuela– Es
el Apu quien lo está llevando a este niño. Necesitamos vino, cigarros y coca.
Estábamos sorprendidos. La abuela nunca fumaba, ni
bebía ni chacchaba coca.
Casi corriendo ella iba adelante y nosotros detrás. Llevaba
las flores arrancadas. Las sostenía con mucho cuidado y reverencia.
– Son su diadema. –Repetía.
Ni bien llegó con Apuro sacó la coca y la esparció al
viento. Tomó el vino y lo sopló a los aires. Y fumó con unción el cigarro. Y se
arrodilló rogando:
– Apu, allí están tus flores. Perdona a mi nieto. No
ha sabido respetarlas ni respetarte.
Allí sopló un fuerte viento.
– No te conocen. Recién han venido. Discúlpalos que te
hayan ofendido. Pero devuélveme a mi hijito, te lo ruego. Te lo ruega su madre,
te lo ruegan estos niños.
7. ¿Dónde
están?
Ahí el río sonó con mayor estruendo.
La abuela se arrancó los cabellos y se arrancó la
ropa.
– Devuélveme a mi hijito. Sé que ya está contigo, pero
tómame a mí por la ofensa cometida. Pero él no sabía nada. ¡Devuélveme a mi
hijito!
Y se arrodilló llorando.
En ese mismo momento la madre vio que sorpresivamente
Marco abrió los ojos y preguntó.
– ¿Dónde están las niñas?
– ¿Quiénes?
– Las niñas que estaban llorando
Las flores eran las hijas del Apu que tronchó y que felizmente
la abuela devolvió en ese momento al monte, al viento y al río.
Marco vivió, pero sin querer perdió a su abuela. A
partir de entonces Fabiola, Sara y Marco jamás cortan una flor en donde sea.
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HOMENAJE
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