Danilo Sánchez Lihón
1. El mar u
océano
en la poesía
El océano, o el mar, en la poesía peruana ha tenido
múltiples y diversos registros. Mariano Melgar al contemplarlo en Mollendo
escribió:
El mar
inmenso viene entero
ya parece
tragarse el continente,
aviva su
corriente,
y en eterno
hervidero
choca, vuelve a chocar…
José María Eguren avizorándolo desde Barranco, dice
así:
Del alba en
la marea, por la costa bravía,
oí unas voces
hondas de melancolía...
En la playa
azulina se difunden cantoras,
en un orfeón de sueños, quejas desgarradoras
Y en Travesía de extramares Martín Adán pergeña su
endecha al océano de este modo:
– Y te parte
la quilla que tú pones
a tormentas y
calmas inauditas,
a todas las
mudeces y las gritas
y los cantos y las contradicciones.
Pero es Juan Ojeda el poeta del océano; es él no solo
quién le canta desde el acantilado o desde la orilla sino quien se interna en
sus aguas procelosas y fantasmales
2. Navegante
fúnebre
Y fue así por ser familia de pescadores como también
porque nació, creció y se formó en Chimbote e hizo del mar el escenario de sus
juegos y aventuras.
Y después el símbolo y trascendencia de su poesía
atormentada. He aquí una aproximación a su obra.
Cuenta Jung, comentando el Ulises de Joyce, que un tío
anciano lo detuvo un día en la calle y le preguntó:
– ¿Sabes cómo atormenta el diablo a los réprobos? –Y
continuó–, ¡los hace esperar!
Cuarentaiún
años han transcurrido desde el suicidio de Juan Ojeda, ocurrido el 11 de
noviembre del año 1974, autor de un libro trascendental, cual es Arte de
navegar y protagonista de una de las aventuras humanas más extraordinarias en
la poesía de todos los tiempos.
Veinticinco años se tuvo que esperar para ver
publicado, en forma total, el libro Arte de Navegar, que Juan Ojeda dejó
estructurado meses antes de morir.
Sin embargo, se sigue esperando el reconocimiento que
la poesía peruana le debe con creces a este extraordinario poeta.
En quien la poesía tomó posesión de manera feroz,
contumaz y encarnizada, con martirio, delirio y agonía, pero a la vez con la
mayor lucidez, tenacidad y clarividencia.
3. Siempre
el olvido
Pero la cita de Jung también es pertinente al evocar
cuatro elementos que son esenciales en el libro Arte de navegar que motiva las
siguientes reflexiones. Ellos son:
1).
Ulises, símbolo de sabiduría.
2).
El descenso al Hades.
3).
El mundo del tormento.
4). La reflexión sobre el tiempo, la espera y el
tedio.
Todos ellos elementos sustantivos en la poesía de Juan
Ojeda.
Ningún personaje se menciona tantas veces en Arte de
Navegar –y más aún el ambiente donde mora– como Caronte, el barquero del Hades,
encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos de uno al otro lado del
río Aqueronte. Así:
“...el viejo blanco con antiguo pelo”; el “...anciano
de precario pelo”; “...ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente / Tanta
acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza”.
Y con él, el trance de navegación de su barca, siendo
el símbolo de esa navegación de donde deriva, en gran medida, el título del
libro: Arte de navegar, que no es hacerse a la mar de la superficie del globo
terráqueo masa solo a veces tormentosa, sino navegar más bien en aquel “río del
dolor” insalubre, en donde nada flota y todo se hunde salvo la barca de
Caronte, y si algo de lo humano en ellas se moja le invade para siempre el
olvido.
4. El pavor
postrero
Allí se ofrece, también, la temática central y
dominante de la obra, cuál es la condición humana, la historia moral del Hombre
puesta en escena en el traspaso de las almas a través de dicho río; todo a
cargo de Caronte, quien repleta su barca con la multitud interminable de almas
que lloran –algunas a gritos– por las aflicciones que ya padecen, y que
sufrirán aún más por los siglos de los siglos.
Mientras, como parte del castigo, ya las acosa el
anhelo incontenible de pasar a la otra orilla –donde las espera el dolor tanto
por los castigos que allí se infligen como por dejar esta vida sencilla–
mientras el barquero las aporrea con el remo para acallar sus gemidos.
La poesía de Juan Ojeda tiene su escenario y su centro
en medio de esas aguas impías que llegan hasta la embocadura del Hades, a
orillas de cuyo foso arriba la barca del anciano irritado, quien arroja a esa
sepultura las almas de quienes alguna vez fueron vivos.
El Aqueronte es frontera infranqueable que divide la
vida terrena del padecimiento sempiterno. Y con él Juan pone en el tapete el
juicio, la condena y el pavor postrero; todo ello sumido en un paisaje de
niebla donde sólo hay horizontes difusos.
Caronte, en las conversaciones que sostuvimos largas
horas con Juan, con quien fuimos amigos entrañables, ejerció siempre para
nosotros una fascinación subyugante.
5. Desaparecen
las orillas
Nos encantaba embarcarnos en cualquier ómnibus
destartalado que recorren los arenales para caminar en silencio por las playas
cubiertas de neblina y ya al atardecer ingresar a los mercados sin bullicio de
los pueblos humildes.
Él era el navegante por antonomasia en su mitología
personal, el navegante símbolo; aquel que une mundos opuestos, aunque su
destino sea fatal y abominable. Es el nudo y, en el fondo, Juan era la
encarnación de esa divinidad descalabrada.
Es en las aguas de pesadilla, densas e insondables de
dicho río –lago en verdad y hasta océano por su anchura; de ondas pardas y
negruzcas, profundas también por la pena que en ellas cunde, el Aqueronte en
donde él solía sostener su barca. En torno a la cual estallan rojizos los
relámpagos y se oye el estallido y retumbar de los truenos, sólo interrumpidos
por los acompasados golpes de los remos del barquero.
Es allí donde Juan abisma su poesía porque era el
chapoteo de esas aguas infaustas lo que lo mantenía desvelado ejerciendo sobre
él una fascinación que terminaron por arrebatarlo de la luz del día de estas
orillas. Quizá por eso también su poesía es tan olvidada, pues se conoce al
Aqueronte como el Río del Olvido, porque quien se sumerge en sus aguas olvida
en ellas quién es. Y todos se olvidan de él o ella, para siempre.
6. La quilla
de sus naves
Siguiendo esta ruta o camino, Arte de navegar es un
descenso a la morada de los muertos, una peregrinación por el mundo subterráneo
y de los infiernos.
Pero no es un navegar en el sentido horizontal como se
realiza toda navegación, sino en el más arriesgado y pavoroso de sumergirte en
vertical como él lo hizo con lucidez y de manera consciente para no regresar y
ni siquiera aparecer nunca más.
Pero adonde Juan proyecta la realidad común y
corriente, es decir, la vida cotidiana, la de esta superficie que la hunde y
sumerge con sus grandezas pero más con sus ausencias y miserias. Dice él:
Yo siempre he
morado en el Infierno
Y de la vida
sólo conozco un rostro destrozado:
El rostro de la niebla más dura que los sueños
inútiles.
El mar u océano en la navegación de Ojeda no es, por
eso, ningún mar externo. Ni el de los Sargazos que hollaron por primera vez con
la quilla de sus naves los descubridores del “Nuevo Mundo”.
Ni el fragoroso Índico, tan caro a Luis de Camoens,
autor dilecto de Juan; ni tampoco se trata del Océano Pacífico, ante el cual
Balboa dijera, según Juan Gonzalo Rose: “Por
esta porquería te dejé, Teresiña”.
7. Mar
apocalíptico
Menos puede ser el Mediterráneo que inspiró a Homero y
Virgilio y que fuera tan añorado por Ovidio al sufrir ignominioso exilio en el
Ponto Euxino.
Tampoco, como se podría colegir, es el mar frente a la
bahía de Chimbote, ni su espectral Isla Blanca, pese a las amanecidas de Juan
bajo el farol titilante de la lancha de pescadores de su familia que enrumbaba
saliendo siempre desde ese puerto, que es el lugar de su nacimiento.
La masa acuática que evoca es la que en gran medida
determina nuestro destino de peregrinos de este mundo: el río doliente de la
muerte, antesala del infierno.
Su travesía es por el Aqueronte y sus afluentes: el
Cocito, el Flegetonte y la quieta laguna Estigia, en donde el marinero traspasa
las almas hacia el Hades, reino de Plutón, el más cruel e implacable de los
dioses, hijo de Cronos, el tiempo.
Es por eso que la poesía de Arte de navegar de Juan
Ojeda se sitúa en la encrucijada y en esa grieta que es el vértigo y la caída
que divide la vida con la muerte, en ese eje de misterio, de incógnita y dolor.
Lugar de donde ya no se regresa para dar una versión
de lo acontecido. ¡Y ese es el enigma y esencia de todo mar u océano!
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HOMENAJE
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