CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
SEPTIEMBRE, MES DE LA PRIMAVERA,
DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
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CAPULÍ EN LA CASA
DE CÉSAR VALLEJO
EN SANTIAGO DE CHUCO
CAPULÍ, EN LA TELÚRICA DE MAYO,
ES ESTAR EN LA CASA DE CÉSAR VALLEJO EN
SANTIAGO DE CHUCO; ES ABRAZARSE A SUS PILARES,
ES PALPAR SUS MUROS, ES SENTARSE EN SU POYO;
ES COMULGAR, CONSOLARNOS JUNTOS Y JURAR
PARA SIEMPRE LO QUE TENEMOS QUE JURAR.
PORQUE LA CASA DE CÉSAR VALLEJO EN SANTIAGO DE
CHUCO, LO QUE ES RARO Y NO ES COMÚN QUE OCURRA, SE
CONSERVA EN SU UBICACIÓN Y CON SU PLANO ORIGINAL,
CON SUS COMPONENTES ÍNTEGROS, CON LAS VOCES QUE
ALLÍ HAN QUEDADO NÍTIDAS Y NOS ESTÁN ESPERANDO.
LA PUERTA QUE PERMANECE ES LA PUERTA
A LA CUAL ÉL LLAMÓ PIDIENDO QUE LA ABRIERAN,
Y GUARDA LOS GOLPES DE SU MANO COMO SU VOZ. Y ES
LA MISMA QUE TOCAREMOS AL LLEGAR Y DESFILAR POR
LA CALLE QUE LLEVA SU NOMBRE EL DÍA VIERNES 22 DE MAYO
DEL 2015, CUANDO ARRIBEMOS A MEDIODÍA A SANTIAGO DE
CHUCO, DETENIÉNDONOS DELANTE DE ELLA PARA LLAMAR
CON 16 GOLPES, COMO 16 CAMPANADAS, Y DECIR:
– ¡CÉSAR, HERMANO!, AQUÍ VENIMOS, AQUÍ HEMOS
LLEGADO TUS HERMANOS DEL PERÚ, DE AMÉRICA Y
DEL MUNDO. YA ESTAMOS AQUÍ FERVOROSOS PARA
CONSTRUIR CONTIGO Y FORJAR LA UTOPÍA ANDINA
DE TELÚRICA Y MAGNÉTICA QUE CAPULÍ, VALLEJO Y SU
TIERRA HA IZADO COMO BANDERA TREMOLANTE. ESTOS
SOMOS LOS MILICIANOS DEL ALBA QUE TU CORAZÓN HA
CONVOCADO PARA CONSTRUIR LA PATRIA HERMOSA Y LA
SOLIDARIDAD ENTRE TODOS LOS HOMBRES DE LA TIERRA.
PARA MÁS TARDE, A LAS 5 PM. DE ESE MISMO DÍA,
INGRESAR POR EL ZAGUÁN, EL CORREDOR, LA SALA, PARA
DETENERNOS EN EL PATIO DE ABAJO Y DECIR CADA UNO
EL MENSAJE, EL POEMA O LA PROCLAMA QUE QUISIÉRAMOS
DECIR, SINTONIZANDO CON EL ALMA DE CÉSAR VALLEJO
QUE COMO ÉL LO DEJÓ DICHO JAMÁS SE FUE DE AQUÍ, Y
ENTONCES LO VOLVEREMOS A ENCONTRAR EN EL XVII
ENCUENTRO INTERNACIONAL ITINERANTE DE CAPULÍ.
*****
1 DE SEPTIEMBRE
DÍA
DEL
ÁRBOL
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
Piscobamba
EL ÁRBOL
DE MI
INFANCIA
Danilo Sánchez Lihón
Profesor de sollozo
–he dicho a un árbol–
palo de azogue, tilo rumoreante...
César Vallejo
1. El árbol
y las aves
Si
algo conozco de jilgueros, gorriones, picaflores y torcazas es porque
tuve en mi infancia un árbol que era un amigo, un confidente y hasta un
protector, a donde subía a compartir alegrías, confiarle penas y formularle preguntas.
¡Era una casuarina!
Subido
a ella permanecía horas admirando la vida y milagros de las aves y de
todo ser que transitara por sus ramajes sin tiempo: orugas, mariposas,
abejorros; pero también contemplando iridiscencias fugaces, panales de
mieles y nidos estupefactos.
Allí
también, el balancearse rumoroso de las hojas, la cadencia de la vida
recóndita, los aromas que emana la tierra y el perfume que exhala cada
flor.
Allí el oír desde su copa la conversación o el habla de la gente, que es muy distinto a escucharla desde el suelo y desde tierra.
Allí cada perspectiva del campo, de cerca y en lontananza. Allí los cambios de tonos y formas de los arreboles en el cielo.
2. Creció
robusto e indómito
Ese
árbol lo plantaron mis padres en Urupamba, a tres cuartos de hora de
camino, en la parte alta de Santiago de Chuco, al lado de una casa de
campo que son terrenos de mi tío Leoncio y mi tía Carmen.
Y
lo sembraron allí porque mis padres, recién casados, no tenían ni un
metro de tierra dónde caerse muertos. Ni nunca lo tuvieron después
tampoco. Pero sí nos concibieron a nosotros, sus hijos, que en realidad
somos gajos de tierra transida y temblorosa.
Cuando
niño yo iba frecuentemente a ese sitio, donde se erigía la casuarina en
medio de aquel campo fragante, y al costado de la cabaña que se
adormilaba a la sombra de aquel árbol, orgulloso y raro en ese paisaje
silvestre.
Lo
adopté como mío mucho antes de que yo pudiera entender la historia que
ese árbol representaba. Y de cómo mis padres se hicieron de esa planta. Y
de cómo la sembraron allí, donde creció robusta e indómita para que yo
en ella me albergara.
Ahora simboliza para mí una tierna historia de amor, cual es el cariño que mis padres se profesaron.
3. Formulada
la petición
Porque los hechos ocurrieron así:
Mi
madre era una niña preciosa e hija de una de las familias más ricas del
pueblo. En cambio don Pascual Danilo, mi padre, era un muchacho
humilde, tímido y formal. Y con mucha inclinación y arraigo hacia todo
lo campesino; hermano mayor de una familia numerosa cuyo padre había
muerto.
Era
un ser noble, correcto y límpido. Respetuoso hasta de que una araña se
descuelgue en el aire sin él poder matarla, porque de repente se
ilusionaba de que nos iba a traer suerte. ¡Ingenuo, el pobre!
Cuando
se atrevió a pedir la mano de la niña que tanto lo seguía con la
mirada, fue una tremenda concesión sólo el hecho de que mi abuelo
Benigno Rojas lo recibiera. Hasta ahí llegó y no pudo ir más allá el
ruego que le hiciera a ese señor ufano de su hija predilecta y
consentida, porque además de linda era valerosa.
Formulada
la petición en la entrevista que le concedió mi abuelo que no paraba de
preguntarse cómo se atrevía ese guiñapo a pedir la mano de su joya, le
preguntó al quien sería después mi papá si se había dado cuenta de cómo
vivía la señorita de la cual él se atrevía a pedir la mano y con la cual
él pretendía casarse. A lo que el inocente muchacho respondió que sí.
4. Amaba
a ese muchacho
Ahí
vino entonces la pregunta categórica: ¿Iba a poder darle la misma
condición social? Si tanto enfatizaba que la quería y la adoraba, ¿iba a
poder darle la misma situación económica?
Le requirió que mi padre le expusiera cuáles eran sus ingresos y recursos económicos.
El
colmo de sincero el pobre empezó a tratar de hacerlo. Porque, ¡cándida
es la gente de alma campesina y no se da cuenta a veces del ridículo que
hacen ante los señores!
Allí mi abuelo, que dos veces fue alcalde de la ciudad, montó en cólera y ya enojado se puso de pie y le dijo:
– ¡Hágame el favor de retirarse y nunca más vuelva a pisar esta casa! (Mi padre cumplió con eso hasta morir).
Y
lo amenazó con recluirlo en un asilo de locos o mendigos, si se atrevía
a seguir mirando a la niña de sus ojos, quien, bañada en lágrimas no
sabía cómo decirle a su padre adorado que ella amaba a ese muchacho,
inerme e indefenso en lo que su padre le exigía.
5. Sellaba
ese destino
Después
de esta conversación mi futuro padre trató de convencer a esa flor
rozagante que se olvidara de él, a fin de ser feliz y hacer dichoso a su
padre y a toda su familia. Aunque prometió nunca dejar de amarla.
Ahí
vino la decisión terrible de esa niña, cual fue rechazar de plano la
sugerencia. Y al contrario, resolvió abandonar su casa donde todo lo
tenía, y fugarse con él que no tenía nada, salvo la devoción que a ella
le profesaba.
Este
hecho significó para mi madre ser desheredada. Y marginada de por vida
de su casa paterna. De lo contrario yo firmaría como Sánchez Rojas, como
era el apellido social de mi orgulloso abuelo.
Y
esa niña siguió a mi padre, fuera él a donde fuera, sobre todo por las
sendas rijosas de las privaciones de todo cariz. En Trujillo ella, que
antes bastaba que se antojara algo para que lo tuviera, tuvo que lavar
ropa ajena para ayudar a mi padre en los estudios, a fin de ser
Preceptor Rural de Educación.
Elección
de ser maestro, con lo cual él reafirmaba que no les había amedrentado
la condena de mi abuelo de carecer de recursos económicos, sino que
eligiendo mi progenitor esa profesión sellaba ese destino y vocación de
pobreza para siempre.
6. De balcones
enrejados
Y esa condición se mantuvo hasta el final de su vida, en la cual no acumuló ni pretendió jamás ningún bien material.
–
Aprendí a comer camotes –dice mi madre– que antes los botaban y nadie
los comía. ¡Ahora sí se sirve hasta en los platos de lujo! ¡Y son
ricos!
Refiere,
resistiéndose y a punto de llorar cuando evoca esos días. Y más bien
haciendo la mueca de querer sonreír, para disimular.
Ya
los dos pajarracos en Trujillo salían a matar el hambre paso a paso,
cogidos de la mano por la Placita del Recreo, de inmensos ficus y
confiterías luminosas bajo toldos multicolores, que mostraban helados y
productos apetitosos que ellos no podían probar sino apenas mirar.
Ella
siempre preciosa, aunque ahora era leve y pálida, ¡cuando había sido
rolliza y sonrosada! ¡Pero más angelical todavía! Ambos caminaban como
dos provincianos desubicados y tímidos.
Daban
vueltas y vueltas sin poder probar bocado en la ciudad colonial, de
casonas solariegas y delicadamente iluminadas, de balcones enrejados. Y
carrozas relucientes que pasaban llevando dentro gente atildada y de
abolengo.
7. Ilusionada
y bella
Mirándose
a los ojos y observando los juegos y tío-vivos, llegaron hasta una
tómbola ubicada en la Placita del Recreo, donde se rifaban variedad de
artefactos y otros cachivaches.
Todo
ocurrió tan rápido que mi padre, sin saber cómo ni por qué ya tenía
entre los dedos un boleto que el animador avispado, criollo y zamarro
dejaba en las manos de los distraídos caminantes que se acercaban.
–
¡Nunca tengo suerte en rifas! –Se disculpó quien sería mi futuro papá
ante la jovencita candorosa quien después sería mi mamá, a quien él
nunca dejó de tratar como una princesa nacida en cuna de oro.
– ¡Yo nunca he ganado nada en sorteos! –Le volvió a repetir a ella tratando de devolver el papelito.
Pero al verla a su lado tan inocente, ilusionada y bella, solo por deferencia le preguntó:
– ¿Tú, quieres apostar?
– ¡A ver! ¡Sí! –Dijo ella echándose a sus hombros, sonriente y cogiendo el boleto. Y añadió enternecida– ¡Todo por nuestro amor!
8. Sonreía
el destino
Y
mi padre tuvo que alcanzar las únicas monedas que tenía. Y que eran
para el pan de esa noche y los camotes de los días venideros.
Corrió
la ruleta. Y se fue deteniendo poco a poco hasta dar con el número que
justo era el que tenía en la mano la princesa de los cuentos, ¡y mi
futura mamá!
–
¡Suerte! ¡Suerte! Vean cómo a esta linda parejita, ¡señores y señoras!,
¡les sonríe la suerte! –Grita sensacional y a todo pulmón el vendedor o
rifero.
Ellos se alegraron. ¡Saltaba mi madre! ¡Por fin les sonreía el destino y no todo sería sacrificio y privaciones para ellos!
Ahora la suerte, hasta entonces de rostro adusto e implacable con ellos, les hacía por lo menos una dulce guiñada.
– ¡Ya ves! –Le decía ella–. ¡Vamos a ser felices! ¡Y tiene que llegarnos la buena suerte!
¿Qué
se habrían ganado? ¿Una plancha para desajar los vestidos? ¿Una lámpara
para alumbrarse en la oscuridad? ¿Una pequeña cocina para cocer los
alimentos crudos? Ellos no sabían lo que se había puesto en juego.
9. No
lloré
– ¿Qué es? ¿Qué es? –preguntaban con ansiedad.
¡Se habían ganado una plantita, chiquita y enjuta como un pollito! Como ellos, desolada en la infinitud del universo.
¡Qué decepción! ¡Qué desencanto en esos días de hambre, de frío y desamparo!
Se
sonrieron por compromiso y siguieron caminando ya con la bolsita de
papel periódico húmeda y acunada en los brazos de quien sería mi mamá.
Caminaban
cada uno pensando en la ironía del destino: ¡No tenían casa donde
vivir, ni luz en el cuarto, ni agua corriente, que había que traerla del
caño del callejón de enfrente! ¡Nada!
Y
ahora se les agregaba un ser todavía más débil y tenue. Y que le
traspasaba su frío después de caminar varias cuadras apretada contra su
vientre.
–
No lloré por orgullo y por el cariño que le tenía a tu papá. –Se seca
primero unas lágrimas mi madre cuando cuenta. Pero después, y ya sin
poder contener su llanto, solloza que le preguntó a quién era ya su
esposo.
– ¿Qué hago con ella? –Le inquirió humilde, al verlo a él cabizbajo y meditabundo.
10. Aún
vivía
– No sé. Si quieres déjala por ahí. –Le respondió él, más confundido que seguro de lo que decía.
Pero, más por vacilación que por creer que hacía bien, mi madre no pudo deshacerse de ella.
Tres
meses duraron los cursos vacacionales, tiempo en el cual mi madre cuidó
de la plantita en la habitación fría y oscura del colegio adonde habían
conseguido posada por estar estudiando mi padre para ser maestro.
Cuando
tuvieron que regresar ese palito con apenas dos hojitas ¡aún vivía en
su bolsita!, sin haber desarrollado un milímetro, seguro por recato. Ni
decrecido tampoco, quizá por cautela.
Y
fue lo único que en el maletín, en la góndola temblequeante que los
trajo de vuelta, y al descender a la calle empedrada sostenían en sus
brazos como equipaje, ya en Santiago de Chuco.
La
sembraron en Urupamba, al lado de una cabaña de campo perteneciente a
mis tíos Leoncio y Carmen, ella hermana de mi padre, lugar adonde
nosotros frecuentemente íbamos.
11. Por su tronco
sonoro
Allí
creció, al principio titubeante e indecisa, porque era rara entre todas
las plantas de la comarca, en donde reinaban altivos alisos, robles
centenarios, eucaliptos ariscos, fresnos primorosos y señoriales
jacarandás.
Pero
después la plantita tomó confianza y creció indetenible, tanto que
superó en altura a los árboles más soberbios y ufanos que la miraban
extrañados.
Eso
sí, tengo que decirlo, creció un poco torcida y ladeada hacia el techo
de la cabaña, como queriendo protegerla, cubriéndola con su sombra y sus
exhalaciones de cariño.
Cuando
yo era niño, ni bien cruzaba la tranquera, por donde se desbordaba una
acequia, y donde había una poza casi siempre cubierta por las hojas
amarillas que caían de los árboles y donde crecía un manzano de tronco
robusto, ya iba yo tirando la alforja, la gorra, el saco y cuanto me
dificultara en los brazos para treparme a la casuarina por su tronco
sonoro hasta sus ramas altas.
12. Tierna
historia de amor
Allí
se posaban todas las aves que hay en el universo, y a toda hora: sea en
las mañanas, sea en las tardes o ya sea en las noches asombradas.
Allí
yo espiaba los nidos de gorriones bulliciosos: las santas rositas
azuladas, las cuculíes que nos enternecían con sus trinos y zureos.
Bajo
su sombra protectora, ya a oscuras, llegaban hasta sus ramas las
lechuzas y el tuco temible, que donde se pose la gente lo corre y
espanta a pedradas.
Para nosotros, por el hecho de guarecerse en nuestra casuarina, dejaba de ser un anuncio de malagüero.
Y, al contrario, nos daba confianza, porque era tener al malvado pero de aliado y consejero:
– Tucúuu, tucúuu, tucúuu. –Arrullaba por las noches con su canto temible nuestro sueño.
Ahora,
cada vez que distingo de cerca o a lo lejos una casuarina, evoco
aquella de mi infancia. Y la tierna historia de amor que por siempre se
depararon mis padres.
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