jueves, 19 de abril de 2018

TIEMPO NUEVO INTERNACIONAL (MIAMI), DE ADDHEMAR H.M. SIERRALTA - AÑO 10 Nº 327 DE 19 DE ABRIL DE 2018

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TIEMPO NUEVO 
 
Internacional 
 
por  Addhemar Sierralta 
 
Año 10 Nº 327
 
 
Miami, 19 de abril de 2018
   
 
ALGO HICIMOS MAL.

Por Alfredo González Holmann (Nicaragua).
 
Cobra actualidad el discurso del ex presidente de Costa Rica, Oscar Ariasenla V
Cumbre de las Américas (hace años) a propósito de la última cita enLima,Perú.
             
Arias dijo: “Tengo la impresión de que cada vez que los países caribeños y latinoamericanos se reúnen con el Presidente de los Estados Unidos de América, es para pedirle cosas o para reclamarle cosas. Casi siempre, es para culpar a Estados Unidos de nuestros males pasados, presentes y futuros. No creo que eso sea del todo justo... No podemos olvidar que en este continente... por lo menos hasta 1750 todos los americanos eran... pobres”.
 
“Cuando aparece la Revolución Industrial en Inglaterra, otros países se montan en ese vagón: Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda… y así la Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa, y no nos dimos cuenta... perdimos la oportunidad”.
 
“Hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur, y hoy Singapur –en cuestión de 35 o 40 años– es un país con US$ 40.000 de ingreso anual por habitante”, hoy Honduras ronda 2.000 dólares.
 
“En 1950, cada ciudadano norteamericano era cuatro veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, un ciudadano norteamericano es 10, 15 o 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de Estados Unidos, es culpa nuestra. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos. ¿Qué hicimos mal? No puedo enumerar todas las cosas que hemos hecho mal”.
 
Nuestro problema es antiguo y no logramos entenderlo. Eso es parte de lo que hemos hecho mal, ignorarlo.
 
Por 1960, el ex presidente Kennedy afirmó: “Un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar gente más inteligente que él”. Si Fidel Castro hubiese seguido este sabio consejo, hoy Cuba estaría mejor, pero siguió los pasos de la fracasada y extinta Unión Soviética sacrificando el bienestar de su pueblo.
 
El ex presidente Chávez siguió los pasos de Fidel culpando a los gringos de todos los males, no se percató de que el norte de los norteamericanos siempre ha sido la educación. La escolaridad promedio de Latinoamérica es de 7 años, mientras EE.UU. tiene la mejor educación del mundo.
 
Pocos líderes latinoamericanos se han percatado de que el asunto es educación; un norteamericano, además de su alta escolaridad se lee en su vida unos 1.600 libros, pero un latinoamericano además de su baja escolaridad se lee en el mismo periodo unos 120 libros. Hay que entender lo que legó Simón Bolívar; “Un hombre sin estudios es un ser incompleto”.
 
Maduro sigue obstinado contra el imperialismo, no se ha dado cuenta de que los norteamericanos, mediante la educación, han logrado que sus ciudadanos sean eminentes innovadores. Por ejemplo, los jóvenes de Apple en 38 años han logrado una empresa que es más grande que las economías de Venezuela y Cuba juntas. Se especula que pronto Apple superará las economías de Suiza, Holanda y Arabia Saudita. Si sumamos otras empresas recientes como Microsoft, Facebook, Google, pocos creerían las cifras. ¿Serán estos jóvenes innovadores los culpables de la pobreza latinoamericana? ¿Será la juventud gringa la culpable de que sus semejantes venezolanos y cubanos tengan racionamiento de alimentos?
 
La OEA debe difundir en Facebook –redes sociales–, “América sin pobreza”, con estadísticas de ingresos per cápita y salarios por hora de los países miembros para que la juventud pregunte a los líderes: ¿qué hicimos mal? Es como dijo Bolívar: “Nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza”. Se necesitan cumbres con Arias.
[©FIRMAS PRESS]
*Autor de ¡La gran pregunta! ¿Por qué los hispanos son pobres?
 
 
ICP CELEBRA DÍA DEL IDIOMA CON EVENTO ESTE MIÉRCOLES 25.
 
La celebración del día del Idioma (nuestro idioma) es una tradición en el Perú. En este día se conmemora el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, Setiembre 29, 1547 – Madrid, abril 22, 1616) y la del Inca Garcilaso de la Vega (Cusco, Abril 12, 1539 – Córdova, 23 de Abril, 1616), ambas ocurridas en España.
 
Para conmemorar este día, el Instituto de Cultura Peruana (ICP) con sede en Miami, ha preparado un programa que tendrá lugar el día miércoles 25 a las 5 pm en la Biblioteca de West Regional (9445 Coral Way), en el que obsequiará libros a los asistentes que declamen una poesía y lanzará su XXVII concurso internacional anual de cuento y poesía.
 
La Real Academia Española, fundada en 1713por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, marqués de Villena, «es una institución con personalidad jurídica propia que tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico», según establece el artículo primero de sus actuales estatutos. 
 
De acuerdo con ella (la RAE), los hispanohablantes que residimos en América del Norte estamos llamados a conservar la pureza de nuestro idioma, por lo que es necesario referirnos al spanglish (fusión de palabras del español e inglés, en el que se toman prestados ciertos léxicos, estructuras gramaticales y recursos fonéticos). De manera específica, son los inmigrantes en los Estados Unidos de Norteamérica (40 millones de hispanohablantes), quienes emplean este tipo de recurso del habla. Si bien existe cierto consenso e incluso aceptación del uso de esta forma de expresión, es necesario señalar que las instituciones lingüísticas como la Real Academia de la Lengua demoran en aceptar estos usos.
 

TODOS MANOSEADOS.
Por Enrique Guillermo Avogadro (Argentina).
 "Una especie condenada a desaparecer y cuyos últimos ejemplares tiritaban de frío bajo la vieja bandera de todas las batallas". Dolores Soler-Espiauba
 
El jueves concurrí a la marcha que pretendía concentrar, frente al Palacio de los Tribunales de la ciudad de Buenos Aires, a toda una ciudadanía harta de soportar el duro peso de un Poder Judicial que la ha abandonado, y que se ha transformado en la más desprestigiada de nuestras instituciones. Y eso no es casual, ya que sin Justicia no hay república posible.
Si bien fue numerosa, no respondió a las expectativas, que aspiraban a reunir allí al menos a un millón de personas, una esperanza que se justificaba en la intensa actividad que se percibía en las redes sociales de quejosos y periodistas de investigación. Atribuyo la menor asistencia a la apatía y a la hipocresía de nuestra sociedad, cultora del famoso "animémonos y vayan".
Si se hubiera logrado alcanzar o, por lo menos, acercarse a esa cifra, otro hubiera sido el resultado. Una multitud de ese tamaño hubiera sido imposible de ignorar para quienes son los máximos responsables del infinito daño que se sigue haciendo desde hace veintiocho años a la Constitución, el contrato social que nos permite vivir en comunidad sin matarnos.
Daniel Sabsay, el único orador, enumeró algunos de los puntos claves que deben ser tomados en cuenta para salir del lodo en el que nuestros jueces -y, con ellos, todos nosotros- nos debatimos. Para no ser reiterativo, sólo citaré a los artífices de la construcción de esta inmunda ciénaga: el Congreso, la Corte Suprema y el Consejo de la Magistratura.
El primero, por haber habilitado, a instancias de Cristina Elisabet Fernández, la reforma del organismo encargado de la selección y de la remoción de los magistrados, para dar en él un sideral peso a la política en su peor expresión; además, al permitir que integren el Consejo legisladores en ejercicio, vulneró el principio elemental de la separación de poderes. Y por estar en deuda con la sociedad al no sancionar leyes esenciales para mejorar el servicio de justicia y permitir avanzar en las causas más rutilantes, como la extinción de dominio de corruptos y narcotraficantes.
La segunda, por transformar a la Justicia en mero intérprete de los deseos del Ejecutivo, como cuando, sin ponerse colorado, su actual Presidente explicó que los trillados psudo derechos humanos del gobierno kirchnerista, en especial su aplicación tuerta en los amañados juicios de venganza a los militares que combatieron la subversión terrorista, era una política de Estado, consensuada con los otros dos poderes de éste; en este campo se ha llegado al bochornoso extremo de poner como jueces a cargo de los procesos de "lesa humanidad" a ex guerrilleros y a manifiestos militantes de la izquierda insurreccional. Si como muestra basta un botón, no debemos olvidar que formó parte de este máximo Tribunal del país un tipo como Raúl Zaffaroni, protector irredento de los delincuentes, evasor de impuestos y hasta dueño de inmuebles donde se ejercía la prostitución.
Y el tercero, por permitir la desvirtuación obscena de sus objetivos constitucionales, por su fracaso en mejorar la transparencia de los concursos judiciales y, sobre todo, por transformarse en un ignominioso antro donde se trafican influencias políticas y protecciones a los magistrados que se doblan sin romperse, mientras son incapaces de explicar el origen de sus llamativas fortunas personales.
Todo esa panoplia de vicios no hace más que revolcar en el barro la honra y el prestigio de todos los jueces, la enorme mayoría de los cuales son dignos, independientes y preparados; pero, lamentablemente, de cara a la sociedad están representados por los doce (hoy, sólo once) jueces federales y los camaristas en lo penal de la capital, inquilinos de Comodoro Py. 
Se ha cuestionado fuertemente la aceptación de las renuncias de algunos de los más notorios, como Norberto Oyarbide, ya que les permite acceder a una jubilación privilegiada y cuantiosa. Sin embargo, parte de esas preocupaciones han comenzado a diluirse ante a la apertura de una causa en su contra por enriquecimiento ilícito, que pretendió disimular haciendo rico a su novio gimnasta; Eduardo Freiler deberá sufrir una similar investigación, y seguramente los seguirán otros jueces, todavía en sus cargos, dueños de mansiones, campos, automóviles de lujo y haras de caballos de carrera.
Todo lo que sucede aquí resulta un reflejo de lo que está pasando en la Cumbre reunida en estos momentos en Lima. Los presidentes se han mostrado incapaces de condenar al gobierno de Nicolás Maduro, que está cometiendo un verdadero genocidio contra el pueblo venezolano. Es cierto que países como Bolivia, Cuba, Nicaragua y otras naciones menores del Caribe se oponen férreamente a cualquier crítica al chavismo, pero eso ya era sabido y se hubiera podido gestar un frente unido para exponer ante el mundo su feroz criminalidad; en cambio, se ha generado un ámbito de discusión ridículo que expone cuán divididos estamos los americanos. 
En la Venezuela "rojo-rojilla" se está jugando el futuro de nuestro continente. Para Cuba y otros países, la sobrevivencia del régimen significa ni más ni menos que el cordón umbilical que les permite seguir respirando. Maduro y compañía, aún en medio de la terrible crisis humanitaria que afecta a su propia población, y la diáspora es sólo un signo de ella, continúan subsidiando con petróleo barato a esas naciones a las cuales el populismo ha convertido en inviables y atrasadas. Siendo así, veo como imposible que se logre una solución pacífica ya que los afectados no son, precisamente, niños de pecho que le escapen a la violencia cuando se trata de defender sus posiciones y, menos aún, cuando está en juego su propia vida.
Así, cualquier tentativa de intervención militar, aún bajo el manto de alguna forma de bandera continental, encontrará una furiosa resistencia de parte del gigantesco aparato de defensa que allí se ha montado, con numerosísimos "asesores" cubanos y con el apoyo de Rusia e Irán. Por lo demás, el narcotráfico y la corrupción desaforada disponen de los recursos económicos suficientes para permitirla y financiarla.
Es por eso que soy seriamente pesimista respecto a una definición razonable del problema, aún cuando resulta fácil percibir que las fuerzas armadas venezolanas están divididas entre nacionalistas chavistas, activos narcotraficantes y procubanos; para nada estúpido, Diosdado Cabello ha puesto a cargo de los ministerios y empresas públicas más importantes a generales en actividad extremadamente leales, y dispone de la potencia represiva más eficaz para controlar eventuales conatos de rebelión, como los que se han suscitado recientemente, llevando a la cárcel a quienes osan criticar públicamente la gestión gubernamental.
Bs.As., 14 Abr 18
 
WAKAS VOLADORAS.
 
Por Alfonsina Barrionuevo (Perú).
 
En el siglo XVI la fama de ciudad de oro y plata que tuvo Qosqo se hizo polvo muy pronto. Los españoles de Pizarro dieron vuelta y media a sus wakas o santuarios y barrieron a todas. Las figuritas hechas con los preciosos metales que sus habitantes les ponían, para obtener una gracia, fue lo último que se llevaron. Al cabo, con su señorío en escombros, terminó siendo una ciudad pobre cuyo halo de riqueza circuló todavía durante un largo tiempo. 
 
En esa creencia Felipe II quiso combatirlas y encargó exterminarlas al virrey Francisco Toledo. Sin conocer mucho del asunto éste dispuso que se concentraran en la capital inka una grandiosa caravana de santos y  vírgenes, inaugurando el primer Corpus de América. Los resultados no fueron lo que esperaba y argumentó en su defensa que al ser ahuyentadas dichas wakas ya no estaban en tierra porque se habían vuelto voladoras.       
Sin duda aguardó un choque de religiones que no sucedió. El  Qosqo no solo fue desposeído de sus templos y palacios, también perdió a sus sacerdotes y gran parte de sus pobladores. No se sabe por qué ocurrió un desbande semejante pero fue como si ellos supieran que nunca volverían el Qosqo a tener poder. Los que quedaron fueron muy pocos.
 
El nivel de una batalla espiritual no funcionó porque estaban en distintos planos. Cómo desplazar con San Antonio Abad al Padre Sol, Apu Inti, que daba vida y calor a los seres vivientes; a Mama Killa, la Luna, que manejaba desde el infinito las mareas de esa inmensa pradera líquida que es Mama Qocha, el mar, con la Virgen Peregrina de Quito; a las estrellas que solas o en grupos, decidían el tiempo de las siembras y la multiplicación de los animales con Santa Bárbara Doncella; a Mama Qaqa, la piedra que blindaba su voluntad para enfrentar los desafíos de kausay, la vida, con la  Purificada; a Wayra, el Viento que girando en husos gigantescos se llevaba las enfermedades con San Pedro; a Para, la lluvia, que bajaba presurosa con su cántaro de greda cuando sentía que se rajaba el labio de los surcos con Santa Ana; a Chiqchi, el granizo, que saltando en un solo pie cubría la tierra con un manto de silencio con San Ciprián; a Wankar K’uichi, al arco iris que inundaba el aire con sus banderas de colores; a Willka Nina, el fuego que abría sus flores ardientes en los tendales de la sombra; a Warasinse, guardiana de los terremotos y a Mama Lloklla, madre de los aluviones, que controlaba los excesos de las aguas; a Oqe Mishi, el puma celestial relacionado con la lluvia; a la Qewña que en los veranos descascaraba los mensajes tatuados en su piel, entre otros elementos y  a representantes de la flora y la fauna.  
 
Cómo romper el carácter sagrado de una ciudad donde tenía su templo algo tan frágil como Puñuy, el sueño, que extendía su levedad de caricia sobre los párpados cansados y albergaba a veces sin reparos a Wañuy, la muerte tan temida para impedir su misión. La ciudad que tenía relación con los elementos de la naturaleza y el cosmos sigue viva en sus moléculas pues más valía que se quedara así suspendida en el tiempo. Aquello que llegó después ya no le atañía.
 
 
LOS  AMANTES.

Por Armando Alvarado Balarezo “Nalo” (Perú).
 
Sabía que existían dos o tres por ahí, pero desconocía que hubiesen brotado más. Durante mis años escolares veía uno que otro en la puerta de las cantinas, observando de reojo a los chupacañasque achicaban la bomba en la lata de urea. Con ellos me cruzaba en los caminos de herradura que conducen a los poblados cercanos: siempre discretos, a menudo de aspecto viril, hasta usaban espuelas para avivar el trote de sus jamelgos.
                                                                
 * * * 
 
Hace unos meses retorné al pueblo para tomar fotografías de huertos caseros, y de paso recoger hojas lanceoladas en Obraje para mi tesis sobre horticultura. 
 
Mientras esperaba el carro en el poblado de Conococha el frío calaba los huesos hasta el tuétano. 
 
A las 3 de la tarde llegó un microbús repleto de pasajeros, por lo que tuve que abordarlo a empujones y resignarme a viajar de pie, casi encorvado.

Íbamos tiritando de frío, menos dos en la última fila, que estaban con casacas de invierno extremo. El mayor de 35 años aprox., iba con la cabeza apoyada al hombro de su compañero, un efebo de 20 abriles. Ambos lucían bigotes e iban callados, mirando la paja brava ondeando con el viento helado de la puna.

Cuando cruzábamos el paraje de Mojón, el carro hizo un movimiento brusco al dar pase a un convoy minero de Antamina. La pareja intercambió una sonrisa fugaz, como beso robado en una procesión, como dos recién salidos del armario. 
 
Ya en Huacacorral pude confirmar mis sospechas, pues no pudieron ocultar sus manos entrelazadas con los tumbos que daba el carro en cada curva, y en los puentes de madera, sobre todo en el de Upayacu que rechinó bizarro.

A punto de bajar del vehículo en el fundo Obraje para iniciar el recojo de hojas y tomar fotos, me pregunté: ¿cuántas almas congeladas en el tiempo darían cualquier cosa por estar en el lugar de estos supersónicos, brindándose calor a miles de metros de altura?.
 
Parado en la entrada de Obraje, seguí con la mirada el recorrido del micro. Pasando el puente del río Aynín hizo un alto en la curva. Allí descendió la pareja y tomados de la mano caminaron en ascenso por el desvío afirmado. El carro continuó hacia Aquia.
 
Durante el recojo de hojas recordé: que en lo alto de un cerro desde donde se divisa el valle de Florida, vive un chinaco jubilado de 89 años. Hoy, a pesar de su cuerpo casi paralizado por la artritis, sigue labrando la tierra con la ayuda de su ahijado, un joven jornalero carnal que lo acompaña en la soledad de su lecho. 

Los lugareños comentan que en sus años juveniles fue el jinete más diestro de la comarca, y que ninguna fémina se resistía a las punteadas que daba a las cuerdas verticales. 55 años después alegra su vivir con las caricias que de noche le brinda su ahijado Celso Racuana, antes de ingresar a un sueño del que teme no despertar. Él sabe que sus paisanos no ven con buenos ojos la sodomía, por eso no frecuenta el poblado.

En cualquier momento Avelino Lahuita no verá más la luz del día. Sólo su joven amante llorará su ausencia y lo enterrará en algún lugar, donde una cruz de madera de un cajón de fruta, marcará la fosa donde yacen sus despojos...
 
Huaraz, 11 de noviembre de 1981 

Fuente:Relatos del más acá", de Nalo Alvarado - Ediciones "Cachicada" 1981
 

LA MALDICIÓN DEL ESCRITOR.
 
Por Alfredo de Cossío Miranda (Perú).
 
Este cuento, que tenemos el gusto de compartir con ustedes, fue escrito en España por el nieto de un gran amigo: Alfredo de Cossío Tudela.
 
El aspirante a escritor entra al bar Cordano sin saber que su vida cambiará para siempre. Cruza la puerta y camina cabizbajo entre los pocos comensales que visitan el local a media tarde de un miércoles. No hace contacto visual con nadie, casi nunca lo hace desde hace un tiempo atrás.
 
El bar está a media luz. Algunos focos ordinarios son las únicas fuentes de claridad. Se apoya en la barra al lado más alejado del resto. Pide una cerveza para calmar la sed y la agitación, pues ha caminado varias cuadras bajo el intenso sol del verano. Toma tres tragos largos y se pone a observar el lugar y a la gente que tiene alrededor. No sabe si lo hace por curiosidad o por aburrimiento. Es consciente que un escritor debe tener el ojo siempre abierto, ver lo que otros no llegan a ver, escuchar lo que otros no perciben, entender lo dicho entre líneas, encontrar esa pequeña particularidad en la mirada, o en la forma de hablar de alguien que el resto no encuentra o no tiene interés en encontrar. 
 
En una mesa ve a dos hombres mayores. Ambos usan gorra, tapando sus pelos canos y visten guayaberas. Por sus expresiones y gesticulaciones se nota que están teniendo una conversación entretenida e intensa. A dos mesas está sentada una mujer cuarentona. Luce un vestido floreado que le permite mostrar el contorno de su figura delgada y atractiva. La ve tomando sorbos pequeños a su cerveza. Mira seguido su reloj como si esperara a alguien.
 
Sabe que debería prestar atención, que en su cabeza debería estar conectando ideas, creando vasos comunicantes entre los distintos elementos del escenario, de los presentes y sus particularidades, y así crear personajes para sus futuras novelas. Pero sus fracasos lo han dejado frustrado, abandonado de esperanza, y a pesar de saber que es su deber como aspirante a escritor, desiste de hacerlo. Sabe que las ideas que se le vienen a la cabeza son trilladas, flojas y carentes de encanto. Recuerda que en el trayecto al bar entró a una bodega en Jirón Junín a comprar unos cigarrillos. La bodeguera tenía un parche en el ojo derecho y una leve cojera. Saliendo de la tienda se imaginó una mujer pirata que había llegado al Perú buscada por la justicia y tuvo que conformarse a ser bodeguera por el resto de su vida. “Que idea para más burda”, pensó, mientras seguía su recorrido.
 
De todas formas continúa peinando el bar con la mirada y al llegar a la esquina, a la mano izquierda de la puerta, se queda paralizado. Su cuerpo no sabe cómo reaccionar. La sorpresa le hace pegar un pequeño grito pero se atora con un poco de cerveza que le queda en la boca, dando como resultado una especie de ronquido absurdo. Mira a las demás personas, como preguntándoles si se dan cuenta de quién está ahí. Quiere pedirle a alguien que le confirme que su mirada no lo engaña y que le reafirme su cordura.
 
Sentado en el rincón, tapado por las sombras, está el escritor Roberto López-Torres. Uno de los escritores españoles más respetados en el mundo literario. No solo era reconocido por la crítica especializada y por sus colegas, sus libros eran a su vez devorados por el público y desaparecían en pocos días de las estanterías. El héroe de sus novelas, y para muchos especialistas, su alter ego, Vicente Amado, personaje orgulloso y erudito, es un escritor de novelas y ex académico que, a lo largo de doce libros tiene todos los percances que un hombre dedicado a escribir ficción puede sufrir. Bloqueo, falta de inspiración, confusión entre la realidad y la fantasía, la inseguridad propia del artista que hace que cada cierto tiempo, al reflexionar sobre su obra, se haga la pregunta ¿para qué? Distracciones causadas por problemas familiares, y demás inconvenientes, lo acompañan a lo largo de cientos de páginas. 
 
Pero no todo es confusión y desasosiego. La vida de Vicente Amado está plagada de aventuras; aventuras literarias para ser exactos. En “Camino a lo inferior”, segunda novela de López-Torres, publicada en 1979, luego de releer La Divina Comediade Dante Alighieri y El Corazón de las Tinieblasde Conrad, Amado reflexiona acerca de las travesías literales y simbólicas, físicas y espirituales que se realizan de manera vertical, hacia el fondo o hacia el abismo. Consciente de lo mundana que es su vida, en comparación a la de Dante y Marlow, decide salir a caminar en dirección sur de su casa en Alicante y así vivir su propia aventura.
 
¿Cómo es posible que tremenda joya literaria esté sentado una tarde de miércoles en este bar?, se pregunta. Al mismo tiempo que está considerando acercarse o no, piensa en la colección completa en edición de bolsillo de las novelas de Roberto López-Torres, acomodadas de modo cronológico en la humilde biblioteca de su apartamento. La obra de ese hombre lo había inspirado a, por primera vez, agarrar un lápiz y escribir ideas, cuestionamientos, aforismos, que con el tiempo fueron pasando a ser premisas y esbozos de personajes.
 
Sería un tonto si no aprovecho esta oportunidad, piensa. Tiene a unos cuantos metros no solo a un hombre que admira en profundidad, sino que es lo más cercano a una estrella de la literatura en habla hispana. Da un profundo respiro y termina su cerveza esperando que ese último trago disminuya la inseguridad, el miedo y la timidez, y eleve su valentía. Deja el vaso en la barra y se empieza a acercar. No sabe por qué camina tan sigiloso entre las mesas, como un depredador asechando a su presa. Pasa junto a los dos hombres mayores con gorra y guayabera, que continúan en su acalorada pero amena discusión, y junto a la mujer con el vestido floreado y de figura atractiva, absorta en su reloj, ignorando todo a su alrededor, incluyendo al aspirante a escritor. 
 
            -Buenas tardes… me llamo Francisco del Carpio… un gusto en conocerlo… encantado – brotando las palabras de su boca se da cuenta que su saludo e introducción fueron más un monólogo que el inicio de una conversación, como si se hubiera saltado las intervenciones de su interlocutor.
 
No recibe respuesta. López-Torres está distraído, con la cabeza apuntando hacia una dirección y un ángulo que, al parecer, no lo lleva a ver nada concreto. Francisco lo contempla maravillado, pero al mismo tiempo algo le preocupa. Es la misma persona que sale en las solapas de todos sus libros, pero no es ese hombre con mirada segura, aguda, profunda pero sincera, con una media sonrisa de satisfacción hacia sí mismo y con una postura firme. Lo que tiene al frente es una versión golpeada y contrariada. Está despeinado, muestra tener menos pelo de lo que tenía en las últimas fotografías que había visto. Las ojeras lo hacen parecer un mapache. Los ojos los tiene húmedos. Su mirada, la de alguien que después de haber sufrido más de una tragedia se pregunta si su futuro albergará alguna más.
 
            -¿Maestro López-Torres? – vuelve a insistir de forma solemne y pomposa. Esta vez con un poco más de preocupación. Recordando que desde la barra, donde estaba parado un par de minutos antes, no pudo notar aquel patético semblante.
 
Por fin, después de unos segundos de espera que se le hicieron eternos, el maestro escritor responde:
 
            -Sí… Vicente Amado… mucho gusto – se presenta, distraído y con confusión en sus ojos. Le extiende el brazo con debilidad. Lo que Francisco recibe no es un apretón de manos, es un pedido de auxilio, como si el escritor estuviera a segundos de desvanecerse y buscara un último contacto humano.
 
Sabe que lo que ha escuchado no es correcto, que su nombre no es Vicente Amado, ese es su personaje, su héroe. Se niega a pensar que su ídolo se haya vuelto loco. Preferiría creer que el bar Cordano es en realidad una puerta hacia una dimensión paralela en donde los escritores se convierten en sus personajes. Rápido se acuerda de que López-Torres tiene, según la prensa española, una personalidad juguetona, que es bromista y le gusta causar, de vez en cuando, un poco de controversia, inofensiva, pero al fin y al cabo, controversia.
 
Sorprendido de su propia osadía y descaro, se sienta frente a él. Le empieza a decir lo mucho que lo admira, que lo lee desde hace muchos años atrás. Le cuenta que la primera obra suya que compró fue “Encierro voluntario”, novela publicada en 1996, en la que Amado quiere escribir una nouvelleepistolar que planea llamar ´Madres e hijos´, acerca de las cartas que intercambian un niño, encerrado en un centro psiquiátrico, y su madre. Le confiesa que esa novela fue lo que lo motivó a agarrar lápiz y papel e intentar escribir, pues era la novela más original que había leído hasta ese momento. 
 
Se da cuenta que, ahora sí, está en medio de un verdadero monólogo. No solo eso, es consciente de que ha estado hablando con la mirada hacia el techo, hacia el piso o hacia los lados, nunca mirando de frente a su ídolo. Al pensar en eso se da cuenta recién que López-Torres (o Vicente Amado) lo está viendo directo a los ojos. Siente una gota de sudor cayendo por su sien y luego cayendo por su mejilla. Al mismo tiempo ve que a López-Torres también le cae una gota de sudor por un lado del rostro.
 
Le confiesa que quiere ser escritor. Le empieza a narrar los últimos años de su vida. Los constantes rechazos de las editoriales. Le cuenta que tiene escritas tres novelas y que habían sido rechazadas por todas. Que primero intentó con las grandes, las internacionales, Planeta y Random House, de las cuales ni recibió respuesta. Aún con esperanzas pasó a las nacionales, más pequeñas e independientes, creyendo que el nivel de exigencia y las expectativas comerciales serían más bajas, y que, en todo caso, podrían apoyar a un autor local, a una futura promesa. La única diferencia fue que de esas sí recibió respuesta, todas negativas, siendo la más dura la de la editorial Altazor.
 
            -Tus personajes no son creíbles, me dijeron. ¿Puede creerlo? Ni siquiera me dijeron ´personaje´, me lo dijeron en plural, ´personajes´. Nunca supe si se referían a los de la última novela o los de las anteriores que les envié. A los de toda mi obra.
 
Continúa su desahogo, ante la mirada pasiva de Vicente Amado, recordando en voz alta que el constante rechazo del mundo editorial y literario lo dejaron derrotado y despojado de toda seguridad en sí mismo. Le cuenta que en las últimas semanas había escrito, por lo menos, diez nuevos personajes. Entre ellos Aurelio Villanueva, un astronauta peruano, ambicioso y manipulador, espía de la Unión Soviética, que busca involucrarse en la carrera espacial desde el lado norteamericano y que acaba siendo parte del complot para asesinar al presidente Kennedy. Se le viene a la cabeza Doña Marta, una anciana senil que se ve a sí misma como una santa sanadora y que desea recorrer Latinoamérica obsequiando su mano milagrosa. Esas, y otras ideas más, todas desechadas. Pequeñas montañas de papeles arrugados, amontonados alrededor del basurero junto a su escritorio. Rastros de una imaginación cansada y perdida. ¿Acaso las ideas de uno pueden valer tan poco?, se pregunta. Le cuenta que esa misma mañana había decidido no volver a escribir más. Lo iba a dejar todo atrás. Ya no perdería su tiempo en sueños de opio. 
 
            -Un consejo suyo significaría mucho para mí – las manos las tiene juntas, como si le suplicara o le rezara a un santo, arrodillado en una capilla. 
 
Se da cuenta que la mirada del escritor otra vez está perdida, abrumada en el abismo de sus propios pensamientos. Empieza a considerar que acercarse fue un error. Más aún, haber depositado la única reserva viva de su fe en ese hombre que lo mira sin mirarlo.
 
Ve a su alrededor, no se da cuenta que había transcurrido un tiempo considerable, que estaba un poco más oscuro y que el bar se había llenado de gente. Obreros, oficinistas y abogados de poca monta pululan a su alrededor. El bar se está llenando de humo, dándole un tono grisáceo.
 
López-Torres se empieza a acercar levemente hacia Francisco. La nueva iluminación le da un aspecto un poco siniestro, resaltando algunas arrugas y marcas en la piel. Le parece que quiere decir algo. Su boca se abre unos centímetros y luego se cierra, una y otra vez. Después de, al parecer, varios intentos de querer hablar, finalmente dice:
 
            -Busca en ti.
 
El aspirante a escritor se queda pasmado. Después de contarle todas sus desgracias y miserias lo único que recibe a cambio son esas tres palabras. Busca. En. Ti. Al inicio no sabe qué pensar. La situación le recuerda a las películas de aventura y fantasía en las que el héroe está sentado con el sabio esperando alguna ayuda, alguna revelación, para solo recibir un mensaje críptico que al inicio lo confunde y frustra, considerándose estafado, solo para luego, a través de una epifanía, entender el mensaje. 
 
Quiere sacarle más consejos, algún otro, no tan insuficiente y reducido. Le dice que se quede ahí sentado un momento, ante la mirada confusa del escritor. Se para y se aproxima raudo a la barra y pide dos cervezas. Apura al barman para que le de los vasos y pueda volver rápido a la mesa. Regresando tiene que esquivar a las personas que se habían aglomerado en el camino. Hace piruetas con los vasos para que no se le caigan y cuando por fin llega se da con la desagradable sorpresa de que la mesa está vacía y López-Torres no está a la vista. Desilusionado deja los dos vasos sin consumir y se retira rumbo a su casa.
 
Sentado en el escritorio dentro de su departamento cerca de la Plaza Italia, repite en su cabeza el consejo que le había dado López-Torres sentado en la mesa del bar Cordano. A pocos metros, aún están las montañas de papeles doblados rodeando el basurero. Los mira como una forma de presionarse a pensar, a descifrar el consejo que le había sido otorgado un par de horas antes. Se pregunta qué le pudo haber ocurrido, la razón de aquel patético semblante. ¿Se habría vuelto loco? Piensa en la posibilidad de que un escritor pueda perder la cordura, ver otras realidades, confundir la ficción con la realidad. La maldición del escritor.
 
Se pone a escribir, casi sin pensar, perfiles de personajes nuevos. Lo que se le va ocurriendo lo hace sentirse peor consigo mismo, más de lo que se sentía antes: una niña de clase baja víctima de un extraño y único caso de Alzheimer que se vuelve una celebridad a nivel mundial, un historiador fracasado que se inventa una crónica de siglos de antigüedad para hacerse famoso, un payaso de circo que decide cambiar su vida y entrar en política pero manteniéndose en personaje. Preocupado por la posibilidad de haber perdido toda objetividad sobre sus creaciones, no puede dejar de pensar que sus ideas son muy malas. Cree que la pesadilla nunca va a acabar y que la obsesión por encontrar a ese personaje redondo, verosímil y atractivo lo perseguirá por siempre. Piensa en sí mismo, en lo mal que le ha ido en la vida y, sin tener certeza del porqué, empieza a escribir en una hoja sus propios datos: Francisco del Carpio, treinta y nueve años, divorciado, desempleado, despedido cuatro veces de diferentes empleos, solitario, poco agraciado, aspirante a escritor y frustrado. Por último, escribe en pocas líneas el momento surrealista que pasó con López-Torres en el bar, más temprano ese mismo día. 
 
Lee varias veces lo que acaba de escribir, su propia información, el resumen de su vida. Se da con la sorpresa de que le gusta lo que está leyendo. Piensa en que uno se puede apreciar mejor al verse escrito. Se sufre una especie de desdoblamiento, uno se vuelve ajeno, se convierte en otro. Recuerda las palabras de López-Torres (¿o de Vicente Amado?, se pregunta): “Busca en ti”. En esas tres simples palabras estaba la respuesta.
 
Mientras camina apurado de vuelta al bar, donde planea sentarse para convertirse en su propio personaje, al igual que lo hizo López-Torres, se va imaginando la primera historia que escribirá, protagonizada por Francisco del Carpio, la del día en que su vida cambiaría, una en que, cansado de su mala suerte y frustrado por los rechazos, busca consuelo en la bebida en un bar, donde se encuentra con su autor preferido y aprende que la mejor fuente de ideas es uno mismo y que los escritores se pierden entre la multitud y flotan en un limbo, en el cual se olvidan quiénes son.  
 
 
DOS LEYENDAS ANTIGUAS DIFERENTES (Microrrelato).
 
Por Andrés Fornells (España).
 
El hombre provenía de una familia muy antigua. Esta familia se pasaba de una generación a la otra una leyenda que rezaba así: “Aquel miembro de nuestra familia que abra los ojos cuando bese a una mujer, esta mujer lo abandonará”.
 
El hombre cuya familia conservaba esta leyenda muy antigua se cansó de la mujer con la que llevaba varios años unido y consideró que gracias a aquella leyenda antigua se desharía de ella muy fácilmente. Así que, en contra de lo que había hecho siempre, esta vez no cerró los ojos al besarla, sino que los mantuvo muy abiertos.
 
No le funcionó su leyenda y permaneció junto a aquella mujer hasta el final de sus días, porque en la familia de la mujer aquella había una leyenda muy antigua y más poderosa que la suya que aseguraba: Nunca podrá abandonarte un hombre que te bese con los ojos abiertos”.
 
Tengamos cuidado con las leyendas. Recodemos la de tropezar más de una vez con la misma piedra.
 
 
LA DAMA DE NEGRO (Cuento)
 
Por Addhemar H.M. Sierralta.
 
Un encuentro providencial, que cambiaría los destinos de una pareja, nos narra Addhemar H.M. Sierralta quien nos muestra situaciones inesperadas pero que se dan con mayor frecuencia que las que podemos imaginar.
 
El solo hecho de cruzar sus piernas era una delicia indescriptible. Aún no estoy seguro si la sedosidad de sus medias o la ingenuidad –tal vez controlada con precisión del plan perfecto- de sus felinos movimientos dirigía mi vista hacia aquellas hermosas extremidades . Era sensual hasta en su respiración y parpadeos. Sabía que la miraban y se esmeraba en ser más subyugante.
 
La espera todavía sería larga. Nuestro vuelo, con retraso, demoraría cerca de una hora para embarcar y tenerla al frente sería un suplicio y dicha a la vez. Sus largos cabellos negros y sus ojos rasgados, de un brillo especial, me ponían nervioso. Nunca antes me sentí así, como niño antes de ir al colegio por vez primera o esperando los resultados del ingreso a la universidad. Pero allí estábamos cara a cara, apenas a menos de dos metros de distancia, los anuncios por los altoparlantes del aeropuerto avisaban de llegadas y salidas, de salas de espera y puertas de embarque.
 
Cerré los ojos un instante, tal vez para huir momentáneamente de la belleza del objeto de mi turbación, y lo primero que apareció en mi mente fue el rostro de mi novia, sonriente. Me esperaba en Buenos Aires para casarme al día siguiente. Ya la iglesia de San Isidro estaría lista con blancas flores y el órgano afinado para que se tocara la marcha nupcial, aquella de Mendelson, que había escogido Silvia. Ella contrastaba con la mujer que tenía cerca. Sus ojos verdes y cabello rubio, su figura menuda y risa permanente, diría su simplicidad y transparencia que me cautivaran desde la época colegial, hacía que una preocupación se perfilara en esos momentos. 
 
Miré el reloj. Ocho y media. El vuelo de British saldría a eso de las 9 y 20 de la noche. Al levantar el rostro encontré una sonrisa cautivante. En Londres la noche avanzaba y también el interés por tan espectacular mujer crecía. Nuevamente, gracias a aquella sonrisa,  sentí una curiosa emoción entre sorprendido e indefenso.
 
Silvia pasó a segundo plano y mis hormonas empezaban a funcionar con fuerza. Se elevó mi ritmo cardíaco y algo más. Me levanté y acerqué a ella. ¿ Puedo sentarme ?, pregunté… por supuesto, me contestó mientras con un coqueto movimiento me indicó el lugar… aún no lo creía, estaba a su lado y un perfume exótico, suave y delicioso me envolvía… me enteré que viajaba a Buenos Aires, igual que yo, que iba para conocer al que sería su prometido… era una boda concertada a la usanza y tradición árabe… Zayra procedía de Jordania y había estudiado en España la carrera de traductora. Tenía 24 años y era hija de un acaudalado comerciante de equipos médicos. Totalmente vestida de negro, con una piel blanca y muy suave, su belleza destacaba en todo su esplendor. De pronto escuchamos un aviso… se había suspendido el vuelo por mal tiempo y nos pedían acercarnos al counterpara recibir indicaciones.
 
Verla de pie fue toda una visión, casi sobrenatural, un cuerpo maravilloso y luego un caminar ondeante y sensual terminó por impactarme. La nieve afuera presagiaba que el mal tiempo continuaría, nos indicaron que pasaríamos la noche en el Hilton, aquel hotel antiguo cercano a la Estación Victoria y casi al frente de Hyde Park. El vuelo saldría temprano en la mañana del día siguiente.
 
Esa noche, después de cenar en un restaurante oriental de la vecindad, decidimos regresar al hotel y dirigirnos al bar para tomar un par de tragos y seguir conversando de nosotros. El nerviosismo había desaparecido y poco a poco nos fuimos dando cuenta que éramos el uno para el otro. La suite del viejo Hilton fue testigo de nuestra primera noche de amor… lo que pueda decir de Zayra –como mujer- es poco… parecía que toda su vida hubiera sido instruida para satisfacer a su hombre…y ese hombre era yo.
 
Ya en el aeropuerto de Heathrow decidimos un cambio que sería importantísimo en nuestras vidas. En lugar de marchar hacia Buenos Aires nos fuimos a Miami. Allí llegamos casi al mediodía y nos hospedamos en el  Eden Rock en plena avenida Collins en Miami Beach. Nuestra luna de miel, inesperada, seguía su cauce entre arrumacos y besos, día y noche haciendo el amor… fueron momentos inolvidables. En las noches paseábamos, frente al canal  y por la arena de la playa, abrazados y aspirábamos la brisa del mar.
 
Nuestra felicidad sería completa salvo un pequeño gran detalle. El padre y próximo prometido de la chica habían emprendido su búsqueda. Sentían su honor mancillado y ello clamaba hacer justicia, según sus creencias. De nada sirvió la súplica de Zayra, por su celular, invocando el perdón en nombre del amor. Ellos pensaban que nos quedaríamos en los Estados Unidos y emprendieron viaje cual nueva y mini “intifada”.  La furia musulmana se cernía sobre nosotros.
 
Por otro lado Silvia, que no paraba de llorar en casi una semana, recibió la solidaridad de su familia, quienes decidieron darme caza para llevarme cautivo a la tierra de Messi y obligarme a cumplir con mi promesa de matrimonio… ché si no te casás con mi hija te ahogaremos en las aguas del Tigre, amenazó su viejo y tras él los cinco hermanos y doce primos quienes recordaron a mi madre con “efusivas” mentadas… qué metida de pata haber llamado a la gringa para disculparme… también me ubicaron en Miami y no tardarían en venir para llevarme a rastras hasta la Argentina.
 
Había llegado la hora de emprender una retirada estratégica. De inmediato, esa misma tarde, tomamos el avión hacia mi querido país. Llegamos a Lima casi a la medianoche y de inmediato sacamos pasajes para volar en pocas horas a Iquitos, plena selva amazónica.
 
Apenas si descansamos algunas tiempo en el hotel del aeropuerto. Por lo menos se la haremos difícil, pensé.
 
Al día siguiente , ya en la capital loretana, lo primero que hicimos fue dirigirnos a un lugar lejos de la ciudad, camino a Nauta, donde hace algunos años atrás había construido un albergue típico con la esperanza de dedicarlo al turismo. Por lo menos era un buen lugar, lejos de la civilización para pasar piola, como dicen en mi Perú. 
Ya en nuestro nuevo nidito de amor, que parecía la casa de Tarzán, nos dedicamos a ponerlo cómodo. Encargamos víveres y contratamos vigilantes armados y con radio-teléfonos para mantenernos a buen recaudo. La primera noche nos recibió un temporal con aguacero más. Zayra, no pegaba un ojo y se la pasó abrazada a mí porque le daba miedo la jungla y sus ruidos. Por lo menos les será complicado encontrarnos aquí, pensábamos. Pronto descubriríamos lo errado de nuestra suposición.
 
Café Tortoni, centenario lugar en Buenos Aires donde –en su momento- acudieron Borges, García Lorca, Alfonsina Storne y tantos otros poetas y artistas. En este hermoso y tradicional local se encuentra Silvia y dos amigas suyas. Las tres toman café y pastelillos. La tarde cae lentamente y ella descarga su pena, llora, se abraza a sus compañeras. En la mesa contigua un muchacho peli-oscuro, tal vez con historias tan duras como las de la gringa, se da cuenta de lo que sufre la chica. Ha escuchado las penas y su curiosidad lo lleva a pararse… se acerca a ellas y les dice que se solidariza con la novia frustrada… se une al grupo y empieza a contar su desgracia… Farid se estremece al conocer los avatares del destino  y comienza una amistad con la muchacha. Es nada menos que el prometido de Zayra.
 
Consuelo va y consuelo viene. Visitas, regresos al Tortoni, escapadas al Tigre y paseos por la Costanera… y lo que tenía que  suceder simplemente ocurrió. La nueva pareja empezó a disfrutar de los goces de los amores nuevos, las penas se fueron difuminando y en menos de lo que canta un gallo hicieron pública su relación. Silvia y Farid eran novios y sus familiares empezaron a olvidar la venganza y dando gracias a Alá, unos, y a la Virgen los otros, se aprestaron a organizar la boda de los muchachos.
 
El órgano de la iglesia de San Isidro, la marcha nupcial elegida por Silvia, y los invitados a la fiesta que se realizó luego en la residencias de los padres de la novia en una de las islas del Tigre, disfrutaron de momentos de alegría. Brindis por los novios, ya esposos, y al día siguiente en gran peregrinación amigos y familiares fueron a Ezeiza a despedir a los flamantes recién casados.
 
Los esposos habían escogido para pasar su luna de miel el Perú. Silvia vivía fascinada por las historias que le contara, cuando éramos enamorados, sobre las ruinas incaicas y la selva amazónica. De los sucesos anteriores –boda frustrada- había transcurrido apenas tres meses.
 
El vuelo a Lima, de Farid y Silvia, había sido festejando la boda con abundante champaña. Luego se dirigieron a Iquitos para conocer las noches selváticas en algún albergue rústico. El  mismo día, un domingo de marzo, después de registrarse en un hotel en plena Plaza de Armas, salieron a dar una vuelta. No pasó mucho tiempo y mientras se encontraban tomando fotos a la Casa de Fierro de Eiffiel se toparon con otros turistas haciendo lo mismo. A la gringa se le cayó el paraguas y un gentil caballero lo recogió para entregárselo :
 
-      Esto es suyo…
-      ¡ Tú !… ¿ Qué haces aquí ?, dijo asombrada Silvia.
 
En verdad mi sorpresa fue mayúscula. Jamás me imaginé encontrar a mi ex novia en Iquitos. Ese domingo era nuestra primera salida a la ciudad, luego de una deliciosa luna de miel amazónica con Zayra, y lejos estaba de pensar en la gringa.
 
Demás está decir que las presentaciones, inicialmente algo embarazosas, a la vez que aclararon mucho permitieron –civilizadamente- entablar una relación amigable entre los cuatro. Zayra recién conoció a su prometido, Silvia y Farid supieron la razón de sus abandonos y yo me felicité que todo acabara de la mejor manera. Dios quiso que cada cual encontrara su pareja… los invité a pasar unos días en nuestro albergue. 
 
Días después nuestros invitados regresaron a Lima, prosiguieron su luna de miel en el Cusco, y nunca los volvimos a ver.
 
Nuestras vidas, en eterna luna de miel, transcurrieron en un idílico disfrute hasta que un día decidimos casarnos en aquella vieja iglesia de la Plaza de Armas de Iquitos. A poco más de seis meses de vivir en el corazón de la selva nos dedicamos a enseñar a los más pequeños a leer, a las mujeres manejar el hogar, y a los hombres a formar pequeñas empresas autogestionarias. La comunidad nativa, que nos rodeaba, se hizo muy amiga de nosotros y cuando nació nuestro primer bebé hubo fiesta con danzas y abundante comida y “mashato”.
 
Zayra y yo aún estamos de luna de miel. Tenemos tres críos y muchos amigos. Ella aún conserva su traje negro que se lo pone en cada aniversario para nuestra cena especial.


  
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Fuente: 

TIEMPO NUEVO INTERNACIONAL
 
 
Addhemar Sierralta
 
Año 10 Nº 327 de 19 de abril de 2018
 
 

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