Construcción y forja de la utopía andina2018 AÑODE LA IDENTIDAD Y DEL PATRIMONIOINALIENABLE DE NUESTROS PUEBLOSABRIL, MES DE LA PALABRA,LA CREATIVIDAD LITERARIA EINMORTALIDAD DE CÉSAR VALLEJOCAPULÍ ESPODER CHUCO
SANTIAGO DE CHUCOCAPITAL DE LA POESÍAY LA CONCIENCIA SOCIAL
*****A SANTIAGO UCEDA CASTILLO, RECORDÉMOSLOEN EL RUMOR DEL VIENTO EN LAS ESPIGAS CUANDO AMANECE
Hoy, 11 de abril, se celebra el Día del Arqueólogo Peruano, y es menester recordar y rendir homenaje al eminente científico en esta materia, el Dr. Santiago Evaristo Uceda Castillo, quien nació en Santiago de Chuco el 12 de octubre del año 1954, y quien dejó de existir el 14 de enero del presente año, 2018, en la ciudad de Trujillo y aquejado por un mal cardíaco, a los 63 años de edad.Lo recuerdo en mi pueblo natal y en los días de carnaval en la vereda enfrente de su casa en el Jr. Bolognesi al pie de la Plaza de Armas, un chiquillo vivaz, simpático, travieso e inteligente, con los globos de agua en sus manos buscando en el horizonte adonde apuntar, encontrando años después que serían en los yacimientos arqueológicos de nuestras sabias culturas nativas.Estudió la Educación Secundaria en el Colegio Nacional San Juan, y luego obtuvo una licenciatura en Arqueología en la Universidad Nacional de Trujillo, y más tarde, una maestría y doctorado en la Université de Bordeaux, con tesis doctorales inéditas sobre las industrias de nuestros ancestros. Jugó un papel fundamental en las investigaciones científicas de las culturas pre-incas peruanas.Se desempeñó como director del Museo Bruning de 1981 a 1982, del Proyecto Arqueológico Chavimochic de 1987 a 1991, y como co-director del Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y la Luna, junto a Ricardo Morales, desde 1991 hasta la fecha. Además, hasta antes de su fallecimiento, ocupó el cargo de decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNT.Premio Reina Sofía de Conservación y Restauración del Patrimonio (España, 2005); uno de los diez principales proyectos de arqueología a nivel mundial por Shangai Archaeology Forum (China, 2013).Así mismo, fue distinguido en Perú por el Congreso de la República y por la Municipalidad Provincial de Trujillo; en China por el Shangai Archaelogy Forum, y en Francia con las Palmas Académicas en la orden de Caballero. Su amplia producción bibliográfica cuenta con más de 80 títulos entre libros, artículos, editoriales, entre otros textos, muchos de los cuales están orientados a la comprensión de la civilización Moche.De 1981 a 1982 Santiago Uceda se desempeñó como director del Museo Bruning, en Lambayeque; del Proyecto Arqueológico Chavimochic de 1987 a 1991, y como codirector del Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y la Luna, junto al restaurador Ricardo Morales, desde 1991 hasta la fecha.Profesor invitado en los ciclos doctorales de la Universidad Autónoma de Barcelona y a los ciclos doctorales de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Santiago Uceda Castillo fue reconocido en el 2013 con el título de Personalidad Meritoria de la Cultura, por sus aportes al estudio de la sociedad Moche.Un ser brillante, un hombre bueno, sencillo, cordial. Un chuco que solía encajarse el sombrero a la usanza campesina en sus trabajos de campo, hijo de sus padres, pero también del sol y la luna. Que coronen su frente las rosas, los alhelíes y los sunchos de nuestras huertas y caminos. Recordémoslo en el trino del zorzal que convoca y en el rumor del viento en las espigas de trigo cuando amanece.DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
*****11 DE ABRIL
Arqueólogos peruanos:
Federico Kauffmann Doig y Arturo Ruiz Estrada
DÍA DELARQUEÓLOGOPERUANO
FOLIOSDE LAUTOPÍA
LOS CINCOSOLES DE LAIDENTIDAD
Danilo Sánchez Lihón1. Un solesplendente– ¡Soy indio! –Exclama el sabio y eminente arqueólogo, antropólogo, historiador, geógrafo, etnólogo, lingüista y dibujante Julio C. Tello, al inicio de sus clases en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, como en la Universidad Católica, como en el Congreso de la República donde es representante, ¡y donde fuera que diserte!¿Por qué lo decía? ¿Por autoafirmación? ¿Por orgullo? ¿Por mecanismo de defensa? O, ¿por qué?Muchos lo toman como una extravagancia innecesaria, pues bastaba con mirarlo para saber inmediatamente que nadie más indígena que él, nadie más típico para ser identificado con lo que en el Perú entendemos como el prototipo de lo que es ser ¡indio!La única rareza es que él era una eminencia, un sol esplendente en el firmamento de la ciencia y las humanidades, quien posee un cerebro portentoso que se hizo admirar en Harvard y Cambridge, donde obtuvo sus doctorados.Le rindieron honores y pleitesía en Berlín donde sustentó ponencias sobre el origen del hombre americano. En Roma se sacaron el sombrero ante él, en donde desarrolló conferencias deslumbrantes sobre las culturas aborígenes del Perú precolombino.2. MásaúnPor algo desde niño le decían “Sharuco”, que quiere decir “arrollador”. Uno de los pocos hombres a quien de manera natural se lo identifica como “El sabio Julio C. Tello”.Era cetrino, bajo de estatura y grueso de tórax. De rostro apiñado como un puño, tallado en nuestras rocas y montañas; de nariz y pómulos prominentes, frente amplia y arqueada, ojos apretados y escondidos en sus cuencas, como si salieran desde el fondo de una pirca de piedras.Su pelo era duro y lacio como la cabuya de las pencas de nuestra serranía. Su vestir: común y corriente, hasta se podría calificar como desaliñado en su indumentaria, como cabe esperarlo en quien se siente estar en las alturas y habiendo superado ya toda apariencia.Acentuaba las eses al hablar y su tono era dulce, quebrado y garrapatiento, como lo tiene todo quechua-hablante, y más aún quien afirmaba que pensaba en quechua y, para hablar, tenía que traducirse así mismo después de formular sus ideas en el idioma de los civilizadores incaicos: el Runa Sini.Este hecho se notaba más cuando intervenía en la Cámara de Diputados donde no dejó de ser campechano. Y cuantas veces pudo profirió, igual que al iniciar sus clases en las aulas universitarias, aquella su exclamación y grito de guerra:– ¡Soy indio!3. Medallade OroFundó el Museo de Arqueología y Antropología, en donde pidió que al morir fuera enterrado. Y este deseo se cumplió y fue acatado como una ley. Se le concedió ese insólito privilegio que a nadie se le otorga, salvo a los excelsos o muy eminentes y venerables prohombres. A él sí, luego de morir el 3 de junio del año 1947.Desposó a una mujer bellísima, leal y fervorosa de su obra, de nacionalidad inglesa, llamada Olive Mabel Cheesman, identificada totalmente con su trabajo y su destino, y a quien conoció en Bradford, cuando estudiaba en Cambridge.Por sus descubrimientos de las Necrópolis de Paracas, en 1925, y la exposición de los fardos funerarios de esa asombrosa cultura, hechos que conmocionaron al mundo, tuvo reconocimientos no solo en el ámbito de la cultura, la educación y la ciencia, sino de la ciudadanía y de la opinión pública en general, como también se ganó la adhesión, el cariño y la admiración del civismo candoroso a nivel provincial.De allí que el Concejo Municipal de Nazca, al ser una jurisdicción favorecida por sus descubrimientos, acordó otorgarle Medalla de Oro, Diploma de Honor y una Resolución de Alcaldía, mediante la cual se le reconocía como Hijo Adoptivo y Predilecto de esa cálida, devota y agradecida ciudad costera, siendo que él había nacido en Huarochirí entre los contrafuertes andinos ceñudos y amenazantes, pero al final protectores y compasivos.4. En la esquinade la plazaLa decisión del Concejo se le hizo saber a través de un oficio laudatorio, gesticulante y pleno de obsecuente respeto. Y se coordinó directamente con él la fecha en que viajaría a Nazca para participar de la ceremonia solemne en que se le impondría tales distinciones y títulos honoríficos.Así Nazca quería expresar públicamente, mediante una ceremonia cívica apoteósica el merecido homenaje y tributo a quien hizo del desierto de Paracas un lugar de atracción mundial en lo que concierne a turismo cultural.En Paracas se pueden apreciar los más extraordinarios fardos funerarios, apenas abiertos en las tumbas, constituyendo los vestigios arqueológicos más admirados de este lado del océano Pacífico, y siendo este desde entonces, y por ese motivo, un lugar muy concurrido.Para cumplir con la ceremonia y el acto programado el sabio tomó un ómnibus y llegó temprano a esa ciudad, a la vez fresca y añeja, transparente y vetusta, rancia e inocente.En la esquina de la plaza de armas se detuvo al divisar a un emolientero. Y se le antojó tomarse a esa hora temprana un combinado de linaza con cola de caballo, boldo y cebada.5. Soyde HuarochiríEstando allí, de pie y ya servido su vaso de cristal que sujetaba con las dos manos, soplándolo con sus labios puestos en arco y amoratados, se acerca uno de los señorones del lugar, alto, blanco y de ojos verdeazulados, quien se queda mirándolo de arriba para abajo, y le dice:– ¡Oye indio! Ya que estás aquí desocupado, necesito que me traigas mi caballo de mi hacienda.– ¿Qué, señor? –Contestó don Julio, suspendiendo la delectación de su compuesto de hierbas, y pasándose la mano por la comisura de los labios.– Vas a ir –le repitió como deletreando–, y vas a hablar con el administrador que se llama Joaquín. Te voy a dar una nota donde le ordeno que envíe contigo mi caballo ya ensillado. Pero te vienes caminando, ¡cuidado de montarte en mi caballo! ¡Anda pronto!, que tengo que salir en la tarde para Acarí.– ¿Y dónde es su hacienda, señor?– ¿Y de dónde eres tú, indio, que no conoces cuál es mi hacienda? ¿No sabes quién soy?– Discúlpeme señor. Es que yo no soy de aquí. Yo soy de Huarochirí.6. ¿Qué?¿A mí?– ¡Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy! –Le dijo de modo indulgente–. Pero bueno, averigua bien el camino a Cantayo, y has lo que te mando. No te doy mi dirección porque no sabes leer, pero preguntas a este emolientero dónde vivo yo y así vas a llegar.– Y, ¿a qué hora estaré de regreso con su caballo, señor?– De aquí a Cantayo te echará una hora de camino. A las once ya estarás de regreso por aquí.– Entonces, ¡no puedo, señor!– ¡Cómo que no puedo, indio! ¿Cómo te atreves a desobedecerme? ¡Encima te voy a pagar dos soles para tu coca!– No, no puedo, señor.– ¿Qué? ¿Cómo? –Le dijo mirándole, sin poder entender tal desacato. Pero sobreponiéndose transó compasivo:– Tres soles te voy a dar, indio. Mira que nunca he pagado ese precio.– No puedo. No me alcanza el tiempo, señor.– ¿Qué? ¿A mí vas a desobedecerme? –Se veía que el señorón luchaba consigo mismo. Y ya en el colmo del perdón y la clemencia propuso–. ¡Te voy a dar cinco soles, indio, porque estoy apurado!7. Se fuebufando– No puedo.– ¿Sabes qué es cinco soles, miserable? ¡Con cinco soles puedes comer todo el día!– Pero tengo qué hacer.– Y, ¿qué tienes que hacer, indio?, –le preguntó lleno de curiosidad e insolencia, y ya al borde de perder la paciencia, mirándolo otra vez de arriba para abajo, pero esta vez retrocediendo al hacerlo por no poder comprender lo que estaba sucediendo.– No puedo, porque tengo que asistir a una reunión.– ¿Qué? ¿Te estás burlando de mí, insolente? Agradece que no haya traído mi rebenque que te fueteo en este mismo instante. Agradece que no seas de aquí indio bruto. Pero sí te puedo hacer meter en un calabozo en este mismo momento. –Y miró a todo lado para ver si había un policía. Pero no había ninguno.Y lo miró con desprecio.– ¡Por eso el Perú anda mal, país atrasado, carajo! –Masculló al final– ¡Y es por culpa de estos indios que ya no obedecen!Y se fue bufando.8. El toldorojiblancoEl más asustado y que temblaba de miedo era el emolientero quien al principio se había encogido y después, temeroso como si estuviera lloviendo lava hirviente, se fue a parar temblando a la esquina de enfrente, porque vio que en cualquier momento al pobre iban a pegarle.Pero finalmente el hombre blanco se fue echando chispas.Y don Julio, sin decir nada, terminó de sorber calmadamente su emoliente. Únicamente que se le entrecerraron más sus ojos, hasta ser unas lucecitas inhallables en el abismo de los dos cuencos en que se revolvían sus pupilas.A esa hora ya pasaban los estudiantes con sus uniformes de gala, las bandas escolares, las escoltas, los brigadieres algunos con bastones y estandartes para el desfile en honor al sabio Julio C. Tello, epónimo a nivel mundial.A las 9 de la mañana empezaron a escucharse los clarines de las bandas de músicos que iban detrás de las autoridades e invitados especiales en traje de etiqueta, solícitos y puntuales para ocupar sus asientos en la solemne ceremonia que iba a llevarse a cabo en el Salón Consistorial del Municipio Provincial, que lucía espléndido con todos sus emblemas, banderas y guirnaldas.Y hacia afuera estaba el toldo rojiblanco con las sillas encintadas. Y puestas las escarapelas a lo largo y alto de los parantes y travesaños para el desfile escolar y de las instituciones públicas y privadas de la localidad que iba a realizarse alrededor de la plaza.9. MentebrillanteA las 9.30 las escoltas de alumnos de los principales colegios con sus bandas de guerra ya estaban emplazadas y listas para el desfile frente a la tribuna oficial alzada ante el Municipio Provincial. ¡Se homenajeaba a la Gloria de la Arqueología Peruana y erudito en tantas otras materias científicas!Don Julio arrellanado en el sillón central de la mesa de honor escuchó los discursos que se leían como si fueran parte de la etopeya de un personaje al cual él conocía lejanamente, pero que no era él mismo.Se destacaron sus méritos de surgir desde un hogar campesino y humilde elevándose a las cimas de la realización científica mundial.Se refería que se graduó de médico cirujano.Que junto al eximio escritor don Ricardo Palma, autor de las Tradiciones Peruanas, viajaron a Inglaterra en el mismo barco.Que, con mente brillante y dotes de investigador consumado, contrapuso a la tesis inmigracionista de Max Uhle la tesis autoctonista del origen del hombre de América.10. Casise caeEn la semblanza laudatoria se destaca que construyó una explicación coherente de la civilización incaica y también de las culturas anteriores a los Incas.Que no solo entendió y dio a conocer en ambos casos las bases de su organización social y económica sino de su cosmovisión del mundo.Que hay una arqueología nacional y americana antes de Julio C. Tello y otra después de él.Luego fue anunciada la imposición de la Medalla de Oro y se convocó al Alcalde Honorario de la ciudad, quien avanzó y don Julio tuvo que pasar adelante.Para hacerlo tuvieron que arrimarse entre la mesa y las sillas de las autoridades, para salir él al estrado en donde ya esperaba don Rafael de la Borda, hacendado de horca y cuchillo de todo el litoral de Nazca.Era el señor del caballo, quien si hubiera tenido su rebenque colgado al cinto, como lo dijo muy claro, hubiera fueteado en plena plaza al sabio graduado con honores en Harvard y Cambridge, y todo por no traerle su acémila desde su hacienda en Cantayo.Don Rafael casi se cae de espaldas del susto y sobresalto cuando reconoció al hombrecito a quien había insultado diciéndole miserable en la mañana de ese día en que se le homenajeaba.11. Esoscinco solesSintió vértigo y desmayo y se lo vio trastrabillar. Pero a ello acudió la mirada y la palabra condescendiente de Don Julio, quien lo repuso diciéndole:– ¡Calma! ¡Calma! ¡Tenga calma!Pasado el peligro, para circunstancias como esta, don Julio sabía pronunciar esas palabras y poner un rostro jocundo.Ya repuesto el personaje se inclinó reverente y le rogó suplicante:– Le pido mil perdones y disculpas doctor por lo sucedido esta mañana. ¡Si hubiera sabido que es usted don Julio C. Tello…! –Alcanzó a musitarle con voz quebrada, contrita y al borde del llanto.Y al inclinarse lo hizo de tal modo, por lo alto que era, que le pareció al público que se arrodillaba.Le conmovió a don Julio la sincera humillación del hacendado y a modo de superar definitivamente la situación, le dijo:– Estos compromisos siempre quitan tiempo señor... Porque me hubiera gustado traerle su caballo. Y ganarme esos cinco soles que tanto lo necesito y me hacen falta para comer hoy día.12. De todosmodosDespués empezó su discurso diciendo:– ¡Soy indio!Pero esta vez casi le había tocado probar, en la mañana de aquel día, el trago amargo y atroz de la identidad.Y recibir los fuetazos en la cara, en los hombros y en la espalda, como lo han recibido siglo tras siglo sus hermanos de raza.Y sin que nadie hubiera podido salvarle, menos el emolientero muerto de pánico. Y peor un policía que hubiera estado a favor del ilustre señorón.¡Y no por la agresión a su improvisado cliente, sino por la cólera del señor Rafael de la Borda!Como tampoco hubiera tenido tiempo don Julio de repetir la otra frase que la pronunciaba cada vez que intervenía en el parlamento de la República como su egregio representante, cuál era:– ¡Pido la palabra para oponerme!Y menos hubiera servido aquello de:– ¡Calma! ¡Calma! ¡Tenga calma!Allí nada hubiera valido. Y, de todos modos, le hubieran caído los latigazos en aquella esquina de la plaza aldeana, sin que hubiera ciencia ni sabiduría capaz de ampararlo; ni títulos honoríficos de Harvard o Cambridge, que pudieran salvarle.*****Los textos anteriores pueden serreproducidos, publicados y difundidoscitando autor y fuentedsanchezlihon@aol.comdanilosanchezlihon@gmail.comObras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.comEditorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.comEditorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.peEdiciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.comEdiciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es*****DIRECCIÓN EN FACEBOOKHACER CLIC AQUÍ:*****Teléfonos Capulí:393-5196 / 99773-9575capulivallejoysutierra@gmail.comSi no desea seguir recibiendo estos envíosle rogamos, por favor, hacérnoslo saber.