Danilo Sánchez Lihón
Técnico en gritos,
árbol consciente
César Vallejo
Todo hombre,
hacia adentro,
es un árbol.
DSL
1. Las raíces
hacia abajo
He
aquí el grueso tronco del árbol que ha quedado unido a la tierra con
sus potentes raíces y que fuera la base del viejo eucalipto cuyo tallo
se aserró casi en su base y él cayó derribado con sus inmensas ramas
pobladas de nidos de pájaros.
El corte ha sido hecho casi a la altura de lo que mide un niño como yo, de diez años.
¡Qué inmensa, de grosor, es esta base que ha quedado pegada a tierra!
Hace
una superficie que registra en algunas partes el corte hecho por la
dentadura de la sierra, y que no la alcanzo a abarcar tendido sobre ella
y abiertos los brazos y las piernas. Y desde donde miro echado de
cúbito dorsal el cielo en parte despejado y cristalino, y en parte
anubarrado.
Las
raíces, hacia abajo, incrustadas al subsuelo, son como nervios que se
sujetan bravíos al suelo endurecido, convencidos del lugar que les
pertenece. Deben conformar hacia el fondo un árbol casi igual de grande a
como era hacia afuera y hacia arriba el árbol que cayera.
2. Eso
sí
La
base ha quedado redonda, clara y plana. Y apenas en una zona luce
astillada que se dejó de cortar porque el árbol, ya sin poder
sostenerse, cayera. En esta gran circunferencia puedo contar los años
que tenía este gigante, en los anillos que lo circundan:
¡Son
más de cien, que recuento una y otra vez, echado de bruces sobre esta
mesa húmeda y olorosa rodeado del frescor y del suspiro de la brisa en
el contorno del boscaje!
Tirado
en la superficie hay una parte lisa y pareja, hasta donde ha podido
avanzar la sierra que han usado los peones que durante días han empujado
de un lado y jalado y del otro. Y mientras, ya avanzado el corte, de
rato en rato, halando con sogas, intentaban derrumbarlo.
A
fin de hacer funcionar la hoja de metal, de dientes puntiagudos y
afilados, un hombre de un lado impulsa y otro la atrae del lado opuesto,
alternadamente.
Eso sí, con sumo cuidado para que el corte avance parejo y la sierra no se rompa, arquee ni destiemple.
3. El trino
de las aves
Habiendo
llegado hasta cierta incisión y pudiendo el árbol aún sostenerse,
varios hombres estiran las maromas que se han amarrado a lo más alto del
árbol.
Hasta
esa altura alguien antes ha subido, a fin de atar las sogas y poder
prevenir, templándolas también hacia un punto, a fin de prevenir que el
árbol no se enrede en otros árboles.
Y así orientar la caída hacia el terreno en la posición que se quiere que caiga.
En
la parte cortada por la sierra, que ha quedado plana, ahora me siento
en medio de otros árboles que se erigen en pie, inhiestos y rumorosos.
Estoy
a un costado de la chacra recién barbechada y lista para sembrar, bajo
el trino de las aves que revolotean entre la fronda.
Paso la mano para sentir la tersura del corte y la humedad de sus savias aún plenas de fragancia y de vida hacia lo profundo.
4. La luz
del día radiante
Cuento una y otra vez los cien y más círculos del tronco del árbol que se ordenan uno detrás del otro de forma pareja.
Pero, en esta otra parte del tronco, ya no ha sido posible que la sierra siguiera cortando.
Y
es porque el árbol estaba pronto a caer. Es por eso que están las
huellas de las hachas que han volado a incrustarse en la madera virgen.
Asestados
esos golpes sin piedad en el tronco, han saltado trozos de madera
impoluta que, volando por el aire, han ido a parar lastimados sobre la
hierba indecisa.
Algunos
fragmentos o astillas han quedado entre las pencas, quizá después de
estrellarse en los rostros sudorosos de los leñadores que han blandido
sus aceros a la luz del día radiante.
5. Leña
para los fogones
Pero, ¿qué se ha hecho de su madera ya totalmente recogida?
Los troncos más gruesos algún camión los acopia para llevarlos a las minas de Quiruvilca.
Con ellos se encofran los túneles siguiendo la veta del mineral por los cuales los mineros avanzan.
Algunos
sirviendo de pilares y otros de vigas horizontales, poniendo toda su
fuerza y poder en sostener los derrumbes, evitando que los trabajadores
mueran aplastados.
De
otra parte, del árbol se hicieron tablones para las carpinterías y de
ellos se compusieron mesas, o una cama para los novios recién casados.
O bien algún tembloroso ataúd que ahora avanza por el camino al cementerio, largo, empinado y crujiente.
De otras ramas del árbol se hizo simplemente leña para los fogones o los hornos cuando de amasar el pan se ha tratado.
6. Hacerla
fecunda
La corteza humedecida que casi siempre se la regala a algún pobre, fue abierta para techar con ella algún viejo muro.
O
para reforzar la paja o el rastrojo del techo humilde. Y defenderlo así
de las lluvias torrenciales que en cualquier tiempo se desatan.
Otras ramas han servido como horcones de donde se cuelga y orea la ropa recién lavada.
O bien se usan como vigas en alguna choza aldeana. O para el altillo en donde duermen las gallinas.
Algunas
otras varas ya libradas de su cáscara, derechas y peladas, valen como
puya del gañán que guía a los bueyes en la rotura de la tierra trazando
surcos en donde va a caer la semilla.
Otra rama, ligeramente ondulada y con una saliente que sea oblicua pegada a un costado, se hace arado.
En
su punta se ha incrustado una funda de metal para abrir la tierra y
hacerla fecunda arrojando en ella el grano de la semilla.
7. De un gemir
¡ya en vano!
Otras ramas han servido como bastones, ruecas y cayados para los pastores. O para madera de donde se hace una guitarra.
Hasta
las hojas resecas se aprovechan echándolas al fogón de donde se avivan
las lenguas de fuego de ocultos y extendidos efluvios.
¡Ah!
¡Del corazón de un árbol derribado alguien pulió el diapasón de una
mandolina! O se cortó la madera para moldear las curvas de una guitarra.
Pero
en esta superficie donde ahora me encuentro, además de la enorme
sección cortada por la sierra y de la otra horadada por las hachas, hay
una más.
Y es la desgajada por el árbol mismo ya en su derrumbe definitivo e inapelable hacia la tierra tendida.
Esta
parte en la geografía del tronco es un conglomerado de espinas que la
madera ha hecho brotar y que emergen como púas que se elevan
implorantes, rebeldes o de un gemir ¡ya en vano!
8. Con la yema
y el pulso
Este bosque tupido de astillas se ha erizado en el instante de no poder sostenerse ya en pie el árbol cercenado.
Ya
están un tanto amarillas después de haber soportado el brillo del sol
que pasa por lo alto, como las lluvias inclementes y torrenciales de
principios de año, como los rayos fulgurantes de las tempestades.
Pongo
levemente la palma de mi mano sobre ellas, que se erigen como astas y
castillos alucinados. O rascacielos de una sociedad sumida en sueños.
En sus puntas son estremecidas e hirientes; y parecieran dar gritos protestando por un destino aciago hacia el cielo abierto.
Siempre
están hacia un costado y es así porque han sido el último sostén en que
se apoyara el árbol caído. Y que ahora hacen un tupido e intenso
boscaje de astillas tensas, crispadas y ariscas.
Palparlas
es como tocar con la yema y el pulso las puntas de mil cuchillos; de
fusiles, de ojivas nucleares o de espadas afiladas.
9. La vida
surge
Pero he aquí, en esta exploración, y hacia el borde del tronco, un prodigio emocionante y conmovedor.
Ha
brotado ya en la corteza del árbol desaparecido del cual solo aquí
quedó su tronco, una profusión de pequeños tallos y hojas nuevas.
Han
surgido del abismo de su cuerpo enterrado para sostenerse en el borde
de esta explanada, en la corteza rugosa del árbol antiguo.
Son ramas de un verde núbil, intenso y pleno, con hojas redondeadas, cual un jardín secreto de vástagos recién nacidos.
Su
aspecto es traslúcido y con un aroma profundo a alcanfor, a anís y a
canela. Con una imagen de niños tiernos, inocentes y soberanos.
¡Qué tiernos, inocentes y puros son estos vástagos y cogollos inatajables! ¡Qué frescos, recientes e impolutos!
¡Es lo nuevo que surge en lo viejo, rugoso y ya inmolado!
¡Ah, la vida! ¡La vida! Así, hay que reconocerla, como un milagro ¡supremo, cotidiano y trascendente!
*****
CONVOCATORIA