Danilo Sánchez Lihón
1. Dinamarca
se ilumina
Hans
Christian Andersen es el más grande autor de cuentos para niños en la
historia de la humanidad, quien vino al mundo en Odense, una pequeña
isla de Dinamarca el 2 de abril del año 1805, hace 213 años, fecha que
ahora se ha instituido en todo el mundo y en honor suyo como el Día
Internacional del Libro Infantil y Juvenil.
Cuando
nació su madre al verlo dio un grito de susto y pavor, pues la
apariencia de la criatura era feúcha, como la de una ranita; deforme,
desmadejada y, además, exánime.
Cuando
lo llevó a la adivina para que le predijera qué iba a ser de la vida de
ese ser enclenque y magro, la hechicera dio otro grito, más fuerte
todavía por el asombro que le produjo lo que pudo ver en la bola de
cristal.
¿Qué
avizoró en su esfera la alelada pitonisa? Contempló lo que nunca había
visto en su oficio de vaticinar el porvenir de la gente común y
corriente que tenía en su delante.
–
¿Qué ocurre? –Preguntó la madre oprimida por la angustia y la ansiedad,
pensando que la muerte era inminente y tocaría muy pronto a su puerta
para llevarse a su endeble hijo, al cual se aferra pese a ser canijo y
deslucido, como en verdad hacen todas las madres del mundo.
–
Hecho de ver, –dijo la adivina estupefacta de lo que veía ella misma–,
que de aquí a 100, a 200 años y a más de mil años toda Dinamarca se
enciende de luces celebrando el nacimiento de este niño.
2. Escribe
desde el dolor
A
la madre esta revelación o advertencia le produjo un alarido mucho más
fuerte que el de la adivina, y no porque lo creyera sino porque el mundo
desde que naciera ese niño parecía que había enloquecido. Aullido que
fue seguido de un ataque de risa que no paró ni siquiera cuando llegó a
su casa. E incluso siguió riéndose mucho tiempo después, porque creyó
que la vidente se había desquiciado.
Ahora,
213 años pasada esa fecha, en todas las ciudades del mundo el 2 de
abril se realizan festejos por el nacimiento del autor de “El patito
feo”, “La sirenita”, “El soldadito de plomo”, “La Reina de las Nieves”,
“La princesa y el guisante” y 162 cuentos célebres más que se han
engarzado como joyas en el alma de la gente.
En
América latina es probable que esta fecha pase desapercibida, aunque
Hans no solo lo parezca, sino que es auténticamente un escritor más bien
del Tercer o Cuarto Mundo por los temas que trata y las esencias de que
está imbuido.
Tanto
por su actitud, su contenido y su mensaje es nuestro autor, y nos
representa debido a que escribe desde el dolor, desde la marginalidad y
hasta desde la humillación más atroz; y en contra del orgullo, del poder
y la soberbia. Es un escritor que nos pertenece plenamente; porque
escribe desde lo humano y sincero que siempre estarán de parte nuestra.
3. Un mendrugo
de pan
Y
es que la experiencia de la vida determinó su sensibilidad, su
sabiduría y su grandeza. Así, su madre, en su infancia fue indigente y
mendigó por las calles desalmadas de Odense.
Fue
pordiosera como tantas niñas de nuestras ciudades, que suben a los
ómnibus para decir, con voz quebrada, quejumbrosa y dolida, aunque
irrenunciablemente puras e inocentes, diciendo más o menos la siguiente
soflama, que la repiten cientos de veces y que reproduzco a tientas:
“Señores
y señoras, damas y caballeros, no quiero molestarles en su lindo viaje.
No quiero perturbar nobles pasajeros que me escuchan, su agradable día;
pero soy una niña de un hogar sin padre ni madre. Tengo a mis
hermanitos enfermos y soy quien quiere llevarles al menos un pan.
Ayúdame
por favor, no me des la espalda, regálame una moneda de 10 céntimos que
no te harán a ti ni pobre ni a mí rica, pero que a mí y a mis
hermanitos nos servirá para comer hoy día siquiera un pedazo de pan ¡Y
eso nos levantará la moral!
Y que Dios bendiga tu familia, tu trabajo y siempre tengas salud”.
Discursos
así es lo que muchas niñas y niños suben a decir a los ómnibus en las
grandes ciudades de América Latina, mendigando un mendrugo de pan; y
nosotros arrellenados en los asientos les respondemos casi unánimemente
con indiferencia o desprecio. O con algo igual o peor: el
desconocimiento.
4. Cerilla
tras cerilla
La
madre de Hans Christian le confesaba que por vergüenza de pedir limosna
muchas veces se quedaba a dormir bajo los puentes. Y fue en honor a
ella que él escribió aquel cuento desgarrador que se conoce con el
nombre de “La muchacha de las cerillas”.
Trata
dicho relato de una pequeña vendedora ambulante, quien en plena noche
de Navidad trata de que le compren fósforos a la salida del templo para
que la gente encienda las luces de bengala en sus casas en donde habrá
fiesta, diversiones y un opíparo banquete donde la mesa estará servida
con ricos y apetitosos manjares.
Pero
esa noche tan inclemente el frío es tan gélido que en el intento de
calentarse un poco va encendiendo cerilla tras cerilla. Y en la luz que
estas llamas fugitivas desprenden e irradian entrevé el rostro de su
vieja abuela, muerta hace algún tiempo, y quien desde el cielo la llama
con ternura.
Era
tan nítida esta visión, y es tan dulce el semblante de la vieja madre,
que la niña no quiere por nada del mundo dejar de seguirla, y entonces
no deja de encender uno y otro fósforo.
Enciende
tantos que al otro día las personas que se levantan temprano a recorrer
las calles encuentran muchas de ellas regadas en el suelo. Y muerto por
el abandono, la desolación y el congelamiento, el cuerpo de la niña
vendedora.
5. El teatrino
de títeres
Pero
a su vez en la vida de Hans fue muy significativa, gravitante y
conmovedora, la figura austera, de recogimiento y de humilde sabiduría
de su padre que fue en su vida un ser providencial. Quien era zapatero y
pudo acompañarlo hasta cuando él cumplió los once años de edad. Y no
más.
Porque
ocurrió que fue enrolado en el ejército dinamarqués para luchar en las
guerras napoleónicas que asolaron Europa y murió a consecuencia de
aquellos acontecimientos en algún recodo inubicable de una trinchera,
entre el barro, la pólvora y la nostalgia.
Afanados
como estamos ahora en elevar los niveles de comprensión lectora de
niños y jóvenes, qué bueno es recordar que este niño desvalido, cuya
vida fue una herida siempre abierta y sangrante, pero cuya obra se eleva
como un prodigio, fue guiado por su padre en el mundo de la lectura.
Ahora
como una estrella matutina y hasta como el sol del mediodía que se
eleva, qué importante reconocer que fue educado, motivado hacia la
lectura e incentivado para la creatividad literaria y la proeza de un
destino sublime sobre la faz de la tierra, por su padre.
Sin
embargo, cabe preguntarnos: ¿quién era aquél? Un modesto artesano y
trabajador manual fue quien formó el alma de este genio, fue un
remendador de calzado, aparentemente escaso, limitado y desasido, quien
nos ha legado a un príncipe, a un portento de las letras y a un
manumisor.
6. Y,
¿quién es él?
Porque
es gracias a ese hombre taciturno que tenemos la maravilla universal de
los relatos colmados y rebosantes de prodigio que escribió Hans
Christian Andersen.
Y
es que su padre en su mesa de trabajo al lado de suelas, clavos,
martillos y leznas, tenía siempre un pequeño estante de libros que leía a
su hijo cuando este se acercaba consciente o desprevenido. Y suspendía
cualquier tarea urgente que tuviera a fin de leerle a su hijo.
Aquel
varón que lo engendró, nos cuenta Hans, era un hombre triste que nunca
reía, salvo con los diálogos y los sucesos graciosos que ocurrían en los
libros cuando ambos leían juntos, tiempo y espacio mágicos en que eran
estentóreas sus carcajadas, que asombraban, fascinaban y hacían feliz al
niño porque le llenaba de gozo que ese hombre sacrificado que era su
padre alguna vez riera.
También
recuerda en su autobiografía que él le hizo un teatrino de títeres en
donde ambos representaban comedias. Y narra enternecido que una vez lo
vio llorar desconsoladamente después de la visita de un distinguido
caballero.
En ese momento y ante esa situación su hijo se acercó y le preguntó con enorme inquietud:
– ¿Alguna noticia desgraciada te ha traído ese señor, papá? –Le indagó con recato y timidez.
– No. Ninguna, hijo. Al contrario, ha sido muy gentil y amable conmigo.
– Entonces, papá, ¿lo conoces?
7. Quien
en lo moral
– Sí. Claro que lo conozco desde que éramos niños.
– Y, ¿quién es?
– Fue mi antiguo compañero de carpeta en la escuela donde alguna vez yo estudié.
– Y, entonces, ¿por qué has llorado tanto como hoy te he visto llorar?
– Porque él ahora es un ilustre personaje.
– Siendo así, ¿por qué esas lágrimas, papá? ¿Por qué te conmueve? ¿No debieras estar más bien alegre por haberlo visto?
– No. Lloro porque él ha seguido estudiando y se ha instruido.
– Y, ¿tú?
– Yo, lamentablemente, no. –Fue lo que le confesó aquella vez.
Así,
Hans Christian Andersen se ha consagrado porque escribe desde el fondo
del alma, desde el afecto y el cariño más entrañable; desde la ternura,
como también desde la indignación.
Igualmente, desde el compromiso por coadyuvar a hacer una humanidad más noble, digna y feliz.
En
este 213 aniversario de su nacimiento es justo reivindicarlo como un
escritor que nos pertenece, nacido entre nosotros y quien en lo
razonable, afectivo y moral está al lado nuestro.
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CONVOCATORIA