Danilo Sánchez Lihón
Tú acaso lo escuchas?
Inocente flor!
César Vallejo
El dondiego de día que florece en mi
ventana
me satisface más que toda la metafísica
de los libros.
Walt Whitman
1. Dulce
y transido
En
abril en la serranía del mundo andino se roturan los campos húmedos por
las lluvias caídas en los meses de enero, febrero y marzo, y brotan las
flores en las colinas y en las cañadas como en lo alto de las rocas y
hasta entre las piedras y los abrojos. En los muros y hasta en los
techos de las casas.
Me
he extasiado ante muchas flores, pero las que más admiro y quiero son
las de los cactus porque es increíble cómo plantas tan aparentemente
hoscas alberguen en su fondo y esencia notas de suprema e infinita
delicadeza y hermosura.
Sin
embargo, en cuanto a flores he visto presencias inolvidables en mi vida
y todas ellas en mi tierra natal, tanto que permanecen indelebles en
mis retinas, aparecen en mis sueños, y florecen en el fondo de mi alma
atribulada; y estarán nítidas seguramente hasta el momento en que muera.
Porque
a ellas me aferro para no rodar al vacío en los remezones que nos da la
vida, y de todas estas vivencias que guardo todas ellas son visiones
vinculadas al mes de abril, fecundo e íntimo, dulce y transido en mi
tierra nativa en que la vida tierna renace y con ella otra vez los
encantos, las ilusiones y esperanzas.
2. Por ser
lo que es
Una
de aquellas visiones es la de la flor de la pitajaya que la contemplé
de niño arrobado al salir de un cañón denominado Mal Paso, viniendo del
fundo de Pasabalda que fue de mis ancestros y que lo perdimos por ser mi
abuelo mayordomo de la Fiesta del Patrón Santiago, con el trasfondo de
las peñas, y el suelo regado de cascajo y arenisca que allí rueda y se
precipita al fondo de la cañada.
Me
pareció increíble que pudiera subsistir en aquel paraje una flor tan
primorosa, de colores tan vivos y estallantes, como si se quisiera poner
un trazo de carmín. o unas gotas de roja pasión a lo pardo e inerte del
paisaje y proveniente de una planta aparentemente arisca, cerril y
espinosa.
Hay
flores de la pitahaya que son blancas, pero esta era de intenso
escarlata, envuelta en sí misma, como si quisiera arropar hacia adentro
de sí algo muy íntimo, aunque la flor flameaba en lo más alto de la
planta ante la cual se siente que a la vez la inspiran el dolor y
fortaleza, la desdicha y obligación de hacerse fuerte entre estos
breñales, honda convicción por crecer donde crece y por ser lo que es.
3. Blanco
azuladas
Otra
es la flor de la cahua. O ramillete, o copa de oro, o túmulo de flores
en verdad, dado que toda la planta se convierte en un árbol gigantesco
que florece, ofreciéndose una sola vez, y ya para morir.
Este
proceso de echar flor que le dura 9 meses, como es el tiempo que
alcanza a tener de gestación una criatura en el vientre de una mujer y
considerando que la cahua vive 100 años y tiene la inflorescencia más
grande de entre todas las especies vegetales.
Para
tal ocasión la cahua se cubre de miles de flores blanco azuladas y
cremas que puede alcanzar, en cuanto a tamaño, aproximadamente la altura
de diez metros de flores níveas delineándose como una lámpara encendida
con el fondo del cielo azul.
Luz
moral porque la cahua es austera y solitaria, que crece entre las
piedras, y vive como un eremita en el desierto, como un fraile o monje
sumido en oración, pero que un día estalla en alegría y en júbilo
supremo, que es cuando florece.
4. ¡Oh,
prodigio!
Es
la cahua una de las plantas más raras y exóticas del planeta, porque se
erige en lugares solitarios y pedregosos, pareciendo aspirar solo el
llegar al infinito.
Y
demuestran estar enamoradas nada más que de las estrellas, y de los
absolutos del espacio sideral, de tal modo que hacen una hilera
interminable siempre camino hacia las cumbres.
Lo
conmovedor es que han guardado en su entraña palpitante y en silencio
durante 100 años sus flores para ofrecerlas solo antes de morir.
Navegando
esta flor una centuria dentro de su cuerpo, en su savia nutricia para
en el momento de fenecer darla a luz y ofrendárselas a los cuatro
vientos.
¡Qué
visión esta, la de los campos cubiertos de flores de cahua de mi tierra
natal!, ascendiendo por los terrenos sedientos, abruptos y caliginosos.
¡Oh, embeleso! Y, ¡oh, prodigio! Los breñales y terrenos pedrizos, duros y zaheridos, verlos todos cubiertos de flores.
Como
estas cahuas que ahora veo, en cuya mata se posa el arco iris, como en
otras toda la gama de los colores cohesionados en sus pétalos.
5. Caen
de pie
Volviendo
ya tarde hacia mi aldea, avizoro los huertos. Y en ellos el morado
intenso en los arrayanes, el azul espliego en las orquídeas, el rojo
bandera en las buganvillas, el bermellón en las cantutas extasiadas.
Las
margaritas cubren los campos de blancos, amarillos y rojos, como
también se expanden al borde de las acequias. Los sunchos sobresalen por
sobre los muros y se imponen porque son más granates y anaranjados. Y
esas otras flores que llamamos zapatitos, que semejan pequeñísimos
calzados de duendecillos diminutos de los bosques, que quizá deben su
nombre también a que se cogen, se sueltan y siempre caen de pie.
Las
“rompeollas”, los cadillos, las huaraillas y cortaderas son plantas que
tienen flores y estas llevan sus nombres. La flor del cardo santo como
símbolo de lo que es fugaz y es eterno.
Y
entre todas ellas, en el centro de la explanada de algunos patios,
expuestas a todo y expuestas a nada, la flor del floripondio alucinado,
éter al vacío, lleno el arbusto de campanillas blancas tornasoladas.
6. Como
consuelo
Pero
otras son las flores que se muestran aquí en el mercado de mi comarca.
Los ramilletes de esta mañana en las bancas de la plaza de abastos son
clavellinas amarillas y moradas, que hacen que te evoque, amor mío, y
toque el amuleto que me diste y que llevo pegado a mi pecho.
Hay
además rosas en capullos frescos, ingenuos, con blanca ilusión o roja
pasión alrededor de los tallos, atados con hierbas silvestres. Detrás
del hato de flores que se venden siempre hay una mujer candorosa como
las flores.
Pero
he aquí que llega en este preciso momento la señora que las cultiva en
Chulite por donde pasa la acequia de agua fresca y cristalina que nos
trae agua al pueblo.
He
volteado a mirarla cuando ha bajado su atado y en sus ojos descubro los
prados en donde los siembra; y ahora miro los gajos traídos en la
espalda en una canasta.
Es
la madre que las cultiva y la hija que ahora la secunda. Ambas están
aquí y ellas dos juntas se han convertido en flores de la vida.
Al lado de ellas, los claveles arrojados y valientes.
Ella
sabe el nombre y el sentido de ellos de cada pompón y el significado
que tienen. Pero también del sentido que se atribuye a cada una de las
formas y de los colores de las flores.
7. Flores
de la vida
Porque
siempre las flores son para los momentos supremos. Así, son para
llevarlas a una amada en una circunstancia muy especial. O como consuelo
en un entierro.
Estos
amarillos intensos a la muchacha que me los vende ¿no se le quedarán
impregnados en el alma? Estos fucsias, índigos y cinabrios, en el
jaspeado de sus pensamientos.
Casi
siempre me pongo a conversar con las señoras que venden las flores. Me
encanta oírlas referir como ellas crecen, cuáles son las características
de cada una de ellas.
Saben
cuál es su edad, el agua con que han sido regadas. Los lazos con los
cuales las amarran. Pero luego me cuentan de sus vidas, de sus hijos, de
su esposo y de su casa.
Y
es que la adopción y la acogida a los sentimientos y a las actitudes
auténticas en gran medida y casi siempre lo inspiran las flores.
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CONVOCATORIA