Danilo Sánchez Lihón
1. Signos
de vida
En
abril del año 1950 Genaro Ledesma Izquieta ingresó a la Universidad
Nacional de Trujillo, donde cursó estudios en la especialidad de
educación, graduándose de profesor. Pero a la vez siguiendo la carrera
de abogacía. Muy pronto tuvo experiencia de líder de masas al tener que
asumir la Secretaría General Interina de la Federación de Estudiantes de
aquella universidad. Y esto debido a que fueron apresados en aquella
época los dirigentes titulares: Luis de la Puente Uceda y Gonzalo
Fernández Gasco.
Al
graduarse de profesor tuvo la necesidad ineludible de trabajar y con
este fin enrumbó a las tres veces coronada villa de Lima y capital del
Perú. Lo primero que se le ocurrió fue ir a solicitar empleo en el
Ministerio de Educación del Perú. Y con toda razón puesto que le asistía
el derecho, y el deber, como profesor recién graduado de ponerse al
servicio del Estado.
En
las oficinas neutras y apócrifas le negaron todo. Menos la plaza de
maestro que todos despreciaban, porque era para la sección nocturna del
Colegio Nacional Daniel Alcides Carrión de Cerro de Pasco, situado a una
altitud de 4,500 metros. Allí, a la hora en que los alumnos estarían
entrando a clases el viento, el cierzo, y la nevasca, en ese
inconcebible poblado humano, barren sin piedad las calles sin dejar a su
paso signos de vida.
2. Y se ve
que nunca
Recién
a esa hora también este desprevenido profesor, estaría ingresando a
empezar su jornada nocturnal ante un grupo de personajes fantasmales y
extraterrestres, salidos para colmo de las profundidades de los
socavones más tenebrosos del planeta. Y salen con la expectativa no de
oír ni aprender, y eventualmente ver o contemplar, sino piadosamente de
tumbarse a dormir y anhelar, incluso, olvidarse de sus pobres
existencias.
Sin
saberlo Genaro Ledesma a sus 28 años azorados e ilusos, aceptó el
puesto de ir a trabajar en la sección nocturna de dicho colegio viendo
cómo el Ministerio de Educación, esta vez increíblemente ágil y
diligente cuando se trata de condenar a una persona, ponía apurado y
sarcástico en sus manos un boleto de viaje en el vagón de segunda clase
del tren galáctico que trepa hacia las serranías del centro del Perú.
Y
todo eso lo hacía con premura, antes de que se escape ese distraído e
ingenuo maestro con inclinaciones a ser suicida, héroe o mártir. Como se
ve, y aunque no se pueda creer fácilmente, en aquel tiempo el
Ministerio de Educación facilitaba pasajes para que los profesores se
trasladen a los pueblos a cumplir con su misión de apóstoles del saber;
aunque, como duele corroborarlo, siempre daba a los maestros pasajes de
tercera clase para abajo. Y se ve que nunca para el Ministerio sus
maestros fueron ciudadanos de primera categoría.
3. Preguntó
preocupado
Llegado
a la Fundición de la Oroya, Genaro suspiró con alivio pues pensó que
había pasado lo peor, como es la altitud de 4,818 metros sobre el nivel
del mar, en Ticlio.
Esperanzado
a que el tren se enrumbara hacia el valle, como hace para ir a
Huancayo, pues pensaba que Cerro de Pasco era un valle. ¡Cuál no sería
su asombro, al ver que el tren, al contrario, empezaba a subir más la
cordillera, y se empinaba más hacia la altura sideral!
¿A
dónde va? Se preguntó él mismo, al ver que casi ya no había pasajeros,
ni menos afuera en el paisaje había rasgos de vida, salvo el ichu de los
pajonales que ni siquiera alcanzaban a cubrirlo todo.
– Señor, ¿hay todavía pueblos hacia arriba? –Preguntó preocupado.
– Uno que otro. –Le respondió una voz.
Ya
el frío era irremediable en ese viaje sin retorno, sobre todo al
comprobar que las piernas para echarse a correr hacia atrás, también se
le habían congelado.
Pero
más terrible y cruel que el frío, de suyo descorazonador, era la
miseria y la pobreza de la gente que se ve en una u otra choza desde las
ventanas destartaladas.
4. Delante
de las bocas minas
Ya
en el salón enhollinado del colegio se sentó, teniendo a su frente a un
puñado de mineros analfabetos esperando en las carpetas a fin de que
los atravesara algún rayo de luz redentora y milagrosa.
Que
algo los despertara, descubriéndoles en realidad quiénes eran. Y si
eran seres humanos y no envoltorios de polvo, hollín y apatía, que lo
demuestre. Y eso se propuso hacer Genaro Ledesma Izquieta: hacerles
descubrir que eran verdaderos seres humanos.
Corren
para entonces los años 1958 y 1959; cuando de un momento a otro sus
alumnos pasaron de ser sombras subterráneas y esperpentos para ser
obreros desempleados y sin ningún beneficio social por los años
trabajados. ¿Qué sucede? ¿Qué está ocurriendo?
Acontece
que la Compañía Minera estadounidense Cerro de Pasco Corporation, ha
despedido de un sólo plumazo a 7,000 obreros sin reconocerles un solo
adarme en compensación.
Ni
siquiera se le extiende un papel en testimonio de que existen. Solo se
les cierran las puertas de hierro forjado alrededor de las cuales se
extienden las alambradas de púas que hay delante de las bocas minas.
Ante
tal situación el Alcalde de Cerro de Pasco se ha esfumado, se ha hecho
humo y no es habido. Él mismo se ha defenestrado. Ha desaparecido al
instante. ¿Comprado por la mina? ¿Vendido? ¡Nadie sabe! ¡Solo que no
aparece!, dejando el cargo vacío.
5. Pronto
haría temblar
Encima,
como precaución, el gobierno de Manuel Prado envía una fuerza represiva
de gendarmes y más gendarmes, alcanzando el número de 500 policías y
soldados fuertemente armados y ellos sí bien equipados.
Y,
ante el salón y el sillón vacío del Municipio los alumnos antes
fantasmales y sonámbulos del Colegio Nacional Daniel Alcides Carrión, y
los obreros antes entumecidos y ahora sin trabajo, lo eligen, lo llevan y
colocan en el sillón del burgomaestre a Genaro Ledesma Izquieta
considerando que es el único letrado que sienten que late, que ve, que
oye y que palpa tal y como son ellos.
Es
en las manos de su maestro de escuela que ellos ponen entonces el
bastón de la Alcaldía Provincial, sin que al gobierno le venga en ganas
ni siquiera querer averiguar de quién se trata.
Y
allí lo deja la abulia y la desidia de toda autoridad que para ver este
problema desaparece. Y él empieza a despachar, por voluntad de las
masas, como él dice, y que para él es más importante que cualquier
formalidad administrativa, como si hubiera sido elegido en los mismos
comicios oficiales, poniendo su nombre y estampando su firma al lado del
sello de la entidad municipal.
Este
Alcalde inesperado, y llevado como hoja por el viento de su destino,
que es Genaro Ledesma Izquieta, pronto haría temblar y sacaría de quicio
al gobierno de hierro más implacable y astuto de la primera mitad del
Siglo XX que ha tenido el Perú.
6. Carbones
hirvientes
Mientras
tanto, la compañía extractora de minerales, la Cerro de Pasco
Corporation, no sólo se ha adueñado de los pulmones y la sangre de los
campesinos, llenándoles de gases tóxicos y polvo mineralizado hasta
hacerlos reventar con la fatal silicosis, sino que ha logrado mucho más.
¿Cómo, qué?
Ha
tendido un cerco de alambres de púas que, por las noches, al amparo de
las sombras, crece diabólicamente, enajenando tierras con pastos,
ganados y puquios de agua, como también crece desconociendo y
envileciendo el destino de las gentes.
El
Alcalde imprevisto, de tanta manía de dejar abiertas las puertas del
Municipio para que entren los comuneros pobres y hasta desarrapados, se
ve de pronto encabezando grupos de hombres que a la luz del alba botaban
y cortaban la alambrada.
La
misma que de noche avanza maléficamente por obra del demonio y los
insaciables devoradores de tierras. Y que ya de día el coraje de los
hombres que sólo tienen su pecho tembloroso y sus manos como carbones
hirvientes, lo hacen retroceder.
7. La guerra
silenciosa
Producto
de estas acciones y enfrentamientos el primero y dos de mayo del año
1960 los policías asesinan a varios campesinos, entre ellos al
Presidente de la Comunidad de Rancas. Hirieron además a 60 comuneros que
han entregado sus pechos a las balas, alucinados de que veían al final
de las pampas a sus hijos fallecidos de hambre y de frío, convencidos
que los alentaban a recuperar las tierras que de noche el cerco de la
Compañía minera les había devorado.
A
consecuencia de ello, recién el oficialismo se da cuenta que quien está
sentado en el sillón del Alcalde de la Provincia de Cerro de Pasco es
nada menos que un revoltoso de polentas. Entonces lo cogen y lo envían
de allí mismo a la Colonia Penal del Sepa en la selva central, en donde
no hay rejas sino donde únicamente se lo suelta al condenado.
Tampoco
se le cuida, donde a nadie se hace caso, porque allí en el Sepa la
naturaleza es el peor cerco y el verdugo más cruento. En donde el
presidiario es libre incluso de huir, donde sólo si da un paso en esa
jungla y ahí está una serpiente jergón para picarle mortalmente. Allí,
en una competencia de quién es más ingenuo, lo soltaron.
Solo
pudo rescatarlo de ese sitio el novelista Manuel Scorza quien erigiera
en épica tanto la vida de Genaro como la acción de la comunidad de
Rancas por recuperar sus tierras en una saga de novelas titulada “La
guerra silenciosa”, que tienen como escenario Cerro de Pasco, al centro
del Perú, y la acción de Genaro Ledesma Izquieta en el libro “La tumba
del relámpago”.